Análisis del equipo de PIA Global Asia Slider

El cerco del Dragón, la arquitectura estratégica de la contención estadounidense

Escrito Por Tadeo Casteglione

Por Tadeo Casteglione* “Quien controla el Rimland controla Eurasia; quien controla Eurasia domina el mundo”

La máxima geopolítica de Nicholas Spykman, formulada en pleno fragor de la Segunda Guerra Mundial, resuena con inquietante vigencia en el teatro estratégico contemporáneo del Indo-Pacífico.

Washington ha desplegado una arquitectura de contención multidimensional contra Beijing que replica, con sofisticación tecnológica del siglo XXI, la lógica del containment diseñada por George Kennan contra la Unión Soviética.

Pero es de destacar que esta nueva Gran Estrategia enfrenta un adversario cualitativamente diferente, al enfrentarse a una potencia que no busca exportar una revolución ideológica, sino reconfigurar el orden internacional mediante la integración económica, el dominio tecnológico y la proyección de poder naval en sus mares adyacentes.

El Asia-Pacífico se ha convertido en el epicentro de la competencia geopolítica global, donde convergen rivalidades territoriales, dependencias tecnológicas críticas y ambiciones hegemónicas contrapuestas.

Desde la península coreana hasta el Mar de Filipinas, pasando por el estrecho de Taiwán y proyectándose hacia el Índico y Oceanía, Estados Unidos ha tejido una red de alianzas, acuerdos de defensa y mecanismos multilaterales diseñados para contener, disuadir y, en última instancia, negar a China la consolidación de una esfera de influencia en lo que Beijing considera su área de influencia natural.

La Península Coreana

La península coreana constituye el vértice nororiental del perímetro de contención estadounidense, una fractura geopolítica congelada que, paradójicamente, sirve a los intereses estratégicos de Washington.

La presencia de aproximadamente 28.500 efectivos militares estadounidenses en Corea del Sur, junto con sistemas antimisiles THAAD y capacidades de proyección y respuesta rápida, representa mucho más que una garantía de seguridad para Seúl, sino que constituye un puesto de avanzada permanente a escasos kilómetros del territorio chino.

La supervivencia del gobierno popular norcoreano, sostenida en gran medida por el apoyo tácito de Beijing, genera una paradoja estratégica, mientras Pyongyang representa según la óptica de Estados Unidos, una amenaza regional que justifica la militarización estadounidense del noreste asiático, simultáneamente ofrece a China un estado tapón contra la expansión directa de la influencia estadounidense hacia sus fronteras.

Esta dinámica ha producido un equilibrio perverso donde la crisis perpetua sustituye a la resolución, y donde cada ensayo nuclear o lanzamiento balístico norcoreano recalibra las justificaciones para el despliegue militar estadounidense en la región.

La península funciona como un laboratorio de disuasión extendida, donde Estados Unidos debe demostrar simultáneamente su compromiso con la defensa de “aliados” y su capacidad para gestionar escaladas con una potencia nuclear impredecible, todo ello bajo la mirada calculadora de Beijing, que evalúa constantemente la credibilidad de los compromisos de seguridad estadounidenses en Asia Oriental.

Taiwán, Japon y la contención a la pesadilla logística

Si existe un punto de inflamación capaz de catalizar un conflicto de grandes potencias en el siglo XXI, ese es Taiwán. La isla representa la convergencia perfecta de vulnerabilidad estratégica, dependencia tecnológica crítica y simbolismo político irreductible.

Para Beijing, la reunificación con Taiwán constituye un imperativo histórico y una cuestión de legitimidad del Partido Comunista Chino; para Washington, su autonomía de facto representa tanto un bastión de contención geográfica como el nodo central de las cadenas globales de suministro tecnológico.

La hegemonía taiwanesa en la fabricación de semiconductores avanzados —con TSMC controlando más del 60% de la producción global de chips y cerca del 90% de los procesadores más sofisticados— transforma la isla en un activo estratégico irremplazable.

En este contexto la transformación de Japón de potencia pacifista a actor de seguridad proactivo representa uno de los pivotes estratégicos más significativos del Indo-Pacífico contemporáneo. La Constitución de posguerra, redactada bajo supervisión estadounidense, consagró en su Artículo 9 la renuncia japonesa a la guerra como instrumento de política nacional.

Durante décadas, este “pacifismo constitucional” funcionó como camisa de fuerza estratégica, limitando las capacidades militares niponas a Fuerzas de Autodefensa estrictamente defensivas.

Sin embargo, la ascensión de China como potencia militar ha catalizado una reinterpretación radical por parte de las nuevas autoridades en Tokio. Las declaraciones de la Primera Ministra Sanae Takaichi en noviembre de 2025, caracterizando un potencial ataque chino contra Taiwán como “amenaza existencial” para Japón y justificación para respuesta militar, marcan un punto de inflexión histórico.

El analista Peter Yang en referencia a las motivaciones profundas de la postura japonesa hacia Taiwán añade una dimensión psicológica e histórica inquietante a la arquitectura de contención estadounidense en el Indo-Pacífico. Si Washington construye su estrategia sobre la premisa de que sus aliados regionales comparten sus objetivos de preservar lo que queda del “orden basado en reglas”, Yang desarticula esta ilusión revelando cómo Japón opera con una agenda paralela enraizada no en valores democráticos abstractos, sino en el legado irresuelto de su imperio colonial.

La declaración de la Primera Ministra Sanae Takaichi caracterizando un conflicto por Taiwán como “crisis existencial” para Japón —y su posterior retractación apresurada tras la represalia económica china— ejemplifica el patrón que Yang denomina “teatro político” calculado.

Tokio aviva tensiones deliberadamente para consolidar apoyo interno a políticas militaristas, presentándose como “nación sitiada”, para luego desescalar simbólicamente mientras mantiene la trayectoria de remilitarización. Este ciclo replica el comportamiento de Nancy Pelosi en 2022, provocación seguida de silencio una vez que Beijing demuestra que las contramedidas tienen costos reales.

En esta ocasión la caída inmediata de acciones turísticas japonesas ante la advertencia de viaje china —los turistas chinos representan el 20% de visitantes— y el aumento de patrullas de guardacostas alrededor de las Diaoyu/Senkaku subrayan la asimetría de vulnerabilidades, Japón puede hacer declaraciones, China puede imponer consecuencias económicas y operacionales.

En el 80º aniversario del fin de la Segunda Guerra Mundial, la advertencia de Yang resuena, los fantasmas del imperio japonés no fueron exorcizados en 1945, fueron enterrados bajo ambigüedades convenientes. Ahora, en la competencia por Taiwán, esos fantasmas resurgen, transformando lo que Estados Unidos presenta como defensa de democracia en algo más oscuro y más peligroso, la reanimación de agendas imperiales bajo nuevas banderas ideológicas.

Tokio enfrenta una encrucijada existencial, su dependencia económica de China —su principal socio comercial— se yuxtapone con su alianza de seguridad vital con Estados Unidos. Esta tensión produce una política exterior esquizofrénica, oscilando entre la cooperación económica pragmática y la confrontación estratégica explícita.

Filipinas el Pivote del Mar de China Meridional

La reactivación y potencialización de Filipinas como plataforma militar estadounidense representa quizás el desarrollo más significativo en la arquitectura de contención regional desde 2014. El cierre de las bases de Subic Bay y Clark en 1991-1992, consecuencia del nacionalismo filipino post-Marcos y el fin de la Guerra Fría, constituyó uno de los mayores retrocesos estratégicos estadounidenses en Asia.

Durante dos décadas, Washington careció de infraestructura militar significativa en el corazón del Mar de China Meridional, precisamente cuando Beijing construía islas artificiales y militarizaba atolones en aguas disputadas.

El Acuerdo de Cooperación de Defensa Mejorada (EDCA) de 2014, firmado bajo la presidencia de Benigno Aquino III, revirtió esta ausencia. Bajo la ficción legal de “rotación de tropas” en lugar de bases permanentes, Estados Unidos obtuvo acceso a nueve instalaciones militares filipinas, incluidas localizaciones estratégicas en Luzón septentrional —a escasos 400 kilómetros de Taiwán— y en Palawan, frente a las disputadas Islas Spratly.

Filipinas ocupa una posición de estrangulamiento sobre las líneas marítimas de comunicación que conectan el Pacífico occidental con el Índico. Cualquier escenario de bloqueo o invasión de Taiwán requeriría que China neutralizara las capacidades estadounidenses desplegadas en territorio filipino.

Beijing ha sido explícito en caso de conflicto por Taiwán, las instalaciones militares filipinas que alberguen fuerzas estadounidenses se convertirían en objetivos legítimos para ataques de misiles.

Manila navega un dilema imposible, su seguridad territorial contra las incursiones chinas en la Zona Económica Exclusiva —particularmente en el Banco de Ayungin y el Bajo de Masinloc— depende de la disuasión estadounidense, pero esa misma alianza convierte al archipiélago en campo de batalla potencial de una guerra de grandes potencias.

La administración de Ferdinand Marcos Jr. ha optado por un alineamiento más estrecho con Washington, calculando que la vulnerabilidad a largo plazo ante China supera los riesgos de escalada a corto plazo, pero esta trampa le está trayendo severos problemas económicos y sociales al poner a Filipinas en la mira de un conflicto internacional que de escalar podría tener consecuencias inconmensurables.

Vietnam el pragmatismo del bambú en la tormenta geopolítica

Vietnam representa la anomalía fascinante en la arquitectura de contención estadounidense en la región, un estado comunista de partido único, históricamente alineado con Moscú y Beijing, que ahora cultiva lazos de defensa con Washington precisamente por su rivalidad territorial con China. Las disputas por las Islas Paracel y Spratly, junto con el recuerdo traumático de la guerra sino-vietnamita de 1979, generan una desconfianza estructural hacia Beijing que ninguna afinidad ideológica puede superar.

Hanói practica como ideología exterior la llamada “diplomacia del bambú” flexible en apariencia, resistente en esencia, capaz de doblarse ante vientos poderosos sin quebrarse. Esta postura se manifiesta en una diversificación meticulosa de asociaciones estratégicas, acuerdos de defensa con Rusia, cooperación militar creciente con Estados Unidos, participación en mecanismos multilaterales como la ASEAN, y simultáneamente, vínculos económicos profundos con China.

Washington ha avanzado cautelosamente en la relación, consciente de que presionar demasiado podría ser contraproducente. Los puertos vietnamitas de Cam Ranh y Da Nang —bases estadounidenses durante la guerra— ahora reciben visitas regulares de buques de guerra estadounidenses, aunque Vietnam rechaza cualquier acuerdo formal de bases. La venta de patrulleras y equipamiento de vigilancia marítima constituye una transferencia de capacidades menos visible pero estratégicamente significativa.

El pragmatismo vietnamita impone límites claros, participará en equilibrios regionales contra la asertividad china, pero no se convertirá en proxy estadounidense. Esta autonomía estratégica frustra los diseños de contención más ambiciosos de Washington, pero simultáneamente ofrece un modelo de resistencia ante la coerción china que otros estados del Sudeste Asiático observan atentamente.

QUAD y el Indo-Pacífico

El Diálogo Cuadrilateral de Seguridad —Estados Unidos, Japón, India y Australia— representa el intento más ambicioso de institucionalizar la contención china mediante un mecanismo multilateral que evita formalmente caracterizarse como alianza militar. Resucitado en 2017 tras una década de latencia, el QUAD ha evolucionado desde consultas diplomáticas discretas hacia coordinación operacional en ámbitos que van desde ejercicios navales conjuntos hasta cooperación en cadenas de suministro de semiconductores.

La inclusión de India resulta crucial en esta instancia, Nueva Delhi aporta peso demográfico, capacidad industrial y, fundamentalmente, control sobre el Índico occidental, transformando el mecanismo de un club exclusivamente asiático-oriental en una arquitectura genuinamente Indo-Pacífica. Las fricciones fronterizas sino-indias en Ladakh desde 2020, con enfrentamientos letales y despliegues militares masivos, han profundizado la convergencia estratégica indo-estadounidense, superando décadas de alineamiento no alineado indio.

Sin embargo, el QUAD enfrenta limitaciones estructurales. India rechaza compromisos de seguridad automáticos, mantiene autonomía estratégica celosamente y preserva relaciones con Rusia que Washington considera problemáticas. Australia oscila entre su dependencia económica de China —su principal socio comercial— y su alianza de seguridad con Estados Unidos, generando tensiones políticas internas. Japón, aunque comprometido retóricamente, enfrenta restricciones constitucionales y una opinión pública dividida sobre la remilitarización.

La ambigüedad estratégica del QUAD —¿mecanismo de coordinación o proto-alianza?— refleja tanto debilidad como flexibilidad. Al evitar formalización excesiva, el grupo mantiene opciones abiertas y reduce riesgos de escalada inadvertida. Simultáneamente, esta indefinición limita su efectividad como instrumento de disuasión, Beijing calcula que ante una crisis aguda, la cohesión del QUAD podría fracturarse bajo presiones económicas y dilemas de compromiso asimétricos.

El Índico y la expansión del perímetro estratégico

La concepción estadounidense del “Indo-Pacífico” como teatro estratégico unificado representa un ensanchamiento deliberado del perímetro de contención, incorporando el Índico como flanco occidental esencial.

China ha respondido con su “Collar de Perlas” una cadena de puertos en Myanmar, Bangladesh, Sri Lanka, Pakistán y Djibouti que proporciona puntos de apoyo a lo largo de sus líneas marítimas de comunicación vitales.

El puerto de Hambantota en Sri Lanka, arrendado a China por 99 años tras la incapacidad de Colombo de servir deuda china, simboliza tanto las ambiciones como los métodos de Beijing: financiamiento generoso de infraestructura seguido de conversión de deuda en activos estratégicos. Aunque China niega intenciones militares, la lógica dual de estas instalaciones resulta evidente, lo que sirve para comercio en tiempos de paz se convierte en apoyo logístico en tiempos de conflicto.

Estados Unidos ha respondido profundizando lazos con India —potencia dominante en el Índico— y fortaleciendo presencia en Diego García, su base estratégica en el Índico central. La reactivación de vínculos con Maldivas, el cortejo de Bangladesh y la competencia por influencia en Seychelles configuran un juego de posiciones donde cada puerto, cada acuerdo de atraque, cada facilidad logística adquiere significación estratégica desproporcionada.

Oceanía y la competencia por las microestados insulares

La advertencia de la ministra de Asuntos Exteriores australiana Penny Wong sobre la “expansión silenciosa” china en el Pacífico Sur captura una dimensión frecuentemente subestimada de la competencia estratégica, la batalla por influencia en microestados insulares con poblaciones diminutas pero Zonas Económicas Exclusivas vastas y posiciones geográficas estratégicas.

El intento chino de firmar un acuerdo de seguridad regional con diez naciones insulares del Pacífico en 2022 —frustrado por resistencia de algunas capitales y presión australiana— evidenció las ambiciones de Beijing. El precedente del acuerdo de seguridad sino-salomónico, permitiendo potencialmente presencia de fuerzas de seguridad chinas y escalas navales, generó alarma en Canberra y Wellington, una base china en Melanesia rompería siglos de dominio anglo-estadounidense en el Pacífico Sur.

Wong articuló con claridad la percepción australiana: “China no solo está apareciendo en el Pacífico; está apareciendo con más frecuencia, más lejos y con menos disculpas.” Esta competencia se libra mediante ayuda al desarrollo, financiamiento de infraestructura, diplomacia de alto nivel y, crucialmente, respuestas al cambio climático —amenaza existencial para naciones insulares de baja altitud. Australia ha comprometido 2.200 millones de dólares en ayuda al desarrollo y 1.300 millones en financiamiento climático, consciente de que el vacío se llena: si Canberra no provee, Beijing lo hará.

La geografía determina las apuestas, el Pacífico Sur controla rutas marítimas alternativas entre Asia y América, y bases en la región flanquearían las comunicaciones entre Estados Unidos y Australia. Para Canberra, mantener un “vecindario” amigable constituye imperativo de seguridad existencial; para Beijing, romper el monopolio australiano demuestra que ninguna región permanece fuera de la competencia de grandes potencias.

La dimensión Ártica de la contención

Aunque geográficamente distante del Indo-Pacífico, el Ártico constituye un teatro conectado en la lógica estratégica de Washington, la convergencia sino-rusa ante la presión occidental genera una alianza de conveniencia que amenaza intereses estadounidenses en múltiples dominios.

La Ruta del Mar del Norte, potencialmente transitable debido al deshielo climático, ofrece a China acceso marítimo entre Europa y Asia que evita los estrechos controlados por potencias alineadas con Washington.

Beijing se autodenomina “estado casi ártico” y ha invertido en infraestructura rusa en el Ártico, participando en proyectos gasísticos y construyendo rompehielos. Esta penetración económica genera capacidades duales, lo que facilita comercio en paz constituye ventaja estratégica en conflicto. Rusia, aislada por sanciones occidentales tras la invasión de Ucrania, ha aceptado la inversión china como mal necesario, aunque Moscú mantiene recelo ante la asimetría de poder creciente.

Estados Unidos interpreta esta cooperación sino-rusa como amenaza comercial y estratégica, por lo cual el acceso chino al Ártico debilita la efectividad de cualquier bloqueo naval en el Indo-Pacífico, mientras que las capacidades rusas de ataque de largo alcance —submarinos nucleares, bombarderos estratégicos— podrían coordinar con China en escenarios de conflicto.

La expansión de la OTAN con Finlandia y Suecia busca precisamente contener la proyección rusa en el Ártico, completando un cerco que se extiende desde el Báltico hasta el Pacífico.

La trampa de Tucídides en la era de la interdependencia asimétrica

El cerco estratégico que Estados Unidos teje alrededor de China replica patrones históricos de contención hegemónica, pero opera en condiciones de interdependencia económica que carecían de precedente.

A diferencia de la Guerra Fría —donde bloques económicos separados coexistían con escaso comercio mutuo— la relación sino-estadounidense combina rivalidad estratégica con integración económica profunda. Esta paradoja genera vulnerabilidades mutuas que ambos poderes intentan simultáneamente explotar y mitigar.

El caso de las tierras raras, detallado en el documento analizado, ilustra perfectamente esta dinámica: Estados Unidos invirtió masivamente en capacidad de semiconductores mediante la Ley CHIPS, pero descuidó la cadena de suministro de tierras raras necesaria para producir la maquinaria de fabricación de chips. China, controlando el 90% del procesamiento global de tierras raras, posee un punto de estrangulamiento estratégico que ninguna inversión estadounidense puede remediar a corto plazo.

La advertencia de Deng Xiaoping de los años 80 —”Oriente Medio tiene petróleo, China tiene tierras raras”— ha demostrado ser profética, Beijing planificó, invirtió y coordinó durante cuatro décadas para asegurar dominio en materiales críticos, mientras Washington externalizó, financiarizó y finalmente dependió de cadenas globales que asumió permanecerían accesibles.

Esta asimetría estructural se replica en múltiples dominios: Estados Unidos domina diseño de semiconductores y software, pero depende de fabricación asiática; controla tecnologías militares avanzadas, pero depende de materiales procesados en China; lidera innovación financiera, pero enfrenta un competidor con capacidades industriales masivas y coordinación estatal. La contención militar se complica cuando el adversario controla insumos críticos de los que depende tu propia capacidad militar.

La Geometría Imposible de la Contención del Siglo XXI

La arquitectura de contención estadounidense en el Indo-Pacífico enfrenta una paradoja fundamental, debe disuadir sin provocar, contener sin aislar, competir sin desacoplar. Los precedentes históricos ofrecen lecciones ambiguas en donde la contención soviética funcionó, pero requirió medio siglo y se benefició de debilidades intrínsecas del modelo comunista que no se replican en el socialismo con particularidades del estado chino. El intento de contener Alemania y Japón en el período de entreguerras fracasó catastróficamente, produciendo precisamente la guerra expansionista que buscaba evitar.

La diferencia crucial radica en la interdependencia, ninguna potencia hegemónica histórica enfrentó un desafiante con el cual estaba tan económicamente entrelazado. Esta realidad impone límites tanto a la confrontación como a la cooperación. Washington no puede desarmar completamente a China sin desarmar sus propias cadenas de suministro; Beijing no puede desalojar completamente a Estados Unidos sin colapsar mercados de exportación vitales.

El resultado probable no es victoria decisiva de ningún bando, sino una competencia prolongada marcada por crisis recurrentes, riesgos de escalada inadvertida y ajustes incrementales del equilibrio de poder.

El Indo-Pacífico se ha convertido en el tablero principal de este juego infinito, donde cada movimiento genera contramovimiento, cada alianza provoca contraalianza, y donde la estabilidad depende del reconocimiento mutuo de que ningún bando puede imponer su voluntad sin costos potencialmente catastróficos.

Si el siglo XXI evita la trampa de Tucídides —donde una potencia ascendente y una hegemónica declinante colapsan hacia la guerra— será mediante una arquitectura de competencia gestionada que aún no se ha articulado plenamente.

La geografía, sin embargo, permanece inmutable, China está allí, Estados Unidos está aquí, y el Indo-Pacífico es donde sus ambiciones colisionan. El arte de la estrategia radica en navegar esa colisión sin convertirla en catástrofe.

Tadeo Casteglione* Experto en Relaciones Internacionales y Experto en Análisis de Conflictos Internacionales, Periodista internacional acreditado por RT, Diplomado en Geopolítica por la ESADE, Diplomado en Historia de Rusia y Geografía histórica rusa por la Universidad Estatal de Tomsk. Miembro del equipo de PIA Global.

*Foto de la portada: Susan Walsh / AP

Acerca del autor

Tadeo Casteglione

Diplomado en Geopolítica por la ESADE, Diplomado en Historia de Rusia y Geografía histórica rusa por la Universidad Estatal de Tomsk. Experto en Relaciones Internacionales y Experto en Análisis de Conflictos Internacionales.

Dejar Comentario