Es bien sabido que el lema de los liberales, falsamente atribuido a Voltaire, «no estoy de acuerdo con lo que dices, pero daría mi vida para que pudieras decirlo», se ha transformado durante la guerra en Ucrania en «eres libre de decir y pensar lo que quieras, siempre y cuando pienses como Ursula von der Leyen».
Pero que Francia, la patria de la Ilustración y la Revolución, la nación que regaló la Estatua de la Libertad a los Estados Unidos, el país de Sartre, Camus, Voltaire, Robespierre, Montesquieu, que dio refugio a nuestros perseguidos políticos, se haya convertido en un Estado si no totalitario, ciertamente autoritario, es realmente difícil de creer.
Por desgracia, sin embargo, los hechos hablan por sí solos y describen a un Gobierno que, a pesar de tener el menor apoyo popular de la historia, utiliza mano dura contra los «disidentes» (llamémosles así, ya que en la democracia liberal ya no existe la oposición) y recurre a la represión. Incluso contra los jóvenes de secundaria.
Hoy (27 de noviembre de 2025) se ha publicado en la edición impresa del Corriere della Sera la noticia de la violenta intervención de la policía contra los estudiantes de los institutos más exclusivos de París para «sofocar» el tradicional desafío navideño de la guerra de los abetos.
Se trata de un juego goliardico entre los chicos de los institutos Henri-IV y Louis-le-Grand, en los que se ha formado la élite del país: desde Emmanuel Macron hasta Jaque Chirac, desde Michel Foucault hasta Simone Veil, desde Jean Paul Sartre hasta Roland Barthes. No se trata, desde luego, de los gamberros o los desheredados de los suburbios, sino de los vástagos de la alta burguesía parisina cuyo destino queda marcado en el momento en que cruzan la puerta de ambos institutos: convertirse en la clase dirigente de Francia.
El corresponsal del Corriere, Stefano Montefiori, relata la impactante dinámica de la represión policial: «Algunos agentes de paisano de la Bac (Brigada Anticriminalidad) se mezclaron con los jóvenes y comenzaron a lanzar gases lacrimógenos a la altura de las personas. Ante el asombro de los jóvenes, se colocaron en el brazo una banda con la inscripción «Police» y continuaron dispersando a la pequeña multitud».
La intervención fue «tan rápida e improvisada que provocó inmediatamente el caos», continúa citando a una estudiante que describe a los policías como «agresivos». Uno de los muchos vídeos muestra «a un policía vestido de civil que se mueve entre los jóvenes y, sin previo aviso, les rocía gas en los ojos, y luego persigue y maltrata a un estudiante que se atreve a protestar en defensa de una amiga suya», se lee.
Esta es la Francia de Macron, un país que hace exactamente un año ejercía una enorme injerencia en Georgia, tratando de imponer a la presidenta (por cierto, ciudadana francesa) Salomé Zurabishvili; un país que ha apoyado a los «manifestantes pacíficos contra la tiranía» en Libia, Siria, Ucrania y Bielorrusia, con el fin de derrocar a los gobiernos legítimos y consolidar su penetración neocolonial. Dentro de unos días, tal vez, el Elíseo se permita meter baza en el «régimen de Maduro» en Venezuela, mientras la sombra de los B52 yanquis se cierne sobre Caracas. ¡Ah, la grandeza francesa!
Sin embargo, las palizas con porras a las familias ricas parisinas son un episodio habitual que encuentra su espacio en los medios de comunicación precisamente porque los gases lacrimógenos no se lanzan a la cara de los magrebíes o los estudiantes de izquierdas, sino a los jóvenes de clase alta. Una señal de grave nerviosismo en el sistema.
Mucho más graves son dos casos de represión desconcertantes que tuvieron lugar con pocos días de diferencia.
El martes 25 de noviembre, las agencias francesas y europeas informaron de una redada contra cuatro miembros de una ONG «prorrusa» que recogía ayuda humanitaria para el Donbás. Su delito: ser «prorrusos» y, por lo tanto, posibles espías del Kremlin. Le Parisienne lo pone negro sobre blanco, al pie del título: «Con el pretexto de actividades humanitarias, una mujer rusa y un activista francés son sospechosos de ser espías de Moscú. Detenidos por la DGSI (Dirección General de Seguridad Interna), estos dos líderes de la asociación SOS Donbass han sido acusados de colusión con una potencia extranjera y puestos en prisión preventiva. Se cree que fueron reclutados por los servicios secretos rusos. Otros dos hombres, un ruso y un francés, están siendo perseguidos por su activismo prorruso».
Irónicamente, el país que más ha apoyado las protestas georgianas contra el registro de agentes extranjeros encarcela, sin juicio, a dos personas por sospechar que trabajan para otro Estado. Doble rasero.
Según lo que se lee, su delito es precisamente la solidaridad. El mero hecho de recoger ayuda humanitaria para la población de Donbass los convierte en sospechosos de espionaje para el Kremlin. Los detenidos son un ciudadano francés, Vincent Perfetti, de 60 años, presidente de la asociación, y su vicepresidenta, Anna Novikova, de 40 años, con doble nacionalidad francesa y rusa. Ambos son sospechosos de espionaje económico y de haber llevado a cabo actividades desestabilizadoras en territorio francés en interés de Moscú.
En cuanto a la primera acusación, Novikova habría contactado en los últimos meses con empresarios para obtener información sobre los intereses económicos franceses. Un pretexto tan ridículo que no necesita comentarios. En cuanto a la segunda acusación, evidentemente se refiere a su actividad política, permitida por la ley, pero no tolerada por el poder político.
Precisamente en estos días, el presidente francés ha advertido a la nación sobre los intentos de desestabilización del país por su apoyo a Ucrania. Es evidente que se necesitaba un chivo expiatorio para demostrar las advertencias de Macron: ¿quién mejor que una microorganización como SOS Donbass?
Los demás activistas, por su parte, han sido perseguidos por pegar carteles en el centro de París. En concreto, uno de ellos aparece en un vídeo de las cámaras de seguridad pegando la pegatina «Gracias al soldado soviético victorioso» en el Arco del Triunfo. Por ello, se le acusa de daños a la propiedad estatal en interés de un Estado extranjero y de participación en una asociación delictiva con el fin de cometer delitos (¿cuáles?).
Otro «delito» que se le imputa a la asociación es haber difundido en las redes sociales contenidos prorrusos: fragmentos de discursos de Vladimir Putin y del ministro de Asuntos Exteriores Sergei Lavrov, además de material procedente de medios de comunicación estatales rusos prohibidos en la Unión Europea.
Según los servicios de seguridad franceses, estas actividades indican un posible intento de influir en la opinión pública. En resumen, ¡una democracia liberal está admitiendo abiertamente que persigue delitos políticos!
Estamos ante delitos de opinión, ante la ucranización de Francia, ante un «cerrar filas» de la sociedad ante un futuro giro bélico del país. A esto se suma la intención del gobierno menos popular de la historia de restablecer el servicio militar obligatorio.
Por último, hay otra noticia que da la medida de cómo se ha degradado la democracia francesa, desagradable porque afecta a una italiana. La dibujante Elena Mistrello fue rechazada y deportada a Italia nada más llegar al aeropuerto de Toulouse. Tratada como una terrorista, los agentes le impidieron la entrada en el país, amenazándola con llevarla a un centro de detención para migrantes.
La autora viajaba a Francia por motivos de trabajo. Debía participar en el Festival del Cómic, que se celebró del 21 al 23 de noviembre. En vano mostró a los agentes la invitación de los organizadores. Descubrió con asombro que se la consideraba «una grave amenaza para el orden público francés» y que se había dictado contra ella una «medida de prohibición de entrada».
La única explicación que se le ocurrió fue su participación en una manifestación antifascista, celebrada hace algunos años de forma totalmente pacífica. Posteriormente, otros manifestantes sufrieron medidas restrictivas.
En resumen, ¡Francia no es un lugar para antifascistas! Peor que la Hungría de Orbán.
*Clara Statello, licenciada en economía política.
Artículo publicado originalmente en lAntidiplomatico.
Foto de portada: picture-alliance/AP Photo/F. Mori

