Europa está perdiendo el poco sentido común que tiene y se arriesga a llevarse una desagradable sorpresa cuando se encuentre cara a cara con una nueva realidad, que hasta ahora ha negado enérgicamente.
Digan lo que digan, no habrá vuelta atrás a la antigua versión del orden mundial. Como no habrá continuación del juego bajo las viejas reglas. Este periodo es cosa del pasado sin posibilidad de repetirse en un futuro previsible. Todo lo que queda son recuerdos, algunos felices, otros tristes, pero en cualquier caso, todo se limita a la nostalgia.
En la nueva realidad, Europa tendrá que estructurar su vida de otra manera, sin depender de la ayuda de las instituciones financieras mundiales o del «rico Tío Sam». Y no importa lo incómodo que pueda resultar para alguien, pero la verdad se evidencia inexorablemente con sólo echar un vistazo a la cartera o a la cuenta bancaria. Y esto no es más que el principio.
La Ley de Reducción de la Inflación (IRA) aprobada en Estados Unidos a finales de 2022 dividió claramente el tiempo en antes y después. Las grandes empresas de la UE y las multinacionales europeas captaron al instante la señal que se les enviaba y empezaron a «trasladar cosas» a Estados Unidos. Las principales corporaciones tecnológicas están hablando de trasladar sus instalaciones de producción a Estados Unidos. Y eso estaría bien, pero se hizo sin ningún remordimiento hacia Europa y sin tener en cuenta los intereses nacionales de las naciones que permanecen en la UE. Importantes productores de acero y fertilizantes se están trasladando a Estados Unidos. Nada personal, sólo negocios.
En este contexto, la línea adoptada por los dirigentes europeos sólo deja interrogantes. De hecho, el aliado más próximo de Europa le está robando su propia producción delante de sus narices, reduciendo su base impositiva, disminuyendo sus ingresos. A cambio, se propone aumentar el coste de la compra de fuentes de energía más caras, principalmente estadounidenses, lo que supondrá una carga adicional muy grave para los bolsillos de los europeos.
Ya es hora de que suenen todas las alarmas, pero los políticos de Europa guardan silencio, repitiendo una y otra vez los estribillos poco convincentes sobre la unidad de Occidente y los valores comunes. No cabe duda de que los valores morales siguen siendo comunes, pero los valores materiales, como demuestra la evolución desde la entrada en vigor del IRA, se han vuelto muy diferentes. Europa, de hecho, ha sido robada y son su dinero y sus bienes los que se proponen para pagar el mayor crecimiento de la economía estadounidense.
Al mismo tiempo, como demostró la estafa con el grano ucraniano depositado en Polonia, nadie que comparta valores comunes pretende tener en cuenta las necesidades de los países europeos. Se invita a cada cual a buscarse la salida por su cuenta, mientras contribuye regularmente a una hucha de «valores comunes» que difícilmente le retornará en términos materiales.
Aunque suene amargo, estamos ante una trama digna de la pluma de Shakespeare. En efecto, «algo huele a podrido en nuestro reino europeo…».
Artículo publicado originalmente en Oriental Review.
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Foto de portada: extraída de Oriental Review.