Marx decía que la historia a veces suele repetirse, primero como tragedia y luego como farsa; pero también utilizar el paralelismo puede provocar que la política cometa errores y sea derrotado por la fuerza de los hechos.
El golpe del 2019 que terminó en tragedia, donde el gobierno solo atino a responder con llamamientos a marchas y contramarchas, desemboco en el derramamiento de sangre en Sacaba y Senkata; y el paro indefinido, causado por la postergación del censo, solo fue respondido en el plano técnico y, cuando la crisis se profundizaba, los cercos a la ciudad de Santa Cruz, se caracterizaban por carecer de línea política y estar inermes.
El paro indefinido y sus acciones desarrolladas, hicieron pensar al gobierno y a los analistas del MAS, como una repetición de los hechos del 2019; pero cuando vieron que el conflicto no se trasladaba al centro del poder político, La Paz, donde se definen los golpes de Estado, no pudieron reaccionar; por esta razón el paralelismo le llevo al gobierno actuar de manera falsa y desorientada. Aún más, ambos hechos, el 2019 y el paro indefinido, fueron enfrentados desde el gobierno por el tacticismo contrarrevolucionario, que solo perjudica el proceso político boliviano, que todavía no termina de consolidarse; por esto considero que las personas que tomaron decisiones, para afrontar el golpe de Estado y la postergación del censo, pueden ser consideradas mínimamente, como carentes de horizontes estratégicos.
Ahora que el paro indefinido como táctica, ha decidido tener un compás de espera, se devela que está vinculado a una estrategia como es el federalismo; la pregunta, pertinente es ¿podemos decir lo mismo de la táctica del gobierno, que aprueba el censo para marzo del 24?, la respuesta es que no está relacionada a una estrategia.
Si así están tirados los dados, es un deber hacer el balance, para afrontar con más posibilidades de victoria las futuras luchas políticas planteadas por la oligarquía cruceña; una lucha política, que de aquí en más, quiere plantear una nueva relación política con el Estado, y esto implica una reconfiguración política, una nueva correlación política estatal, un nuevo pacto fiscal, reducir el rol del estado en la economía a un 25%, y, quizás, nuevas competencias federales (tener su propia policía y su propia educación), en concreto esta ofensiva de la derecha quiere acabar con el centralismo y abrir una nueva época estatal.
El problema está planteado, y este es un obstáculo para llegar a las elecciones del 25, por tanto, es obligación del gobierno superar el tacticismo, que le permite por un tiempo ganar, pero sin la certeza de que el enemigo está derrotado.
El huevo de la serpiente: el eterno retorno
La derecha reaccionaria, con su vanguardia la oligarquía cruceña, ha vivido las victorias electorales del MAS, desde el 2005, como un goteo incesante en su frente, que no tardó en manifestarse en violencia racista, cuando el 2009 jugó al separatismo; éste fue su primer intentó serio para derrocar al gobierno del MAS, y fue el 21F que prácticamente acabó con la paciencia de la derecha antinacional, porque la obligó a que desde el 2017, comience su conspiración internacional, cuando el departamento de Estado norteamericano, condenó la decisión del Tribunal Constitucional de Bolivia e instó a Morales desistir de ser candidato en los comicios del 2019.
El 2019, la derecha da un golpe de Estado y derrota al proceso de cambio, pero serán las masacres y la corrupción, además de instalar más de 200 puntos de bloqueo en agosto de 2020, que provoque la caída de la derecha fascista y el retorno del MAS al gobierno. Pero, en noviembre del 2021, nuevamente la derecha golpista, aprovechando lo que denominaron “una ventana de oportunidad” se lanza nuevamente a desestabilizar al gobierno, que al final retira el proyecto de ley contra las ganancias ilícitas, y desarma el plan de derrocamiento. Ahora, con el pretexto de la fecha del censo, nuevamente la oligarquía cruceña se pone a conspirar armado de una narrativa de narco Estado, gobierno corrupto e incapaz para reformar la justicia, y se lanza a un paro indefinido amparado en un proyecto basado en su potencia económica, que aspira, tarde o temprano, a tener el control del poder político.
Y para lograr este objetivo, plantean revisar la relación política de Santa Cruz con el Estado, y lo hacen conscientes de una realidad lacerante, como es la debilidad estructural del aparato del Estado: no contamos con un ejército y una policía constitucionalistas; 256 municipios con menos de 20 mil habitantes, no cuentan con un médico forense, un juez y un fiscal, un dentista; en 30 municipios con más de 45 mil personas, vive el 75% de la población boliviana; dentro de 10 años, el 90% de la población vivirá en el 15% del territorio, dejando vacío más de 900 mil km2; a esto se suma que el aparato productivo cruceño alimenta con el 75% al país; estas son las causas que enarbola para plantear un proyecto de país, pero cuyas características son racistas, fascistas y etnocéntricas.
Así, la audacia de la oligarquía cruceña se lanza a capturar el poder político, de un poder que sigue en posesión de las clases dominantes (llámese banqueros, industriales, agroindustriales, constructores, mineros cooperativistas y privados, altas cúpulas militares y policiales, y otros); porque el poder nunca lo tuvo el MAS, y solo se dedicó a gestionar el capitalismo, utilizando los excedentes económicos para cerrar las brechas de la desigualdad, pero donde el capital, su estructura y su poder, no se han visto dañados de forma estructural.
En conclusión, el gobierno debe saber de forma clara y concreta, si sus tácticas sirven al carácter de una revolución definida o no, porque la eficacia de las tácticas depende del lugar al que nos conducen; caso contrario el eterno retorno reactivado de la derecha racista, fascista y etnocéntrica arrastrará a sangre y fuego el último reducto del proceso de cambio.
El reto de la derecha al gobierno: guerra a muerte entre dos mundos
La oligarquía cruceña plantea al país y confronta al gobierno, reimaginando su ofensiva reaccionaria a partir de una «guerra de posiciones», donde el rasgo clave de esta clase de guerra, es la afirmación y el desarrollo de una nueva visión del mundo, y cuyas características ya lo citamos más arriba, y a los que podemos añadir, la naturalización y legalización de la violencia desmedida. En esta nueva forma de arremetida derechista, el objetivo es, lo que Gramsci llama construcción de hegemonía, o sea no hay poder sin hegemonía, sin control sobre los gestos de la vida corriente. Y lo que estamos viendo en la capital cruceña es una hegemonía cultural que se expresa en las calles, y su militarización, a la que han llamado intelectuales orientales como la fuerza inamovible frente a la fuerza irresistible del gobierno. En este caso, no hay espacio para que las dos fuerzas convivan.
Frente a la guerra de posiciones de la cruceñidad, en el proceso de cambio la reacción fue reactiva, ir al encuentro de la oligarquía cruceña, mediante los cercos a la ciudad cruceña, cercos que tenían una alta probabilidad de desembocar en una confrontación cruenta, donde los compañeros iban inermes a una carnicería, un acto desleal del gobierno, que no coordino un plan ofensivo, una línea política y una dirección política. De producirse ese enfrentamiento, las huestes paramilitares, léase unión juvenil cruceñista, con una estructura y buena capacidad de fuego, además del control del territorio, iba a arrasar a sangre y fuego, y denunciar la “invasión colla”. Pero no se produjo lo que deseaba el fascismo cruceño, aunque los efectos de los cercos los utilizo su aparato mediático, para mostrar que la cruceñidad fue víctima de los ataques de los masistas y la policía; que la ciudad cruceña fue castigada por un terrorismo de estado que les privó de gasolina y les prohibió exportar sus productos, para financiar su sedición; que los occidentales fueron invadidos por los «collas salvajes».
Como vemos la cruceñidad se aferra a la guerra de posiciones (armado de su UJC), y el MAS le responde con la polarización, enviando gente sin preparación ni línea política; la derecha cruceña enarbolando ya sea el federalismo o el separatismo, de acuerdo a cómo se desarrolla la correlación de fuerzas, frente a un gobierno, sin el apoyo del MAS, que deambula en el laberinto de su soledad.
Salir de la guerra a través de la política, o la política reproduce la guerra por otros medios
El federalismo o separatismo que plantea la oligarquía cruceña, si o si, vendrá acompañado de tambores de guerra, o sea de derramamiento de sangre; pero esta guerra de posiciones del lado de la cruceñidad oligarca, se desarrolla construyendo dentro de sus muros, sus defensas paramilitares levantadas contra un territorio poblado por la indiada, y a los que se desea demostrar por la fuerza, quiénes son los amos reales, porque su territorio ha sido apropiado por esa oligarquía de una manera ilegal. ¿La política será la vía de salida de este plan guerrerista con el que nos confronta la oligarquía racista? O, por el contrario, ¿si las élites sediciosas aspiran a tener nuevas relaciones políticas con el Estado, esto provocará reproducir otras formas del ejercicio de la violencia?
Ya sea el federalismo o el separatismo, lo que demuestra la oligarquía fascista, es una adicción excesiva por el territorio, y esta adicción no puede hacerla realidad junto a la indiada occidental, por eso ya no quiere pertenecer a la bolivianidad; y, además, es incompatible con la supresión (exterminio) de la indiada que vive en territorio cruceño, como era el sueño de René Moreno: la comunidad cruceña sin kollas. Entonces, que los sectores reaccionarios de la derecha encaren su proyecto con métodos fascistizantes nos demuestra, en verdad, que la coyuntura tarde o temprano se dirigirá a una resolución violenta, con grandes posibilidades de definirse de un modo victorioso para la derecha antinacional.
Por tanto, en esta situación, parece que la salida política está desahuciada o, por el contrario, ha llegado el momento de definir la hegemonía económica-política-cultural, desde la visión de los movimientos indígenas y populares, a partir de un punto de quiebre.
La salida que vamos a plantear es la guerra de movimientos, subordinada a la política. Gramsci, pensaba que esta clase de guerra solo tiene éxito donde la sociedad es relativamente autónoma del Estado y la sociedad civil, o sea la escuela, iglesia, medios de comunicación, que construyen el consenso social, es primaria y gelatinosa.
En este caso, la movilización de los movimientos sociales debe ser extraordinariamente extenso, porque estamos en una crisis nacional general; movilizaciones que deben ser acompañadas de una hegemonía previa, o sea de una política expresada en las correlaciones de fuerzas, que no deben ser exclusiva ni predominantemente electorales o basados en el miedo y la coerción, como las que implementa las huestes de la derecha fascista.
Esta correlación de fuerzas, son en estricto sentido una combinación desigual de fuerzas económicas, sociales, políticas, ideológicas, institucionales, militares, internacionales y culturales, donde se evalúan factores de movilización de recursos de poder, de militancia y movimientos sociales y de control de centros estratégicos de decisión. Pero esta movilización de factores no puede darse en medio de la confusión en cuestiones estratégicas, ahora es cuando las palabras profundización y reconducción tienen más sentido que nunca, porque debe responder al proyecto político histórico compartido que vamos a defender y construir de aquí en más.
Por esto es necesario despejar ambigüedades y confusiones, superar las divisiones y el fraccionalismo, tener certeza que vamos a defender un proyecto que no está anclado en el pasado, que tiene el objetivo de resolver una contradicción entre la indiada y la blanquitud; donde uno de los contendientes está en inferioridad militar, y sólo el elemento moral puede invertir la situación. Tal como recordaba Herodoto, cuando decía cómo un puñado de griegos había derrotado a inmensos ejércitos persas; donde los persas (cruceños) luchaban bajo el látigo, mientras que los griegos (la indiada) peleaban por su territorio.
Profundizar y reconducir hacia un nuevo mundo de la política
La guerra de movimientos debe ser acompañado de un renovado proyecto político histórico, que puede ser viabilizado por una nueva constituyente, pero que está vinculado a la construcción de una hegemonía, basado en un nuevo mapa político, como pueden ser los ecosistemas de los Yungas, la Amazonía, el Bosque Chiquitano, el Gran Chaco y los Bosques Interandinos. Donde la toma del poder por parte de las 36 nacionalidades, no se las puede desviar con tractores o dádivas, sino que se encaminen al autogobierno y así manejar sus propios destinos. Lo mismo sucede con los pueblos originarios del oriente en cuanto al uso y tenencia de la tierra, que no debe terminar con la titulación de la tierra, sino con el reconocimiento del territorio que cada pueblo originario considera históricamente suyo, para poder manejarlo y construir su poder en él; igualmente con el reconocimiento de la Nación Camba, que debe poseer también la capacidad de autogobernarse.
Todo esto se reflejará en una nueva forma de democracia, donde el poder legislativo, si bien sigue cobijando a los representantes de esos ecosistemas y de los autogobiernos, pero que esos representantes, a lo mejor, serán el producto de democracias participativas y comunitarias. Sin olvidarnos de las fuerzas armadas que debe transformarse en una institución productiva, y el derecho tendrá que construir una justicia desde donde se sufre injusticias, reflejando el mapa político de ecosistemas.
El mapa de ecosistemas y autogobiernos deben ser espacios horizontales, no jerárquicos, porque la fuente de su poder es también la madre tierra, de esta manera estamos alentando la participación, rehuyendo la idea de los caudillos; porque se trata de construir liderazgos colectivos, para que esos espacios se consoliden como algo diferente. Así, la hegemonía corresponderá al colectivo una vez que se hayan desarrollado las nuevas prácticas culturales, que hayan desplazado a los viejos estilos y modos. Quizás estemos abriendo la posibilidad de imaginarnos, de una vez por todas, cómo puede ser la andadura del vivir bien.
Jhonny Peralta Espinoza* ex militante Fuerzas Armadas de Liberación Zárate Willka. Economista egresado de la Universidad Mayor de San Andrés (UMSA). Analista político.
Imagen de portada: Mapa que expresa el viejo anhelo de la derecha separatista cruceñista/Internet