Desde el 11 de septiembre de 2001 los Estados Unidos y sus aliados han gastado en guerras en Afganistán, Irak, Libia Yemen, Siria, etc., 8 billones de dólares y provocado entre 4,5 a 4,7 millones de muertes (directas e indirectas) y 38 millones de desplazados.[1] El mundo occidental está en crisis, y el mando del imperialismo yanqui ya no es el de antes, su economía que en 1945 era casi la mitad de la economía mundial, hoy solo representa el 15% del PIB mundial; ahora se enfrenta a una correlación de fuerzas adversa, donde el único camino que le queda es abrirse paso mediante los recursos de fuerza: los conflictos militares o las sanciones o, lo que amenazó Trump, la guerra comercial que creará más inflación y empeoramiento del nivel de vida de las mayorías.
Si la legitimación del imperialismo yanqui está cuestionada, ¿será la guerra la respuesta?, todo indica que Ucrania está perdida para la OTAN; en Oriente Medio, Israel quiere imponerse a sangre y fuego; y en Asia Oriental se utiliza a Taiwán como pivote contra China; los yanquis no podrán con los tres frentes y tendrá que abandonar algún escenario, pero con el riesgo de que se les vaya de su control. En estos tres escenarios están implicadas potencias nucleares, en Europa: Estados Unidos, Inglaterra, Francia y Rusia; en Oriente Medio, Estados Unidos e Israel, en Asia Oriental, Estados Unidos, China, Corea del Norte y Rusia; por tanto el peligro es aún mayor a aquella época en que dos superpotencias eran capaces de destruir el mundo, y si el tiempo es peligroso, como afirman Saul y Seymour, “puede que haga falta otra conflagración, esta vez entre China y Estados Unidos, para que el foco se centre en el único y principal pirómano”.[2]
En este tiempo peligroso, las proyecciones ideológicas que lanza el genocidio del pueblo palestino deben llevarnos a una reflexión profunda, ya lo dijo Petro, “Gaza es el espejo de nuestro futuro inmediato”; la crisis del capitalismo con su progreso infinito y el declive de su dominio occidental apuntan a la disolución de las ilusorias pero importantes libertades políticas. Ya lo anuncian los zapatistas que llaman “tormenta” a lo que proyectan las élites posfascistas y los ultra ricos privilegiados, una “solución” de crear islas de libertad y derecho protegidas por ejércitos solo para el 20% de la población, haciéndose evidente la criminal negación del principio de igualdad entre seres humanos en pleno siglo XXI, donde el 80 % de los seres humanos, si es necesario, tendrá que ser recluida en zonas ambientalmente desastrosas o exterminadas, como también lo afirmó Petro en la cumbre COP 28 en Dubái: “El desencadenamiento del genocidio y la barbarie sobre el pueblo palestino es lo que le espera al éxodo de los pueblos del Sur desatado por la crisis (…) lo que el poder militar bárbaro del norte ha desencadenado sobre el pueblo palestino es la antesala de lo que desencadenará sobre todos los pueblos del sur cuando por la crisis climática quedemos sin agua; la antesala de lo que desencadenará sobre el éxodo de las gentes que por centenares de millones irán del sur al norte”.

El K genera las condiciones del malestar
La crisis climática y la ambiental, la trampa tendida a los rusos para iniciar la guerra contra Ucrania, el genocidio del pueblo palestino, el plan de Marco Rubio para encender la mecha en lo que los yanquis llaman “patio trasero”, las guerras comerciales con barreras arancelarias que quiere imponer Trump, la eterna guerra que asola a Yemen, etc. todo da a entender que los yanquis gobiernan para la guerra y que la guerra es una forma de gobierno. La ultraderecha en su expresión posfascista, hoy se radicaliza no porque exista el peligro de una revolución, porque no hay tal revolución, sino por las exigencias del capital que requiere una salida, donde la derecha política y su clase dominante boliviana, pueden sumarse a la estrategia Trump-Rubio-Milei-Bolsonaro, demostrándonos, una vez más, que el capital nunca tiene un callejón sin salida.
Entonces la guerra y el régimen de guerra son operaciones del capital, transformaciones de las relaciones entre dominantes y dominados, explotadores y explotados, con distintas formas y contenidos políticos; en la Argentina nadie puede cuestionar que Milei avanza y ya anunció que este año la motosierra será más profunda, evidenciándose que una cosa es lo que gente piensa, que no es lo mismo de lo que hace. Los sindicatos más corruptos se han sumado a Milei, lo mismo que legisladores kirchneristas y de otros partidos, y la política del ajuste con miles de despidos, eliminación de políticas sociales, achicamiento del Estado, veto a la financiación de las universidades, congelamiento de las pensiones de los jubilados, etc. no han tenido muchas resistencias.
El troskismo argentino, mediante su prensa https://www.izquierdadiario.es/ES señala que el 2024 “se superó las 1200 protestas, con dos paros generales fuertes, dos marchas universitarias, una de más de un millón de personas; donde hubo al menos dos momentos donde darle derrotas a Milei que podrían haber abierto una nueva situación. Una es la votación de la ley de bases, en la que la CGT se negó a convocar a movilizar; y, otra, en el veto al aumento del presupuesto universitario, donde las burocracias y autoridades se negaron a llamar a la tercera marcha nacional que hubiera sido multitudinaria”. Y se pregunta ¿Qué hubiera pasado si estas peleas se daban con todas las fuerzas desplegadas?
El troskismo y la izquierda ortodoxa sigue pensando que las victorias se logran mediante la correlación de fuerzas, que es un fotograma de toda una película, y no quieren ver ni reflexionar que la victoria de Milei parasitaba principalmente en la movilización de las emociones y de los afectos, o sea movilizar la desafección, el desasosiego, el miedo, el hastío, creados por el sistema capitalista, porque los gobiernos progresistas dirigidos por izquierdas institucionales, no pudieron alterar la estructura de clases, dar seguridad a las mujeres, proyectos de vida para la juventud, derechos en salud y educación de calidad, mejorar las condiciones de vida, objetivos que implican auténticas transformaciones. En otras palabras, el sistema capitalista, aunque sea dirigido momentáneamente por marxistas-leninistas-maoistas, no produce otra vida, sino inocula el malestar en cada persona; entonces, cuando se moviliza el afecto, también moviliza el deseo, y con el deseo, como todos los seres humanos, cargamos dos pulsiones: la vida o la muerte, y depende de lo que se está movilizando, el deseo se irá para un lado o para otro. El posfascismo apunta más a una pulsión de muerte.

Repetir lo ya hecho o arriesgar haciendo otra cosa
El capitán Marcos, conocido como sub, cuando se dirige a los jóvenes recomienda “disfrutar sus crisis de género, de raza, de calendario, de clase, y llegará la realidad a confrontarlas y con ella la desesperación (el malestar), así les lleva hasta que no encuentren salida, entonces van a tener la opción de replegarse sobre sí mismos, encerrarse, o elegir la salida de emergencia, el suicidio; elijan la salida más difícil: organicen su desesperación, busquen a otros como ustedes, tal vez van a fracasar, pero van a ser una patada en los huevos del sistema”.
El país atraviesa un estado de desafección, desconcierto y decepción, pero convive con una necesidad enorme del cambio, cambio de personas, de proyectos, de emociones, de afectos. Cualquiera que sea elegido presidente en agosto, si no construye la salida con la gente, la salida será por un tiempo corto, porque volverá la convulsión social, ahí estará la “solución”, pero será una solución violenta sin horizonte. Somos testigos que al posfascismo no le interesa ya la democracia representativa o liberal, y en nuestro país la democracia liberal es una democracia de viejos impotentes, comenzando por Andrónico, R. Paz, Camacho, Lucho, Tuto, Evo, Doria Medina, Manfred, y, Mesa, que fluctúan entre los 36 a 71 años, son políticos que envejecen en el atrincheramiento de ideas y de su avaricia, cuando la vejez política debía ser cosechar el alumbramiento de un nuevo imaginario de transformación, de proyectos, de lenguajes, de emociones y deseos, de esa patria por venir, y de esa gente nueva que está abajo y a la izquierda. Por todo esto las elecciones no serán la solución.
El gran ausente en la política boliviana es el pensamiento crítico, porque las mayorías son incapaces de distinguir lo verdadero y lo falso entre todos los discursos políticos, debido a una sobrecarga extrema de información; en este caso, estamos hundidos en la impotencia, que es la incapacidad de determinar políticamente nuestro futuro, y si la política ha sido durante mucho tiempo una herramienta para realizar transformaciones de manera consciente y voluntaria, ahora la voluntad política se ha vuelto incapaz de decidir algo, solo hay que ver como los pueblos se han enfrentado ante la fuerza imparable del poder financiero o del poder militar, lo que se impuso fue la impotencia política, solo recordemos el golpe del 2019.
La mutación cognitiva que afecta a gran parte de la humanidad también hace mella en el país, ha tenido que pasar un millón de años para que aprendamos las palabras a través de nuestros progenitores, hoy la mayoría aprende las palabras mediante las máquinas; esta mutación cognitiva expresada en la hiper aceleración de la información, provoca que la mente no puede controlar emotiva y cognitivamente tanta información.
Cómo organizar ese malestar que vive la población boliviana, en gran parte la juventud, más aún cuando la ilusión reformista de cambiar el país sin conflicto, sin lucha política, sin ruptura con la clase dominante ha muerto, porque esos progresistas forman parte de los dominantes. El gobierno se maneja con dos premisas para lograr la victoria en agosto, la primera, es que la derecha está dividida, pero cuál derecha: la política o la clase dominante, y si la clase dominante está unida y busca otras opciones, como, por ejemplo, apoyar a un candidato y gobierno derechista, y que conquiste más concesiones, pero de corto plazo, porque vendrá la convulsión social; o, la otra opción, apoyar a un gobierno de izquierda, pero cediendo y haciendo sacrificios. En este caso, la clase dominante optará por un proyecto que sea catalizado por el efecto Trump-Rubio, con todas las consecuencias. La otra premisa de la victoria del gobierno es mantener indefinidamente esta fría y neutral forma de gobernar
El gobierno ha ratificado que seguirá impulsando la industrialización, la nacionalización, y la redistribución de los ingresos, si es para mejorar las condiciones de vida, esta acción pasa por una lucha feroz política-ideológica, incluso cultural, que debe conducirnos a una polarización, o sea cuando los extremos se hacen fuertes, algo que ocurrirá con la derecha con el pasar de los días. El reto de pensar hacia dónde vamos, es posible si tenemos claro de dónde venimos y qué nos ha dejado la historia para aprender: luchas destituyentes 2000-2003 y proceso constituyente sin traducción política; cooptación y prebendalismo de las organizaciones sociales; cupos y cuoteos del poder político; dedazos; falta de politización; campañas políticas como marketing; reelección del 2019; incapacidad de organizar el malestar; falta de comunicación política, y un largo etcétera. El capital ya tiene su programa y sus objetivos, Valerio Arcary plantea que se producirá una “latinoamericanización en los países occidentales y una asiatización en américa latina, todo para nivelar los costos de producción con China”, y esto exige subvertir o alterar el régimen liberal democrático mediante una guerra política-económica-cultural.
Jhonny Peralta Espinoza* Economista egresado de la Universidad Mayor de San Andrés (UMSA). Analista político. Ex militante Fuerzas Armadas de Liberación Zárate Willka.
Foto de portada: Jorge Ábrego EFE
Referencias:
[1] https://ctxt.es/es/20241201/Firmas/48139/rafael-poch-genocidio-gaza-gustavo-petro-cambio-climatico.htm
[2] https://ctxt.es/es/20240601/Politica/46654/Rafael-Poch-Ucrania-Rusia-guerra-EEUU-belicismo-OTAN.htm