Sin embargo, más allá de los discursos y los matices ideológicos, el panorama geopolítico de la península coreana difícilmente cambiará de fondo mientras Seúl siga atado a la arquitectura estratégica diseñada por Washington tras la Segunda Guerra Mundial.
Como en Estados Unidos, donde la alternancia entre demócratas y republicanos no modifica el rol imperial del país, en Corea del Sur la rotación entre progresistas y conservadores no altera el hecho de que el país continúa siendo una plataforma militar y económica subordinada a los intereses estadounidenses en Asia-Pacífico.
Lee, del Partido Democrático de Corea, asumió el poder tras la abrupta destitución del conservador Yoon Suk-yeol, acusado de autoritarismo luego de declarar la ley marcial. Representante del ala “progresista”, Lee es percibido como más proclive al diálogo con China y Corea del Norte, en contraste con el alineamiento agresivo de su antecesor con Japón y Estados Unidos.
No obstante, esta aparente diferencia no implica una ruptura con la estrategia general de Washington, que sigue definiendo los grandes lineamientos de defensa y política exterior de Corea del Sur.
Más pragmatismo, menos provocación
Durante la campaña presidencial, Lee criticó la subordinación “ciega” a Tokio y condenó el involucramiento innecesario en el estrecho de Taiwán, subrayando que Corea del Sur no tiene por qué verse arrastrada a los conflictos estratégicos entre China y Estados Unidos.
En una reciente entrevista, incluso ironizó al decir que sólo respondería a un ataque a Taiwán si los “extraterrestres invadieran la Tierra”, reflejando su rechazo a implicarse en una guerra ajena.
Su enfoque apunta a un mayor pragmatismo: mantener la cooperación básica con Washington y Tokio, pero sin sacrificar las relaciones con China, principal socio comercial de Corea del Sur.
De hecho, Pekín podría ser uno de los grandes beneficiados de este cambio de liderazgo. A diferencia del expresidente Donald Trump, que presiona a sus aliados para que asuman mayores costos militares y adopten una postura beligerante hacia China, Lee representa la otra cara del tablero: un liderazgo más cauteloso, dispuesto a explorar vías diplomáticas y económicas con el gigante asiático. En ese sentido, su presidencia es vista en Beijing como una oportunidad para reequilibrar la influencia regional.
La ilusión del cambio
Pese a estos matices, el margen de maniobra de Lee es limitado. La alianza militar con Estados Unidos sigue siendo el pilar de la política de defensa surcoreana. Las fuerzas estadounidenses estacionadas en la península, conocidas como USFK, no solo aseguran la “disuasión” frente a Corea del Norte, sino que también son una carta estratégica de Washington frente a China.
Cualquier intento de Corea del Sur de salirse de ese esquema puede tener un alto costo geopolítico, incluido el debilitamiento de su alianza principal.
Incluso dentro del propio aparato surcoreano, existen resistencias a una política exterior más independiente. A medida que Donald Trump –favorito para retornar a la presidencia de EE.UU.– insiste en cambiar el enfoque de las fuerzas estadounidenses en Asia desde Corea del Norte hacia China, crecen los temores en Seúl de que el país quede atrapado en una doble contingencia: enfrentar simultáneamente tensiones con Pyongyang y verse forzado a apoyar una guerra en el estrecho de Taiwán.

Entre Washington y Beijing
Para China, sin embargo, el nuevo panorama puede representar una ventana estratégica. Lee ya ha dejado claro que no buscará confrontar a Pekín en temas sensibles como Taiwán o el Mar de China Meridional.
Su enfoque hacia China se centrará en la cooperación económica, el turismo, los intercambios estudiantiles y las inversiones. En un momento en que Washington busca consolidar bloques hostiles en su estrategia de contención, la disposición de Seúl a mantener canales abiertos con Beijing puede ser vista como una grieta dentro del frente asiático promovido por EE.UU.
Aun así, analistas advierten que la historia compartida entre Corea del Sur y Japón, plagada de heridas no resueltas por la ocupación nipona, puede convertirse nuevamente en un obstáculo para la cooperación trilateral impulsada por Washington.
Una palabra mal dicha desde Tokio puede volver a poner en jaque todo el esquema militar tripartito, dando aún más margen a Pekín para proyectar su influencia.
Aunque la elección de Lee Jae-myung ha sido recibida con alivio en ciertos círculos diplomáticos de Asia, es improbable que su presidencia altere profundamente el rol subordinado que Corea del Sur desempeña dentro de la arquitectura estratégica estadounidense.
Sin embargo, su perfil menos confrontativo y más abierto al diálogo con China puede ofrecer un respiro a la región en un momento de crecientes tensiones. Como siempre, el verdadero cambio no dependerá tanto de los rostros que ocupen la presidencia, sino de la capacidad de los pueblos para romper con las estructuras coloniales que aún persisten disfrazadas de democracias funcionales.
Foto de la portada: Lee Jin-man (Pool/AP/LaPresse)