Análisis del equipo de PIA Global Asia Occidental

Reflexiones apuradas sobre el alto el fuego en la guerra contra Irán

Escrito Por Fernando Esteche

Por Fernando Esteche*. –
El reciente alto el fuego entre Irán, Israel y Estados Unidos representa no tanto una resolución de conflictos como una pausa forzada que evidencia las profundas limitaciones estratégicas de los actores que se autoproclamaron victoriosos antes de comenzar las hostilidades.

La realidad que emerge tras este cese temporal de las hostilidades dista enormemente de los objetivos que Benjamín Netanyahu y sus ministros proclamaron a viva voz durante meses, revelando una brecha abismal entre la retórica belicista y las capacidades reales de transformación geopolítica.

El sueño de derrocar la República Islámica de Irán y destituir al Líder Supremo para instalar al príncipe Reza Pahlavi, quien paradójicamente carece de conocimiento profundo sobre la realidad iraní contemporánea ya que prácticamente no conoce el país, se ha desvanecido como una quimera imperial. Esta fantasía restauracionista, alimentada por sionistas, estadounidenses y círculos nostálgicos del régimen del Sha, chocó contra la realidad de un Irán que ha demostrado capacidades defensivas y ofensivas inesperadas, así como una cohesión social que los estrategas occidentales e israelíes subestimaron gravemente.

Lejos de interrumpir o desacelerar el programa nuclear iraní, las acciones militares han logrado precisamente lo contrario: la autonomización de Teherán respecto de las inspecciones de la cada vez más debilitada Organización Internacional de Energía Atómica. Los bombardeos estadounidenses contra instalaciones nucleares iraníes y los ataques preventivos israelíes han contribuido a la erosión del propio Tratado de No Proliferación Nuclear, particularmente considerando que Israel no es signatario de dicho tratado y opera fuera de cualquier marco regulatorio internacional. Esta situación se ha vuelto aún más compleja tras las declaraciones del ex presidente ruso Dmitry Medvedev, actual vicepresidente del Consejo de Seguridad de Rusia, quien afirmó categóricamente que “un número de países están listos para suministrar directamente a Irán sus propias armas nucleares”.

El ataque iraní a la base militar aérea estadounidense en Qatar constituye un hito histórico de proporciones extraordinarias: Irán se ha convertido en el primer Estado que ha bombardeado directamente instalaciones militares estadounidenses desde el final de la Segunda Guerra Mundial y la Guerra de Corea, estableciendo un precedente que trasciende lo meramente militar para configurar un nuevo paradigma en las relaciones internacionales, donde la supuesta invulnerabilidad del poder estadounidense queda cuestionada de manera frontal.

Donald Trump, lejos de emerger como el gran estratega que sus seguidores proclamaron, se evidencia como un líder con escasa capacidad de maniobra, entrampado por el sionismo político que lo empujó hacia una situación claramente no deseada. El lobby sionista, encabezado por organizaciones como AIPAC, ha demostrado su capacidad para arrastrar a la política exterior estadounidense hacia aventuras militares que no responden a los intereses estratégicos genuinos de Estados Unidos. Simultáneamente, se observa una creciente autonomización de los dispositivos de seguridad interior, exterior e inteligencia, que operan con lógicas propias desconectadas del control político.

Desde la perspectiva israelí, el mítico Domo de Hierro ha demostrado no ser invulnerable como la propaganda oficial sugería. Los daños sobre territorio israelí han sido considerables, afectando infraestructura crítica de producción, comercialización y defensa. Instalaciones petroquímicas en Haifa sufrieron impactos directos, el puerto de Ashdod experimentó interrupciones significativas en sus operaciones, diversas bases aéreas fueron alcanzadas por proyectiles iraníes, y la infraestructura eléctrica del norte del país requirió reparaciones extensas. La profundización de la crisis política interna, que el establishment israelí intenta disimular mediante una permanente fuga hacia adelante en el guerrerismo, ha alcanzado su punto más álgido, contrariando la narrativa de un Estado cohesionado.

Estados Unidos enfrenta una situación igualmente compleja, donde la crisis política interna se combina explosivamente con crisis financiera, económica y productiva. La creciente incapacidad de producir gobernabilidad, con el pacto federal en su punto de acuerdo más bajo de la historia, se ve agravada por la rebelión de los migrantes y un creciente autoritarismo que expone la incapacidad sistémica de gestionar globalmente otras crisis. Funcionarios del Departamento de Estado han admitido que la capacidad estadounidense de mantener múltiples frentes de conflicto se ha visto severamente comprometida, mientras que fuentes del Pentágono reconocen que los recursos militares estadounidenses están siendo estirados más allá de límites prudentes.

Una columna de humo que emana de un lugar presuntamente atacado por Israel en la capital iraní, Teherán (Foto de SEPAH NEWS / AFP)

En marcado contraste, el alto el fuego que Trump solicita y empuja a Netanyahu a aceptar a través de la mediación qatarí es celebrado en Irán como una clara victoria. La paradoja es evidente: quienes proclamaban estar ganando la guerra son los que ahora solicitan desesperadamente el cese de hostilidades, mientras en sus territorios no se observan celebraciones sino dolor y luto. En Irán, que lejos de ir perdiendo demostró capacidades defensivas y ofensivas inesperadas manteniéndose firme en sus posiciones, las celebraciones populares han marcado un momento de máxima unidad política nacional. El presidente iraní Masoud Pezeshkian declaró que “la resistencia de la nación iraní ha demostrado que el imperio no es invencible”, mientras que el ministro de Relaciones Exteriores Abbas Araghchi afirmó que “Irán ha establecido un nuevo equilibrio de poder en la región”.

El único logro que puede esgrimir Israel en esta guerra es haber desviado el foco del genocidio continuado en Gaza.

Como experiencia de aprendizaje estratégico, Irán probablemente extraerá lecciones mucho más valiosas que sus dos principales adversarios. La capacidad de resistir la presión militar combinada de Israel y Estados Unidos, manteniendo la cohesión interna y desarrollando capacidades asimétricas efectivas, representa un activo estratégico de valor incalculable para futuras confrontaciones. La diplomacia iraní ha demostrado habilidad para mantener alianzas regionales mientras resistía la presión militar directa, estableciendo un modelo de resistencia que resonará en otros contextos geopolíticos. Türkiye sea probablemente otro actor regional que pueda sacar aprendizajes importantes además por su condición de miembro de la alianza OTAN y estando como hipótesis de conflicto de mediano plazo en los planes prospectivos de Israel.

En otro rincón del tablero mundial, Volodymyr Zelensky, cada vez más enajenado de la realidad, vuelve a ilusionarse con un auxilio estadounidense que nunca llegará en las proporciones necesarias. Mientras tanto, una OTAN temeraria y guerrerista se reúne en Bruselas para discutir cuánto dinero aporta cada miembro en la construcción de una seguridad europea que deberá prescindir del auxilio norteamericano. El secretario general de la OTAN, Mark Rutte, ha planteado la necesidad de que Europa asuma mayor responsabilidad en su propia defensa, mientras que el presidente francés Emmanuel Macron declaró que “la autonomía estratégica europea no es una opción sino una necesidad existencial”. Y España manifestando no estar dispuesta a hacer mayores aportes.

Sin embargo, la tragedia más profunda de este alto el fuego radica en su selectividad moral. Así como durante los últimos doce días los palestinos miraron con esperanza los racimos de drones y misiles surcar su cielo, ilusionándose con algún alivio a su situación de ocupación y genocidio, hoy se enfrentan a la trágica realidad de que su condición no ha cambiado absolutamente nada ni fue siquiera considerada durante las negociaciones del alto el fuego. La causa palestina, que debería ser el eje moral de cualquier reconfiguración regional, permanece ausente de los cálculos estratégicos de las potencias, evidenciando que este cese temporal de hostilidades responde más a agotamiento mutuo que a una genuina búsqueda de justicia regional.

El alto el fuego actual no representa el final de nada sino una pausa que permite a todos los actores reconfigurar sus estrategias. Irán emerge fortalecido, Estados Unidos e Israel evidencian limitaciones estructurales profundas, y la región se encamina hacia una nueva fase de confrontación donde las reglas del juego han cambiado definitivamente. La multipolaridad ya no es una aspiración sino una realidad operativa, y el orden unipolar estadounidense se desmorona no solo por la emergencia de potencias rivales sino por sus propias contradicciones internas y la sobre extensión imperial que ha caracterizado las últimas décadas de su hegemonía global.

Dr. Fernando Esteche* Dirigente político, profesor universitario y director general de PIA Global

Foto de portada: Europa Press/Mario Cantu

Acerca del autor

Fernando Esteche

Doctor en Comunicación Social (UNLP)
Profesor titular de Relaciones Internaciones (FPyCS - UNLP)
Profesor de Historia Contemporánea de America Latina (FPyCS - UNLP)

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