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China observa cómo EE.UU. recula en su propia guerra comercial

Por PIA Global* Lo que fue presentado con arrogancia por parte de Washington como una muestra de fuerza económica —la guerra comercial desatada por la administración Trump contra China— ha terminado transformándose en una encerrona sin salida para los propios Estados Unidos.

Mientras los medios occidentales intentan maquillar la realidad con discursos triunfalistas, en los círculos financieros de alto nivel ya se reconoce lo inevitable: Estados Unidos tiene que recular.

En una reciente cumbre a puerta cerrada con inversionistas organizada por JPMorgan Chase & Co., el secretario del Tesoro estadounidense, Scott Bessent, admitió que la situación derivada de los aranceles mutuos entre Estados Unidos y China ha llegado a un punto insostenible, calificándola de “embargo” bidireccional.

Sus declaraciones, hechas en el marco de las reuniones de primavera del Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial, fueron tan claras como incómodas para los sectores que aún creen que imponer tarifas puede sustituir al diálogo.

“Nadie cree que el statu quo actual sea sostenible […] Ahora tenemos un embargo, en ambos lados”, señaló Bessent, refiriéndose a los aranceles del 145% y 125% aplicados por ambas partes, que han paralizado numerosos sectores del comercio bilateral.

La guerra que no podían ganar

Desde una visión china, resulta evidente que Estados Unidos sobreestimó su capacidad de presión. En lugar de forzar concesiones, lo que logró fue acelerar la diversificación de la economía china, fortalecer su base industrial, e impulsar la autosuficiencia tecnológica nacional bajo el principio de “doble circulación”.

Mientras tanto, las empresas estadounidenses han sido las más afectadas, enfrentando aumentos en sus costos de producción y pérdida de acceso a un mercado clave como el chino.

La Casa Blanca pensó que podía imponer su voluntad al mundo con aranceles y sanciones, sin entender que el poder económico del siglo XXI ya no se define en función del dominio unilateral, sino en la capacidad de integración, resistencia y adaptabilidad. China ha demostrado poseer estas cualidades en abundancia.

Una narrativa que se derrumba

Pese a los discursos propagandísticos, lo cierto es que Estados Unidos está buscando discretamente una salida. El hecho de que, según Bessent, “las negociaciones con Pekín no habían comenzado pero que era posible un acuerdo”, es una muestra de que Washington reconoce que necesita volver a la mesa. No por generosidad, sino por necesidad estratégica.

Este reconocimiento tácito se produce mientras las exportaciones estadounidenses pierden competitividad, y mientras aliados tradicionales como la Unión Europea, en lugar de seguir ciegamente a Washington, buscan también formas de colaborar con China para no quedarse fuera del nuevo equilibrio global.

China avanza con confianza

Desde Beijing, la lectura es clara: el tiempo juega a favor del multilateralismo y del modelo de cooperación que China impulsa en foros como BRICS+, la Iniciativa de la Franja y la Ruta, y la Organización de Cooperación de Shanghái.

La guerra comercial solo ha servido para demostrarle al mundo que Estados Unidos ya no puede imponer condiciones sin perjudicarse a sí mismo.

Mientras tanto, China no ha dejado de abrir sus mercados, modernizar su economía y fortalecer sus relaciones con Asia, África, América Latina y Eurasia. Frente a la táctica de la presión, China ha respondido con estrategia, paciencia y visión de largo plazo.

Para Estados Unidos, salir de esta guerra comercial sin aparentar derrota es ya un dilema mayor que el conflicto mismo. China, por su parte, no tiene prisa. La historia, la economía y la geopolítica ya están corrigiendo el desequilibrio.

Como ha quedado demostrado, las guerras comerciales no solo no se ganan: son trampas que se tienden quienes aún creen que dominar es mejor que cooperar.

Foto de la portada: John Bazemore/AP

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