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México: XXIX Seminario Internacional “Los partidos y una nueva sociedad”, combatir al fascismo, tarea urgente

Por Daniel Martínez Cunill*. –
La campaña genocida desatada por Netanyahu en Gaza, que está queriendo exterminar a los residentes palestinos, no es más que parte de una estrategia geopolítica destinada a controlar un espacio regional y sus recursos energéticos.

La dimensión de la tragedia humana es aterradora. Se reportan más de 65 mil personas palestinas asesinadas y al menos 165 mil heridas; nueve de cada diez han sido desplazadas de sus hogares. En el desglose más reciente con identificación plena, del total de fallecidos, poco más de 19 mil eran niñas y niños y más de 10 mil mujeres. A la violencia se suma el hambre extrema: la Fase 5 del IPC (categoría internacional que define hambruna) está confirmada en la ciudad de Gaza, con más de medio millón de personas en esa situación (alrededor de 640 mil) y 361 muertes por malnutrición registradas hasta el 5 de septiembre, entre ellas 130 niñas y niños. Netanyahu es el nuevo Herodes de nuestros tiempos.

Cuando un Estado llega a un nivel tan extremo de violencia no sólo está traspasando las más elementales fronteras éticas y morales de una sociedad; está despojándose a sí misma de toda legitimidad humana y dando los primeros pasos hacia su propia autodestrucción.

El comportamiento del régimen sionista y su grado de irracionalidad hacen pensar que se trata de una “resiliencia vengativa” de dimensiones históricas. Solo podemos explicarnos tanta crueldad sobre la idea de que buscan superar la trágica herencia que les dejó el régimen nazi trasladándola al pueblo palestino.

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Para recuperarse de su holocausto requieren hacer vivir el drama a otro pueblo y así liberarse del peso de su pasado. Hacer sufrir a otros lo que ellos sufrieron y así recuperar un lugar relevante en las nuevas condiciones civilizatorias de la humanidad. Solo que el precio es tan elevado que su barbarie los despoja de toda posibilidad de normalizar sus relaciones con la humanidad y la derrota final tendrá dimensiones bíblicas, en el amplio sentido del término.

En esta cruzada sionista Netanyahu ha contado siempre con la complicidad de Donald Trump que hace extensiva la noción de “Make America Great Again” (MAGA) a Medio Oriente donde Israel actúa como su mano derecha por la beligerancia y el poder militar de que disponen para mantener un potencial continuo de escalada del dominio a largo plazo. Trump actúa para alcanzar el dominio en el país y en el extranjero. Bajo chantajes o amenazas puede aparecer como portador de la paz o negociador de un alto al fuego en donde su mentalidad empresarial lo hace prever enormes proyectos lucrativos para empresas de EE. UU. La idea de transformar Gaza en un proyecto de inversión rentable subraya el estrecho vínculo entre la guerra y el beneficio económico.

Nuestra hipótesis de trabajo es que, ante la inminente derrota de EE. UU. en la disputa por la hegemonía mundial y la profundidad de la crisis económica del capitalismo a escala mundial, detrás de la noción de MAGA se oculta el retorno del fascismo. El huevo de la serpiente a eclosionado en La Casa Blanca y comparte los horrores con Tel Aviv.

Más claro y para que no haya dudas: Trump y Netanyahu son la punta de lanza del neofascismo contemporáneo y recurren a él como recurso extremo de sobrevida del sistema capitalista.

Reuters

Latinoamérica contra el fascismo

En nuestro continente todavía queda un largo y complejo camino por recorrer si queremos enfrentar con éxito al neofascismo. Y no se trata solo de luchar por alcanzar gobiernos o mayoría parlamentarias. El verdadero desafío es derrotar ideológicamente las tesis del neofascismo que se ha posicionado en diversos frentes, y seducido a grandes contingentes de la clase trabajadora en una propuesta que se presenta como proyecto de vida pero que enmascara la muerte.

La derecha latinoamericana y caribeña, en los avances y retrocesos del neoliberalismo nos ha propinado una seria derrota. Ha logrado atraer a grandes contingentes de las clases populares que se sienten atraídas por el lenguaje populista detrás del cual viene el neofascismo.

Vivimos, por tanto, un momento histórico de estancamiento de las fuerzas sociales y sus proyectos de mundo, pues ni el neoliberalismo agónico ni el progresismo actual han sido capaces de ofrecer un nuevo paradigma que satisfaga las necesidades y temores de la gente. Hasta aquí, bajo enfoques más autoritarios o de mayor contenido social para las y los trabajadores, lo que se ha ofrecido son atenuantes y soluciones parciales a males estructurales.

Si queremos combatir la ofensiva neofascista es preciso ir más allá de nuestras visiones localistas. Debemos elaborar una perspectiva regional y pensar en un proyecto común para superar los déficits estructurales que afectan al continente. En la primera oleada progresista, cuando le apostamos a la integración latinoamericana y la construcción de una soberanía geopolítica que desafiaba frontalmente al imperialismo estadounidense, parecía que habíamos encontrado los senderos correctos. Y tal vez era cierto, pero es evidente que no supimos concretar los pasos necesarios y nos quedamos en la formulación de las buenas intenciones.

Entre tanto, el enemigo no detuvo su andar y ahora enfrentamos derrotas electorales y la fragmentación de los gobiernos progresistas y el ascenso del neofascismo en nuestra América. Hay más camino que recorrer para relanzar el crecimiento de una agenda regional progresista y de izquierda, incluidas políticas para la integración continental que tomen nota de las omisiones y malas prácticas originales de la primera oleada progresista.

Es en este escenario de crisis global, donde emerge un tipo particular de neofascismo como fenómeno político y social. Como en el siglo XX, la actual decadencia del orden liberal como dominación capitalista precedió a la emergencia de variantes del fascismo en el mundo y ha dado espacio para retrocesos políticos, económicos, sociales y culturales.

Los más de 40 años de neoliberalismo han dado como resultado el bajo crecimiento económico, el aumento del desempleo, la inseguridad en el mercado laboral, el desmantelamiento de infraestructuras públicas y comunitarias y el aumento de las desigualdades de renta con la acumulación de enormes fortunas por parte de unos pocos poderosos.

Bajo el neoliberalismo, las ideas del mundo empresarial fueron impuestas en todas las esferas de la vida, moldeando la subjetividad de las personas. La vida pasó a tener como referencia los parámetros del mundo privado, que exacerban el individualismo, el consumo y el mercado como las principales características de las relaciones humanas.

Ese proceso general de rearticulación de la derecha en la región tuvo muchos factores en común, como el uso de una combinación de medios legales e ilegales y la prioridad que se le dio a la batalla de ideas —o “batalla cultural”— en la estrategia política. No obstante, el proceso asumió características distintas en cada país, e incluso en cada etapa o momento político específico dentro de un mismo país.

La derecha mal llamada “moderada” y sus propagandistas hicieron el trabajo sucio de extremar el escenario político con mentiras y de utilizar aparatos estatales bajo su influencia para actuar contra gobiernos progresistas. No obstante, con el tiempo, debido a que sus políticas no tenían conexión con las demandas sociales, esta derecha moderada no fue legitimada en las urnas y salió de escena, dando paso a figuras de la extrema derecha que se posicionaron como antisistema y adalides de la transformación social. Nos dejamos arrebatar algunas banderas y no supimos escuchar las señales de alerta.

Al mismo tiempo, desde una gigantesca red mundial de comunicaciones el sistema de dominación imperial estaba promoviendo el discurso de odio, de la mano de voceros que tienen un largo historial de difusión de fake news. Su objetivo era deslegitimar las ideas de cambio social, como los conceptos de redistribución económica o justicia social.

Es prioritario advertir que el neofascismo trae consigo la característica clásica del fascismo: la adhesión de las masas a un proyecto contra las masas. A pesar de que uno de los principales motivos de la crisis fue la falta de regulaciones y un cierto descontrol estatal, la narrativa ganadora fue que el Estado y las políticas intervencionistas de los gobiernos progresistas eran las principales causas de los males sociales.

Así, el neofascismo en América Latina puede ser definido como un nuevo movimiento político, económico, social y cultural que está logrando progresivamente implantación de una ideología neoliberal violenta, que incluye una clase media frustrada y resentida que basa su visión de mundo en las ideas de las elites y no ha creado su propio proyecto de clase.

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Estos nuevos elementos del neofascismo en América Latina, vinculados a las transformaciones en la organización del trabajo debidas a la reestructuración productiva implementada por el neoliberalismo, marcan cambios estructurales en las formas organizativas y de acción de la clase trabajadora, como su fragmentación y aislamiento, en la medida en que las y los trabajadores ya no socializan como clase en el lugar de trabajo y en el sindicato. El contexto también desestructura los espacios de formación y debate, ya que solo la identidad de clase forja una visión de mundo colectiva capaz de contrarrestar las ideas neoliberales.

Al mismo tiempo, los gobiernos latinoamericanos de la segunda ola progresista no han sido capaces de enfrentar adecuadamente al monstruo neofascista. La correlación de fuerzas en el mundo no permitió a estos Estados avanzar en políticas estructurales que promovieran los intereses de los países de la periferia capitalista, debilidad que ha impedido proyectos y programas de gran envergadura que busquen trascender el sistema capitalista.

Bien alto y bien fuerte: cual las fuerzas progresistas no han sido capaces de impulsar una agenda adecuada cuando llegan al poder.

La transición de un gobierno neoliberal o neofascista a un gobierno progresista capaz de promover transformaciones estructurales no es posible sin una amplia base de apoyo de la clase trabajadora. Por el momento, la coyuntura no favorece una amplia transformación estructural. Por esa razón, los proyectos electorales progresistas han tenido dificultades para conseguir un apoyo popular fuerte para sus limitados programas. La dificultad de construir un proyecto político de izquierda que pueda superar los problemas cotidianos del pueblo desvinculó a muchos de estos proyectos electorales progresistas de las necesidades de las masas.

La sobrevaloración de las corrientes progresistas de los procesos electorales los ha llevado a que se limiten a contradecir los mensajes electorales de la derecha, que tiene una posición autoritaria en materia de seguridad ciudadana que es cada vez más popular en el electorado.

¿Internacional neofascista?

En la última década, las redes sociales se han convertido en un poderoso instrumento en la batalla por corazones y mentes. Las redes sociales han sido el campo de batalla clave en una guerra cultural librada por el neofascismo. Y no nos engañemos, lejos de ser un producto espontáneo de la indignación de grupos resentidos con las políticas neoliberales, esta guerra cultural tiene organización, centralización y enorme financiamiento. Es a través de las redes sociales que los diversos grupos asociados al neofascismo en todo el mundo han buscado producir cohesión.

Aunque el lenguaje del neofascismo pueda ser más refinado y las técnicas de guerra cultural más sofisticadas que las del fascismo tradicional, el objetivo sigue siendo el mismo: fragmentar a la clase trabajadora y desmovilizar la lucha de clases. La batalla de ideas y emociones se libra en la vida cotidiana mediante la creación de valores que resuenan en la gente de forma concreta. A pesar de las numerosas victorias institucionales de las fuerzas progresistas en América Latina, el neofascismo consiguió capitalizar el futuro incierto de la clase trabajadora, asegurándole un papel destacado en el debate público.

El recurso del miedo. La construcción del “enemigo” no es en absoluto un fenómeno nuevo. El continente latinoamericano pasó por arduos años de dictaduras en la segunda mitad del siglo XX que marcaron profundamente su historia. Son heridas abiertas que muchas veces siguen sangrando sin cicatrizar. En ese caldo de luchas, una fue la lucha por la libertad. Se quemaron libros, se censuraron canciones y el silencio fue muchas veces la única defensa posible contra las persecuciones y la muerte. Hoy, los sectores neofascistas se quieren apropiar de lo que llaman libertad de expresión y de opinión, procurando hacer olvidar un pasado de grandes luchas de la izquierda para conseguirla

Aunque los gobiernos latinoamericanos apuntan hacia una mayoría progresista o moderada, la extrema derecha está presente con fuerza en diversas instancias, como el poder legislativo, los partidos políticos y grupos de la sociedad civil. Y aquí queremos insistir que derrotarla no se dará solo en el ámbito electoral. Las acciones de los movimientos sociales organizados, con sus valores que se contraponen a la ideología neoliberal, como la solidaridad y la colectividad, y las acciones gubernamentales que priorizan el fortalecimiento de los derechos y políticas dirigidas al bienestar de nuestros pueblos, son fundamentales en esta disputa.

Parte de lo que tenemos que hacer es reconectar la política con las necesidades de nuestros pueblos. Recuperar y avanzar en las calles, en los barrios, en la movilización y en la organización social para enfrentar la violencia y la criminalidad de estos grupos de ultraderecha, que se extienden por todo el continente. Para hacer frente a los monstruos del fascismo, la izquierda necesita reencontrarse a sí misma. Frente a los problemas estructurales contemporáneos la izquierda debe atreverse a proponer salidas igualmente estructurales.

La crisis del progresismo

Para ahondar en las causales de la crisis del progresismo tenemos que remontarnos a sus orígenes. El progresismo apareció en la mayor parte de los países latinoamericanos como una propuesta alternativa ante la crisis de los sistemas políticos vigentes.

Crisis que, como fue suficientemente analizado por distintos autores en su momento, era el resultado del agotamiento del proyecto neoliberal y la impugnación planteada por las masas en las calles mediante distintos repertorios de la protesta popular.

Lo que la historia demuestra es que el progresismo no aprovechó a cabalidad su oportunidad y no consolidó avances que le permitan la continuidad. Y no lo hace porque se sujeta a los mandatos comerciales o al poder constituyente del Estado. Es decir, porque las instituciones pudieron más que la urgencia popular que pedía más cambios y transformaciones.

¿Por qué razones el progresismo que ganó un importante espacio político en América Latina durante la primera década del siglo XXI hoy torna hacia la crisis y su declive como fuerza representativa de los intereses de las clases subalternas?  

Creemos que era totalmente legítimo que la izquierda y el progresismo hicieran de la crisis del neoliberalismo una bandera de lucha. Creemos también que era acertado que, a través de las alianzas electorales el progresismo pudiera alcanzar el gobierno en casi toda América Latina.

Donde a nuestro parecer comienzan los errores es cuando el Progresismo no constata que la democracia, que respeta a plenitud, se ha convertido en mercancía y que cuando es el mercado el que regulariza el ritmo de las relaciones sociales está cayendo en una trampa de la cual es muy difícil Salvo que tenga mucho dinero, lo que constituye la antítesis de las ideas programáticas de la izquierda.

También recordemos que el progresismo hizo aparición en momentos de reconfiguración sistémica como alternativa viable al régimen de explotación vigente. Sobre el compromiso de jugar con las reglas de juego establecidas en ese tipo de democracia. Eso explica una conducta errática donde se alternaban el intento de renovar las relaciones sociales de producción sin alterar las normas de una democracia caduca y decadente. Se estaban dando las primeras condiciones para el renacimiento del fascismo.

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La fascistización actual es un fenómeno que implica el recurso casi permanente al estado de excepción como método de gobierno. Las derechas fascistizadas, ante el declive de las fuerzas progresistas, se nutren del fascismo histórico. Entienden la lucha política como “la aniquilación del enemigo”, la violencia como método y la mentira como fundamento del ejercicio propagandístico. 

La irrupción de esta derecha recargada de brutalidad es comprensible en el contexto de la crisis del capitalismo en Europa y Norteamérica, y si bien sus referentes ideológicos resultan anacrónicos su génesis aparece plenamente ligada a la crisis estructural del modo de producción capitalista dependiente latinoamericano y el liderazgo impositivo de Trump y su proyecto neofascista. 

El desafío es claro. La urgencia de una respuesta también. La peligrosa perspectiva de una Latinoamérica sumergida en la negra noche del neofascismo debe actuar como convocatoria para renovar las luchas libertarias en el continente.

Daniel Martínez Cunill* Catedrático, politólogo, asesor parlamentario del Partido del Trabajo de México, PT, coordinador del Grupo de Reflexión de América Latina y el Caribe, GRALyC.

Foto de portada: PIA Global.

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