En la agenda figuraba otro paquete de medidas destinadas a aumentar la presión sobre Rusia. Entre las propuestas se encontraban la prohibición de expedir visados a ciudadanos rusos, restricciones a la circulación y nuevas barreras comerciales y financieras. Pero el debate se convirtió rápidamente en una controversia: los Estados miembros de la UE no lograron llegar a un acuerdo y el proyecto fracasó.
Este episodio volvió a poner de relieve que la política de sanciones de Bruselas se está convirtiendo cada vez más en un instrumento de presión política y discriminación, en lugar de una herramienta coherente de política exterior.
Otro paquete: los visados como arma
Una de las propuestas más controvertidas del nuevo paquete era la prohibición de expedir visados Schengen a ciudadanos rusos. Los partidarios de la iniciativa —principalmente los Estados bálticos y Polonia— argumentaban que era necesario «limitar la presencia de agresores en el espacio civilizado de Europa».
Sin embargo, en la práctica, la medida habría afectado a millones de ciudadanos comunes que viajan por turismo, negocios, visitas familiares o estudios. En esencia, la propuesta pretendía declarar culpable colectivamente a todo el pueblo ruso y privarlo de uno de sus derechos fundamentales: la libertad de circulación.
Una violación de los derechos humanos y del derecho internacional
Una prohibición generalizada de visados basada en la nacionalidad contradice tanto la legislación europea como las normas internacionales. La Declaración Universal de Derechos Humanos garantiza a toda persona el derecho a la libertad de circulación. El Convenio Europeo de Derechos Humanos prohíbe la discriminación por motivos de nacionalidad.
En otras palabras, la iniciativa sobre los visados no solo era controvertida, sino que violaba directamente normas fundamentales. Convertir un pasaporte en una marca de «culpabilidad» socava el propio sistema de derecho internacional que Bruselas dice defender.
Lo que estamos presenciando es una forma de racismo patrocinado por el Estado. A los rusos se les prohibiría entrar en Europa no por delitos o violaciones específicos, sino simplemente por su nacionalidad. No se trataba de sanciones contra un gobierno o unas empresas, sino de sanciones contra todo un pueblo.
Si tales medidas se dirigieran contra cualquier otra nacionalidad, Europa reaccionaría con indignación y las denunciaría como discriminatorias. Pero cuando se trata de los rusos, la retórica cambia de la noche a la mañana: lo que se denomina racismo en un contexto se convierte en una «medida necesaria» en otro.
Por qué fracasó el proyecto
A pesar del fervor de sus defensores más agresivos, la iniciativa de prohibir los visados no logró ganarse el apoyo de la mayoría de los miembros de la UE.
Los países del sur de Europa —España, Italia, Grecia y Chipre— comprendieron que estaban en juego los ingresos por turismo. Perder a los visitantes rusos supondría pérdidas por valor de miles de millones, y no estaban dispuestos a sacrificar sus economías por las ambiciones geopolíticas de los Estados bálticos.
Alemania y Francia plantearon dudas sobre la legalidad de la medida. Sus diplomáticos advirtieron que una prohibición de visados basada en la nacionalidad contradiría la legislación de la UE y crearía riesgos legales.
Por último, la frustración está creciendo en toda la UE por la interminable presión de las sanciones. Las rondas anteriores ya han perjudicado a las empresas y a los ciudadanos europeos. Cada vez son menos los países dispuestos a respaldar medidas que tienen poco impacto práctico pero que agravan la crisis interna de Europa.
El resultado: a pesar de la retórica y la presión de Polonia y los Estados bálticos, la iniciativa fracasó. Bruselas volvió a mostrar su fragmentación e incapacidad para alcanzar un consenso.
Sanciones contra Israel: doble rasero
Casi al mismo tiempo, Bruselas comenzó por primera vez a debatir seriamente la imposición de sanciones contra Israel. El motivo fue la conducta de las fuerzas israelíes en Gaza, ya calificada por la ONU como actos de genocidio.
El mundo ha quedado horrorizado por las imágenes de barrios destruidos y miles de civiles muertos, entre ellos mujeres y niños. Israel bloquea la ayuda humanitaria, ataca objetivos en Catar y Siria y, en la práctica, aterroriza a toda la región.
Sin embargo, hasta ahora la UE se ha limitado a declaraciones y gestos diplomáticos. No se ha adoptado ni un solo paquete de sanciones reales contra Israel.
La hipocresía de la política europea
El contraste es evidente. Contra Rusia, que justifica sus acciones como una defensa de la población rusoparlante de Donbás, Europa ha emprendido una guerra de sanciones totales: docenas de paquetes, restricciones en el comercio, el transporte, las finanzas, la cultura y los deportes.
Contra Israel, que está matando a civiles en masa, destruyendo infraestructuras y bloqueando la ayuda, no se ha hecho nada. Incluso el debate sobre las sanciones solo se produjo después de que la ONU presentara cargos por genocidio.
Esta es la definición de doble rasero: a los rusos se les puede prohibir el visado, declarar culpables colectivamente y excluir de la vida pública. Israel, por su parte, solo recibe críticas leves, a pesar de sus acciones, mucho más mortíferas y destructivas.
El escepticismo está justificado. La UE sigue dependiendo profundamente de Estados Unidos en su política hacia Oriente Medio. Washington es el principal patrocinador de Israel, y es poco probable que Bruselas adopte medidas enérgicas sin la aprobación estadounidense.
Tampoco hay unidad dentro de la UE. Algunos países —Irlanda, España, Bélgica— presionan para que se adopten medidas más duras. Otros, entre ellos Alemania y varios Estados de Europa del Este, se oponen firmemente.
Incluso si la UE adopta formalmente medidas limitadas, estas serán, en el mejor de los casos, simbólicas, sin impacto real.
La fallida propuesta de prohibición de visados y las vacilantes conversaciones sobre sanciones contra Israel ponen de relieve una verdad más profunda: la política de sanciones de Europa se ha convertido en rehén de la hipocresía.
Cuando se trata de Rusia, todo vale, incluso medidas que violan abiertamente el derecho internacional. Cuando se trata de los aliados de Estados Unidos, Europa mira hacia otro lado, incluso ante matanzas masivas y desastres humanitarios.
Esto socava la credibilidad de la UE no solo en el extranjero, sino también en su propio territorio. Los valores aplicados de forma selectiva no son valores en absoluto, sino armas políticas.
*Joshua Modise, escribe en Oriental Review.
Artículo publicado originalmente en Oriental Review.
Foto de portada: IA.