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India, Pakistán, Trump y el tablero asiático en tensión

*Por PIA GLOBAL – La situación actual del subcontinente indio vuelve a ingresar en una fase de alta sensibilidad estratégica.

El reciente acercamiento entre Estados Unidos y Pakistán, impulsado por el regreso de Donald Trump a la Casa Blanca, no solo reconfigura viejos equilibrios, sino que reactiva una zona histórica de disputa indo-pakistaní y, al mismo tiempo, introduce un factor adicional de presión sobre China, cuyo vínculo estratégico con Islamabad es uno de los pilares de su proyección en Asia del Sur.

Durante años, India había asumido que la relación entre Washington e Islamabad estaba estructuralmente deteriorada. El congelamiento de ayuda militar durante el primer mandato de Trump y las acusaciones directas contra Pakistán por su supuesto doble juego en la “guerra contra el terrorismo” parecían haber cerrado una etapa. Sin embargo, el nuevo giro estadounidense demuestra que, para Washington, Pakistán sigue siendo una pieza útil cuando el objetivo es rediseñar equilibrios regionales más amplios.

El paquete aprobado por Estados Unidos para modernizar la flota de cazas F-16 de Pakistán, por un valor de 686 millones de dólares, junto con la apertura de más de 1.250 millones de dólares en financiación para proyectos de minerales críticos —especialmente el megaproyecto de cobre y oro Reko Diq en Baluchistán— marca el mayor calentamiento bilateral entre ambos países en casi una década. Desde una perspectiva técnica, esto no solo prolonga la vida operativa de la aviación pakistaní hasta 2040, sino que refuerza capacidades militares que inevitablemente son observadas con preocupación desde Nueva Delhi.

Para India, el problema no es únicamente Pakistán. El trasfondo real es la lógica estratégica estadounidense. Washington intenta reactivar vínculos con Islamabad mientras, en paralelo, busca “tranquilizar” a Nueva Delhi, consciente de que la India es hoy un socio central en su estrategia de contención de China en el Indo-Pacífico.

Esta doble vía —acercarse a Pakistán sin perder a India— es intrínsecamente inestable y revive una sensación conocida en Nueva Delhi, la de ser instrumentalizada dentro de un juego mayor.

Desde la óptica india, el fortalecimiento militar de Pakistán bajo patrocinio estadounidense reabre una zona de incertidumbre en un frente históricamente sensible, en particular en torno a Cachemira y a la dinámica de disuasión convencional. Incluso si Washington insiste en que estas medidas no alteran el equilibrio regional, la percepción estratégica cuenta tanto como los hechos materiales.

En Nueva Delhi crece la inquietud de que Estados Unidos esté dispuesto a reactivar tensiones indo-pakistaníes como una forma indirecta de reordenar prioridades regionales.

Pero el tercer actor clave de esta ecuación es China. Pakistán no es solo un vecino incómodo para India: es, además, uno de los principales socios estratégicos de Pekín. El Corredor Económico China-Pakistán (CPEC) y la cooperación militar sino-pakistaní han convertido a Islamabad en un nodo fundamental de la proyección china hacia el océano Índico.

Desde esta perspectiva, el renovado interés de Estados Unidos en Pakistán también puede leerse como un intento de introducir fisuras en esa relación, o al menos de condicionar el margen de maniobra de China en Asia del Sur.

El componente económico del acercamiento estadounidense refuerza esta lectura. La apuesta por los minerales críticos en Pakistán no es neutral, se inscribe en la competencia global por cadenas de suministro alternativas a China. Baluchistán, pese a su inestabilidad crónica, aparece ahora como un espacio donde Washington busca insertar capital y tecnología estadounidense, disputando influencia en una zona que también es estratégica para Pekín.

Para India, este escenario plantea un dilema complejo. Por un lado, mantiene una relación estrecha con Estados Unidos en términos de defensa, tecnología y posicionamiento frente a China. Por otro, observa cómo ese mismo socio reactiva vínculos con su rival histórico, reforzando capacidades militares y económicas que inevitablemente afectan su entorno de seguridad inmediato.

En términos más amplios, el subcontinente indio vuelve a quedar atrapado en una lógica de grandes potencias que utilizan rivalidades locales como palancas estratégicas. El acercamiento de Trump a Pakistán no reduce tensiones, las redistribuye.

Reabre la disputa indo-pakistaní, introduce nuevas variables en la relación India–Estados Unidos y, al mismo tiempo, busca erosionar la posición china en uno de sus espacios de asociación más sensibles.

Lejos de estabilizar la región, este movimiento confirma que Asia del Sur sigue siendo un tablero de competencia geopolítica donde las prioridades externas pesan más que las necesidades de equilibrio regional. Para India, el desafío será evitar que esta nueva fase la arrastre a una escalada indirecta que termine beneficiando, una vez más, a actores externos antes que a la estabilidad del propio subcontinente.

*Foto de la portada: AFP

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