El mundo se encuentra en un periodo de transición. El todavía vigente orden mundial unipolar dirigido por Estados Unidos atraviesa una fase final de agotamiento que, a todas luces, señala la llegada de un nuevo orden con rasgos multipolares, pero de configuración incierta. En este sentido, destacan dos superpotencias, China y Estados Unidos que están enfrentados en una competencia sistémica. Por otra parte, asistimos al surgimiento de otras grandes potencias asertivas como Rusia o India que también quieren su cota de poder.
En este contexto de competición entre potencias nos encontramos a una Unión Europea que no tiene las herramientas, o quizá incluso la voluntad, para afrontar el juego de poder internacional. En este punto, en el que Europa se ve arrastrada a una lucha donde tiene las de perder debido a su idiosincrasia, quizás sea necesario explorar distintos escenarios para mayor beneficio de la Unión.
El nuevo orden mundial multipolar
El sistema multipolar actual surge tras una breve fase de incontestada dominación estadounidense, el denominado periodo unipolar, establecido en los años siguientes al hundimiento de la Unión Soviética, ocurrido entre 1989 y 1991, que llegaría tras décadas de enfrentamiento bipolar durante la Guerra Fría. Actualmente destacan dos superpotencias, China y Estados Unidos, que lo son a la vez por su dimensión económica y por su proyección internacional. Estados Unidos, como líder establecido del mundo occidental con su modelo de democracia liberal, y China, que, bajo su sistema de socialismo con características chinas, ha demostrado en las últimas décadas un ritmo de crecimiento económico sin precedentes. La posición predominante de estos países podría hacernos pensar en la vuelta a un mundo multipolar, sin embargo, apostamos más hacia la multipolaridad que a la concentración de poder.
Aparte de la sólida tendencia ascendente experimentada hasta ahora por China se puede vislumbrar otra variable que se ha dado en los últimos quince años, esto es, el progresivo enfrentamiento entre Rusia y Occidente (EE UU, OTAN, UE) y el acercamiento creciente entre los dos países limítrofes euroasiáticos: Rusia y China. Hay que destacar que EE UU y China junto con Rusia plantean, entre sí, una jerarquía geoestratégica que dejan en segundo término a potencias como la Unión Europea, Japón o India. EE UU y China son las dos potencias líderes en el sistema actual, mientras que Rusia, es el elemento más libre de dicho sistema. En esa libertad la Federación rusa presenta actualmente un acercamiento a favor de China.
Tras la década perdida de los 90, Rusia ha conseguido mejorar considerablemente sus números económicos y de población. Sus previsiones futuras no auguran tampoco un decrecimiento, ya que se espera que en las próximas décadas Rusia se mantenga igual en el ranking de mayores economías. Es preciso, sin embargo, extenderse en por qué Rusia queda incluida en este primer nivel geoestratégico junto con China y Estados Unidos.
Las razones son múltiples; comparte, junto con Estados Unidos, un gran arsenal nuclear. Es el país territorialmente más extenso del mundo, unido a que recorre con amplitud todo el espacio euroasiático. Tiene unas grandes reservas de recursos naturales; minerales, gas, petróleo, madera… Es uno de los principales actores militares del planeta teniendo uno de los ejércitos más capacitados, con mejores capacidades y que se sitúa como el segundo proveedor de defensa de la tierra. Además, cuenta con una diplomacia muy bien engrasada lo que le ha permitido mantener una posición importantísima en múltiples conflictos alrededor del globo.
La Unión Europea debe reflexionar sobre qué camino escoger
“La UE es un gigante económico, un enano político y un gusano militar”.
– Declaraciones de Mark Eysens, exministro belga de Exteriores, durante la Guerra del Golfo.
La Unión Europea, a pesar de ser la principal potencia comercial del mundo, es el actor más débil políticamente dentro del marco de las grandes potencias- si es que siquiera puede considerarse como tal- debido principalmente a su gran división interna. Ahí reside la gran debilidad europea, en la falta de un proyecto común. La UE nació como un proyecto comercial-económico que ha ido evolucionando sobre la marcha hacia una mole burocrática cuyo papel no es del todo claro. No está claro que rumbo va a tomar la Unión, ya que después de todos, hay muchas visiones que se contraponen, por ejemplo, la de la Nueva Liga Hanseática (Países Bajos, países nórdicos…) que quieren un proyecto europeo meramente económico. También tenemos la vía federalista que busca un mayor poder centralizado europeo en detrimento de la soberanía de los Estados miembros.
Otro gran problema que existe dentro de la UE es el frágil sentimiento europeo de las sociedades, en algunos casos prácticamente inexistente, siendo un factor importante a la hora de afrontar crisis, pues debilita su cohesión interior. En ese sentido, la Unión solo puede actuar si consigue la unanimidad de los 27 estados miembros, lo que resulta en la mayoría de casos una lenta toma de decisiones, poco incisivas y que merman su influencia en el devenir de los grandes asuntos internacionales. Hay que entender que la UE no es un actor único, sino más bien, un conjunto de estados con intereses más o menos comunes. La visión federal quizás podría ser una forma de paliar este tipo de problemas, que Europa tome una vía más próxima al resto de potencias podría hacer que mejorase su funcionamiento.
En un mundo tan cambiante como el actual y en un momento de reconfiguramiento de los pesos y contrapesos geopolíticos, la Unión se verá obligada a tomar una decisión sobre qué tipo de actor quiere ser en el panorama mundial. Por una parte, tomar una vía geopolítica independiente, con el considerable incremento de gastos de defensa y la pérdida de soberanía en los estados miembros a favor de la Unión, o bien continuar con su posición de seguimiento de la política de Estados Unidos con más voz que voto. En el primer caso, la afirmación de la personalidad europea, el continente debería someterse a un considerable aumento de la presión fiscal y a un reto organizativo sin precedentes. En el segundo caso, el eje Atlántico Norte (EEUU, Reino Unido y Canadá) quedaría abrazado a la Unión Europea en una política común de defensa sin grietas que se traduciría en hechos en el seno de una OTAN renovada, profundamente modernizada y después extendida hacia Oriente.
Lo que queda claro es que se debe de tomar una decisión porque el futuro para Europa no se prevé especialmente brillante debido a la continua decadencia de la influencia europea en el mundo. Dentro de Europa hay voces que se hacen eco de la tesitura, por ejemplo, la del presidente francés Emmanuel Macron declarando que no desea vivir en un mundo gobernado por Estados Unidos y China, pero es necesario pasar de las palabras a los hechos. En el terreno económico la situación no mejora, ya que, según previsiones del FMI, y como muestra de la evolución de la UE, Alemania, primera potencia económica europea pasaría del quinto puesto en el ranking de mayores economías mundiales en 2016 al noveno en 2050, siendo el único país de la UE que permanece dentro del ránking, frente a países emergentes muy poblados como Brasil o Indonesia.
China, superpotencia del siglo XXI
Como se ha destacado anteriormente, China es uno de los focos principales en el nuevo orden internacional que se está gestando, Pekín está en una carrera por arrebatar a Washington el trono como primera potencia. En las últimas décadas el país asiático ha experimentado un auge espectacular en todos los ámbitos. En ese período de tiempo, la economía china ha llegado a estar muy cerca de superar a Estados Unidos, o incluso como dicen algunos indicadores, superarla. La mayoría de previsiones mirando a 2050 apuntan a una primacía económica de China, seguida de India, que dejaría a Estados Unidos en tercer lugar según datos del FMI.
Pero no solo en el terreno económico o comercial juega China, sino que en los últimos años Pekín ha buscado alcanzar la hegemonía militar en Asia Oriental, con un continuo rearme y modernización de sus Fuerzas Armadas.
Durante años la estrategia de Europa (y también la de Estados Unidos) hacia China se basó en lo que los alemanes denominan “Wandel durch Handel”, el cambio a través del comercio. Es decir, se esperaba que abriendo los mercados y estrechando los lazos económicos con China, se conseguiría que Pekín fuese cambiando poco a poco su modelo hacia una democracia liberal al estilo occidental, algo que evidentemente no ha ocurrido. Actualmente, sin embargo, la Unión Europea ha cambiado su visión hacia China considerándola como un socio, pero competidor y un rival sistémico.
Pekín es un socio comercial muy importante para Europa, y sobre todo para Alemania, ya que es el principal inversor europeo en el país asiático y viceversa. Aún así, como se ha comentado anteriormente, cada vez se percibe más a China como una amenaza debido a la presencia del capital chino en los Estados miembros y la reticencia del gobierno de Xi Jinping a asumir mayores responsabilidades en la relación bilateral (sobre todo lo referente a la apertura del mercado chino) y en el sistema internacional multilateral. La política china de adquisición de infraestructuras europeas ha hecho que suenen las alarmas en el Viejo Continente. Como ejemplo paradigmático, en 2016, el Grupo Midea chino compra Kuka, considerada una de las joyas de la corona de la industria robótica alemana, produciendo un shock en el sistema alemán, que vio con miedo un futuro vaciamiento de su motor económico. Otro de los ejemplos importantes sería la compra del puerto del Pireo en Grecia por una empresa china. Ante esto desde Bruselas se esgrime la necesidad de una “autonomía estratégica” en el campo económico, no confundir con un desacople con la economía china, ya que aparte de ser algo imposible, sería profundamente perjudicial para los intereses europeos. En ese sentido estratégico que se comenta, la Comisión ha creado un mecanismo para emitir recomendaciones y dictámenes sobre inversiones no europeas que puedan suponer una amenaza para proyectos comunitarios o sectores estratégicos de los Estados miembros. Más allá de eso, Europa ha pedido a China mecanismos correctores que permitan a sus empresas competir en igualdad de condiciones con las sociedades chinas, adentrarse más en el mercado chino, evitar el dumping y reducir el déficit comercial con el gigante asiático -en 2018 se situó en 184,9 mil millones de dólares-.
El actual empeoramiento de las relaciones entre Pekín y Bruselas se aprecia también en el CAI (Acuerdo de inversiones entre la UE y China). Gran parte del Parlamento europeo y varios estados son escépticos con un tratado que beneficia especialmente a Alemania, más si se tiene en cuenta la respuesta tan agresiva a las sanciones europeas por la actuación de Pekín en Hong Kong. Recordemos que China ha sancionado a varios eurodiputados y think thanks críticos con las políticas chinas. Igualmente, la presencia china en los Balcanes inquieta mucho a Europa, después de todo estamos hablando de países a las puertas de la UE donde la influencia de China es cada vez mayor. De hecho, se está debatiendo en Europa la necesidad de ayudar a Montenegro a pagar un préstamo con un banco chino para evitar que el país caiga aún más en la órbita de Pekín (ya que ante el impago China puede solicitar la cesión de infraestructura, o apoyos políticos varios…). También, evidentemente está cuestión del cada vez mayor peso chino en África y Latinoamérica, donde sobre todo en el primer caso se está produciendo un desplazamiento de la presencia europea a favor de Pekín.
El aspecto tecnológico es otro de los puntos donde se produce el choque con China, en particular en el 5G. El 5G se ha convertido en un campo de batalla geopolítico entre las grandes potencias debido a su importancia para el futuro de la tecnología, tanto civil como militar. Prácticamente todos los países europeos han limitado o restringido la participación de la empresa china Huawei en el desarrollo de la red 5G por motivos de seguridad.
¿Un acercamiento a Rusia?
China, por su preponderancia económica-comercial y tecnológica es la principal rival y competencia sistémica de Europa que existe actualmente. Es necesario por tanto que Bruselas centre sus esfuerzos en intentar contener la influencia china en multitud de ámbitos, la cuestión radica en que Pekín no está solo, sino que cuenta cada vez más con el apoyo de otra gran potencia a las puertas de la UE: Rusia. El desarrollo de los acontecimientos en la esfera internacional ha hecho que Vladimir Putin viese en la República Popular China un aliado perfecto para poder paliar las consecuencias diplomáticas, económicas y comerciales derivadas de las sanciones internacionales impuestas por Occidente, especialmente a partir de la anexión de Crimea. Desde entonces, ambas potencias han establecido un potente tándem simbiótico provocando que las relaciones bilaterales se encuentren en uno de los mejores momentos desde la alianza forjada entre Mao Zedong y Iósif Stalin en 1949. Este binomio representa, sin lugar a dudas, uno de los grandes desafíos para una UE que no está preparada para enfrentarse a dos potencias del tamaño de Rusia y China, a pesar de poder contar con la alianza de Washington.
Quizás debería plantearse un nuevo planteamiento hacia Moscú, un intento de acercamiento que alejase de esta manera la postura rusa de la china, con el objetivo último de desequilibrar el balance geoestratégico a favor de Occidente. El objetivo no sería tener a Rusia de aliado o inclinado a Occidente, ya que debido a años de malas relaciones eso resultaría prácticamente imposible, sino de desplazar a Rusia de su actual neutralidad inclinada hacia China, en pos de un comportamiento lo más cercano posible a la neutralidad estricta o equidistante. Ese salto geopolítico tendría similitudes con el que llevaron a cabo en 1972 el entonces presidente estadounidense Richard Nixon y su Secretario de Estado Henry Kissinger, al aproximarse a la China de Mao. Esa maniobra significaría un cambio en las balanzas de poder y un desequilibrio que beneficiaría a la postre a Estados Unidos frente a la URSS en el marco de la Guerra de Fría.
En este punto podría ser necesario mostrar algunos posibles beneficios que se obtendrían de un futurible acercamiento europeo a Moscú;
- Cese, o al menos reducción, de ciberguerra y actos de guerra híbrida.
- Acceso a tecnología de guerra híbrida, inteligencia militar y civil. Colaboración incrementada en la carrera espacial.
- Acceso a múltiples gobiernos marcadamente anti-occidentales (la propia Rusia). Más penetración en repúblicas centro-asiáticas.
- Rutas aéreas y de transporte terrestre.
- Acceso a recursos naturales (recursos energéticos y minerales estratégicos).
- Mejores condiciones para “contener” a China en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas.
Hay que tener claro que intentar alejar a Rusia de China presenta muchas dificultades, pero no es una quimera, ni mucho menos. A pesar de que hoy en día las relaciones entre ambas potencias sean buenas, históricamente no ha sido así, con conflictos fronterizos que se remontan hasta el siglo XIX. De hecho, en Rusia existe una desconfianza latente hacia lo chino debido a la competencia geopolítica con Pekín, recordemos que son países vecinos con aspiraciones territoriales divergentes. En ese sentido durante la Guerra Fría se dieron varios conflictos fronterizos serios como el ocurrido en 1969, con víctimas mortales incluidas. Evidentemente el acercamiento de China con Estados Unidos en los 70 recrudeció la tensión entre China y la URSS, y de hecho hasta 1991 tras la caída del bloque soviético, no se reanudaron las relaciones diplomáticas entre ambos países. Siguiendo el marco de la Guerra Fría, habría que destacar el peso histórico que tienen la colaboración china con Pakistán contra la presencia soviética durante la Guerra de Afganistán de 1980-1988 y la ayuda de la URSS a Vietnam durante la guerra sino-vietnamita 1979.
En un plano más general, se podrían destacar más factores de repulsión de Rusia a China, como el temor ante la presión demográfica china sobre las despobladas provincial orientales rusas. El resentimiento al comprobar el resurgimiento y primacía de China como principal país del bloque anti-occidental en detrimento de Moscú es importante, el orgullo ruso es una cuestión de peso sin dudas en el país eslavo. Otro foco de fricción es la inquietud rusa porque China haya sustituido a Rusia en influencia en África. Por último, en Moscú existen reproches hacia Pekín, por no haber secundado a Rusia (generalmente por abstención), en diversas ocasiones en posiciones de veto a propuestas estadounidenses en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, sobre todo en lo relacionado con Crimea.
Como podemos ver, la inclinación rusa hacia China no es tan sólida como pueda parecer, un buen jugador geopolítico puede aprovechar las fricciones que existen entre ambas potencias para intentar perseguir ese alejamiento. Aún así hay que tener en cuenta que uno de los principales factores de ese acercamiento ruso a China es debido a la política de presión que lleva a cabo Occidente hacia Moscú, así como el señalamiento de Rusia como rival y competidor. En su primer discurso sobre política exterior, Joe Biden señaló que Estados Unidos se enfrentaba a la amenaza del “autoritarismo” de Rusia y China, añadiendo que Rusia deseaba “dañar” la democracia estadounidense. Biden se dirigiría directamente a Vladimir Putin: “A diferencia de mi predecesor, los días en los que Estados Unidos dejaba pasar las acciones agresivas de Rusia han terminado. No dudaremos en aumentar los costes para Rusia”.
¿Rusia, un vecino desconocido?
Una de las cuestiones más importantes a la hora de poner en marcha la estrategia de acercamiento a Moscú, es conocer a tu interlocutor, es decir conocer las motivaciones, pensamientos y qué tipo de actor es Rusia. Parece que esto no es el caso de Europa, ni de Occidente en general, si nos basamos en las acciones que han llevado a cabo, no ya en las últimas décadas, sino en la actualidad. Quizás el ejemplo más flagrante haya sido las declaraciones del Alto Representante de la UE Josep Borrell en la rueda de prensa durante su visita a Moscú en febrero. Recordemos que en ese momento Borrell decidió pedir la liberación del activista opositor ruso Aleksei Navalny, que tuvo como resultado una respuesta agresiva de su homólogo Serguéi Lavrov. La cuestión es ¿exactamente que se esperaba conseguir con tal alegato aparte de una respuesta dura rusa? Por una parte, demuestra la poca inteligencia de la diplomacia europea ya que la figura de su principal representante quedó muy dañada, y por otro el resultado tan contraproducente de tal alegato a favor de Navalny. El gobierno ruso ha usado el caso del activista para hablar de la interferencia occidental dentro del país y así reforzar su imagen de cara al interior de Rusia.
En ese sentido, quizás debería ser hora para Europa de aceptar que la agenda de promover los derechos humanos en Rusia y todo su espacio, es ineficiente. Evidentemente es una bella causa pero no deja de ser contraproducente para los intereses estratégicos europeos. Es estéril pretender que Rusia, u Bielorrusia funcionen como una democracia de corte occidental, esta política wilsoniana de brújula moral conduce generalmente a que estos países se asocien entre ellos, para, entre otras cosas, defender sus respectivos sistemas como rechazo a las “injerencias externas”. Y otra cuestión que es interesante mencionar ¿Por qué esa agresividad con Rusia y no con Marruecos, Qatar o Arabia Saudí que gozan de regímenes políticos más despóticos? Podríamos declarar claramente que la defensa de derechos humanos en según qué países responde más bien a objetivos geoestratégicos más que a una búsqueda del bienestar de estas sociedades. Esto nuevamente es un talón de Aquiles que países como Rusia aprovechan para señalar la hipocresía de occidente.
También habría que reflexionar si la injerencia externa es correcta, es decir, en muchos casos Europa, y Occidente en general, desconoce en líneas generales los países en los que pretende intervenir supuestamente para ayudar. Podríamos poner el ejemplo libio, la intervención contra Gadafi ha supuesto un estado de caos en Libia, dos guerras civiles y la entrada de otros actores ante el vacío de Estados Unidos. También, al desear que terceros países implementen nuestro modelo de democracia ¿no estaríamos pecando de superioridad civilizatoria? Está claro que la fórmula del sistema occidental no se puede adaptar a muchos estados que siguen dinámicas completamente diferentes, como por ejemplo, Iraq o Afganistán. Retomando el caso ruso, cualquier imposición de un régimen o una figura política sin arraigo político, en sistemas con contratos sociales tan personalistas y tan férreamente sostenidos por un sector de la élite como es Putin, fracasará. Se ha visto en países más pequeños y/o menos heterogéneos.
Habría que reflexionar además sobre la idoneidad para Occidente ante una posible caída de Vladimir Putin. Bien, por una parte, hay que entender que los principales opositores a Putin son el Partido Comunista, que no es proccidental que digamos, de hecho su líder Ziuganov ha pedido a Putin reconocer a las repúblicas de Donestk y Lugansk del Donbás. Por el otro lado tenemos a Zhirinovsky del Partido Liberal Demócratico, que es una figura que tiene un apoyo importante socialmente, sobre todo en el este. Zhirinovsky es un nacionalista más duro que Putin, tumbar al Presidente ruso podría hacer que Zhirinovsky capitalizase el descontento, su liderazgo supondría no pocos problemas para Finlandia, los Bálticos, Ucrania…La caída de Putin además sumiría seguramente a Rusia en la inestabilidad, sin descartar levantamientos en varias zonas del país, o el surgimiento de movimientos yihadistas. Tener en tus fronteras un país ruso desestabilizado sería muy perjudicial para los intereses europeos. Putin ha sabido mantener el equilibrio entre las diferentes facciones del poder en Rusia. Él mismo habló de la debilidad de los partidos políticos rusos en comparación con Occidente, y está claro que con las reformas constitucionales ha tratado de equilibrar más esa situación forzando un entendimientos entre los diferentes organismos del Estado.
Pasando al entorno exterior ruso, Ucrania y Bielorrusia son dos de los escenarios en los que es necesario entender las preocupaciones e intereses de Rusia para llegar a comprender su posición. Ambos países son un sujeto extremadamente sensible para Rusia, estas naciones representan para los rusos a la patria histórica, de hecho, la Rus de Kiev es considerada la Rusia histórica. Hay que en entender que la independencia de Ucrania y Bielorrusia tras la disolución de la Unión Soviética en 1991 es considerada una “tragedia nacional”. El mismo Vladimir Putin en un artículo reciente calificó de “desastre” y “tragedia” “el muro que ha surgido en los últimos años entre Rusia y Ucrania”. Señalando que los rusos y ucranianos son un “mismo pueblo”.
Bielorrusia es considerado un aliado estratégico para Moscú, y viceversa, esto no quiere decir que las relaciones entre los dos países hayan estado exentas de tensiones, aunque eso se podría enmarcar dentro del juego político del presidente bielorruso Lukashenko. Hay que tener en cuenta que, a diferencia de Ucrania, en Bielorrusia no existe un sentimiento pro europeo fuerte, ni antirruso, más bien al contrario, la sociedad Bielorrusia se siente vinculada a la rusa en gran medida. De hecho, candidatos opositores importantes como Tijanovski o Babariko (ambos encarcelados), eran considerados claramente prorrusos. Vladimir Putin deseaba un cambio en la cabeza de Minsk, un presidente que no le diese tantos problemas y se mostrase más abierto a las demandas rusas (establecimiento de bases rusas, Estado de la Unión…). Sin embargo, la entrada en escena de la UE, especialmente de Polonia, Lituania y Letonia (países muy atlantistas), a favor de la opositora Svetlana Tikhanovskaya, encendieron las alarmas en Moscú. Ahora Rusia y Bielorrusia están considerablemente más unidas mientras que Bruselas busca cambiar la situación con Tikhanovskaya, a todas luces una estrategia condenada al fracaso debido al desconocimiento del contexto bielorruso.
Es importante destacar el papel que tiene Polonia y los países Bálticos en la política europea hacia Rusia. Estos países se oponen frontalmente a cualquier intento de diálogo con Moscú, además de promover las políticas más agresivas hacia el espacio ruso. Esto causa no pocas fricciones dentro del seno de la Unión Europea. De hecho, en el Consejo Europeo de junio, cuando Francia y Alemania propusieron una nueva política más dialogante hacia Rusia, el Presidente Macron se quejó de las posiciones “rusófobas” de Polonia y los bálticos y de su insistencia en apoyar una política “innecesariamente dura”. La problemática para el proyecto europeo es que estos países confían más en la protección que les pueda brindar Estados Unidos, que otros estados miembros. Por ejemplo, cuando se dio el anuncio de Donald Trump de la salida de tropas de Alemania, Polonia habló directamente con Washington para pedir que una parte se desplegara en su país. Se da por tanto una clara división dentro de los estados miembros entre los países que ven a Rusia como una amenaza, y los que creen que Moscú es un socio necesario.
Ucrania es otro de los focos de tensión de la UE con Rusia. Aparte del terreno nacional ya comentado, Rusia cuenta con fuertes lazos comerciales y económicos con su vecino, de hecho, Rusia sigue siendo el principal socio comercial de Ucrania. En el terreno social, se siguen manteniendo vínculos afectivos, pues es habitual tener familia en ambos países, además, Rusia es el principal destino de los inmigrantes ucranianos. Más allá de eso, la relación entre Kiev y Moscú está muy tensionada por años de conflicto. En Kiev no ocurre lo mismo que en Minsk, pues aquí tenemos unas élites ucranianas claramente antirrusas con una inclinación a la OTAN. En los últimos años los gobiernos ucranianos han llevado a cabo una política de nacionalización muy potente, intentando acabar con lo ruso en el país tras la anexión de Crimea y la Guerra del Donbás. Un acercamiento de Occidente a Ucrania es visto con extrema hostilidad en Moscú, en ningún caso Rusia aceptará que la OTAN se consolide a sus puertas, menos en Kiev. La calificación de Ucrania el 12 de junio de 2021 como “Enhanced Opportunity Partner” de la OTAN, la antecámara del ingreso como socio pleno, es poco menos que un “casus belli” para la Federación rusa.
Es preciso también parar a entender a Rusia interiormente, es decir, como es percibido el gobierno de Vladimir Putin. Según una de las últimas encuestas publicadas por el Centro Independiente Levada, a la pregunta sobre si Rusia iba mal o bien, la respuesta del 49% de los rusos fue que iba bien. Un 65% de los encuestados mostraron su aprobación de las acciones del Presidente Vladimir Putin, y esto es algo continúo de los últimos años, de hecho en 2015 Putin llegó al 80% de aprobación. Pero ¿por qué estos datos si tenemos en cuenta la complicada situación económica y social del país? Principalmente por la importancia que dan los rusos a la proyección exterior de su país.
La recuperación de Crimea en 2014 para la patria rusa (donde un 95% de la población es rusa y de habla rusa) ha sido una pieza importante en el restablecimiento del orgullo nacional en el país. La disolución de la URSS, con la consiguiente pérdida de influencia en el mundo, supuso un shock para los rusos que sentían como eran humillados por Occidente. Hay que recordar que, tras la caída del bloque soviético, Rusia estaba dispuesta a entrar en el club occidental, pero no se les dejó, en vez de eso, se permitió que el país colapsara social y económicamente, temblando en múltiples conflictos internos. En la esfera internacional, Occidente se dedicó a minar las esferas de influencia rusa, ejemplo de los Balcanes o la expansión de la OTAN en el este. A pesar de ello, en los primeros años de Putin, Rusia permitió a la OTAN transportar materiales logísticos por Rusia dirección a Afganistán. Como resultado en 2008, Rusia se encontró con una guerra en Georgia, con un ejército georgiano entrenado por Estados Unidos. Moscú ha decidido tomar una posición de fuerza de la que no quieren salir, ya que visto los antecedentes, desconfían de las promesas y acuerdos provenientes de Occidente. Esta posición responde a una voluntad de la sociedad rusa, de ahí que los actos de afirmación patriótica frente a un Occidente adverso sean esenciales para Putin para sostener su poder interno.
Todas estas cuestiones son clave para la correcta formulación de las políticas europeas y occidentales en relación con Rusia, sobre todo si se quiere tener unas relaciones diplomáticas óptimas con Moscú. Eso sí, sería también importante fortalecer la posición europea y establecer líneas rojas para poder conseguir el respeto de Moscú.
Conclusiones
Seguramente sea una cuestión imposible que Europa se replantee su visión del mundo y busque de forma contundente una relación estrecha con Rusia. Lo que sí se podría, y se debería de pretender, es modificar el estado de inclinación de Rusia a favor de China e intentar, con el esfuerzo que sea preciso, desplazarla a una situación de neutralidad centrada. Esto produciría, además, una mayor concentración de los esfuerzos en política exterior y de defensa sobre China. Si se produjese ese alejamiento ruso de Pekín, China perdería un refuerzo clave en la confrontación con Occidente. Si, por el contrario, se decide dejar las cosas como están Rusia se acercaría todavía más a China siendo posible que, en un futuro no muy distante, llegara incluso a establecerse una alianza.
Para intentar conseguir esto, la UE debería poner sobre la mesa argumentos e incentivos de todo orden, sin duda contundentes. El primer obstáculo que se debería salvar sería intentar resolver la cuestión de Ucrania. El Kremlin tendría que aceptar que ha perdido, definitivamente, una parte importante de Ucrania y que deberían concentrarse en salvar lo que pueda de ese desastre histórico ruso tan poco asimilado y entendido en Occidente. La idea, es proponer superar los límites naturales del “statu quo” actual del sistema geopolítico mundial ofreciendo bienes muy apreciables tanto a Rusia, como a Ucrania, a las provincias del Donbás, a la UE… en el marco de un acuerdo general para intentar llegar a una suerte de “armonía”. Cualquier intento de acercar a Rusia pasa por incluir una solución imaginativa, que pueda satisfacer a Ucrania, que le permita a Putin seguir en el poder amparado en un gran paraguas socio-político exclusivo de él, y que permita al mismo tiempo distanciarse de China. Hay que ofrecer al presidente Putin una nueva perspectiva de poder duradero en un marco geopolítico internacional más conveniente para Europa.
*Pablo del Amo, graduado en Historia y en el máster en Cooperación Internacional por la UCM. Interesado en geopolítica y en relaciones internacionales. Intentando comprender como funciona el mundo.
Artículo publicado en Descifrando la Guerra.
Foto de portada: El presidente de China, Xi Jinping (izq), se reúne con el presidente ruso, Vladimir Putin (der), en Moscú, Rusia, el 5 de junio de 2019. (OFICINA DE PRENSA DEL KREMLIN).