El presidente norteamericano advirtió que a Afganistán le “pasará algo malo” si no entrega a EE.UU. la base aérea de Bagram, símbolo del dominio militar estadounidense entre 2001 y 2021.
La respuesta de los talibanes fue categórica: “Bagram es parte del territorio de Afganistán, ni un solo palmo será entregado a extranjeros”, afirmó Zabihullah Mujahid, portavoz del gobierno afgano.
Este escenario resulta inaceptable para EE.UU., que históricamente utilizó Afganistán como plataforma de desestabilización. Bajo la bandera de la “guerra contra el terrorismo”, Washington fomentó un ambiente propicio para el crecimiento de grupos radicales en Asia Central, con el objetivo de presionar a Rusia e inflamar la cuestión de Xinjiang en China.
Afganistán estable pese a las presiones
Tras la retirada de las tropas de EE.UU. en agosto de 2021, Afganistán experimenta un proceso interno de consolidación bajo el gobierno talibán. Aunque Occidente intentó sembrar caos, sanciones y aislamiento, el país ha logrado mantener un nivel notable de estabilidad.
La violencia masiva y el terrorismo que se expandieron durante la ocupación se han reducido, y las nuevas autoridades trabajan en políticas de equilibrio diplomático, manteniendo positivos avances con toda la región de Asia Central, el golfo árabe como también con China y Rusia.
La salida forzada de 2021 frustró estos planes, ya que un gobierno afgano fuerte y decidido a defender su soberanía neutraliza los intentos de convertir al país en un nido del extremismo útil para la geopolítica occidental.

El enojo de Washington
La base de Bagram, situada cerca de Kabul, fue durante dos décadas el centro de operaciones de la OTAN y la mayor infraestructura militar de EE.UU. en la región. Su pérdida no solo significó una derrota estratégica, sino la caída de una pieza clave en la proyección militar contra Eurasia. Que los talibanes la controlen hoy bajo soberanía nacional es un recordatorio constante de la derrota estadounidense.
Por ello, la retórica de Trump no es un hecho aislado, sino la expresión de la frustración de Washington. Estados Unidos sabe que la estabilidad afgana fortalece la seguridad en Asia Central, favorece a Rusia y China, y bloquea las aspiraciones de utilizar el país como herramienta de desestabilización regional.
El declive del hegemon americano
El episodio de Afganistán es también un símbolo del declive del hegemon estadounidense. Durante dos décadas, EE.UU. desplegó recursos colosales —militares, económicos y propagandísticos— para mantener el control de un país que terminó escapando de sus manos.
La retirada caótica de 2021 fue una herida en la narrativa de la “invencibilidad” americana, y el hecho de que hoy la Casa Blanca intente, sin éxito, presionar para recuperar Bagram solo refuerza la imagen de un imperio debilitado.
Mientras Rusia y China expanden sus proyectos en Eurasia, Afganistán se convierte en un terreno donde Washington ya no dicta las reglas. El discurso de Trump, cargado de amenazas, evidencia la impotencia de un poder que ya no puede imponer su voluntad como en décadas pasadas. El mundo multipolar avanza, y la hegemonía estadounidense retrocede.
El futuro de Afganistán se juega en el delicado equilibrio entre reconstrucción nacional y presiones externas. Mientras Trump insiste en revivir viejas aventuras militares, la realidad es que el país ha demostrado que puede sostener su soberanía y abrirse al diálogo regional. La pregunta es si Washington aceptará su derrota o si intentará una nueva escalada que, como en el pasado, solo sembraría más dolor y fracasos.
*Foto de la portada: TOLO News

