Desde la asunción de Donald Trump por segunda vez como inquilino de la “Casa Blanca”, los emisarios militares y diplomáticos de dicha administración se han encargado de anunciar que sus objetivos son claros: uno es borrar del continente la presencia política y comercial de China, Rusia e Irán; el segundo, asegurarse el control de los recursos naturales estratégicos para el resurgimiento de Estados Unidos en la competencia hacia la hegemonía tecnológica, en la cual han perdido terreno durante los últimos 30 años.
La vieja narrativa monroista, que cada tanto es desempolvada por algún gobierno norteamericano, se ejecuta a veces mediante golpes de Estado, o acciones supuestamente defensivas en el marco de la Guerra Fría, como en la “Crisis de los Misiles” contra Cuba; o con invasiones, como las de Santo Domingo y Panamá, o promoviendo guerras como en Nicaragua, ahora presentadas bajo el ardid de la “guerra contra el narcoterrorismo”.
La reciente inclusión de la República Bolivariana de Venezuela en la lista de organizaciones terroristas internacionales, acusando a su gobierno de ser parte del inexistente “cartel de los Soles”, marca un nuevo capítulo en esta ofensiva neocolonialista, pero en un escenario geopolítico con características diferentes a las desarrolladas en el siglo XX.
La militarización del Caribe
La situación en el Caribe se complica cada vez más con el despliegue injustificado de la mayor flota militar estadounidense desde 1989 en esa región. Este movimiento, que apunta contra Venezuela y Colombia, también puede extenderse a Cuba, Nicaragua, Brasil, Honduras, Haití o México. Los portaviones y la campaña de presión, amenazas, sanciones y bloqueos son una muestra de intimidación y una advertencia clara de las intenciones de Washington para quienes no acepten las condiciones de subordinación que, en nombre de la “libertad y la democracia”, pretende imponer el hegemón del norte.
Al facultar a la CIA para operar dentro del territorio venezolano, la administración Trump marca un camino que indica que, en aras de conseguir sus objetivos, el terrorismo forma parte de su repertorio y que estará dispuesta a todo para lograrlo. Muestra de ello son las decenas de personas asesinadas en alta mar bajo acusaciones infundadas, lo que vuelve a desafiar al Derecho Internacional y a las organizaciones que deberían resguardarlo.
Trump plantea cínicamente que planea hablar con Nicolás Maduro: “Si podemos salvar vidas, si podemos hacer las cosas por las buenas, está bien. Y si tenemos que hacerlo por las malas, también está bien”. ¿Será que el depravado inquilino de la Casa Blanca, moralmente incapacitado para hablar de “salvar vidas” cuando aparece involucrado en escándalos de pedofilia y patrocinando el genocidio en Gaza, realmente piensa que actuar contra Venezuela no le acarreará ningún costo?
La realidad nos muestra que, cuando este individuo altanero y prepotente optó por poner en práctica el “hacerlo por las malas”, los resultados no fueron los esperados, ni en Irán, ni en el Mar Rojo, ni con los chinos en su guerra de aranceles, ni con Putin en relación a Ucrania. Quizás por eso algunos analistas piensan que terminará negociando con Maduro para no aumentar su deterioro interno en términos políticos, económicos e institucionales.
En este sentido, la renuncia del almirante Alvin Holsey como jefe del Comando Sur de Estados Unidos, en el momento y el lugar en que se dio, marca un impasse significativo en la política militar estadounidense hacia América Latina.
La historia de la agresión al gobierno bolivariano
Desde la promoción de la huelga general pactada por la CTV y FEDECAMARAS en diciembre de 2001 y el fallido golpe de Estado del 11 de abril de 2002 contra Hugo Chávez, las agresiones contra Venezuela han tomado múltiples formas, desde el paro petrolero de diciembre de ese año hasta incursiones de mercenarios, acciones de falsa bandera como las del francotirador de la Plaza Altamira para culpar al gobierno, protestas pagadas y acciones de guerra híbrida, o montajes de conflictos fronterizos para desatar una guerra con Colombia. Todos estos escenarios han contado con la manipulación de la opinión pública nacional e internacional a cargo de las empresas de información que sirven a los planes desestabilizadores de Estados Unidos.
La narrativa que se construye en los medios occidentales presenta a un gobierno bolivariano al borde del colapso, cuando en realidad lo que está a la vista es la resistencia de un pueblo que ha optado por un camino de transformación social y política.
La guerra psicológica que pretende aislar a Venezuela del resto del mundo o generar una acción de “falsa bandera” cobra vida con el reciente NOTAM que califica a Venezuela como un riesgo para las aerolíneas civiles internacionales, argumentando que, “desde septiembre de 2025, se ha registrado un aumento en la interferencia de los Sistemas Globales de Navegación por Satélite (GNSS), detectado en la Región de Información de Vuelo de Maiquetía (SVZM FIR)… los inhibidores y suplantadores pueden afectar a las aeronaves hasta 250 millas náuticas e impactar una amplia gama de equipos críticos de comunicación, navegación, vigilancia y seguridad… si bien Venezuela no ha manifestado en ningún momento su intención de atacar la aviación civil, las fuerzas armadas venezolanas cuentan con aviones de combate avanzados y diversos sistemas de armas capaces de alcanzar o superar las altitudes operativas de las aeronaves civiles”.
Es decir, Venezuela podría atacar a una aeronave civil y, por tal motivo, es preferible suspender los vuelos, como lo deja de manifiesto otro párrafo del mencionado documento: “el riesgo potencial a baja altitud que representan los sistemas portátiles de defensa aérea (MANPADS) y la artillería antiaérea”, por lo que la entidad continuará monitoreando “el entorno de riesgo para la aviación civil estadounidense que opera en la región y realizará los ajustes necesarios para salvaguardar la aviación civil estadounidense”.
Este es un claro ejemplo de cómo Estados Unidos utiliza la desinformación y el miedo para justificar sus acciones. Mientras tanto, la mayoría de las aerolíneas internacionales continúan operando, a pesar de la presión constante para generar un ambiente de incertidumbre y tensión.
La militarización de la región no es solo una amenaza física contra la nación bolivariana; también es un intento de fragmentar la unidad y solidaridad latinoamericana. Estados Unidos está decidido a socavar cualquier intento de autodeterminación soberanista y multipolar que surja en el sur global, utilizando la fuerza como su principal herramienta de coerción.

La respuesta de Venezuela
Ante esta escalada de tensiones, surge una pregunta inquietante: ¿Qué pasaría si la respuesta de Venezuela a la flota norteamericana en el mar Caribe fuera similar a la de Yemen en el Mar Rojo? La historia reciente nos ha enseñado que las intervenciones militares no siempre resultan en victorias rápidas y decisivas, y menos si quienes son agredidos cuentan con una alta moral para la resistencia y poseen capacidades técnicas y operativas para generar importantes bajas en el agresor. Cuando ello ocurre, se producen conflictos prolongados y devastadores.
La narrativa de los medios occidentales, que retrata a Estados Unidos como un salvador triunfante y a Venezuela como un régimen en decadencia a ser derrotado, oculta la realidad de un país que, a pesar de sus dificultades, sigue luchando por su soberanía con el apoyo de millones de personas constantemente movilizadas y preparadas para rememorar circunstancias históricamente heroicas. ¿Dónde están los miles de venezolanos huyendo de este escenario de guerra? ¿Cómo se explica que un “régimen impuesto mediante un fraude” cuente con un apoyo popular e institucional difícil de conseguir entre los aliados de Estados Unidos e incluso en dicho país?
La situación que vive Venezuela es un microcosmos de las luchas más amplias que enfrenta el mundo en la actualidad. La intervención de Estados Unidos, disfrazada de lucha contra el narcotráfico, revela un patrón de agresión que busca desestabilizar gobiernos que desafían el orden establecido y la creciente influencia tecnológica y económica que brindan los países que lideran la multipolaridad. En este contexto, en el cual el sur global se presenta con actores descollantes en el concierto de las naciones, es crucial que la comunidad internacional acepte la transición hacia un nuevo orden mundial más equitativo que garantice la paz y el bienestar de los pueblos, apoyando el derecho de estos a la autodeterminación.
La historia nos ha enseñado que la resistencia y la lucha por la soberanía no son en vano. En estos tiempos de incertidumbre, el pueblo venezolano continúa siendo un símbolo de resistencia contra la amenaza imperial y, si las circunstancias lo obligan a rememorar las no tan lejanas batallas por la independencia, volverá a escribir con su sacrificio páginas de gloria que honrarán su futuro.
Oscar Rotundo* Analista político internacional. Editor de PIA Global. Columnista del programa radial Punto de Partida en Radio Grafica de Argentina y Hoja de Ruta Digital de Ecuador
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