Asia

Japón, la crisis de representación y un sistema agotado

Por PIA Global*- La renuncia del primer ministro japonés Shigeru Ishiba, tras apenas unos meses en el poder, ha dejado en evidencia no solo la fragilidad del escenario político nipón, sino también la profunda crisis de representación que atraviesa un sistema político diseñado y tutelado desde el exterior desde la posguerra.

Lo que se presenta como un simple “relevo de liderazgo” en el Partido Liberal Democrático (PLD) es, en realidad, un reflejo de un agotamiento estructural que limita la soberanía política de Japón y lo somete a los vaivenes de la disputa regional entre Estados Unidos y China.

Ishiba, de 68 años, justificó su dimisión como un acto de responsabilidad tras la derrota electoral de su partido en julio. Sin embargo, dejó claro que su permanencia temporal en el cargo tenía un único objetivo: cerrar las negociaciones arancelarias con Estados Unidos, país que mantiene a Japón en una relación desigual desde hace décadas.

De hecho, fue solo tras la “orden” de Donald Trump para reducir los aranceles sobre productos japoneses que Ishiba consideró cumplida su misión.

El episodio es revelador: la política japonesa no se mueve en función de los intereses soberanos, sino bajo el condicionamiento permanente de Washington. El propio Ishiba lo admitió al señalar que “¿quién negociaría seriamente con un gobierno cuyo líder dice que renuncia?”. Así, Japón ha quedado atrapado en un esquema donde las decisiones clave responden más a necesidades externas que a la voluntad popular.

El PLD en crisis y la fractura interna

El Partido Liberal Democrático, fuerza casi hegemónica desde la posguerra, enfrenta lo que muchos analistas llaman “su mayor crisis desde la fundación”. Los escándalos de corrupción y sobornos que lo han golpeado durante los últimos años han deteriorado aún más la confianza ciudadana.

Los nombres que suenan como sucesores —Toshimitsu Motegi, Shinjiro Koizumi y Sanae Takaichi— reflejan tanto la falta de renovación como las tensiones ideológicas internas. Koizumi representa una línea centrista con mayor llegada mediática, mientras que Takaichi encarna la agenda ultraconservadora vinculada al legado de Shinzo Abe, cargada de polémicas que amenazan con reabrir viejas heridas regionales.

Una visita al Santuario Yasukuni, como se especula que haría Takaichi, bastaría para inflamar la relación con China y Corea del Sur, debilitando aún más la posición internacional de Tokio.

Una democracia tutelada y en retroceso

El trasfondo de esta crisis es más profundo: Japón opera dentro de un sistema político diseñado bajo ocupación estadounidense tras 1945, que nunca logró consolidar una democracia plena ni una autonomía estratégica.

La dependencia de Washington en materia de defensa, comercio y diplomacia limita los márgenes de maniobra de cualquier líder japonés, reduciendo la política interna a disputas de facciones dentro del PLD.

La sociedad japonesa, mientras tanto, observa con escepticismo un panorama político donde las elecciones parecen irrelevantes y las decisiones se toman a puertas cerradas. Este desencanto se traduce en una crisis de representación que se acentúa con cada escándalo de corrupción y con la incapacidad de los partidos para dar respuestas a problemas reales como la inflación, el envejecimiento poblacional o la precariedad laboral.

La disputa regional como telón de fondo

Nada de esto ocurre en el vacío. Japón se encuentra en el epicentro de la disputa estratégica entre China y Estados Unidos en el Asia-Pacífico. Washington busca consolidar a Tokio como pieza clave de su estrategia de contención frente a Pekín, mientras que China observa con recelo cualquier movimiento japonés que pueda reforzar la presencia militar estadounidense en la región.

La política interna japonesa está, por lo tanto, atravesada por dinámicas externas: un eventual giro a la derecha endurecería la retórica contra China, mientras que un liderazgo más pragmático buscaría reducir tensiones para preservar el comercio regional. En cualquier caso, la soberanía de Japón permanece limitada por un marco estratégico impuesto desde fuera.

La dimisión de Ishiba no resuelve la crisis, apenas la desnuda. Japón enfrenta el dilema de recomponer la confianza interna mientras se define su papel en la disputa regional más importante del siglo XXI. Lo cierto es que el agotamiento del modelo político nipón y su dependencia estructural de Washington colocan al país en un callejón difícil: atrapado entre una ciudadanía cada vez más desencantada y una geopolítica que le impone decisiones en función de intereses ajenos.

El futuro inmediato será turbulento, y lo que se juega en Tokio no es solo el reemplazo de un primer ministro, sino la posibilidad de que Japón redefina —o no— su rumbo como nación soberana en un mundo multipolar.

*Foto de la portada: Kyodo

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