Los acuerdos, anunciados durante la cumbre de la ASEAN 2025 en Kuala Lumpur, se suman a un marco de cooperación previo con Australia por 8.500 millones de dólares, con el objetivo de fortalecer la cadena de suministro estadounidense en sectores como la automoción, la defensa y la alta tecnología.
Sin embargo, más allá de los titulares diplomáticos, los resultados reales parecen lejanos. Los analistas coinciden en que los acuerdos servirán más como herramientas simbólicas y estratégicas de presión sobre Pekín que como soluciones inmediatas a la dependencia estructural que Washington mantiene respecto a las exportaciones chinas de minerales críticos.
El talón de Aquiles estadounidense: la dependencia tecnológica y mineral
China controla cerca del 70% de la minería mundial de tierras raras y el 90% del procesamiento global, según el Centro de Estudios Estratégicos e Internacionales (CSIS).
Esto significa que incluso si Estados Unidos logra extraer estos minerales en otros países, seguirá necesitando las capacidades industriales chinas para refinarlos y convertirlos en materiales utilizables por sus fabricantes de baterías, semiconductores o sistemas de defensa.
A pesar de los intentos de la Casa Blanca por presentar los acuerdos con Malasia y Tailandia como un avance concreto, el desarrollo real de la capacidad de procesamiento llevará años, señaló Charles Chang, profesor de la Universidad de Fudan en Shanghái. “Los memorandos requieren inversiones, transferencia de tecnología y tiempo. No es algo que pueda traducirse en suministro inmediato”, explicó.
En la práctica, China conserva una posición de ventaja abrumadora: sus costos de producción son más bajos, sus empresas dominan el know-how técnico y su infraestructura industrial integra toda la cadena de valor, desde la extracción hasta el refinamiento.
Una estrategia reactiva ante los controles de exportación de Pekín
El origen de esta ofensiva diplomática de Washington está directamente ligado a la decisión de Beijing de ampliar los controles de exportación sobre materiales estratégicos, tecnologías y artículos de doble uso, en respuesta a la guerra comercial desatada por la administración Trump.
El endurecimiento de las restricciones chinas puso en evidencia la vulnerabilidad estadounidense: sin acceso garantizado a ciertos componentes críticos, sectores enteros de la industria tecnológica y militar norteamericana podrían sufrir disrupciones severas.
De allí que el presidente Donald Trump haya acelerado la firma de memorandos con países aliados en Asia-Pacífico, intentando crear una red paralela de suministro que reduzca la influencia de Pekín. Pero esa estrategia, por ahora, parece más una declaración de intenciones que un proyecto industrial viable.
Los límites estructurales del sudeste asiático
Aunque Malasia y Tailandia poseen reservas de minerales críticos y una base industrial más desarrollada que otros países de la región, su infraestructura no está preparada para reemplazar a China.
El profesor Jon Hykawy, de la consultora canadiense Stormcrow Capital, subrayó que los acuerdos solo serán efectivos si Estados Unidos garantiza contratos a largo plazo y financiamiento para el procesamiento local.
“Si pueden obtener materiales de Malasia y Tailandia y poner en marcha el procesamiento posterior, el acuerdo ayudará. Pero eso requiere años de planificación, no meses”, explicó Hykawy.
Malasia, en particular, tiene una ventaja relativa: su experiencia en refinamiento químico podría permitir una expansión más rápida. El propio gobierno malasio ha declarado su intención de “acelerar la cadena de suministro del sector”, pero incluso con ese impulso, los volúmenes exportables hacia Estados Unidos seguirían siendo marginales frente a la capacidad china.

Memorandos sin sustancia: diplomacia para ganar tiempo
Los acuerdos firmados por Trump con el primer ministro tailandés Anutin Charnvirakul y con el gobierno de Malasia fueron presentados por la Casa Blanca como pasos hacia una “diversificación de la cadena de suministro global”. Sin embargo, el trasfondo real revela un escenario distinto: Washington está improvisando una red de alianzas sin una base industrial sólida.
Los memorandos no implican inversiones concretas ni compromisos obligatorios. Son simples declaraciones de intención, útiles para enviar señales políticas a Pekín y para mostrar a la opinión pública estadounidense que la Casa Blanca “actúa” frente a la dependencia de China. Pero la realidad técnica, logística y económica impide que esos acuerdos se traduzcan en independencia efectiva.
“Los anuncios con Australia, Malasia y Tailandia buscan reducir el poder de negociación de China”, reconoció el profesor Chang, “pero Beijing no tiene motivos para preocuparse: sigue siendo el proveedor más estable y barato del planeta”.
Beijing, sereno ante la ofensiva estadounidense
Mientras Washington intenta tejer alianzas dispersas, China fortalece su control sobre los recursos estratégicos globales mediante asociaciones con países africanos, latinoamericanos y asiáticos, que le garantizan acceso directo a reservas de litio, cobalto, níquel y tierras raras. Además, su dominio sobre el procesamiento de estos materiales convierte a Pekín en un actor insustituible incluso para las empresas occidentales.
Desde el punto de vista de la política industrial, China se ha adelantado años a sus competidores, estableciendo mecanismos de control estatal y subsidios masivos que le permiten mantener precios bajos sin perder rentabilidad.
Por ello, los acuerdos estadounidenses no representan una amenaza inmediata. A lo sumo, pueden diversificar parcialmente el riesgo de una interrupción temporal del suministro, pero no revertir la dependencia estructural.
La guerra tecnológica y el espejismo de la “autonomía” estadounidense
La ofensiva de Trump en el sudeste asiático se inscribe dentro de la guerra económica y tecnológica entre Washington y Pekín, donde la disputa por los minerales críticos es solo una de las múltiples dimensiones del conflicto. Desde los chips de última generación hasta las baterías de los vehículos eléctricos, la economía estadounidense necesita de la infraestructura china para sostener su competitividad.
El intento de crear cadenas de suministro alternativas —a través de acuerdos bilaterales con países menores— es insuficiente para sustituir a una potencia industrial que domina el 90% del procesamiento mundial.
A pesar de la retórica de independencia, Estados Unidos continúa atrapado en la lógica de la interdependencia que ayudó a crear durante décadas de globalización, y ahora carece de la capacidad industrial para revertirla en el corto plazo.
Una estrategia de contención sin resultados
Los nuevos memorandos con Malasia y Tailandia simbolizan la impotencia estructural de Washington frente al poder industrial chino. Son gestos diplomáticos que buscan debilitar la posición negociadora de Pekín, pero que, en la práctica, solo confirman su fortaleza.
A largo plazo, los esfuerzos estadounidenses por “diversificar” su acceso a los minerales críticos chocan con la realidad de una economía global donde China no solo es el principal proveedor, sino también el árbitro del ritmo de transformación tecnológica.
Estados Unidos puede firmar todos los acuerdos que desee, pero mientras no reconstruya su propia capacidad industrial y energética, seguirá dependiendo del gigante asiático.
La guerra de las tierras raras, más que un enfrentamiento comercial, es el reflejo de un cambio irreversible: el centro de gravedad económico del mundo se ha desplazado hacia Eurasia, y ningún memorando de entendimiento podrá revertirlo.
*Foto de la portada: AFP

