Raila Amolo Odinga, ex primer ministro de Kenia y líder opositor histórico, falleció el 15 de octubre de 2025 en Kochi, India, a los 80 años, tras sufrir un paro cardíaco durante una caminata matutina. Su muerte marca el fin de una era en la política keniana y deja un vacío profundo en la lucha por la democracia y la justicia social en África Oriental. Odinga no solo fue un político; fue un símbolo de resistencia ante la opresión, un puente entre generaciones y un actor clave en los procesos de reconciliación nacional. Su vida refleja las tensiones históricas de un país que aún lucha por consolidar instituciones democráticas inclusivas, y su influencia se proyecta más allá de las fronteras de Kenia, llegando a toda África Oriental y al continente en su conjunto.
Hijo del primer vicepresidente de Kenia, Jaramogi Oginga Odinga, Raila creció en un entorno donde la política era inseparable de la vida cotidiana. Su familia formaba parte de la élite intelectual y política que lideró la lucha por la autodeterminación, y desde pequeño estuvo expuesto a debates sobre justicia social, soberanía nacional y ética política. Esta formación temprana marcó su estilo: un liderazgo firme, estratégico y profundamente consciente del peso histórico de sus decisiones. La figura de su padre, así como la compleja relación de Kenia con los legados coloniales británicos, configuraron la base sobre la que Raila construiría su vida política.
Desde sus primeros años, Odinga se distinguió por su audacia frente a las injusticias. Durante la presidencia de Daniel arap Moi, se convirtió en uno de los opositores más activos, enfrentando arrestos, acoso político y años de confinamiento solitario. Estas experiencias reforzaron su convicción de que la democracia y la justicia social requerían sacrificio personal y coherencia política. Su resistencia no fue un acto individual: representaba el anhelo de millones de kenianos que buscaban un sistema político inclusivo, donde las tensiones étnicas y sociales pudieran resolverse mediante instituciones fuertes y legítimas.
A lo largo de su carrera, Odinga se postuló para la presidencia en cinco ocasiones: 1997, 2007, 2013, 2017 y 2022. Cada elección estuvo marcada por desafíos institucionales, acusaciones de fraude electoral y tensiones étnicas profundas. La elección de 2007 fue especialmente crítica: su derrota provocó una crisis de violencia post-electoral que dejó más de 1.000 muertos y cientos de miles de desplazados. Este episodio no solo reveló la fragilidad de las instituciones kenianas, sino también la centralidad de Odinga como figura de cohesión y resistencia social. Su capacidad para mantenerse firme frente al caos político consolidó su estatus como símbolo de esperanza y resiliencia, no solo para los kenianos, sino para observadores y movimientos pro-democracia en toda África.
Sus campañas posteriores reflejaron tanto la persistencia de las desigualdades estructurales como la madurez de su estrategia política. Aunque no logró la presidencia, cada campaña fortaleció su legado como defensor de la transparencia electoral y la justicia social. En particular, su enfoque en el empoderamiento de la juventud, la educación y la inclusión económica resonó en un país donde gran parte de la población es joven y enfrenta desafíos estructurales de empleo y movilidad social. Odinga comprendió que su liderazgo debía trascender la mera competencia electoral y convertirse en un catalizador de cambios profundos en la sociedad.
En el ámbito institucional, el papel de Odinga fue igualmente determinante. La coalición gubernamental de 2008 permitió la promulgación de la Constitución de 2010, un hito que redefinió la política keniana. La descentralización del poder, la independencia judicial y la creación de mecanismos de control electoral sentaron las bases para una democracia más sólida y resiliente. Además, su habilidad para mediar entre grupos políticos y étnicos diversos demostró un entendimiento profundo de la política como construcción colectiva. Su histórico “apretón de manos” con Kibaki en 2018 no fue solo un acto simbólico; representó décadas de reconciliación, aprendizaje político y la búsqueda de un consenso nacional en un país marcado por divisiones históricas.
La influencia de Raila Odinga trascendió las fronteras de Kenia. Su enfoque político siempre incluyó una visión continental, comprendiendo que la estabilidad y la democracia en África Oriental estaban interconectadas con la paz y la cooperación en todo el continente. Durante décadas, Odinga mantuvo relaciones estrechas con líderes de la Unión Africana y de países vecinos, promoviendo la diplomacia regional como herramienta para resolver conflictos internos y transfronterizos. Su participación en foros africanos no se limitó a la defensa de intereses nacionales: abogó por una integración política y económica más profunda en la región, destacando la necesidad de coordinación en temas como comercio, seguridad y desarrollo humano.
Odinga también fue un firme defensor del panafricanismo. Inspirado por las enseñanzas de Kwame Nkrumah y Julius Nyerere, promovió la idea de que los problemas de África solo podrían resolverse mediante la cooperación entre naciones africanas y la reducción de la dependencia de poderes externos. En su visión, la soberanía económica y política estaba indisolublemente ligada a la justicia social y la equidad, tanto dentro de los Estados como entre ellos. Esto lo llevó a mantener un diálogo constante con movimientos políticos y sociales en toda África, así como a participar en iniciativas de mediación de conflictos en países como Sudán del Sur, Somalia y la República Democrática del Congo.
Tras el anuncio de su fallecimiento, líderes y organizaciones de todo el continente y del mundo expresaron su reconocimiento por la trayectoria de Odinga. El presidente sudafricano Cyril Ramaphosa lo describió como “un faro de integridad y resistencia que iluminó el camino de la democracia en África Oriental”. La presidenta tanzana Samia Suluhu enfatizó su papel en la reconciliación y la construcción de un tejido político inclusivo, señalando que su legado sería estudiado y admirado por generaciones de líderes africanos. La Comisión de la Unión Africana emitió un comunicado destacando su contribución al fortalecimiento de la democracia y la estabilidad regional, subrayando que la política de Odinga estaba marcada por la ética, la negociación y la visión a largo plazo.
Los medios africanos y de alcance global también rindieron homenaje a su figura. La BBC Africa lo describió como “el político que nunca abandonó la lucha por la justicia y la equidad”, mientras que Al Jazeera África destacó su capacidad para equilibrar firmeza y conciliación, haciendo de él un ejemplo de liderazgo en un continente plagado de crisis institucionales. Incluso organizaciones de derechos humanos, que habían trabajado junto a él durante décadas, emitieron declaraciones recordando su compromiso con la transparencia electoral, la educación y los derechos de las comunidades marginadas. Estas voces reflejan un consenso amplio sobre la importancia de su legado, no solo como líder político, sino como catalizador de cambios sociales profundos.
Uno de los aspectos más duraderos del legado de Odinga es su influencia sobre la juventud africana y la sociedad civil. Durante décadas, se dedicó a promover la participación de jóvenes en la política, impulsando programas de liderazgo juvenil y apoyando organizaciones que buscaban empoderar a comunidades marginadas. Su mensaje fue claro: la política no es solo para quienes ocupan cargos formales, sino para todos aquellos dispuestos a trabajar por la justicia, la equidad y la transformación social.
En Kenia, su relación con movimientos juveniles fue particularmente significativa. Odinga comprendió que la generación joven representaba tanto los desafíos como las oportunidades del país. Su insistencia en la educación, el acceso a oportunidades económicas y la inclusión política inspiró la creación de plataformas de liderazgo juvenil y de asociaciones comunitarias que aún hoy siguen activas. La forma en que conectó con los jóvenes se basó en la credibilidad de sus acciones, en la coherencia entre sus discursos y sus decisiones políticas, y en su capacidad de visibilizar la voz de quienes tradicionalmente habían sido excluidos del poder.
Más allá de la política formal, Odinga también tuvo un impacto notable en la cultura política y social. Su figura fue objeto de análisis académico, debates en medios de comunicación y representaciones artísticas que exploraban la resistencia, la ética y la democracia. En literatura, cine y teatro en África Oriental, su vida y su trayectoria se convirtieron en metáforas de lucha, esperanza y resiliencia. Incluso las redes sociales reflejaron su influencia, con miles de jóvenes compartiendo reflexiones sobre sus enseñanzas y su ejemplo en espacios de diálogo cívico y político.
Su legado cultural también se percibe en la manera en que consolidó un ethos de responsabilidad ciudadana. Odinga promovió la idea de que los ciudadanos no solo deben exigir derechos, sino participar activamente en la construcción de instituciones sólidas y en la supervisión de los líderes. Esta filosofía, transmitida a través de años de discursos, programas de mentoría y campañas educativas, sigue vigente en numerosos movimientos juveniles y organizaciones de la sociedad civil que trabajan por una Kenia más inclusiva y democrática.
Su legado es un testimonio de que la política africana puede ser un espacio de transformación, donde la coherencia ética, la persistencia y la visión a largo plazo generan cambios profundos, incluso en contextos de adversidad extrema. La memoria de Raila Odinga permanecerá como símbolo de resistencia, liderazgo ético y compromiso social, y su vida será estudiada y recordada como un ejemplo de que la democracia y la justicia social son objetivos alcanzables con determinación, visión y compromiso con el bien común.
Además, su figura abre un espacio de reflexión sobre la importancia de líderes que logran equilibrar firmeza y conciliación. Expertos en ciencia política de la Universidad de Nairobi han señalado que Odinga encarnó un modelo de liderazgo que combinaba la legitimidad moral con la habilidad para negociar acuerdos complejos, construyendo consensos en momentos de crisis profunda. Su capacidad de diálogo entre grupos étnicos y políticos distintos será estudiada como ejemplo de resolución pacífica de conflictos en contextos de alta polarización.
Tras su fallecimiento, las redes sociales africanas se llenaron de mensajes que destacaban no solo su carrera política, sino también su influencia en la vida cotidiana de millones de kenianos. Desde estudiantes hasta líderes comunitarios, muchos recordaron cómo su insistencia en la educación y la inclusión económica permitió que generaciones enteras pudieran acceder a oportunidades que antes estaban restringidas. La juventud, en particular, lo homenajeó como un mentor indirecto, cuya visión de un África más justa y solidaria sigue inspirando proyectos comunitarios y asociaciones de desarrollo local.
Los líderes políticos de África Oriental y más allá emitieron declaraciones que subrayan su influencia continental. Uhuru Kenyatta, expresidente de Kenia, afirmó que “Raila Odinga fue más que un político; fue un arquitecto de la esperanza para toda África Oriental”. Por su parte, el Secretario General de la Unión Africana recordó que su liderazgo contribuyó a fortalecer la institucionalidad democrática y la cooperación regional, destacando su papel en procesos de mediación en Sudán del Sur y Somalia, así como en la promoción de diálogos pacíficos en conflictos internos kenianos.
A nivel cultural, Odinga también dejó un impacto indeleble. Su vida inspiró libros, documentales y obras teatrales que exploran los dilemas de la política africana contemporánea, los desafíos de la reconciliación nacional y el poder transformador de la perseverancia ética. Artistas y escritores africanos lo han retratado como un puente entre el pasado de lucha anticolonial y el presente, marcado por la construcción de instituciones democráticas y el activismo ciudadano. Su figura se convirtió en un referente simbólico de la resistencia pacífica frente a la injusticia, y su memoria seguirá alimentando debates sobre liderazgo, ética y responsabilidad en el continente.
Finalmente, el legado de Raila Odinga no se limita a lo político o cultural; también se proyecta en la forma en que fortaleció la sociedad civil. Su insistencia en que los ciudadanos participen activamente en la construcción de su país generó un efecto multiplicador en la creación de organizaciones de base, movimientos juveniles y asociaciones cívicas que continúan promoviendo la transparencia, la educación y la justicia social. En este sentido, su muerte marca el cierre de un ciclo histórico, pero abre la oportunidad para que nuevas generaciones continúen su obra y lleven adelante los ideales de un África más soberana, inclusiva y democrática.
Artículo producido por el equipo de PIA Global

