Análisis de los contactos entre Imran Khan y Estados Unidos

El ex primer ministro pakistaní Imran Khan, que fue depuesto a principios de abril por un golpe de Estado posmoderno orquestado por Estados Unidos pero impulsado a nivel interno como castigo por su política exterior independiente, se reunió supuestamente con el ex diplomático estadounidense, analista de la CIA y experto regional Robin Raphel. Sus enemigos están dando vueltas a esta noticia exactamente igual que tergiversaron los informes anteriores sobre qué había hablado en secreto con el embajador estadounidense y que supuestamente había contratado a una empresa de lobby de EE.UU., para desprestigiar al jefe del PTI como hipócrita.

Según esta narrativa de la guerra de la información, no cree realmente que Estados Unidos haya sido responsable de su destitución, sino que se ha inventado esa historia para conseguir el apoyo popular para su planeado regreso político. Los que venden esta interpretación de los informes pertinentes también afirman que explotó el llamado sentimiento «antiamericano» antes de alcanzar ese objetivo. Después de todo, según ellos, va supuestamente en contra de todo lo que ha dicho desde su destitución para tener cualquier contacto positivo con Estados Unidos.

La realidad es totalmente diferente, exactamente como todo lo malicioso que se ha afirmado sobre el ex primer ministro desde su destitución ha resultado ser siempre. En primer lugar, nunca fue «antiestadounidense», como explicó el autor en su análisis para un destacado think tank ruso a finales de abril, sino que fue sistemáticamente propaquistaní, ya que todo lo que Imran Khan quería era tener relaciones de igualdad con Estados Unidos. Además, el autor también defendió los supuestos esfuerzos del ex líder por mejorar los lazos con Estados Unidos a mediados de agosto.

Es de suma importancia que el hombre que podría volver a presidir Pakistán en caso de que se celebren elecciones libres y justas articule claramente su acercamiento a Estados Unidos para contrarrestar todas las noticias falsas al respecto. Sus enemigos están propagando falsas afirmaciones sobre su postura para sembrar el miedo de que es una especie de radical, lo que pretende poner a la gente en su contra, al tiempo que refuerza el apoyo de Estados Unidos a los impopulares apoderados que instalaron en su lugar.

Los pakistaníes merecen saber que las políticas previstas por el ex primer ministro Khan son el epítome del patriotismo y el pragmatismo, y no de la traición y el radicalismo, como se les ha hecho creer. En cuanto a Estados Unidos, debe entender urgentemente que su probable regreso al cargo (sea cuando sea, sin el escenario de que sea encarcelado o asesinado, Dios no lo quiera) no le hará trabajar en contra de sus intereses mutuos objetivos, ya que tiene la sincera intención de cultivar unos intereses positivos pero justos, como ha reafirmado recientemente.

Nada de esto es hipócrita, ni va en contra de su creencia de que Estados Unidos fue realmente responsable de su destitución mediante un golpe de Estado posmoderno, ni equivale a que, en retrospectiva, haya explotado supuestamente el «antiamericanismo» por razones políticas interesadas. Afirmar lo contrario no es más que una forma maliciosa de guerra de la información contra las mentes de los pakistaníes medios y los responsables de la toma de decisiones estadounidenses, lo que la convierte en un subsector de la guerra híbrida o lo que se describe como guerra de la quinta generación (5GW) en Pakistán.

Estados Unidos quiere completar la reorientación geoestratégica del sur de Asia, que ha visto cómo Pakistán pasaba de ser la «cremallera de Eurasia» a la «línea de falla de Eurasia» como resultado del golpe de estado posmoderno que Estados Unidos orquestó a través de sus apoderados internos (algunos de los cuales eran simplemente «idiotas útiles»). Sin embargo, el principal obstáculo para el proyecto ha sido la impopularidad sin precedentes del gobierno importado y la consiguiente escalada de la resistencia pacífica de la población a esta dictadura de facto respaldada por el extranjero.

Con una base tan inestable, el futuro de este proyecto geoestratégico seguirá siendo siempre precario, e incluso podría colapsar si una masa crítica de la población se radicaliza hasta el punto de replicar con éxito la revolución genuinamente antiamericana de Irán. Este escenario no se puede descartar y la preocupación se hace cada vez más creíble cuanto más tiempo continúe la dictadura recién instalada por Estados Unidos desafiando descaradamente la voluntad del pueblo y abusando de los disidentes con impunidad.

Teniendo en cuenta que es imposible tener un alto grado de confianza en las perspectivas a largo plazo de los objetivos maximalistas de Estados Unidos en Pakistán, se deduce por tanto que los responsables de la toma de decisiones de Estados Unidos, comparativamente menos radicales desde el punto de vista ideológico, podrían contemplar razonablemente la posibilidad de recalibrar esta política de forma pragmática. Para ello, tiene mucho sentido que entren en contacto discretamente con Imran Khan para que éste articule su visión de Pakistán, de modo que puedan comprobar si es parcialmente compatible con la suya.

El terreno común que podría encontrarse entre ellos es su deseo de que Pakistán sea realmente neutral en la Nueva Guerra Fría entre el Billón de Oro de Occidente liderado por Estados Unidos y el Sur Global liderado por los BRICS. En la actualidad, el gobierno títere practica una política de falsa neutralidad por la que proclama su neutralidad ante el conflicto ucraniano y no ha sancionado a Rusia, pero se le acusa de enviar clandestinamente armas a Kiev y podría decirse que Moscú está relacionado con el atentado del ISIS-K contra su embajada en Kabul.

Mientras que las ambiciones maximalistas de Estados Unidos no se alcanzarían si él cortara potencialmente esa línea de ratas a Kiev, asegurando que toda la información antiterrorista relevante se compartiera con Rusia, y avanzando con el gasoducto Pakistan Stream, su compromiso de principio de permanecer neutral en la Nueva Guerra Fría significa que Pakistán siempre estará abierto a inversiones estadounidenses mutuamente beneficiosas. La realidad es que cualquier acuerdo de este tipo representaría el máximo alcance de la influencia estadounidense que es sostenible.

Como se ha visto en los cinco meses transcurridos desde el golpe posmoderno, todo lo que vaya en contra de los intereses nacionales objetivos de Pakistán y lo convierta en un vasallo estadounidense es inaceptable para la gran mayoría de la población. Su resistencia pacífica a la relación desequilibrada con Estados Unidos que se les acaba de imponer significa que este enfoque tiene perspectivas muy precarias a largo plazo, como se explicó anteriormente, de ahí que lo mejor para Estados Unidos sea recalibrar pragmáticamente mientras tenga la oportunidad.

Como se escribió anteriormente, cuanto más tiempo las autoridades golpistas posmodernas continúen desafiando la voluntad del pueblo y abusando de los disidentes con impunidad, más creíble será el escenario de una revolución antiamericana similar a la iraní, ya que algunas personas seguramente se radicalizarán por los acontecimientos. Por lo tanto, es urgente que Estados Unidos cambie de marcha mientras pueda, ordenando a sus apoderados que celebren elecciones libres y justas lo antes posible para que la crisis política que ha creado pueda ser desactivada pacíficamente.

No hacerlo para siempre conlleva el riesgo de que el intento codicioso de promover sus objetivos maximalistas en Pakistán a expensas de los intereses de ese país y de la autoestima de su pueblo se vuelva dramáticamente contraproducente, exactamente como ocurrió en Irán hace más de cuatro décadas. La única manera de contrarrestar preventivamente este escenario cada vez más creíble es que el pueblo pakistaní decida por sí mismo quién quiere que le gobierne en lugar de que el hegemón unipolar estadounidense en declive seleccione a una cábala de sinvergüenzas para este papel.

Por lo tanto, devolver a Pakistán a su anterior política de neutralidad de principios que practicaba sinceramente antes del golpe posmoderno y restaurar así plenamente su soberanía redunda en el interés objetivo de Estados Unidos, ya que frustra el escenario iraní a la vez que preserva la posibilidad de inversiones mutuamente beneficiosas. Por lo tanto, Estados Unidos puede conseguir mantener cierta influencia positiva en Pakistán en lugar de arriesgarse a perderla toda de la peor manera posible si ese país sigue el camino que siguió Irán en 1979.

Sin embargo, en primer lugar, Estados Unidos debe aceptar que es improbable que sus objetivos maximalistas en Pakistán se alcancen a largo plazo debido a la insostenibilidad de la base sobre la que se construye esta política, como demuestra la impopularidad sin precedentes de sus apoderados. En segundo lugar, debe darse cuenta entonces de que la única válvula de presión realista son unas elecciones libres y justas lo antes posible, tras lo cual debe aceptar el tercer paso de que Imran Khan vuelva al cargo en ese escenario.

Los contactos que el ex líder ha mantenido con funcionarios estadounidenses, tanto directos a través de su supuesta videollamada con su embajador el mes pasado y la última supuesta reunión con Raphel, como indirectos a través de la empresa de lobby estadounidense que su partido supuestamente contrató, probablemente pretenden convencerles de esos tres pasos. Parece que también son receptivos, de lo contrario Raphel no se habría reunido con él como se ha afirmado recientemente, lo que sugiere que Estados Unidos podría estar reconsiderando su apoyo al régimen títere.

Por supuesto, es probable que sólo la facción comparativamente menos radical de sus responsables esté explorando esa posible recalibración de la política en este momento, pero incluso eso en sí mismo es un logro en la medida en que revela que algunos funcionarios estadounidenses están teniendo segundas dudas sobre sus apoderados. Hasta que no se produzcan acciones reales, nadie debe hacerse ilusiones, pero tampoco hay que perder la esperanza, ya que no se puede descartar que EE.UU. acepte el regreso de Imran al igual que parece aceptar el de Lula en Brasil.

*Andrew Korybko es analista político estadounidense con base en Moscú.

FUENTE: One World.