Según un informe de la Administración General de Aduanas de China deja en claro quién tiene la ventaja estratégica en la mesa: en mayo de 2025, las exportaciones de tierras raras chinas se desplomaron un 48,3% en comparación con el mismo mes del año anterior.
Pero lejos de ser un retroceso económico, esta caída representa un movimiento calculado de Beijing. Un mensaje directo a Washington: tenemos el control de los recursos que ustedes no pueden reemplazar.
El valor total de exportación fue de apenas 18,7 millones de dólares, una cifra minúscula si se considera que las tierras raras —elementos fundamentales para la fabricación de microchips, vehículos eléctricos, armas avanzadas y tecnologías de punta— son uno de los pilares de la economía digital y militar del siglo XXI.
La drástica caída no es fruto de una baja en la producción, sino el resultado de restricciones intencionadas, parte de una estrategia de presión geoeconómica.
Beijing aprieta la cuerda
Este dato llega en el momento más oportuno para China. Las conversaciones bilaterales con EE.UU. en Londres buscan “reducir tensiones” en materia comercial, pero el trasfondo es mucho más claro: Washington quiere frenar su dependencia de los minerales críticos controlados por China, mientras que Beijing aprovecha cada herramienta a su alcance para consolidar su posición.
Como lo señalan expertos citados por el South China Morning Post, las restricciones chinas sobre las tierras raras funcionan como una carta de triunfo silenciosa, más eficaz que los discursos diplomáticos.
En un mundo que se encamina hacia la transición energética, la inteligencia artificial y el rearme militar, no tener acceso estable a estos materiales significa una debilidad estructural. Y eso es exactamente lo que China está recordándole a Estados Unidos.

Washington atrapado en su propia trampa
Estados Unidos, durante décadas, promovió la deslocalización de su industria, abandonando la minería y la producción interna de componentes estratégicos. Hoy, se encuentra a merced de su principal competidor global, precisamente en un terreno que no puede reconstruir de la noche a la mañana.
Pese a sus intentos de crear alianzas “alternativas” con países como Australia o Canadá, la dependencia de China sigue siendo abrumadora.
Este revés se suma al caos interno que atraviesa EE.UU., con disturbios como los de Los Ángeles por las deportaciones masivas, que reflejan un país en deterioro político, social y económico. En este contexto, las negociaciones en Londres parecen más una rendición protocolaria que un diálogo entre iguales.
¿El fin de la hegemonía industrial occidental?
La estrategia de Beijing no es meramente comercial, es civilizatoria. Con cada restricción, China empuja al mundo a repensar quién dicta las reglas del juego global. El monopolio chino sobre las tierras raras no es solo una ventaja económica: es una advertencia. El viejo orden liberal, donde Washington podía sancionar, bloquear o invadir sin consecuencias, se ha desmoronado.
Ahora, con datos oficiales que muestran la caída voluntaria de exportaciones de materiales clave, el mensaje es transparente: si Estados Unidos no reconoce la multipolaridad, no tendrá acceso al futuro.
Mientras los diplomáticos negocian en Londres bajo el humo de frases conciliadoras, los verdaderos movimientos se dan en los informes aduaneros, los cortes de suministro y la resistencia estratégica.
China, lejos de ceder, ha dejado en claro que no será subestimada. Y Estados Unidos, atrapado entre su crisis interna y su debilidad industrial, comienza a cosechar los frutos de su soberbia imperial.
La pregunta que queda en el aire no es si Beijing usará su poder sobre las tierras raras, sino hasta qué punto está dispuesta a apretar la soga.
Foto de la portada: Xinhua