Primero Vietnam, ahora Indonesia. Dos economías clave del Sudeste Asiático que consolidan vínculos formales con un bloque euroasiático que, lejos de replegarse ante las sanciones y presiones externas, expande su red de asociaciones estratégicas en dirección al Sur Global y al corazón dinámico de Asia.
La UEEA —integrada por Rusia, Bielorrusia, Kazajistán, Armenia y Kirguistán— viene desarrollando una política exterior económica claramente orientada a la diversificación de mercados, la reducción de dependencias estructurales respecto a Occidente y la construcción de un ecosistema comercial alternativo, basado en reglas claras, previsibilidad jurídica y, sobre todo, no injerencia política.
En ese marco, el Sudeste Asiático aparece como un socio natural, en donde conviven economías en crecimiento, con fuerte base industrial y demográfica, y con una tradición diplomática que privilegia el pragmatismo por sobre los alineamientos ideológicos rígidos.
El acuerdo con Indonesia marca un salto cualitativo no solo por el tamaño del mercado indonesio —más de 270 millones de habitantes— sino por su rol geopolítico como potencia regional, miembro del G20 y actor clave dentro de la ASEAN.
Según el ministro de Comercio indonesio, Budi Santoso, el tratado aportará certeza legal y transparencia, elementos centrales para que las empresas, especialmente las micro, pequeñas y medianas, puedan proyectarse hacia un mercado euroasiático cada vez más abierto. No se trata únicamente de grandes corporaciones, sino de un entramado productivo que puede encontrar en la UEEA una vía real de expansión y diversificación.

Desde la perspectiva euroasiática, el impacto también es significativo, la Comisión Económica Euroasiática estima que la reducción arancelaria afectará aproximadamente a 3.000 millones de dólares del comercio bilateral y que, en un plazo de tres a cinco años, el intercambio podría duplicarse.
Esto incluye un aumento sustancial de exportaciones tanto agrícolas como industriales hacia Indonesia, consolidando cadenas de suministro que no pasan por los cuellos de botella tradicionales controlados por potencias occidentales.
Este esquema recuerda inevitablemente al acuerdo previo con Vietnam, que ya demostró que es posible articular mecanismos de libre comercio entre economías con diferentes niveles de desarrollo sin imponer condicionalidades políticas, reformas estructurales forzadas ni agendas externas.
En ambos casos, la lógica es clara ya que estos acuerdos reales, con beneficios tangibles, construidos sobre intereses convergentes y respeto mutuo. Justamente lo contrario al modelo de “libre comercio” promovido históricamente por la UE o Estados Unidos, que suele venir acompañado de presiones, sanciones encubiertas o exigencias de alineamiento estratégico.

Todo esto no es solo comercio, es soberanía económica, es autonomía de decisión y es la construcción paulatina de un orden multipolar donde los países del Sur Global dejan de ser meros receptores de reglas ajenas para convertirse en arquitectos de sus propios espacios de cooperación.
Indonesia, al igual que Vietnam, entiende esta dinámica, por eso su acercamiento a la UEEA no implica romper con otros socios, sino ampliar márgenes de maniobra, equilibrar dependencias y fortalecer una política exterior basada en el interés nacional.
Para la UEEA, en tanto, estos acuerdos consolidan su inserción asiática y refuerzan la idea de que el aislamiento impuesto desde Occidente es, en los hechos, una narrativa cada vez más desconectada de la realidad.
Lo que se está configurando es un entramado comercial y político alternativo, todavía en construcción, pero con bases sólidas, acuerdos firmados, cifras concretas y beneficios compartidos.
Un camino que no promete soluciones mágicas, pero sí una dirección clara: cooperación sin tutelaje, desarrollo sin subordinación y un nuevo equilibrio internacional donde Asia ocupa el lugar central que le corresponde.
*Foto de la portada: Tazabek

