En la misiva, los uniformados, que todavía pueden utilizar su carné militar, advierten del peligro de guerra civil en Francia, aduciendo las razones que están llevando a la desintegración del país. El documento advierte del riesgo de guerra civil que «podría llevar a sus camaradas en activo a una intervención para defender los valores de la civilización francesa».
Entre ellas, el separatismo islamista que «aísla a ciertas parcelas de la nación para transferirlas a territorios sometidos a dogmas contrarios a nuestra Constitución». En esos territorios, las «banlieues», o barrios con mayoría musulmana, denuncian también a «las hordas» que atacan a diario a las fuerzas de seguridad.
Los firmantes denuncian también el intento de crear odio entre comunidades a través de postulados del antirracismo y lamentan que las fuerzas de seguridad sean utilizadas como cabezas de turco contra los chalecos amarillos, ciudadanos que manifiestan su desesperación.
LE PEN INVITA A «LA BATALLA DE FRANCIA»
El comunicado pasó desapercibido varios días y solo algunos representantes a la izquierda de la izquierda denunciaron el silencio del Gobierno. Bien es cierto que el país entero estaba en esas horas en estado de sideración por el enésimo atentado salvaje obra de un islamista radical, que degolló a una funcionaria de policía en Rambouillet, cerca de París.
Los militares retirados agitan así también la campaña para las elecciones presidenciales que se celebrarán solo dentro de un año, anunciando que «estaban dispuestos a apoyar a los políticos que tomen en cuenta la protección de la nación». Y, como no podía ser de otro modo, la primera en responder a llamamiento fue la jefa de Reagrupación Nacional, Marine Le Pen, la más que probable rival de Emmanuel Macron en la segunda vuelta final de los comicios de 2022.
«Como ciudadana y como mujer política, dijo Le Pen, suscribo sus análisis y comparto su aflicción». Les invito a unirse a nosotros para tomar parte en la batalla de Francia». Otro representante del populismo de derecha, el soberanista Dupont-Aignan, juzgó la carta «excelente y muy moderada».
DERECHO A LA INSURRECCIÓN
En ese combate político no podía faltar la intervención del líder de la Francia Insumisa y, por el momento, principal candidato de la izquierda. Jean-Luc Melenchon denunció que «militares amenacen explícitamente a la República con un golpe militar, justo cuando se cumple el 60 aniversario del intento de putsch contra De Gaulle en Argel». Sus detractores subrayan que Melenchon escribió en pocas horas 15 tuits sobre la misiva y solo uno sobre el asesinato de la mujer policía. Los mismos argumentaban que el escándalo magnificado por la extrema izquierda obedecía al interés de ocultar la conmoción por el nuevo atentado islamista.
En definitiva, para ocultar la polémica habitual sobre una parte de la izquierda acusada de hacer el juego a los representantes políticos del islam radical, Melenchon escribió que la Constitución prohíbe los llamamientos a la insurrección, pero las hemerotecas le recordaron que él mismo ha justificado la insurrección como un derecho e, incluso, como un deber, «tal y como proclamaba la Constitución revolucionaria de 1793».
La ministra de Los Ejércitos, Florence Parly, rompió su silencio seis días más tarde, arremetiendo contra Le Pen a la que acusó de insultar la misión de los militares por querer politizarlos. La responsable de la Defensa francesa consideró inaceptable la carta de los militares jubilados y aseguró que no representan más que a ellos mismos. Por supuesto, anunció sanciones.
La polvareda levantada por las reacciones políticas y de los medios de comunicación multiplicaron por tres el número de firmantes del documento. Es un ejemplo de que, si bien algunos pueden hablar de ruido de alpargatas caseras en lugar de ruido de botas, el descontento por la situación que vive Francia puede explotar en diferentes sectores y en cualquier momento.
Entre los signatarios del documento, figuran, como era de suponer, militares que se hicieron conocidos en el pasado por su apoyo a la derecha más radical. El caso más conocido es el del otrora jefe de la Legión Extranjera, Christian Piquemal, retirado en 2000, que fue expulsado del ejército por haber participado en 2006 en una manifestación contra la inmigración masiva, en la ciudad de Calais.
MACRON, EN MEDIO DEL FUEGO
Pero el contenido del documento no solo recoge la preocupación de los sectores más conservadores de la sociedad francesa. La denuncia del multiculturalismo que favorece el separatismo islamista, el racismo de algunas organizaciones supuestamente antirracistas, la denuncia de los movimientos «indigenistas» y «anticolonialistas» importados desde Estados Unidos, provienen también de una parte de la izquierda política e intelectual que desde hace años lucha por mantener los cimientos de la República y en especial la pervivencia del laicismo.
En medio de la batalla cultural entre dos Francias se encuentra la ambigüedad del macronismo. Globalista y partidario de «deconstruir» la Historia de Francia, imitador de modas provenientes de las universidades norteamericanas, despreciativo a veces con los «deplorables» locales, representados por los chalecos amarillos, y negador de la existencia de una cultura francesa, según las propias palabras del presidente.
El problema para Macron es que en una final electoral el cordón sanitario republicano anti Le Pen no sea aplicado por una izquierda extrema que prefiera jugar la carta Trump, para poder volver en modo Biden cinco años más tarde.
El llamamiento de los militares retirados es un síntoma añadido de la crisis que la sociedad francesa vivía ya antes de que las dificultades creadas por la pandemia exacerbaran aún más fractura que, también desde el exterior, algunos se empeñan en fomentar contra el modelo de convivencia tradicional francés.
*Luis Rivas, periodista independiente, corresponsal español en la Unión Europea (Bruselas).
Artículo publicado en Sputnik News.