La “Operación Telaraña”, el ataque ucraniano a los aeródromos rusos el primero de junio, ha sido el evento más analizado de esta semana y ha suscitado diversas teorías sobre su preparación, alcance y consecuencias.
Muchos han coincidido en que ha sido uno de los ataques más eficaces y técnicamente audaces por parte de Ucrania en lo que va de la guerra. No sólo por la precisión en el alcance de infraestructura clave y sobre bombarderos rusos de largo alcance con capacidad nuclear, sino también por la capacidad de penetrar en territorio ruso desde posiciones muy lejanas a la frontera ucraniana y por evadir los sistemas defensivos.
No obstante, pese al alboroto que generó, el ataque no implicó un cambio real en el curso de la guerra en el campo de batalla. No hubo pérdidas estratégicas significativas en términos de armamento ni en la operatividad general de la aviación rusa. Su impacto fue esencialmente simbólico, tanto dentro de Rusia, ya que permitió reavivar tensiones internas y presiones de sectores nacionalistas que exigen represalias; como en el plano externo, ya que la operación fue rápidamente amplificada por los medios occidentales, con analogías tan desmedidas como referirse a un ‘Pearl Harbor ruso’. Sin embargo, en términos concretos, las capacidades militares rusas permanecen intactas, y la situación en el frente de batalla no se ha modificado, con Rusia manteniendo su dinámica ofensiva y avances sostenidos.
El hecho de que Zelensky haya perpetrado el ataque un día antes del segundo encuentro de conversaciones entre las delegaciones de ambas partes en Estambul también dio lugar a las especulaciones. Algunos aseguran que fue una estrategia valiosa que permitió a Zelensky llegar a la reunión mejor posicionado para negociar. Si este fuera el caso, Rusia debería haber mostrado algún cambio, no obstante, la delegación de Moscú continuó con lo planificado y se presentó a las negociaciones para continuar el diálogo, acuerdos e intercambios de memorándums.
Esto no significa que el Kremlin haya optado por una postura pasiva en función de las negociaciones. Por el contrario, Rusia volvió a demostrar su lógica de acción estratégica y una respuesta calculada pero firme. El ataque fue calificado oficialmente como un acto de terrorismo, lo que habilita una narrativa interna e internacional más severa, mientras se llevan a cabo investigaciones en profundidad sobre su ejecución. Además, Moscú dejó claro que habrá represalias inevitables, aunque sin precisar tiempos ni formas, sosteniendo así el control de la iniciativa. En paralelo, el presidente Putin descartó públicamente cualquier posibilidad de una reunión cara a cara con Zelensky, una decisión atribuida directamente al ataque, y que introduce un nuevo límite político en la posibilidad de un diálogo de alto nivel entre ambos líderes.
El 6 de junio, el Ministerio de Defensa ruso confirmó que comenzaron con ataques nocturnos a gran escala contra instalaciones de la industria de defensa ucraniana, utilizando drones y armas guiadas de precisión de largo alcance, como respuesta a los recientes “actos terroristas” perpetrados por Kiev, en referencia específicamente a los sabotajes ferroviarios. Los objetivos de los ataques nocturnos rusos incluían oficinas de diseño, empresas dedicadas a la producción y reparación de armas y equipo militar de Ucrania, talleres de ensamblaje de drones de ataque, centros de entrenamiento de vuelo y almacenes de armas y equipo militar, según el comunicado. «El objetivo del ataque se logró. Todas las instalaciones designadas fueron alcanzadas», informó el Ministerio de Defensa ruso.
Aquí venimos analizando desde el comienzo de la Operación Militar Especial que Zelensky, y el bloque belicista europeo, sólo han actuado a favor de escalar la guerra. Por lo que ante cualquier acercamiento y posibles conversaciones que guíen a un plan de paz han sido boicoteadas reiteradas veces por parte de estos actores. El ataque ucraniano contra la disuasión nuclear rusa un días antes de las negociaciones (distinto a los ataques paralelos a infraestructuras como vías de trenes y puentes rusos que sirven a las provisiones militares, parte de la guerra en el terreno de batalla con implicaciones muy diferentes) puede enmarcarse nuevamente en los intentos de Zelensky por ensuciar el camino a una finalización de la guerra. Y con esto nos referimos no sólo a las negociaciones en Estambul, sino como gran intento de afectar las relaciones y el diálogo entre Trump y Putin.
Aún así, el ataque ucraniano se trató de una de las operaciones mejor ejecutadas de Kiev, y esto suscitó más preguntas que certezas. Es de público conocimiento, ya que el propio Zelensky se encarga de gritarlo al mundo, que Ucrania no posee autonomía militar. Ucrania ha comenzado la guerra y la mantiene gracias al apoyo militar exterior, de Estados Unidos, la OTAN y sus socios europeos. Por lo que la pregunta es ¿quién le brindó la inteligencia y las posiciones satelitales?
Ante esta pregunta hay que recordar una cuestión clave. El año pasado, dentro del paquete de escalada que llevó adelante Biden previo a dejar su mandato, EEUU habilitó a Ucrania a utilizar armas de largo alcance, ante lo cual Rusia respondió actualizando su Doctrina Militar Nuclear. Moscú amplió la lista de condiciones que podrían desencadenar una respuesta nuclear, en donde se incluyó escenarios en los que la agresión de un Estado no nuclear o de un grupo de Estados apoyados por un Estado nuclear podría ser vista como un “ataque conjunto”.
En principio, el hecho de que un país, sea o no nuclear, ataque como lo hizo Ucrania contra bombarderos rusos de largo alcance con capacidad nuclear, puede ser considerado, militarmente hablando, “un ataque nuclear” ya que tiene el objetivo de reducir el potencial nuclear del país atacado. Por otro lado, entendiendo que Ucrania no es un país nuclear y que no posee autonomía militar ni estratégica, se puede interpretar que necesariamente ha recibido ayuda de inteligencia exterior. En este punto, la situación se considera altamente peligrosa.
Aunque la guerra en el campo de batalla es entre Ucrania y Rusia, el análisis geopolítico es que Ucrania sólo es una guerra proxy del enfrentamiento entre la OTAN y Rusia. Por lo que la respuesta acerca de quién le brindó la ayuda de inteligencia a Ucrania para este ataque se vuelve sumamente importante.
No hay información concreta que responda a dicha pregunta. Algunos analistas han hablado de la posible ayuda por parte de la OTAN, otros la CIA o el Pentágono, otros mencionaron a la inteligencia británica, otros a la empresa satelital finlandesa ICEYE, incluso se habló de la Starlink de Elon Musk.
Hubo gran especulación sobre si Trump estaba al tanto sobre este ataque, y se esbozaron teorías que posicionaban al líder estadounidense sin control sobre las informaciones y decisiones del ala de seguridad y defensa norteamericano. Durante varios días Trump no emitió declaraciones al respecto, y sólo lo hizo luego de conversar telefónicamente con Putin. De acuerdo al mandatario de la Casa Blanca, intentó persuadir a Putin “sin éxito” ya que el líder ruso se mostró inmutable sobre las represalias que pesarán sobre Kiev luego de este ataque, a lo que Trump indicó “ahora queda esperar”. Incluso, en otra conferencia de prensa, tras los ataques nocturnos rusos del 6 de junio, Trump declaró “Bueno, le dieron a Putin una razón para ir y bombardearlos anoche”.
La respuesta de Trump desespera a los líderes belicistas europeos que ya se encuentran con miedo ante la incertidumbre sobre la continuidad del apoyo estadounidense a Ucrania y a la OTAN. Trump no anunció ni sanciones, ni ningún tipo de amenazas para condicionar la respuesta rusa contra Ucrania.
En este escenario, mientras Trump apunta a cerrar frentes en Ucrania y Asia Occidental para enfocar su estrategia en el conflicto central con China, el bloque belicista europeo redobla su apuesta militarista de cara a la próxima cumbre de la OTAN. Los líderes europeos alineados a esta agenda, como el actual Secretario General de la OTAN, Mark Rutte, ya expresaron públicamente su intención de llevar el gasto en defensa al 5% del PIB, y reiteraron que la adhesión de Ucrania a la OTAN es una cuestión de tiempo. En paralelo, la Comisión Europea avanza con su plan de militarización continental, no solo mediante el aumento del presupuesto de defensa, sino también a través de mecanismos financieros centralizados como la emisión de deuda conjunta para sustentar la industria militar. Esto incluye el nuevo programa SAFE, que articula inversiones masivas en producción de armamento con una arquitectura institucional cada vez más verticalizada.
De hecho, hay que recordar que Merz anunció que junto a Zelensky firmaron una declaración de intenciones que permitirá a Ucrania fabricar armas de largo alcance para ser utilizados tanto dentro del país como para atacar territorio ruso. Mientras que Starmer anunció, paralelo a la Operación Telaraña, que el Reino Unido se está preparando para la guerra con el lanzamiento de una campaña de rearme, la Revisión Estratégica de Defensa, en donde específico la fabricación de bombas nucleares que podrían utilizarse contra Rusia.
En este contexto, boicotear un eventual entendimiento entre Trump y Putin es parte de la agenda del grupo globalista atlantista europeo. Tal como se ha analizado anteriormente, este bloque ya no se limita a una confrontación exclusiva con Rusia, sino que ahora libra una disputa paralela contra el propio Trump. No solo por su papel de mediador en la cuestión ucraniana (lo que choca directamente con el objetivo central del bloque, que es mantener abierto y activo el frente oriental), sino también porque la UE y EEUU atraviesan una creciente fricción comercial, agudizada por la política arancelaria de Trump.
Pero el verdadero punto de inflexión se da alrededor del apoyo que Trump ha expresado al bloque “Patriotas por Europa”, cuya fuerza electoral se consolida como alternativa real al actual eje europeísta y belicista. Este proceso cuenta además con el apoyo estratégico de figuras como Steve Bannon, quien opera en Europa a través de plataformas ideológicas y formativas que buscan erosionar la hegemonía del globalismo atlantista europeo desde dentro suelo europeo.
Este crecimiento se viene observando en distintos países europeos desde Alemania, Francia, Rumania, Portugal, España, Italia, Hungría, Eslovaquia y en las últimas semanas en Polonia y Países Bajos.
En Polonia, Karol Nawrocki, apoyado por el Partido Ley y Justicia y por Trump, ganó la segunda vuelta a las elecciones presidenciales. Su victoria puso en jaque la estabilidad nacional y ha generado revuelo en el tablero estratégico europeo, ya que se impuso ante el candidato europeísta Rafal Trzaskowski, candidato del actual primer ministro Donald Tusk y de la agenda de la CE. Incluso, este resultado indujo a Tusk a solicitar someterse a una moción de confianza. Nawrocki representa una visión nacionalista del Estado con prioridad sobre los ciudadanos polacos ante los derechos de migrantes y refugiados, en específico a los privilegios otorgados a refugiados ucranianos, de hecho busca impulsar el cierre de fronteras; muy crítico con las políticas de Bruselas, en especial al euro, al igual que con Zelensky, ha declarado que vetara la entrada de Ucrania en la OTAN. La situación en Polonia altera el plan estratégico del bloque globalista atlantista ya que podría generar un debilitamiento en uno de los principales aliados en al flaco oriental que jugaba un rol sumamente importante en el proyecto contra Rusia.
En Países Bajos, el actual primer ministro, Dick Schoof, dimitió luego de que Geert Wilders, líder del Partido por la Libertad, abandonara la coalición de gobierno. El gobierno de cuatro bandas se quebró tras un desacuerdo sobre el proyecto migratorio y control de fronteras al cual Wilders buscaba que sea más duro, incluso cerrando fronteras. Wilders había sido el candidato más votado en las elecciones en 2023. Nacionalista, duramente crítico de la UE, tildado de euroesceptico, cuenta con el apoyo de Trump, ha votado en contra de paquetes de ayuda a Ucrania en el Parlamento neerlandés, cuestiona el aumento militar con el objetivo de una confrontación directa con Rusia, ha criticado las sanciones contra Rusia, considera que Países Bajos debería tener una posición más neutral y pragmática, el Partido de la Libertad forma parte de la familia europea Patriotas por Europa.
La Operación Telaraña volvió a poner sobre el tablero geopolítico la dimensión internacional de la cuestión ucraniana, entendiendo que no se trata sólo de una guerra bilateral entre Rusia y Ucrania, sino que advierte el potencial de una escalada que altere el equilibrio geopolítico en varios niveles o desate una nueva etapa del conflicto. Se trata de una guerra proxy atravesada por intereses globales, en donde actores como la OTAN, EEUU y la CE juegan un papel esencial, ahora incluyendo el rol cada vez más significativo que adquieren los nacionalismos europeos como oposición y alternativa al bloque belicista europeo.
*Micaela Constantini, periodista y parte del equipo de PIA Global.
Foto de portada: Efrem Lukatsky – AP