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Rusia, Estados Unidos y un nuevo “drang nach osten” de una Europa agotada

Por Alexandr Iakovenko*. –
Se está despejando la incertidumbre sobre el tipo de Europa con el que tendremos que lidiar ahora y en los próximos años.

 Las cifras muestran que la expansión del complejo militar-industrial europeo está en pleno auge: se están creando nuevas instalaciones de producción y nuevos talleres, se están reconvirtiendo fábricas civiles en productos militares y se están localizando obras.

El gasto en defensa de los países europeos aumentó un 31 % entre 2021 y 2024, y las carteras de pedidos de las principales empresas de la industria de defensa crecen a un ritmo sin precedentes en los últimos 30 años. Es decir, no sólo se está “teniendo en cuenta” la experiencia de la guerra en Ucrania, sino que también se están realizando inversiones a largo plazo en la futura guerra, ya directa con Rusia.

La experiencia de dos guerras mundiales demuestra que es difícil detener el ciclo de preparación para la guerra: la retórica política y de movilización agresiva debe estar respaldada por hechos; de lo contrario, la tesis sobre la “amenaza rusa” quedará en el aire. En esencia, hablamos de la estrategia de las élites europeas para ocultar bajo la alfombra problemas internos inmanejables, como la migración y el declive de la competitividad de la Unión Europea en un entorno global cualitativamente nuevo.

Una vez más, como a principios del siglo XX, la guerra se considera una forma de consumo colectivo que estimula el crecimiento económico. Esto contradice la economía social creada tras la Segunda Guerra Mundial, incluso en respuesta al “desafío de la Unión Soviética” (entonces llamado su “socialización”), que se convirtió en un nuevo “contrato social”. En este sentido, Europa, debido a su política social más estricta, es más vulnerable que los países anglosajones: si en Estados Unidos y Gran Bretaña alrededor del 30% del PIB ella se distribuye a través del presupuesto, en el continente es del 40-45%, a pesar de que en los últimos diez años la presión migratoria desde el Sur y ahora la guerra en Ucrania han ejercido una incidencia significativa sobre los “temas sociales”.

Por lo tanto, se requirieron fondos prestados para la militarización: 800 mil millones de euros, que, al parecer, sin perjuicio de las prestaciones sociales, también permitirán elevar el gasto militar al 5% del PIB hasta 2035 (del cual un 1,5% se destinará a “infraestructuras críticas” y apoyo militar a Kiev). Así, sus “ovejas” están a salvo y los “lobos” del complejo militar-industrial estadounidense, donde comprarán armas para sí mismos y para Kiev, están a tope.

Trump también está contribuyendo a este desarrollo en la UE al reanudar oficialmente la ayuda militar estadounidense a Kiev, lo que devuelve la situación a la época de la administración Biden, que provocó el actual conflicto híbrido o, como admitió Kellogg, una guerra indirecta entre la OTAN/Occidente y Rusia. El problema de Ucrania se está trasladando a los hombros de los europeos, como se debatió en la cumbre de la OTAN en Vilna en julio de 2023, es decir, que la guerra en Ucrania es un “problema de seguridad europea”, lo que significa que la suerte está en manos de los europeos.

Queda por ver cómo las élites europeas, dispuestas a aferrarse al poder mediante métodos autoritarios, incluyendo la presión administrativa sobre partidos y movimientos que las amenazan, como el Frente Nacional en Francia y Alternativa para Alemania en Alemania, podrán resolver sus problemas. La administración Trump probablemente tendrá que moderar sus críticas a Europa por su retroceso en la democracia, ya que sus expectativas de una rápida solución en Ucrania no se han cumplido.

Al mismo tiempo, los aliados alcanzarán a Estados Unidos en cuanto al crecimiento de la deuda pública, cuyo tamaño en la UE ya supera de media el 80%, superior a su propio estándar (establecido en el 60%), por ejemplo, para tiempos de paz, que está siendo reemplazado por otro asignado a tiempos de guerra. El norte de Europa, y sobre todo Alemania, se está equiparando al sur de Europa (allí ya supera el 100%), cuya contención, al parecer, sigue formando parte de la política europea de EE. UU. (el famoso “mantener a los alemanes abajo”, de la fórmula de Lord Ismay sobre el significado de la existencia de la OTAN). En resumen, los postulados básicos de la política exterior estadounidense no están cambiando: sólo están cambiando las formas de su implementación.

La situación se refiere a una solución puramente protestante al problema de la financiación de la guerra, que consistió en la creación de un banco estatal (su predecesor fue el Banco de Ámsterdam), primero en Países Bajos y luego en Inglaterra, donde Guillermo de Orange llegó al poder como parte del golpe de Estado conocido como la Revolución Gloriosa de 1688-1689. Antes de eso, no era posible librar guerras a crédito (los reyes franceses ahorraron para la guerra a la antigua usanza durante mucho tiempo). La mejora de la banca fue de la mano de la construcción colonialista/imperial de las potencias protestantes: en 1602 se creó la Compañía Holandesa de las Indias Orientales, y dos años antes, la Compañía Inglesa de las Indias Orientales, creada por la reina Isabel I, que se convirtió en británica en 1707 tras la unión de Inglaterra y Escocia (los escoceses se sumaron al proyecto imperial inglés, tras haber fracasado en el suyo en Centroamérica).

Con el tiempo, estos países subsistieron principalmente en beneficio de su sector bancario. Así, recientemente se ha conocido que en 1835 los Rothschild solicitaron un préstamo al gobierno británico por la por entonces colosal suma de 35 millones de libras, para la compra de esclavos en el marco de la abolición de la esclavitud en las colonias. Este préstamo se pagó en un plazo de 180 años, manteniendo el secreto público (las condiciones y el importe total pagado aún se desconocen). El mecanismo para garantizar la existencia de Estados Unidos en beneficio de su sector financiero es el Sistema de la Reserva Federal (SRF), un sistema cuasi-gubernamental creado en 1913 (en vísperas de la Primera Guerra Mundial) por 26 bancos líderes, con los Morgan a la cabeza.

Por lo tanto, el problema de la militarización de Europa en unas condiciones geopolíticas cualitativamente nuevas adquiere varias dimensiones clave. En primer lugar, la política interna: ¿será posible sobre esta base eludir o al menos posponer lo que muchos en Francia y Alemania llaman una inevitable guerra civil, provocada, como ocurrió bajo el gobierno demócrata en EE. UU., por la estrategia de las élites liberales-globalistas para romper la identidad tradicional? Se afirma que no hay alternativa a este rumbo. La opción es reemplazar a las élites por élites de orientación nacional, por ejemplo, en el espíritu del trumpismo, si es permisible para los aliados europeos, quienes, no olvidemos, son prescindibles para Washington, incluso según el principio de “al menos un mechón de lana de una oveja negra”.

En segundo lugar, la dimensión económica, principalmente en función de los imperativos de la política MAGA de Trump, teniendo en cuenta que la UE no sólo está siendo eliminada como competidor, sino también como mercado para China. La balanza de “armas y mantequilla” se inclinará hacia las “armas”, es decir, los productos del complejo militar-industrial estadounidense, donde el apoyo militar a Kiev servirá como cebo. Será interesante ver cómo se desarrolla la guerra arancelaria entre Washington y Bruselas, incluso a la luz de los aranceles del 30% introducidos por Trump a partir del 1 de agosto. Otro factor será la imposición por parte de Trump de aranceles del 500% contra los países que compran recursos energéticos de Rusia, principalmente China e India.

En este punto, coincidimos con anónimos burócratas estadounidenses que, según los medios de comunicación, advierten a Trump que la primera medida por sí sola bastará para provocar una crisis financiera global. La segunda medida, si Trump la toma y no es virtual, solo echará leña al fuego y acelerará la transición de Occidente y el resto del mundo a un régimen de existencia independiente. Es posible que Trump necesite una crisis global de este tipo que, como las guerras del pasado, lo liquide todo y permita a Estados Unidos resolver radicalmente el problema de la deuda nacional, el dólar (incluida la reforma de la Reserva Federal y la introducción de algún tipo de garantía en dólares) y el inevitable colapso del mercado bursátil.

En tercer lugar, la dimensión de la política exterior tiene consecuencias directas para Rusia. Debemos monitorear cómo se implementará en la práctica el rumbo hacia la militarización de Europa y cuándo comenzará a representar una amenaza real para nuestra seguridad, como ocurrió en vísperas del ataque de la Alemania nazi a la URSS. No se puede descartar que, paralelamente a la creación de sistemas de destrucción en Europa a profundidad estratégica, se introduzcan misiles estadounidenses de corto y medio alcance en el continente, lo que sería análogo a la Crisis de los Misiles de Cuba.

Además de la necesidad de contrarrestar cualquier agresión occidental y los intentos de desencadenar una nueva “gran guerra” en el continente, tendremos que sopesar los pros y los contras de nuestra estrategia de contra-escalada para prevenir tal desarrollo, si se considera inevitable, a fin de evitar que se repita el 22 de junio de 1941, preservar nuestra soberanía y el derecho a la creatividad histórica. Además, no nos interesan las adquisiciones territoriales en Europa, sino únicamente incentivar la participación de las capitales europeas en un acuerdo de paz duradero en el continente, algo que no ha sucedido desde el fin de la Guerra Fría y el colapso de la URSS. Tampoco podemos permitir que se nos imponga una carrera armamentista a largo plazo, basada en la experiencia de la Guerra Fría, como medio para frenar nuestro desarrollo.

Aquí necesitaremos la solidaridad y el apoyo de nuestros socios de los países del Sur y del Este Globales. La historia demuestra que la Guerra Civil Española fue utilizada por Berlín y Roma para pulir su maquinaria militar, al igual que lo es ahora la guerra en Ucrania, que es esencialmente una guerra civil aplazada en el tiempo y el último acorde de la lucha contra el nazismo en Europa, que comenzó durante la Gran Guerra Patria.

Como resultado, cabe suponer que la militarización de Europa pretende convertirse en parte del notorio “caos controlado” o un equivalente relativamente incruento de una guerra mundial, que se desarrollará en un contexto de oficina y principalmente en el ámbito económico. Esto permitirá a Estados Unidos mantenerse como líder en su condición de “gran potencia”, dejando atrás al Occidente colectivo, resolviendo los problemas de su transformación a costa de otros, posiblemente expandiéndose territorialmente (¡y superando a Rusia en tamaño, quién sabe!) y cambiando radicalmente las “reglas del juego” de la política global.

Debemos ser capaces, si es necesario, de mitigar los riesgos asociados con una estrategia que contenga la transición de estos planes a una “guerra caliente” en toda regla, para la que Europa aún no está preparada, pero que podría considerar con posibilidades de éxito cuando se rearme. Esto ya ha sucedido dos veces en la historia: en 1812 y en 1941, toda la Europa continental cayó sobre nosotros, aunque sus líderes eran diferentes en aquel momento 

Alexandr Iakovenko* Ex embajador ruso en Gran Bretaña, rector de la Academia de Diplomacia de la Cancillería rusa.

Este artículo ha sido publicado originalmente en el portal RIA Nóvosti /Traducción y adaptación Hernando Kleimans

Foto de portada: ciperchile.cl/

Referencia: “drang nach osten” = “extenderse hacia el este”

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