Hoy la deuda de los gobiernos subsaharianos representa el 53,73% de su PIB, según los informes brindados por el Fondo Monetario Internacional, además cabe señalar que, al menos 22, de los 55 países africanos, están en riesgo de no poner hacer frete al pago de la misma.
Claro que esta problemática no está solo ajustada al continente africano. Un reciente informe de la ONU arroja como resultado que en 2022, la deuda pública acumuló 92 billones de dólares, y además que los países en desarrollo deben casi el 30% de esa cifra enorme. La ONU hace mención en el informe no solo a los datos fríos de los números, sino también a los efectos a los que conducen los mismos: las naciones endeudadas asignan más recursos a pagar intereses de las deudas contraídas que a la salud o educación por ejemplo y con ello podemos entender por qué o los porqué de la pobreza estructural de muchos de estos países. “Algunos de los países más pobres del mundo están forzados a elegir entre pagar su deuda o servir a su población. Prácticamente no disponen de espacio fiscal para inversiones esenciales en los Objetivos de Desarrollo Sostenible o en la transición a las energías renovables”, enfatizó el Secretario General de la ONU.
Según Antonio Guterres, Secretario General de la ONU, “La mitad de la humanidad vive en países que se ven obligados a gastar más en el servicio de su deuda que en salud y educación, lo que significa nada menos que un desastre para el desarrollo”. A la vez que propone medidas urgentes. Una de esas medidas sería poder consensuar para la creación de un mecanismo de reestructuración de las deudas, las suspensiones de pagos, plazos más largos y tasas más bajas para los países pobres y de renta media en situación vulnerable. Sin dudas una serie de medidas necesarias, pero que a la luz de los hechos es muy difícil de efectivizarse, sobre todo teniendo en cuenta la voracidad del sistema financiero y capitalista en la que estamos inmersos.
Otro punto que se desprende del análisis realizado por los “técnicos” de la ONU, indica que la deuda pública aumentó más rápidamente en los países en desarrollo que en los países industrializados durante la última década y explica que el incremento en el mundo en desarrollo se ha debido principalmente a las crecientes necesidades de financiamiento para el desarrollo, exacerbadas por la pandemia de COVID-19, la crisis del costo de vida y la crisis climática, y por fuentes alternativas limitadas de financiamiento.
Al menos 52 países, un 40% del mundo en desarrollo, está en “graves problemas de deuda, según el informe, que además señala que el número de países que enfrentan altos niveles de deuda aumentó considerablemente. Teniendo en cuenta que sólo 22 países en 2011 estaban en situación similar a la que hoy asisten los 59 países que señala el informe, diez años después. El análisis detalla y precisa además que el 70% de la deuda del mundo en desarrollo se concentra en tres economías: China, India y Brasil.
Si nos pudiésemos detener por un segundo a ver lo que ocurre con estas economías en “desarrollo” (sub desarrollo seria el término justo para este análisis) y nos concentrásemos en las economías del sur global, podríamos ver como se les está forzando a una situación sin salida porque la arquitectura financiera internacional no está diseñada para responder a su realidad actual. Los dirigentes pueden pagar por lo esencial, como la adaptación al cambio climático, el funcionamiento de sus sistemas de salud y la educación de su población, e incumplir el pago de su deuda. O pueden atender el servicio de su deuda y ver cómo empeoran sus economías y cómo su población carece de necesidades básicas tales como alimentación, electricidad y atención médica.
Desentrañar el dilema que queda plateado en el párrafo anterior es una tarea que se debe afrontar más temprano que tarde ya que, detrás de esos fríos números de deuda hay vidas que se juegan día a día. Uno de los posibles caminos a transitar es lograr los acuerdos necesarios que garanticen y actualicen los objetivos, las normas y los mecanismos de las finanzas internacionales, que se diseñaron hace decenios para responder a una serie de retos completamente diferentes. El mundo hoy está inmerso en un contexto muy diferente al que se enfrentaban los creadores de los mecanismos de empréstito mundial, en aquel 1944, a partir de los Acuerdos de Bretton Woods, y bajo las ideas fundantes de la economía mundial, como lo fuero Harry Dexter White y John Maynard Keynes. La salida económica de la Segunda Guerra Mundial fue todo un desafío para estos técnicos. Hoy el mundo es otro, incluso con un escenario de guerra en ciernes.
¿Nuevo Pacto Global de Financiamiento?
La pasada reunión propuesta por el presidente francés Emanuel Macron, denominada: Cumbre de París sobre el nuevo pacto financiero global, ofreció quizas alguna esperanza para el desarrollo de África en el contexto de los cambios geopolíticos y la competencia en el continente porque se necesitan grandes inversiones en varios sectores, especialmente en la modernización de su sector agrícola para aumentar la producción y la cadena de valor. Un punta pie inicial para el abordaje de la crisis de deuda de los países africanos.
El aumento de la producción agrícola puede ayudar a garantizar la seguridad alimentaria y suministrar las materias primas necesarias para la industria, una deuda impostergable para el continente africano. La recolección regular de materias primas también agregará el valor requerido a los productos básicos, preparándolos así para su distribución en todo el continente. Esto apoyará efectivamente el establecimiento de un mercado continental único y promoverá el comercio intraafricano.
La Cumbre de Paris por un Nuevo Pacto Global de Financiamiento se dio en un contexto global donde la crisis climática y la guerra en Ucrania amenazan sobre todo a los países del Sur Global. La Primera Ministra de Barbados, Mia Mottley, lidera desde la COP26 una iniciativa de financiación de la acción climática. Esta «Iniciativa de Bridgetown» aspira a facilitar el acceso a la financiación internacional de los países más vulnerables al cambio climático para que puedan responder mejor a los retos climáticos.
Sin embargo la cumbre no solo pretende proponer soluciones a problemas de financiación que van más allá de la cuestión climática. Tanto el acceso a la sanidad y la lucha contra la pobreza o los efectos de la pandemia del Covid-19, la guerra en Ucrania y sus consecuencias en cascada han reducido el espacio fiscal y presupuestario de muchos países, afectando a su capacidad para financiar el acceso de sus poblaciones a los servicios sociales básicos. En 2022, el PNUD constató un retroceso del desarrollo humano en nueve de cada diez países del mundo, debido principalmente a la disminución de la esperanza de vida y al aumento de la pobreza. Catherine Colonna, Ministra de Europa y Asuntos Exteriores de Francia, afirmó que la cumbre tendría como objetivo «construir un nuevo contrato entre el Norte y el Sur» con el ánimo de facilitar el acceso de los países vulnerables a la financiación necesaria para hacer frente a las consecuencias de las crisis recientes y futuras.
En este sentido vamos a realizar un cierto paralelismo entre lo propuesto desde la Cumbre en París y el estudio o análisis que se realizó desde la ONU. Aquí ambos concluyen en definir que: “La desigualdad está incrustada en la arquitectura financiera internacional y eso debe terminar”, haciendo hincapié en la necesidad de un sistema más incluyente donde la participación de los países en desarrollo en la gobernanza de la arquitectura financiera internacional sea una prioridad y una necesidad. Quien mejor que los afectados directamente por estos mecanismos nefastos de deuda para ofrecer herramientas de salida a la misma. Por ejemplo revertir la situación actual donde los países africanos pagan cuatro veces más por los préstamos que Estados Unidos y ocho veces más que las economías europeas más ricas. Esta disparidad en los tipos de interés pone de manifiesto la desigualdad inherente al sistema financiero internacional, que grava desproporcionadamente a los países en desarrollo.
Lectura de crisis africana desde el Banco Mundial
El crecimiento en toda África subsahariana sigue siendo lento como consecuencia de la incertidumbre en la economía mundial, los resultados poco satisfactorios de las economías más grandes del continente, la elevada inflación y la fuerte desaceleración de las inversiones, según un informe del Banco Mundial. A esto se le suma el hecho de que la deuda global, como venimos viendo a lo largo de este análisis, ha crecido exponencialmente, sobre todo, en la última década.
Las previsiones más positivas, si hay algo de positivo en una crisis de deuda, dicen que en África subsahariana el crecimiento económico se desacelerará del 3,6 % registrado en 2022 al 3,1 % en 2023, según la versión más reciente del informe sobre la economía de la región publicada por el Banco Mundial en abril de 2023. Se espera que la actividad económica de Sudáfrica se debilite aún más en 2023 a medida que se profundice la crisis energética, mientras que la recuperación del crecimiento en Nigeria en 2023 todavía se muestra frágil (2,8 %) debido a que la producción de petróleo se mantiene en niveles moderados. Al tiempo que se estima que el aumento del producto interno bruto (PIB) real de la subregión de África occidental y central disminuirá del 3,7 % de 2022 al 3,4 % en 2023, mientras que en África oriental y meridional bajará del 3,5 % de 2022 al 3 % en 2023.
Por lo tanto las perspectivas de crecimiento de las economías africanas se ha atenuado y los niveles de deuda van en aumento, entonces es menester que los gobiernos africanos deban poner mayor énfasis en la estabilidad macroeconómica, la movilización de ingresos internos, la disminución de la deuda y las inversiones productivas para reducir la pobreza extrema e impulsar la prosperidad compartida a mediano o largo plazo. Pero más allá de este análisis lo cierto es que el crecimiento escaso, combinado con las vulnerabilidades de la deuda y el desalentador incremento de las inversiones, amenazan con derivar en una década perdida en la reducción de la pobreza, sin dudas un futuro poco promisorio para el continente africano. Además un dato no menor y que subyace a este análisis y que necesariamente tenemos que señalar es que as condiciones financieras son muy desfavorables en el ámbito internacional y que han elevado los costos del financiamiento y del servicio de la deuda para África, por lo que dejan de destinarse fondos a las inversiones en desarrollo que tanto se necesitan y ponen en peligro la estabilidad macrofiscal africana.
Ya hacia un lejano 2017, donde el contexto era muy diferente al actual, sin un mundo “pos pandemia” o inmerso en una guerra, el Fondo Monetario Internacional había categorizado a 15 países del África Subsahariana con problemas de deuda o con un alto riesgo de tenerlos. Desde entonces, las conmociones económicas, los fuertes aumentos de los precios de los alimentos y la energía debido a la guerra de Ucrania, y el ascenso del dólar han exacerbado la crisis. Sin embargo, incluso en momentos en que 22 países de la región enfrentan un nivel de endeudamiento insostenible, muy pocos han caído en el impago. Sólo Ghana y Zambia, dejaron de pagar su deuda externa, mientras que otros tres, Chad, Etiopia y Malawi, han intentado reestructurarlas. Esto tiene un par de lecturas interesantes, a saber: si 22 países tienen sus niveles de deuda por las nubes, pero solo dos de ellos manifiestan no poder afrontar el pago de la misma, ¿El resto en que situación está? ¿Eligen pagar la deuda poniendo en juego la pobreza de sus pueblos? o solo transita este proceso buscado más financiamiento para pagar el endeudamiento como parte de un círculo vicioso del que es muy difícil salir, la trampa de la deuda a la que fueron empujados por un sistema global que no los atiende ni pone bajo sus prioridades. Para evitar caer en el impago de la deuda, los ministros de finanzas africanos están cayendo en el impago de sus obligaciones con las generaciones futuras. Los gobiernos africanos han debido recortar sus ya magros presupuestos de salud, educación e inversiones públicas para pagar a sus acreedores externos. Y así van sumergidos en un tortuoso camino que solo los conduce a más debacle, teniendo en sus maños (riquezas naturales) la solución, pero claro hacer frente a un siniestro mecanismo global de “financiamiento-deuda-re financiamiento” es patear el tablero del statu quo impuesto por las potencias.
Difícil es pensar este escenario. Mucho más es pensarlo como una realidad para el continente africano.
*Beto Cremonte es docente, profesor de Comunicación Social y Periodismo, egresado de la UNLP, Licenciado en Comunicación Social, UNLP, estudiante avanzado en la Tecnicatura superior universitaria de Comunicación pública y política, FPyCS UNLP.
Foto de portada: dibujo que representa la sujeción de África a la deuda (internet)