Esta iniciativa, impulsada por la Fiscalía General y respaldada por la firma de una ley por parte del presidente Vladímir Putin a finales de 2024, ha sido calificada como un “paso muy valioso” por el portavoz talibán Zabihullah Mujahid, quien aseguró que ayudará a “reforzar los lazos entre los dos países y los dos pueblos”.
Más allá del gesto diplomático, esta movida de Moscú debe leerse en tres niveles clave que definen el nuevo equilibrio de poder en Asia: la seguridad regional, el desarrollo económico impulsado por China a través de la Franja y la Ruta, y el papel articulador de la Organización de Cooperación de Shanghái (OCS) en la lucha contra el terrorismo.
Seguridad en Asia Central: el factor talibán como contención del caos
Desde su retorno al poder en Kabul en 2021, el gobierno talibán ha mostrado voluntad de garantizar la estabilidad interna de Afganistán, un país que en décadas pasadas fue utilizado como base de operaciones para múltiples grupos terroristas transnacionales.
A pesar del escepticismo inicial, la realidad es que bajo el control talibán el país no ha visto una expansión de grupos como el Estado Islámico en Khorasan (ISIS-K), lo que ha sido reconocido discretamente por varias potencias regionales.
Para Rusia, que comparte fronteras indirectas con Afganistán a través de Asia Central, la contención del terrorismo y del extremismo islámico en sus repúblicas aliadas (Tayikistán, Uzbekistán, Kirguistán) es una prioridad estratégica.
La cooperación con un gobierno talibán estabilizado puede convertirse en un muro de contención frente a desestabilizaciones externas alentadas por servicios occidentales que buscan infiltrar a radicales en la región.
Suspender la prohibición legal al movimiento talibán permitiría a Moscú establecer canales abiertos de cooperación en inteligencia y seguridad, fortaleciendo un cinturón de estabilidad en sus fronteras meridionales.

China y la Franja y la Ruta: Afganistán como eje del corazón asiático
Para China, Afganistán representa una pieza vital en su ambicioso megaproyecto de infraestructura, comercio y conectividad conocido como la Iniciativa de la Franja y la Ruta.
La posición geográfica del país lo convierte en el puente natural entre Asia Central y el subcontinente indio, además de ser vecino directo del corredor económico China-Pakistán.
Sin estabilidad en Afganistán, cualquier corredor terrestre entre China y Asia Occidental estaría condenado a la fragilidad. Por eso, Pekín ha intensificado su acercamiento con los talibanes desde su regreso al poder, ofreciendo inversiones, colaboración en infraestructura y, sobre todo, respaldo diplomático en foros multilaterales.
La decisión rusa de rehabilitar políticamente al gobierno afgano encaja con la visión estratégica de China: asegurar un Afganistán estable, integrado y abierto al comercio. De esta forma, se refuerza el eje Moscú-Pekín-Kabul como columna vertebral de la integración euroasiática.
La OCS: arquitectura de seguridad sin Occidente
En un escenario global cada vez más complejo la Organización de Cooperación de Shanghái (OCS), compuesta por potencias como Rusia, China, Irán, India y varios países centroasiáticos, ha asumido un rol central como bloque de seguridad regional. Uno de sus pilares es precisamente la lucha contra el terrorismo, el separatismo y el extremismo.
Reincorporar a Afganistán como socio pleno o asociado de la OCS exige un marco legal que permita el reconocimiento diplomático del gobierno talibán por parte de todos los miembros.
Rusia, al avanzar en este proceso de legalización, está allanando el camino para una mayor cooperación institucional, en la que Afganistán sea visto no como un actor marginal, sino como parte integral del orden euroasiático.
La integración de los talibanes en la OCS reforzaría los mecanismos multilaterales de seguridad colectiva sin necesidad de recurrir a estructuras occidentales como la OTAN, y consolidaría un modelo alternativo de gestión de conflictos basado en soberanía, pragmatismo y respeto mutuo.
La posible retirada de los talibanes de la lista rusa de organizaciones terroristas marca un giro de 180 grados en la política euroasiática y evidencia la madurez del eje Moscú-Pekín en su estrategia común.
Lejos de los discursos “idealistas” occidentales, el pragmatismo geopolítico se impone: si Afganistán es parte de Asia, debe ser parte de su solución.
Rusia está enviando una señal clara al mundo: ya no permitirá que Washington y sus aliados determinen quién es “aceptable” o “legítimo”. El reconocimiento de los talibanes no solo reafirma una política exterior independiente, sino que redefine el mapa de alianzas en una región donde se juega buena parte del futuro del siglo XXI.
Foto de la portada: Xinhua