Mientras el Movimiento 23 de Marzo (M23) en la República Democrática del Congo (RDC) avanza (con el respaldo de Ruanda), el Sahel experimenta una expulsión progresiva de potencias extranjeras en medio de un auge de grupos insurgentes yihadistas. En paralelo, lo que podemos denominar como «Diagonal oriental hacia el Índico», tomando la concepción de algunos analistas geopolíticos que desarrollan esta tesis como una iniciativa geopolítica y estratégica que involucra a países como Ruanda y el M23, Uganda, Kenia, Sudán del Sur y hasta las Fuerzas de Apoyo Rápido de Sudán, que buscan consolidar sus posición entablando acuerdos con potencias occidentales y europeas, lo que contrasta con la descolonización en el Sahel.
El término «Diagonal oriental hacia el Índico» no es ampliamente reconocido en la literatura geopolítica o académica relacionada con África Oriental. Sin embargo, al analizar el contexto de los países mencionados—Ruanda, Uganda, Kenia, Sudán del Sur y las Fuerzas de Apoyo Rápido de Sudán, incluyendo también al M23—es posible que se refiera a una serie de iniciativas y acuerdos destinados a fortalecer la cooperación regional y mejorar la conectividad hacia el Océano Índico. En este sentido podemos afirmar que muchos de estos acuerdos económico/comerciales están relacionados con intereses occidentales y fomentan (aún más) la dependencia de África con las potencias extranjeras.
Una de las principales iniciativas en esta región es la Comunidad Africana Oriental (CAO), una unión aduanera y económica que incluye a Kenia, Uganda, Tanzania, Burundi, Ruanda y Sudán del Sur. La CAO tiene como objetivo fomentar la integración económica y política entre sus miembros, facilitando el comercio y la movilidad dentro de la región. Dentro de este marco de cooperación, Uganda, Kenia y Ruanda acordaron la construcción de dos oleoductos a través de África Oriental. Este proyecto busca reducir la dependencia de Sudán del Sur de las infraestructuras sudanesas para la exportación de petróleo, permitiendo una ruta más directa hacia el Océano Índico.
Además, Burundi, Kenia, Sudán del Sur, Ruanda, Tanzania y Uganda formaron una comisión para iniciar el proceso de unión política y redactar una constitución para la propuesta Federación Africana Oriental. Esta federación busca consolidar la integración política y económica en la región.
En cuanto a las Fuerzas de Apoyo Rápido de Sudán, su papel en la dinámica regional es más complejo. Estas fuerzas han estado involucradas en conflictos internos y su influencia en los acuerdos regionales varía según el contexto político y de seguridad.
Es importante destacar que las relaciones entre estos países han enfrentado desafíos. Por ejemplo, Ruanda y Uganda han tenido tensiones diplomáticas, lo que llevó al cierre de su frontera común durante tres años, hasta su reapertura en enero de 2022.
En resumen, aunque el término «diagonal oriental hacia el Índico» no es comúnmente utilizado, podría interpretarse como una referencia a los esfuerzos de integración y cooperación entre los países de África Oriental para mejorar la conectividad y el desarrollo económico en dirección al Océano Índico.
En este contexto, la «Diagonal oriental hacia el Índico» representa un alineamiento estratégico entre Ruanda, Uganda, Kenia y Sudán del Sur con potencias occidentales, favoreciendo acuerdos comerciales y militares que consolidan la presencia de intereses imperiales en la región. La participación de las Fuerzas de Apoyo Rápido sudanesas en este eje también refuerza la influencia de actores externos, en contraposición a la lucha anticolonial en el Sahel. Por ejemplo, Uganda ha desplegado fuerzas especiales en Sudán del Sur en medio de crecientes tensiones políticas internas, mientras que Kenia y Sudán del Sur han intentado mediar en conflictos regionales.
Desde una mirada panafricanista y anticolonial, que es la que intentamos fomentar desde nuestro análisis, la seguridad en África no puede analizarse únicamente desde el prisma de la «lucha contra el terrorismo» según la narrativa occidental, que muchas veces ha servido de pretexto para intervenciones extranjeras y la militarización del continente. En cambio, debemos entender los conflictos como el resultado de la fragmentación colonial, la explotación de los recursos naturales y las dinámicas geopolíticas impuestas desde fuera y los negocios y acuerdos que muchos gobiernos (no los pueblos africanos) conservan con las elites autóctonas y foráneas, en relación a los recursos naturales y la riqueza expoliada sin frenos internos y de acuerdo a los intereses de las potencia extranjeras.
La seguridad en África enfrenta desafíos significativos, especialmente en regiones como el este de la República Democrática del Congo (RDC) y el Sahel. Estos desafíos están marcados por conflictos armados, intervenciones extranjeras y crisis humanitarias que afectan profundamente a las poblaciones locales, por ejemplo el Sahel se ha convertido, para los medios occidentales, en el epicentro mundial del terrorismo, responsable de más del 51% de las muertes relacionadas con el terrorismo en 2024, pero nada dicen de las muertes y desplazamientos en otras regiones del África, como por ejemplo el ya nombrado conflicto en el Congo, como así también la actividad de al-Qaeda en el Cuerno o la guerra sin fin por el poder y el oro de Sudán.
El conflicto en el Este de la RDC: Recursos y tensiones regionales
Desde el resurgimiento del M23 en 2021, la situación en el este de la RDC se ha deteriorado gravemente. La provincia de Kivu del Norte ha sido escenario de violentos enfrentamientos entre el M23 y las Fuerzas Armadas de la RDC (FARDC). El grupo rebelde ha tomado varias ciudades estratégicas, incluyendo Goma y Walikale, con la sospecha de apoyo militar y logístico de Ruanda, lo que ha avivado la tensión entre ambos países.
La región es crucial debido a sus abundantes recursos minerales, como el coltán y el oro, esenciales para la industria tecnológica global. Esta riqueza ha convertido al este del Congo en un epicentro de intereses geopolíticos donde actores estatales y no estatales disputan el control de los yacimientos. A pesar de la presencia de la misión de paz de la ONU (MONUSCO), la situación sigue empeorando, con denuncias de violaciones de derechos humanos y desplazamientos masivos de civiles.
En este contexto, la «Diagonal oriental hacia el Índico» representa un alineamiento estratégico entre Ruanda, Uganda, Kenia y Sudán del Sur con potencias occidentales, favoreciendo acuerdos comerciales y militares que consolidan la presencia de intereses imperiales en la región. La participación de las Fuerzas de Apoyo Rápido sudanesas en este eje también refuerza la influencia de actores externos, en contraposición a la lucha anticolonial en el Sahel. Mientras que Occidente condena conflictos en otras regiones africanas, la crisis en el este del Congo recibe menos atención, a pesar de su impacto devastador. La inseguridad ha justificado medidas de emergencia en la RDC, pero la falta de soluciones políticas y económicas a largo plazo perpetúa la crisis.
El Sahel: La expulsión de Francia y el auge de una nueva estrategia de seguridad
Por otro lado, el Sahel ha sido testigo de una ola de cambios políticos con una fuerte carga anticolonialista. Países como Mali, Burkina Faso y Níger han expulsado a las tropas francesas y han roto con las estructuras de seguridad impuestas por Occidente, como el Grupo G5 Sahel. En su lugar, han comenzado a fortalecer alianzas con actores como Rusia y China, en busca de nuevas formas de defensa y estabilidad.
La narrativa de la «lucha contra el terrorismo» ha servido por décadas como justificación para la presencia militar extranjera, pero la falta de resultados ha provocado el rechazo de la población y de los nuevos gobiernos militares. La expulsión de fuerzas europeas y la entrada de nuevos socios han reconfigurado la dinámica del Sahel, donde la estrategia de seguridad ahora está centrada en la autodefensa y en modelos de seguridad regionales menos dependientes de potencias extranjeras. La Operación Barkhane, que supuestamente debía frenar el terrorismo, fracasó en estabilizar la región, y en cambio, aumentó la militarización sin resolver las causas del conflicto. La expulsión de fuerzas europeas y la entrada de nuevos socios han reconfigurado la dinámica del Sahel, donde la estrategia de seguridad ahora está centrada en la autodefensa y en modelos de seguridad regionales menos dependientes de potencias extranjeras. Sin embargo, esta región se ha convertido en un epicentro de inestabilidad, con puntos calientes en Malí, Níger y Burkina Faso, donde grupos como AQMI, EIGS y Boko Haram intensifican los ataques. Además, en la última década, 2,5 millones de personas han tenido que huir de sus hogares debido a los conflictos y la violencia en el Sahel Central.
Tanto en África Oriental como en el Sahel, la lucha por la seguridad y la estabilidad es también una lucha por la soberanía. En la RDC, el conflicto del M23 representa la persistencia de injerencias extranjeras en el control de los recursos naturales, mientras que en el Sahel, los nuevos gobiernos militares desafían el neocolonialismo expulsando a las fuerzas occidentales.
Sin embargo, la aparición de la «Diagonal hacia el Índico» sugiere un modelo opuesto al del Sahel. Mientras en el Sahel se busca consolidar una autonomía estratégica, en el eje oriental se refuerzan los vínculos con potencias occidentales, asegurando intereses geopolíticos y económicos en la región. En África Oriental, el conflicto del M23 demuestra cómo la disputa por recursos y la intervención de actores externos (Ruanda, multinacionales, potencias extranjeras) perpetúan la inestabilidad y en el Sahel, la lucha contra el terrorismo ha sido instrumentalizada para justificar el control neocolonial, pero los países están empezando a recuperar su soberanía al rechazar la tutela extranjera.
En ambos casos, la seguridad debe verse no solo como un problema militar, sino como una cuestión de autodeterminación africana. Sin desarrollo económico, control soberano de los recursos y unidad panafricanista, los conflictos seguirán beneficiando a actores externos en detrimento del pueblo africano. Esto plantea una pregunta clave para el futuro de África: ¿seguirán más países el camino de la emancipación o profundizarán su dependencia de los modelos impuestos desde el exterior? El reto está en fortalecer la cooperación entre los países africanos sin depender de agendas impuestas por Occidente, promoviendo soluciones endógenas que respondan a los intereses de las poblaciones locales y no a los de multinacionales o potencias extranjeras.
Ambas regiones se enfrentan a un dilema común: cómo consolidar su independencia y seguridad sin caer en nuevas formas de dependencia. En este sentido, el fortalecimiento de alianzas intraafricanas, la creación de estrategias de seguridad soberanas y el control de los recursos naturales son claves para garantizar un futuro más estable y autónomo para los pueblos africanos.
*Beto Cremonte, Docente, profesor de Comunicación social y periodismo, egresado de la UNLP, Licenciado en Comunicación Social, UNLP, estudiante avanzado en la Tecnicatura superior universitaria de Comunicación pública y política. FPyCS UNLP