En la última semana fue noticia en Brasil el asesinato de Matehus Rezende, conocido en la zona oeste de Río de Janeiro por ser el sobrino de Zinho, jefe de un de los grupos paramilitares más importantes de la ciudad. El hecho se produjo luego de que una facción del grupo criminal se enfrentara con la Policía Civil y se produjeran una serie de disparos, uno de los cuales terminó alcanzando a Rezende. Tras el hecho, varios autobuses fueron quemados en diversos puntos de la Zona Oeste a modo de protesta por el asesinato. Las imágenes de lo ocurrido fueron divulgadas ampliamente por los principales medios de comunicación del país, algo recurrente cuando se trata de enfrentamiento entre facciones del crimen organizado y las policías locales.
Pese al impacto de las imágenes, se puede decir que se trata de una situación al menos regular. Los enfrentamientos entre la policía militar o civil con el crimen organizado en la zona oeste de Río de Janeiro son una de las tantas postales de la ciudad, tal vez de las que menos se conocen a nivel turístico pero si por quienes habitan la ciudad de manera cotidiana.
En los enfrentamientos las bajas se cuentan de a montones, no sólo entre las filas de quienes están en el frente de batalla sino también entre los miles de cariocas que viven en las periferias, principalmente en aquellos barrios donde los grupos paramilitares y el narcotráfico se disputan el control del territorio.
Es ahí que habita el principal problema. Históricamente la periferia fue el terreno donde el Estado queda reducido a intervenciones concentradas en los períodos electorales, con promesas de mejoras que nunca llegan y una profundización progresiva del modelo económico neoliberal a nivel estatal cuya lógica de exclusión expulsa a cada vez a más personas hacia la periferia.
Ante la ausencia del Estado y la falta de oportunidades, las comunidades cayeron bajo el control de los agentes del crimen. Primero fue la delincuencia y el narcotráfico, cuyo crecimiento permitió que surgiera las milicias, que hoy por hoy es uno de los principales flagelos que padece la ex capital del ya extinto imperio portugés.
Las milicias son grupos paramilitares compuestos en su mayoría por exmiembros de las fuerzas armadas, policía y bomberos, así como civiles, que han tomado el control de ciertas áreas y regulan de forma ilegal actividades criminales como la extorsión y el tráfico de drogas.
Su surgimiento está directamente vinculado a la creciente violencia del narcotráfico en Río de Janeiro y otras partes de Brasil. Se presentan como una especie de «orden» en comunidades afectadas por el crimen y la violencia, pero en realidad operan con impunidad y frecuentemente cometen abusos contra los derechos humanos. Ante la ausencia del Estado y el poder cada vez mayor del narcotráfico en las periferias, las milicias funcionan como una suerte de fuerza de orden local cuya autoridad es incuestionable para gran parte de la comunidad.
Por tratarse de miembros y ex miembros de las fuerzas del orden cuyo contexto de actuación es la periferia, su crecimiento como organización al margen de la ley con agentes en actividad en sus filas hace que exista una articulación constante que impide el combate a las milicias, llegando incluso a ser coptados por referentes del Estado como actores a veces clave para el ejercicio del poder.
Con la profundización del modelo neoliberal y el abandono por parte del estado de las periferias a manos de estos grupos paramilitares (muchas veces reconocidos por las comunidades como la autoridad a la que se debe respetar) comenzó a darse un proceso de articulación con estas estructuras de poder que si bien no es admitido publicamente se hizo evidente a lo largo de los años.
El caso del ex presidente Jair Bolsonaro es emblemático por ser uno de los más explícitos en relación al vínculo del ex mandatario y gran parte de su familia con miembros de diferentes milicias que actúan en la zona oeste de Río de Janeiro. Algunos de ellos, como el actual senador Flavio Bolsonaro, han llegado a decir ante los micrófonos que es necesario legalizar a los grupos paramilitares debido al hecho de que cumplen un servicio a la comunidad por actuar contra el crimen organizado. Tanto Flavio como su hermano Carlos, quien ostenta el cargo de consejal por la ciudad de Río de Janeiro, incluso han llegado a homenajear a milicianos investigados por asesinatos y torturas por parte de la justicia.
Con la muerte de Matheus Rezende, número dos en la jerarquía de la milicía que actúa en dicho territorio, queda en evidencia la ya tradicional guerra en la que una de las ciudades más importantes de Brasil se encuentra sumergida. Ante el abandono del Estado a lo largo de varias décadas, la disputa por territorio ha tornado a la periferia carioca el escenario de una guerra civil que dificilmente encuentre una salida pacífica y que entre sus principales vícitmas continuará contando a los miembros de las comunidades más pobres y relegadas de la ciudad cuna del carnaval.
*Ana Laura Dagorret es analista internacional, coautora del Manual breve de geopolítica y parte del equipo de PIA Global.
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