Europa

¿“Alto el fuego” o paz?

Por Rafael Poch* –
La cohesión y frágil unidad de la Unión Europea se basa en el fantasma de la “amenaza rusa” y en la guerra; si esta se pierde ¿qué queda?

La cancelación de la cumbre entre Putin y Trump en Budapest, antes incluso de que se le hubiera puesto fecha, es una mala noticia. Especialmente para Ucrania. El país se está desangrando en nombre del proclamado objetivo occidental de infligir una “derrota estratégica” a Rusia. Ucrania se está despoblando como consecuencia de la carnicería y la migración hacia Rusia y Europa Occidental, y el frío que la destrucción sistemática de sus infraestructuras energéticas promete para este invierno, augura una nueva estampida migratoria. La guerra también es un desastre para Rusia, cuyo régimen recibe con ella la justificación para apretar aún más las duras relaciones internas habituales en ese país.

Esta guerra está durando mucho. Pronto superará la duración que la Primera Guerra Mundial tuvo para el Imperio Ruso y todo apunta a que entrará en su cuarto año, superando así los tres años, 10 meses y 17 días durante los que la Unión Soviética sufrió la Segunda Guerra Mundial. No es que los giros y bandazos de Trump, esa especie de Nerón que gobierna una administración particularmente diletante, dividida y mayoritariamente hostil a la paz, sean terreno firme, pero por lo menos encuentros como el de Alaska son conatos de diálogo y diplomacia. 

Trump sigue confundiendo “alto el fuego” con “paz”. Alto el fuego solo es dejar de disparar, mientras que paz es abordar y resolver las causas del enfrentamiento. El alto el fuego que proponen los europeos y Trump no aborda tales causas, sino que, seguramente, las profundiza si, como teme Moscú, Occidente usa la pausa para rearmar y fortalecer al ejército ucraniano que ahora sufre una crisis y un retroceso tras otro en la línea de frente.

El problema es que Occidente no reconoce los motivos de la agresión rusa, se niega a tratarlos y reduce la guerra a un maligno propósito expansionista de Rusia. Mientras continúe esa negación de la realidad, la guerra seguirá sin que ni los nuevos recursos bélicos brindados a Ucrania ni el endurecimiento de las sanciones petroleras (que chinos e indios encontrarán vías para eludir) cambien mucho las cosas, más allá de incrementar la voluntad rusa de apretar militarmente aún más. Y el problema es que, mientras no se demuestre lo contrario, los rusos están ganando esta guerra lentamente y los ucranianos lo tienen cada vez peor. Así que el resultado más probable es que Rusia, que no tiene la menor intención de ocupar el conjunto de Ucrania, donde sabe que nunca será bienvenida, avance aún más hacia Odesa y Nikolayev, haciéndose, quizás, con esas dos regiones rusófilas y menos hostiles en teoría a su presencia que el resto de Ucrania. Es decir: renunciando ahora a la paz, los adversarios de Rusia acabarán obteniendo una paz mucho peor para Ucrania. Lo mismo que ocurrió en abril de 2022, cuando los occidentales cortaron la negociación de Minsk/Estambul, pero mucho peor, con más territorios perdidos y mayor sufrimiento humano.

No parece que los occidentales, particularmente los europeos, tengan ideas para esa eventualidad. A lo único que llegan de momento algunos de ellos, como la responsable de exteriores de la UE, Kaja Kallas, es al sueño “napoleónico-hitleriano” –podríamos decir– de disolver Rusia. La otra idea, carente de toda base, factual o declarativa, es la de que, si no se derrota a Rusia en Ucrania, el poder ruso se comerá al resto de Europa, lo que no impide que Trump, parafraseando al presidente Mao, califique a dicho poder de “tigre de papel”… ¿En qué quedamos? ¿Alguien entiende algo de todo esto?

Así pues, los occidentales no tienen ideas para la derrota. ¿Qué harán entonces? ¿Aceptarán la derrota o escalarán? Pero escalar, ¿con qué medios? Mal que bien, Putin ha conseguido movilizar como carne de cañón a muchos de sus ciudadanos por pobreza o patriotismo. Los propios ucranianos tienen dificultades en esa misma labor, pero para los europeos parece misión imposible.

Los europeos no están unidos y lo estarán cada vez menos si se enfrentan a la realidad de una derrota. El rearme previsto a costa del gasto social difícilmente funcionará y tendrá consecuencias electorales fatales en Francia, Alemania y Reino Unido, países gobernados por políticos fallidos que gozan de una cuota de aprobación de alrededor del 20 %, es decir, de una reprobación del 80 %. 

La cohesión y frágil unidad de la Unión Europea se basa en el fantasma de la “amenaza rusa” y en la guerra; si esta se pierde ¿qué queda? La desintegración de la UE –por lo menos de la UE que hoy conocemos– será inevitable. Por todo ello, el sentido común llama a un regreso a la diplomacia y el diálogo. Eso significa replantear un esquema de seguridad y relaciones europeas que no ignoren los intereses de la primera potencia continental, como se ha hecho en los últimos treinta años. Significa abandonar el sueño de la “derrota estratégica” de Rusia y los trucos tramposos del “alto el fuego” para encarar una perspectiva de paz negociada.

*Rafael Poch, Rafael Poch-de-Feliu (Barcelona) fue corresponsal de La Vanguardia en Moscú, Pekín y Berlín. Autor de varios libros; sobre el fin de la URSS, sobre la Rusia de Putin, sobre China, y un ensayo colectivo sobre la Alemania  de la eurocrisis.

Artículo publicado originalmente en Contexto y Acción.

Foto de portada: Los líderes de Bielorrusia, Rusia, Alemania, Francia y Ucrania en la cumbre de Minsk en 2015. / Kremlin.

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