Nuestra América

América Latina, área de disputa

Por Carlos Raimundi.- El desconcierto que genera el corrimiento persistente de todo límite previsible en el plano de la política doméstica en nuestra región, responde a una racionalidad mayor situada en el plano de la fase actual de la disputa geopolítica.

En aquellas primeras semanas luego del golpe de 1976, vivíamos momentos de gran perplejidad. Una sinrazón sucedía a la otra. Nos enterábamos de hechos atroces a los que no se encontraba una explicación racional. Reinaba la falta de límites, no se lograba entender la clave en la que funcionaba el nuevo sistema instaurado. Con el tiempo, se fue tornando evidente que esa clave, de un nivel de despropósito sin precedentes, no respondía a una lógica conocida.

Hizo falta que trascurriera algún tiempo para entender que la situación era inexplicable desde la perspectiva de los hechos políticos habituales, ni siquiera desde la disputa entre bandos políticos o económicos al interior de la Argentina. Fue la Carta Abierta de Rodolfo Walsh –de ahí su trascendencia- la que sistematizó por primera vez la conexión entre las más terribles violaciones de los derechos humanos fundamentales y un plan económico que trascendía nuestras fronteras.

El desarrollo industrial había permitido el crecimiento económico más colosal desde los inicios de la cultura, y la apropiación de esa riqueza estaba en disputa. De cómo se dirimiera esa disputa dependería el modo de organización política que predominaría de allí en más a escala planetaria.

Por un lado, sucedía una serie de acontecimientos de claro signo emancipador. Los movimientos de liberación en África y Medio Oriente, la Revolución Cubana, la lucha por los derechos civiles en los Estados Unidos su fracaso en Vietnam, el Mayo francés. Protagonizados por miles y miles de jóvenes, estos hechos daban cuenta, aunque no contaran con una dirección política centralizada, de que se aspiraba a distribuir solidariamente  aquel crecimiento económico.

Otra consecuencia del crecimiento fue la concentración y trasnacionalización del capital, el cual, perjudicado por la crisis del petróleo, se vio obligado a renovar sus formas de producción para reducir su dependencia de los hidrocarburos. Esto aceleró los tiempos de la revolución tecnológica, y la necesidad de financiarla.

El capitalismo tuvo la inteligencia, ante aquella encrucijada, de hacer que los dólares provenientes de la exportación del petróleo del Tercer Mundo, en lugar de financiar su desarrollo y achicar la brecha respecto del norte desarrollado, prefirieran las plazas financieras de los países industrializados, y solventaran los adelantos tecnológicos de estos últimos. El aumento del petróleo que residía bajo los suelos del subdesarrollo terminó ampliando la brecha de poder en favor de los estados y las firmas más poderosas. El capitalismo pasaba de su fase productiva, industrial e incluyente, al patrón financiero, con una producción robotizada que iría excluyendo grandes masas de trabajadores y trabajadoras.

La segunda fuente de financiamiento de este proceso, luego de los dólares del petróleo, fueron las deudas contraídas por las dictaduras latinoamericanas, poniéndose a la cabeza la dictadura argentina instalada en 1976. Es decir, aquel endeudamiento tuvo una dimensión política antes que económica. El sistema financiero internacional sabía que prestaba dinero a países que, al mismo tiempo que le aplicaban planes recesivos, nunca podrían devolverlo. El sentido de aquella deuda externa incobrable desde lo económico, era el condicionamiento de su política. Y para ello había que exterminar a una generación militante imbuida de aquel espíritu emancipador de la época. Allí estaba la racionalidad de la sinrazón.

La sensación de desconcierto actual

Pese a las claras diferencias de contexto, hoy asistimos en toda América Latina a un momento comparable de cierto desconcierto, cuando a diario un nuevo atropello traspone de manera inimaginable los límites de la democracia. Los dispositivos mediáticos y judiciales están cooptados y el espionaje se ha convertido nuevamente en un factor de poder determinante, con autonomía de toda regla ética o jurídica. El funcionamiento ilegal de los aparatos represivos del Estado ha recuperado el terreno que supo ocupar progresivamente en cada una de las dictaduras que tuvieron lugar en nuestros países.

Cuando el Estado ejerce sus facultades reguladoras de la economía con el fin de angostar la brecha de exclusión y desigualdad en pos de una mayor cohesión social, decrece su necesidad de apelar al sistema de coerción. Al contrario, cada vez que se pone en marcha un modelo basado en desarticular la capacidad regulatoria del Estado sobre los grupos económicos, éste se torna más autoritario en el plano represivo. A partir de la doctrina de los “golpes blandos”, la crueldad extrema ejercida a nivel masivo por las fuerzas armadas fue remplazada por la manipulación de las estructuras de representación simbólica de las mayorías. Pero la apropiación del sistema institucional, la des-estructuración del patrimonio nacional y las herramientas de soberanía, y el empobrecimiento colectivo tienen idénticos alcances que las dictaduras clásicas. Asistimos a un modelo inédito de vaciamiento y re-colonización de las herramientas institucionales de la democracia, con fines similares a los de las irrupciones militares.

Hoy, la ocupación militar del territorio fue remplazada por un método indirecto. Se ocupan las mentes, y a partir de ello el territorio. La novedad que en su momento fue para nosotros la categoría de ‘detenido desaparecido’ la constituyen hoy conceptos como ‘lawfare’, ‘fake news’ o ‘posverdad’. Pero el proyecto y sus consecuencias son los mismos.

La etapa geopolítica

La hegemonía del capital financiero globalizado trajo como consecuencia tal nivel de concentración de riqueza, sobre-explotación de las masas trabajadoras, expoliación de los recursos naturales y de las reservas estratégicas, e incremento de la exclusión y el desamparo, que se muestra incapaz de despertar ningún horizonte de esperanza, salvo en el reducido puñado de sus beneficiarios.

Sugestivamente, la única economía que ha crecido de modo sostenido muy por encima del capitalismo liberal es China, justamente un país que incorporó capitales privados, pero siempre subordinados a un alto grado de planificación estatal centralizada.

Entonces, a partir de la declinación objetiva del capitalismo neoliberal que durante la década de los 90 se mostraba exultante, y el ascenso del bloque eurasiático liderado por China y su alianza con la recuperada Rusia, el mundo se encuentra en una nueva etapa de disputa geopolítica.

China, no sólo ha equiparado su PBI al de los EE.UU., sino que lo supera en cuanto a su presencia comercial y sus acuerdos de inversión en la mayor parte del planeta. Así, el yuan se ha convertido en una moneda de intercambio global que amenaza la supremacía histórica del dólar.

Es decir, al capital financiero globalizado que se pretendió dueño exclusivo del mundo durante los 90, le han surgido inconvenientes. Su incapacidad para generar esperanza, las experiencias populares de América Latina del primer tramo del siglo XXI y la aparición en escena de un nuevo eje de disputa geopolítica (Eurasia) con un actor global cuyo modelo es el de planificación estatal, es decir, donde la política subordina a la economía y no a la inversa. Y los tres inconvenientes, pese al repliegue transitorio de algunos ciclos populares latinoamericanos, están plenamente vigentes.

Para sostener el alto nivel de consumo y concentración de riqueza del porcentaje mínimo y privilegiado de la población mundial que se beneficia de él, los grandes conglomerados que representan al capital financiero globalizado necesitan controlar los recursos energéticos y sus reservas estratégicas. Y al empuje chino, sumado a su magnitud demográfica, también le interesa la provisión de recursos energéticos, alimentos y otras materias primas, todo lo cual obtiene gracias a su creciente presencia comercial, económica y monetaria en todo el mundo.

Esto sitúa al planeta, inevitablemente, en una etapa de disputa geopolítica entre dos modelos de gobernanza. El eje del Atlántico Norte -con centro de gravedad en los EE.UU.- donde predomina el capital financiero sobre la política, declina frente al eje Eurasiático, cuyo centro de gravedad es China, donde la planificación política comanda los destinos del capital privado. La mentalidad imperial del primero de ellos se forjó en tres grandes momentos (la conquista del territorio, la victoria del Norte industrial en la guerra de secesión y el triunfo en Europa occidental y el Japón frente al nazismo), se coronó con la desintegración del bloque soviético, y se expresa a través de la imposición a sangre y fuego de sus intereses, las dictaduras, las guerras, la muerte de millones de inocentes, el desprecio por los inmigrantes, la construcción de muros, el desamparo de los refugiados. La inserción china en el mundo, en cambio, se apoya en esa combinación milenaria de las enseñanzas de Confucio, con las tradiciones del taoísmo y la influencia del budismo y el hinduismo, que configuran una cosmovisión diferente de la organización social, y tiende por lo tanto a un relacionamiento más amistoso entre las naciones. No se trata de una ponderación idílica, ni de un intento de imitación, sino de una descripción objetiva.

En esa disputa, el capital financiero globalizado busca, lisa y llanamente, la destrucción de la categoría del Estado nacional como agente central de la gobernanza, y su remplazo por el control político global ejercido por los grandes conglomerados que manejan los grandes bancos, el petróleo, las armas, las cadenas de medios, los alimentos, los medicamentos, los agroquímicos, las patentes, los nuevos materiales y las nuevas tecnologías. Una extensa nómina de acontecimientos compone la tendencia mundial que abona esta hipótesis. El remplazo de los tribunales estatales por tribunales privados para dirimir los litigios internacionales, el reciente fallo de La Haya que niega a Bolivia su derecho sobre el mar Pacífico en nombre de las empresas multinacionales que controlan la producción de litio y la energía solar en el norte de Chile, la expansión de los ejércitos privados, el repliegue de las constructoras de capital sudamericano de las grandes obras de infraestructura debido a las denuncias de corrupción que pesan sobre ellas, el gobierno virtual del grupo GAFA (Google, Amazon, Facebook y Apple) sobre nuestra información y nuestros deseos, y hasta el proyecto de la Federación Internacional de Fútbol (FIFA) de suplir el mundial entre naciones por un mundial entre los clubes más poderosos que son manejados por grandes empresas, constituyen, desde distintos ángulos, la estrategia del capital financiero globalizado para lograr la retirada definitiva del Estado. Mientras que las posiciones diplomáticas del otro eje, basadas en los acuerdos de Shanghai forjado especialmente entre China y Rusia, han velado por la autoridad estatal y su autonomía en cuestiones como las de Corea del Norte, Irán, Siria, Palestina o Venezuela. Y ambos frentes disputan la supremacía de sus respectivas monedas, el dólar y el yuan.

No hay margen para la perplejidad

La aparente sinrazón tiene una razón, y hay que inscribirla en esa disputa. En medio de su controversia por la supremacía mundial, el imperio no puede mostrar que hay desorden en su patio trasero, y debe alinear a la región dentro del área dólar frente al yuan. Continuar perdiendo supremacía le puede costar la cesión de áreas del continente latinoamericano que cuentan con reservas estratégicas, lo que ampliaría las zonas de influencia de la moneda china, como acaba de suceder con el petróleo venezolano. Cuando, en la fase anterior de la guerra de monedas, la contienda era con relación al euro, los Estados Unidos no dudaron en destruir la estatalidad en Libia con la estrategia de la “primavera árabe”, para controlar los acuerdos petroleros que ese país mantenía con Europa. Nada hace suponer que no están dispuestos a actuar con la misma o mayor inescrupulosidad respecto de América Latina.

El desconcierto que genera el corrimiento persistente de todo límite previsible en el plano de la política doméstica en nuestros países, responde a una racionalidad mayor, situada muy por encima de las rencillas de poder interno, es decir, en el plano de la fase actual de la disputa geopolítica. La posible dolarización de la economía argentina no debería leerse en términos de factibilidad contable, sino como una necesidad política, como una razón de Estado del imperio.

Dicho esto, pasemos a analizar las fuerzas con que contamos desde el campo popular, que no son pocas, y nos otorgan un marco de condiciones favorables para profundizar el ciclo de gobiernos populares.

Para comenzar, contamos con la aparición de nuevos actores a nivel global cuyo desarrollo ha sido, hasta ahora, compatible con la existencia de un mundo multipolar. La presencia de un espacio geopolítico alternativo al del asfixiante capital especulativo, abre un camino de salida al descomunal endeudamiento contraído por los gobiernos de derecha, especialmente el argentino, con el sistema financiero tradicional.

En segundo término, fuerzas de origen popular siguen gobernando en Cuba, El Salvador, Costa Rica, Nicaragua, Venezuela, Bolivia y Uruguay, mientras que México será presidido por Andrés Manuel López Obrador a partir de diciembre, y los espacios de centroizquierda de Colombia, Perú, Paraguay, Brasil y Argentina están consolidados.

Contamos, además, con mucho mayor conocimiento de la estrategia de ocupación del campo simbólico de nuestros pueblos por parte del neoliberalismo, lo que nos ha llevado a construir herramientas que la contrarresten. Sabemos que nuestras posibilidades no sólo dependen de los logros materiales que podamos exhibir, sino del trabajo que hagamos en el plano ideológico y cultural.

En toda la región hemos tomado conciencia de la radicalidad que ha adquirido esta disputa, lo cual nos pone ante el irrenunciable desafío de llegar con nuestro programa y nuestras políticas concretas a desarticular el corazón mismo de los núcleos del poder fáctico, tanto en el plano económico como en el institucional y el cultural.

Está de nuestra parte, finalmente, el agotamiento moral del modelo que enfrentamos, su absoluta imposibilidad de generar expectativa en las grandes mayorías. Mientras que el campo popular, nacional, democrático, nuestro-americano y feminista cuenta, aquí y en toda la Patria Grande, con una enorme base social en general y de militancia en particular, con organizaciones libres del pueblo de una gran riqueza, con liderazgos plenamente reconocidos, y, fundamentalmente, con nuestra voluntad de lucha, nuestra vocación de triunfo y nuestras fuerzas morales intactas e inquebrantables.

Carlos Raimundi es Abogado y docente universitario. Unidad Ciudadana

Fuente: La Tecla Eñe