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Anatomía de una decadencia

Escrito Por Tadeo Casteglione

Por Tadeo Casteglione* – En el teatro geopolítico contemporáneo, asistimos a una farsa tragicomica donde los actores principales han olvidado que el telón ya debería haber caído.

La reciente declaración de María Zajárova, portavoz de la Cancillería rusa, comparando la ayuda militar europea a Ucrania con “pagar la comida a un moribundo”, constituye más que una provocación diplomática: representa una radiografía implacable de las contradicciones sistémicas que atraviesa el orden unipolar estadounidense en su fase terminal.

El comentario sarcástico de Zajárova, “es como si te dijeran que pagues por la comida, pero quien come es otro… y luego muere, ¿verdad?”, surgió tras las quejas de Kaja Kallas, jefa de la diplomacia europea, quien cuestionó que Washington no planee aportar a la adquisición de armas para Kiev mientras exige a Europa financiarlas.

Estas palabras revela la lógica extractiva que ha caracterizado históricamente la hegemonía estadounidense, pero que ahora opera sobre aliados agotados y recursos menguantes.

La aritmética brutal de la supervivencia hegemónica

Las amenazas de Trump de imponer aranceles del 100% a los países que comercien con Rusia si no se alcanza un acuerdo en 50 días ilustran perfectamente la desesperación estratégica de una potencia que ha perdido las herramientas tradicionales de coerción soft y debe recurrir a ultimátums económicos cada vez más extremos.

Esta escalada arancelaria no es una muestra de fortaleza, sino la confesión implícita de que las sanciones tradicionales han fallado rotundamente.

La estructura del nuevo esquema de financiamiento de armas para Ucrania revela una ironía histórica: Estados Unidos, el autoproclamado líder del “mundo libre”, ha convertido a sus aliados europeos en una especie de feudatarios tributarios obligados a financiar las aventuras militares de su señor imperial.

Como señaló Kallas, “si prometes proporcionar armas, pero dices que alguien más va a pagar por ellas, no eres tú quien realmente las proporcionó”. En esta lógica, Europa no solo paga las facturas, sino que asume los riesgos geopolíticos mientras Washington mantiene la apariencia de liderazgo.

La economía política del vasallaje moderno

El esquema propuesto por Trump para que Europa compre armas estadounidenses destinadas a Ucrania constituye un modelo de negocio perfecto para el complejo militar-industrial estadounidense.

Es, literalmente, una venta garantizada donde el comprador no tiene derecho a veto y el destinatario final no puede rechazar el producto. Los europeos financian, los estadounidenses producen y Ucrania consume hasta el último cartucho.

Esta dinámica no es accidental. Refleja la transformación de la OTAN de una alianza defensiva a una plataforma comercial militarizada donde el artículo 5 ha sido reinterpretado como una cláusula de compra obligatoria.

Los “aliados” se han convertido en clientes cautivos de un sistema que ya no puede sostener su hegemonía a través del soft power y debe monetizar directamente su capacidad destructiva.

El laboratorio de la resistencia multipolar

Desde una perspectiva geopolítica fría, Ucrania nunca fue el objetivo real del conflicto, sino el terreno elegido para librar una batalla existencial entre dos paradigmas: el orden unipolar que se resiste a morir y el mundo multipolar que pugna por nacer.

Como ha advertido Zajárova, “el envío de armas al régimen terrorista del Zelenski conduce a la prolongación de las acciones bélicas, literalmente a la destrucción de Ucrania y de los ucranianos”.

La tragedia ucraniana radica en que su territorio se ha convertido en el matadero donde el orden unipolar intenta demostrar que aún tiene músculo para someter a potencias rivales.

Cada entrega de armas, cada paquete de ayuda militar, cada declaración grandilocuente sobre la “defensa de la democracia” no son sino intentos desesperados de prolongar artificialmente la agonía de un sistema que ya no tiene la capacidad material para imponer su voluntad globalmente.

El discurso occidental sobre Ucrania opera bajo una inversión semántica donde “defender” significa alimentar una guerra que no puede ganar militarmente. La estrategia no busca la victoria ucraniana —objetivo que los propios estrategas occidentales reconocen como inalcanzable— sino maximizar el costo para Rusia y, por extensión, para el bloque multipolar emergente.

Esta lógica sacrificial revela el verdadero carácter del humanitarismo occidental contemporáneo: no se trata de salvar vidas ucranianas, sino de utilizarlas como combustible en una máquina geopolítica que funciona bajo la premisa de que es preferible destruir un territorio antes que permitir que escape de la órbita occidental.

El declive de la autonomía estratégica occidental

La transformación de la Unión Europea de una aspirante a potencia civil autónoma a un apéndice militar de Washington representa uno de los fracasos geopolíticos más espectaculares del siglo XXI.

Las quejas de la OTAN sobre el esquema de financiamiento estadounidense evidencian una conciencia tardía de que Europa ha hipotecado su soberanía estratégica a cambio de la ilusión de relevancia global.

El proyecto europeo, concebido originalmente como una alternativa al bipolarismo de la Guerra Fría, ha terminado siendo absorbido por la lógica unipolar estadounidense en su fase más degradada.

Los europeos se encuentran en la paradójica situación de financiar su propia irrelevancia: pagan por armas que no controlan, para una guerra que no decidieron, en defensa de principios que han perdido toda credibilidad.

En ese aspecto también vale la pena recalcar la influencia occidental en la búsqueda de crear otros episodios de choques y conflictos contra Rusia desde Asia Central y el Caucaso usando diversos actores proxys en la dinámica desenfrenada para detener a Rusia.

La evolución de la OTAN de una alianza defensiva a un mecanismo de extracción económica refleja la transformación más amplia del orden unipolar. Ya no se trata de una hegemonía basada en consenso o beneficio mutuo, sino de un sistema extractivo donde el poder central absorbe recursos de la periferia para mantener artificialmente su posición dominante.

Rusia: El catalizador de la transición multipolar

La operación militar especial rusa en Ucrania debe entenderse no como una acción aislada, sino como el momento en que la principal potencia militar del bloque multipolar decidió acelerar la transición hacia un nuevo orden global.

Al resistir exitosamente la presión militar, económica y diplomática occidental, Rusia ha demostrado que el orden unipolar ya no posee los recursos necesarios para someter a potencias de primer orden.

La resistencia rusa no es meramente militar; es sistémica. Ha obligado al orden unipolar a mostrar sus cartas, revelando que detrás de la retórica sobre “valores democráticos” y “orden basado en reglas” opera una lógica puramente extractiva y coercitiva que ya no puede disimular su naturaleza imperial.

Las nuevas amenazas arancelarias de Trump contra Rusia y sus socios comerciales ilustran la transformación de la política exterior estadounidense de la construcción hegemónica a la destrucción mutua asegurada económica.

Estados Unidos ya no busca integrar a Rusia en un orden favorable, sino aislarla completamente, aun a costa de fragmentar el sistema económico global que ha sido la base de su propio poder.

Esta estrategia de “tierra quemada” económica revela que Washington ha optado por destruir el sistema internacional antes que permitir su democratización multipolar. Es el equivalente geopolítico de un aristócrata decadente que incendia su palacio antes que entregarlo a los plebeyos.

Los 50 días de la desesperación

El ultimátum de Trump a Putin para alcanzar un acuerdo en 50 días constituye un ejemplo perfecto de cómo la debilidad estructural se manifiesta como agresividad superficial. Los ultimátums son el recurso de quien ya no tiene margen de maniobra: representan la confesión implícita de que las herramientas tradicionales de presión han fallado.

La fijación temporal del ultimátum revela además la presión interna que enfrenta la administración Trump. No es Rusia quien necesita un acuerdo en 50 días; es el orden unipolar estadounidense el que requiere urgentemente una victoria, aunque sea simbólica, para justificar ante sus propios aliados la inversión masiva de recursos en un proyecto que muestra todos los síntomas de fracaso.

Cuando una hegemonía declinante no puede lograr sus objetivos a través de medios proporcionales, tiende a compensar con escaladas asimétricas. Los aranceles del 100% no son una respuesta racional a la situación en Ucrania; son la manifestación desesperada de un sistema que intenta recuperar relevancia a través de la destrucción mutua.

Esta dinámica es particularmente peligrosa porque opera bajo la premisa de que es preferible un mundo en ruinas bajo control estadounidense que un mundo próspero bajo liderazgo multipolar. Es la lógica del “si no puedo tenerlo, nadie puede tenerlo” aplicada a escala planetaria.

La estrategia occidental en Ucrania ilustra perfectamente cómo las potencias declinantes tienden a acelerar su propia caída a través de decisiones que buscan revertir tendencias irreversibles. Cada escalada militar, cada paquete de sanciones, cada ultimátum no ha hecho sino fortalecer la coalición multipolar y debilitar la cohesión del bloque occidental.

El apoyo a Ucrania, diseñado para “debilitar a Rusia”, ha resultado en el fortalecimiento del eje Rusia-China-India-Irán y la emergencia de instituciones financieras alternativas que socavan el monopolio occidental sobre el sistema monetario global.

Es un ejemplo paradigmático de cómo las élites occidentales, atrapadas en su propia retórica, son incapaces de realizar cálculos estratégicos racionales.

El moribundo y sus herederos

El intercambio entre Zajárova y Kallas trasciende la anécdota diplomática para convertirse en una metáfora perfecta del momento histórico que vivimos. Europa, en el rol del pariente que paga los gastos médicos de un paciente terminal, comienza a preguntarse si no sería más sensato destinar esos recursos a construir una nueva vida después del funeral.

La resistencia rusa ha acelerado un proceso que ya estaba en marcha: la transición hacia un orden multipolar donde ninguna potencia individual puede imponer unilateralmente su voluntad sobre el resto.

Ucrania, trágicamente, se ha convertido en el laboratorio donde se experimenta esta transición, con consecuencias devastadoras para su población pero clarificadoras para el sistema internacional.

La locura del régimen de Kiev no radica en su belicosidad —que es comprensible desde la perspectiva de un Estado colonizado— sino en su función como proxy de un orden internacional que ya no tiene futuro. Al aceptar ser el instrumento de la resistencia desesperada del orden unipolar, Ucrania se ha condenado a ser destruida no por sus enemigos, sino por sus propios aliados.

El mundo multipolar que emerge de esta crisis no será necesariamente más justo o pacífico que el orden unipolar que reemplaza. Pero será, inevitablemente, más realista: un sistema donde el poder se distribuye de acuerdo con capacidades reales y no con pretensiones históricas.

Y en esa redistribución del poder global, los que insistan en alimentar a los moribundos con el dinero de otros descubrirán que la historia tiene poco espacio para la nostalgia imperial.

Tadeo Casteglione* Experto en Relaciones Internacionales y Experto en Análisis de Conflictos Internacionales, Periodista internacional acreditado por RT, Diplomado en Geopolítica por la ESADE, Diplomado en Historia de Rusia y Geografía histórica rusa por la Universidad Estatal de Tomsk. Miembro del equipo de PIA Global.

*Foto de la portada: RIA NOVOSTI

Acerca del autor

Tadeo Casteglione

Diplomado en Geopolítica por la ESADE, Diplomado en Historia de Rusia y Geografía histórica rusa por la Universidad Estatal de Tomsk. Experto en Relaciones Internacionales y Experto en Análisis de Conflictos Internacionales.

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