El sur de África, fue azotado por una serie de ciclones y tormentas tropicales que causaron enormes daños y pérdidas materiales y humanas en Mozambique, Madagascar y Malawi. Imágenes de una realidad cada vez más frecuente, y que va en vías de expansión sino se comienza de una vez por todas a tomar conciencia de la crisis climática en la que está el mundo.
El ciclón Gombe provocó muerte, daños materiales y el desplazamiento de miles de personas en Mozambique y Malawi. Sumándose un (otro) motivo a la dura realidad de estas poblaciones. Una tormenta tropical anterior, Ana, también azotó Madagascar junto con Mozambique y Malawi.
El ciclón llegó a la costa del distrito de Mossuril en la provincia de Nampula en Mozambique el 11 de marzo. El evento tropical severo estuvo marcado por vientos de hasta 190 km/h con lluvias de 200/24 h (7,874 pulgadas). Lo que provocó, como dijimos, enormes y cuantiosas pérdidas materiales y humanas en una población golpeada por la pobreza y la fragilidad social.
Si a esto le sumamos que Gombe llegó solo dos meses después de Ana, que también golpeó a Mozambique en enero. Y además de esto, se le agrega la gran tormenta tropical Dumako, que en febrero golpeo las costas del sur africano. Solo en Mozambique, 200.000 personas se vieron afectadas en las provincias de Nampula, Zambezia y Tete. Los pronósticos no son nada alentadores para esta zona ya que se anuncian y pronostican fuertes lluvias en las provincias de Zambezia, Sofala, Manica y Nampula, para estos días, que podrían provocar inundaciones en las cuencas de los ríos Licungo y Zambezia junto con el área sureste de Tete.
Según un artículo sobre la situación climática en el sureste de África a lo largo del Océano Índico, se indica que: “En la vecina Malawi, el desastre provocó fuertes lluvias que causararon inundaciones en nueve distritos, incluido Machinga, ubicado a 256 km de la capital, Lilongwe. Un total de siete personas murieron en el sur del país, mientras que las autoridades desplegaron equipos de rescate en áreas afectadas por las inundaciones como Liwonde, donde se encuentra el cuarto parque nacional más grande del país, y el río Namandanje, que sirve como frontera con Mozambique. Aunque Gombe no llegó a Madagascar, el país más vulnerable a los desastres naturales en el este de África, la gran isla vivió otros fenómenos a principios de año, como el ciclón Batisrai, que siguió a la tormenta Ana y tuvo rachas de viento de 235 km por hora. Después de causar inundaciones en todo el país, destruir edificios y arrancar árboles, la tormenta dejó 92 muertos y 50.000 desplazados”.
Una zona rica en recursos y pobre en estrategias de bloque
Estos tres estados, Mozambique, Malawi y Madagascar, pertenecen a la Comunidad de Desarrollo de África Meridional (SADC), una organización regional que abarca 16 países en todo el subcontinente y la República Democrática del Congo (RDC). SADC celebra reuniones periódicas para discutir temas de interés mutuo, incluida una mayor cooperación e integración económica entre sus miembros-naciones.
Sin embargo, los planes regionales debatidos y ratificados por las cumbres y grupos de trabajo de la SADC se ven obstaculizados por las reiteradas tormentas tropicales y otros desastres meteorológicos. La región de África Austral está dotada de recursos naturales y su proximidad al Océano Índico hace que su potencial de crecimiento y desarrollo sea ilimitado.
Por ejemplo, Mozambique es el centro de un importante proyecto energético diseñado para producir Gas Natural Licuado (GNL) para la exportación en la provincia de Cabo Delgado. Independientemente de los ciclones recientes, existe una insurgencia armada que ha atacado pueblos y aldeas en toda la provincia paralizando el desarrollo de GNL y provocando que la gente huya en busca de seguridad fuera del área. Las fuerzas militares de la SADC y de Ruanda se han desplegado en Cabo Delgado para ayudar a las fuerzas armadas de Mozambique en las operaciones contra la insurgencia.
Los países de la SADC son quizás los más unificados políticamente de las organizaciones regionales de todo el continente. Incluso la Unión Africana (UA), que abarca 55 estados miembros, que mantiene una secretaría en Addis Abeba, Etiopía en su sede, no ha podido actuar tan rápido en la implementación de sus propuestas como la SADC.
El ciclón Gombe y otros eventos climáticos desastrosos plantean enormes desafíos para la región junto con las áreas geopolíticas. Con la crisis de salud pública en los últimos dos años debido a COVID-19, la realidad agravada de los ciclones y las inundaciones posteriores, obstaculiza gravemente la capacidad de planificación de los gobiernos y otros sectores de la sociedad. En consecuencia, los ciclones son un factor que contribuye al aumento de los niveles de deuda nacional de los estados africanos.
El legado fallido de la COP26
El año pasado, las Naciones Unidas patrocinaron otra importante conferencia sobre el clima en Glasgow, Escocia. La reunión de la COP26 fue el escenario de mucha lucha política en torno a los temas discutidos y, lo que es más importante, la declaración final del evento y el compromiso de las naciones ricas en proporcionar los medios y los dólares para mitigar los efectos de la crisis climática.
La ONU en su informe sobre la reunión expresa que: “La Conferencia de Cambio Climático de la ONU en Glasgow (COP26) reunió a 120 líderes mundiales y más de 40.000 participantes registrados, incluidos 22.274 delegados de partidos, 14.124 observadores y 3.886 representantes de los medios. Durante dos semanas, el mundo estuvo absorto en todas las facetas del cambio climático: la ciencia, las soluciones, la voluntad política para actuar y las claras indicaciones de acción… «Los textos aprobados son un compromiso», dijo el secretario general de la ONU, António Guterres y “reflejan los intereses, las condiciones, las contradicciones y el estado de la voluntad política en el mundo de hoy. Dan pasos importantes, pero lamentablemente la voluntad política colectiva no fue suficiente para superar algunas contradicciones profundas”.
Sin embargo, estos compromisos son el resultado directo de los estados occidentales, desde Washington hasta Berlín, que a menudo se opusieron a la adopción de objetivos concretos con respecto a las emisiones de gases de efecto invernadero en todo el mundo. Son los países capitalistas de Estados Unidos y Europa Occidental los más culpables de la degradación del estado ambiental del planeta y las crisis que esto acarrea en zonas ya empobrecidas y golpeadas por, además, otras realidades como déficit de vivienda, salud, un sanitarismo endeble ante acontecimientos poco habituales, hambrunas profundas. Refugiados y desplazados que huyen de los focos de violencia completan un panorama sombrío.
De hecho, algunos estudios sugieren que es el Departamento de Defensa de los Estados Unidos el que más contamina a nivel internacional. A través de la demanda de armamentos, municiones, aviones de combate y otros equipos militares, junto con la presencia de más de 7.000 bases militares establecidas y administradas por el Pentágono, Washington y Wall Street están detrás de la quema de toxinas que dañan el aire, la tierra y agua de países de todo el mundo. Estados Unidos tiene en África 29 instalaciones militares (conocidas) en 15 países del continente y un despliegue de soldados y armamentos acorde a este número de bases.
Un informe publicado en 2016 sobre el vínculo entre la crisis climática y el militarismo estadounidense dice: “Sin embargo, a pesar de ser el mayor consumidor institucional de combustibles fósiles del planeta, al Pentágono se le ha otorgado una exención única para reducir, o incluso informar, su contaminación. Estados Unidos ganó este premio durante las negociaciones del Protocolo de Kioto de 1998 después de que el Pentágono insistiera en una ‘disposición de seguridad nacional’ que colocaría sus operaciones más allá del escrutinio o control global… La Fuerza Aérea representa aproximadamente la mitad del consumo de energía operativa del Pentágono, seguida por la Marina (33 por ciento) y el Ejército (15 por ciento). En 2012, el petróleo representó casi el 80 por ciento del consumo de energía del Pentágono, seguido de la electricidad, el gas natural y el carbón”.
Imperialismo y Crisis Climática
Con estos hechos colocados en un artículo sin ninguna refutación por parte del Pentágono, se ilustra claramente que la lucha contra el cambio climático también debe abarcar como punto de partida esencial, el papel del militarismo imperialista del Pentágono.
Hoy es una realidad que se redimensiona y cobra mayor sentido en la comunidad internacional debido a la guerra iniciada a través de los intentos de expandir la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) en Europa del Este, en Ucrania. Además de los esfuerzos para rearmar a Alemania y revertir la neutralidad de Finlandia y Suiza.
Los activistas antiimperialistas y solidarios con base en los países occidentales nunca deben abstenerse de señalar el papel de las bases militares del Pentágono y los esfuerzos de guerra como los principales factores que contribuyen al empeoramiento del cambio climático y la crisis ambiental que esto provoca.
África oriental ha sido un punto focal de lo que a menudo se denomina “desastres naturales” más allá de la capacidad de prevención de los seres humanos. No obstante, muchos científicos y analistas han establecido repetidamente una conexión entre la producción en masa, la industria ligera, la minería, la producción de alimentos, los servicios militares y el cambio climático como las causas de estos “desastres naturales” en los que poco tiene que ver la verdadera naturaleza.
Los países de Mozambique, Malawi y Madagascar no contribuyen casi en nada al advenimiento de los desastres climáticos. Estos estados deben recibir asistencia con esfuerzos de socorro y la construcción de infraestructura diseñada para minimizar el impacto de los ciclones y otras perturbaciones climáticas graves.
La reconstrucción de las comunidades dañadas en el sur de África debe ser financiada por los países imperialistas, ya que son sus propios gobiernos y corporaciones los que durante décadas han implementado políticas que tienen un impacto negativo desproporcionado en los pueblos de África, Asia y América Latina, así como en pueblos oprimidos y la clase trabajadora dentro de los estados industrializados occidentales en América del Norte y Europa Occidental.
La COP26, como las anteriores cumbres y los diferentes tratados, reuniones y compromisos de inversiones deben ser llevados a una realidad tangible de una vez por todas ya que las poblaciones postergadas y castigadas por la crisis climática que provocan, muy lejos de sus costas, otras naciones los afectan de manera directa y cada vez con más violencia y pérdidas que agravan su ya endeble realidad.
*Beto Cremonte es periodista, Comunicador Social y docente en la Facultad de Comunicación Social de La Plata (U.N.L.P), estudiante avanzado de la Tecnicatura Universitaria en Comunicación Pública y Política de la Universidad Nacional de La Plata (U.N.L.P)