En esta ocasión, la presidenta de la Comisión, Ursula von der Leyen, acudía al Parlamento Europeo en un momento especialmente decisivo para la UE. Un momento donde cada vez se hace sentir una mayor presión para concretar estratégicamente por dónde debe transitar el propio proyecto, un proyecto en el que hay muchas piezas por encajar, muchos obstáculos políticos y, sobre todo, una total ausencia de autocrítica.
El discurso de Von der Leyen tenía como entradilla el “momento de la independencia”. Tras lo visto durante los últimos meses (la cumbre de la OTAN en La Haya, con la promesa del incremento del 5% en armamento a comprar a EEUU; la humillante recepción a la acudió la propia Von der Leyen en el club de golf de Turnberry, propiedad de Donald Trump, donde se acordó una imposición de aranceles del 15% a los productos europeos y 0% a los estadounidenses; o, más recientemente, la visita a la Casa Blanca realizada por un grupo de líderes europeos arropando a Zelenski tras la reunión de Alaska) no deja de tener su gracia que el establishment europeo en tiempos de Internet tenga el cuajo, perdonen la expresión, de venir a contar a los europeos un relato que hemos visto desmentido al menos en las tres ocasiones que he mencionado y donde la subalternidad en relación con EEUU se ha mostrado con toda su crudeza.
Von der Leyen, en su papel, ha intentado presentar un discurso rupturista con el statu quo: defender la integridad territorial de los Estados miembros, promover autonomía estratégica, imponer responsabilidades cuando se vulneran derechos humanos, y asegurar que el comercio no esté desvinculado de los valores europeos. Sin embargo, falta por ver si estas propuestas consiguen traducirse en políticas concretas o si se quedan en compromisos simbólicos ante la presión de estados miembros con intereses divergentes.
La presidenta de la Comisión vino a recordarnos la necesidad de avanzar en la autonomía estratégica, en defensa y seguridad, y también en energía, pero, sobre todo en lo primero. También sorprendió con la apuesta de una mayor audacia en la política exterior. Desde luego, el anuncio de avanzar en la suspensión, al menos parcial, del acuerdo comercial con Israel y la imposición de sanciones es sin duda una apuesta política de calado (especialmente si tenemos en cuenta que hace menos de una semana su propia portavoz afeaba a Teresa Ribera la utilización de la palabra genocidio). Es un movimiento político importante, si bien tiene truco ya que el posicionamiento de la Comisión en sí mismo no puede suspender el acuerdo. De este modo, Von der Leyen se quita la presión y se la deja a los Estados miembros que son los únicos que tienen la capacidad de aprobarla y ejecutarla. Lo del muro de drones para frenar a los rusos con una inversión de 6.000 millones de euros, que casi no merece ni comentario, se enmarca en la propia apuesta de la alemana por una Europa más militarizada, algo que no esconde en absoluto.
De nuevo, por tanto, volvimos a ver un discurso que plantea ambiciones desmesuradas e irrealistas, formulaciones desde el deber ser, siempre muy vagas y abstractas, normatividad a espuertas y, desde luego, muy poca acción y capacidad real para ejecutar esos deseos. Nada de trabajar sobre la coherencia institucional y social que los europeos requieren. Nada sobre cómo afrontar retos demográficos y económicos determinantes para poder abordar un declive estructural y sistémico que desde Bruselas no se quiere enfrentar de cara. Y, por supuesto, nada sobre cómo avanzar en una autonomía estratégica que se encuentra en una vía muerta tras los acuerdos alcanzados con EEUU, del cual depende no sólo en seguridad y defensa, como antes de 2022, sino también, ahora, en energía. Una UE que se encuentra absolutamente divida en su política exterior, como queda patente en relación con la masacre de Gaza, y que además se está convirtiendo en una suerte de patio trasero geopolítico de la rivalidad entre EEUU y China.
Llegados a este punto es imprescindible que se realice un análisis pragmático de la situación. Hay cuestiones que no deberían dejar de ser mencionadas más frecuentemente. La primera, la necesidad de trabajar de manera exhaustiva para alcanzar una credibilidad a nivel global que permita ganar la confianza tanto entre las poblaciones europeas, como también entre las no europeas y no occidentales. Y para ello es imprescindible la apuesta por una coherencia de políticas que le haga merecedora de esa confianza. Si se actúa en una dirección contra el agresor ruso, la respuesta ante la limpieza étnica de Gaza debe ser equivalente. La defensa de los derechos humanos debería ser el principal eje de actuación; es imprescindible que la coherencia en política exterior opere en todas las políticas incluida la migratoria, la climática o la energética.
Si efectivamente, como dijo Von der Leyen, Europa no puede permitirse la nostalgia, entonces efectivamente hay que ser conscientes donde se encuentran las fortalezas y las debilidades, pero, especialmente, las contradicciones en las que, demasiado a menudo, se encuentra la UE. Europa vive un momento de definición. No se trata únicamente de reaccionar ante drones rusos, o de poner en pausa acuerdos comerciales, sino de decidir si la UE efectivamente quiere ser algo más que un mercado regulador con carné diplomático. Y una vez esa decisión esté tomada, actuar en consecuencia.
Esa Europa geopolítica de la que usted me habla, ¿tendrá la suficiente ambición como para avanzar en su integración política y dar el salto desde una estructura regulatoria a una redistributiva? ¿será más o menos democrática? O, por el contrario, ¿optará por incorporarse a la carrera de hablar el lenguaje del poder?
*Ruth Ferrero-Turrión, profesora de Ciencia Política y Estudios Europeos en la UCM.
Artículo publicado originalmente en Publico.es
Foto de portada: La presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, durante su intervención en el debate sobre el Estado de la Unión, en el Parlamento Europeo, en Estrasburgo (Francia).REUTERS/Yves Herman

