Se dice que el presidente Petro tiene mucho discurso y poca aplicación. Sin lugar a dudas, su discurso está muy por encima de lo que en la práctica las estructuras dominantes han permitido transformar; su gobierno ya no podrá garantizar las reformas prometidas, pero su palabra tiene una cualidad que lleva a la inconstitucional decisión del Consejo de Estado de intentar silenciarla.
El carisma que transmite con los contenidos de sus discursos le ha permitido ganar una enorme imagen en el terreno internacional; desde su discurso en la ONU, pasando por su apoyo irrestricto al pueblo palestino, hasta la causa por el reencuentro de la sociedad con la Naturaleza. Salvo Fidel Castro, el Che Guevara, Salvador Allende y en algunas ocasiones Hugo Chávez, nadie había realizado una crítica tan sustentada y comprometida de frente a un imperialismo que hoy vive una fase neofascista.
Hay una escena de TV en la que el presidente dice a los campesinos de un municipio del Catatumbo que ellos son el poder popular y que el gobierno hará lo que ellos decidan frente a los cultivos de coca. De inmediato, la cámara enfoca al público y se ve a un curtido campesino emocionado al que se le caen unas lágrimas. Terminado el discurso, el presidente y su comitiva se van y el campesino tiene que regresar a su parcela a seguir cultivando coca, con los riesgos que implican estar rodeado de actores armados diversos y encontrados, y la dificultad de no poder contar con un movimiento campesino unificado para tratar de hacer algo con ese sentido transformador que logró sentir y comprender. El hecho, en lo inmediato conmovedor y luego con una carga de frustración, es el mismo que le está enseñando a gran parte de la población popular de Colombia a reflexionar más allá de la realidad inmediata y pensar en una realidad por construir, no muy predecible, pero que le permita generar los cambios esperados.
No son pocos los ideólogos de nuestras élites que ya detectan la existencia de un movimiento que llaman petrista que, según su calculadora electorera, ya tendría asegurado más de un 30-35% de la votación. Explican este fenómeno por una conducta caudillista, mesiánica y populista, escondiendo su capacidad de generar empatías sencillas con discursos profundos; algo que no es propio del caudillismo veintejuliero que hegemonizó la política nacional y hoy se les deja a los medios hegemónicos. En realidad, el fenómeno a comprender tiene una esencia que no pasa por el mensajero -obviamente no lo excluye- sino por cómo el destinatario lo interpreta y lo aplica a la comprensión de la necesidad de transformar su realidad.
Las utopías a las que acude el presidente en sus discursos estimulan en los sectores populares el ejercicio de aprender a pensar crítica y dialécticamente, complejizando las informaciones y, a partir de ellas, identificarse como un ser pensante que comprende las causas de la realidad que lo oprime y se interesa por cambiarla. Es decir, convirtiéndose en un sujeto de derechos que entiende que solamente será escuchado si se organiza y construye asociatividades capaces de constituir nuevas realidades. Y lo que ha sucedido en estos cortos tres años y medio de gobierno del Pacto Histórico no es una simple comprensión de las causas de los conflictos que nos rodean, sino un crecimiento de la capacidad de pensar la realidad, no tanto la que ya conoce por sufrirla diariamente, sino la que desea alcanzar para satisfacer las condiciones de una vida digna. Y es este proceso de construcción de consciencia el que lo va empoderando, lenta pero sólidamente, en una forma racional que en perspectiva es superior al impacto emocional que sentían los jóvenes del estallido social cuando lograban comprobar que eran un poder popular que controlaba las calles y las carreteras, así fuera transitoriamente.
No se trata de excluir los errores que desde el Ejecutivo se generan, ni las debilidades de las estructuras sociales y políticas que tienen la responsabilidad de acompañar y orientar las causas que se requieren para unir el discurso presidencial con las experiencias y saberes territoriales avanzando en la construcción de sujetos colectivos con proyectos transformadores. Es un deseo generalizado en las fuerzas del cambio que su proceso unitario lleve a la construcción de una estructura social política lo más territorial y horizontal posible que tenga como principal función impulsar el pensamiento y la acción que hoy inunda a sus asociados.
Marcelo Caruso Azcárate* Investigador social colombo-argentino
Foto de portada: Presidencia de Colombia

