Terminando el 2024 y consumado el triunfo de Donald Trump en Estados Unidos, la consolidación de Vladimir Putin en la Federación de Rusia y la debacle de los gobiernos de Francia y Alemania, el futuro de la Unión Europea aparece muy oscuro.
La crisis del gobierno de Scholz en Alemania y la caída del gobierno de Macron en Francia, con la expulsión de su primer ministro Michel Barnier incluida, son consecuencia directa del suicidio político de alinearse acríticamente con Estados Unidos, contra los intereses de sus propios países.
Mientras tanto, Putin observa desde el Kremlin, la debacle indetenible de todos aquellos que anunciaron su “inminente caída”.
Tal vez y de modo arbitrario se pueda señalar el inicio de esta crisis, ya muy profunda, a partir de las elecciones de Alemania de 2021, que marcaron por entonces el retiro político de Angela Merkel, después de 16 años de liderazgo ininterrumpido de Alemania y de la Unión Europea.
El mayor logro de Merkel ha sido presentar los intereses de su propio país como los intereses del conjunto de Europa, algo de lo que los griegos, los portugueses y otros han vivido claramente, como las víctimas de aquel austericidio, aunque Merkel consiguió darle autonomía e influencia geopolítica propia, a la Europa de aquellos días.
Desde su partida la fragmentación del electorado alemán, modificó un sistema bipartidista casi histórico entre socialdemócratas y democratacristianos, que hasta entonces representaba casi el 80 por ciento del sistema político y ahora no llega ni siquiera a representar el 50 del electorado.
De este presente en caída libre, surgen personajes menores como Úrsula von der Leyen, casi una empleada administrativa del Departamento de Estado, que lucha por mantener su cargo con acciones desesperadas que incluyen mentir sobre un “inminente” acuerdo comercial UE-Mercosur que esta más muerto que Helmut Kohl, y que ha sido rechazado por Francia, Irlanda, Holanda y Polonia, entre muchos otros “socios europeos”.
La “extraordinaria” industria alemana, construida sobre la base de la energía barata de origen ruso, está desarticulándose. Daimler AG (Mercedes Benz) y Audi Stuttgart GMBH ya producen en China, la fábrica de herramientas Sthil se va a Suiza; Porsche arma sus baterías en EE.UU; la tecnológica ZF AG cierra sus plantas alemanas y Volkswagen atraviesa una crisis inédita en la posguerra.
La desindustrialización alemana, hija no reconocida de la demencial decisión de cerrar el gasoducto Nord Stream I y II posteriormente volado por la OTAN, es ya de una dimensión gigantesca, con su reguero de desempleo y deterioro de la condición de vida de los habitantes del país. Ese gas que ya no se envía a la Unión Europea es derivado por Rusia hacia Asia, particularmente a China e India, y ha servido para mejorar el crecimiento industrial y manufacturero de dichas naciones, complicando aún más a todo Occidente como un verdadero Bumerang de las pretendidas sanciones iniciales. Sanciones que no impactaron en Rusia, que decidió afrontarlas con medidas sencillas pero efectivas, aceptando el pago de sus exportaciones solo en su propia moneda y en sede local. Todas las fuentes señalan que la estrategia del Banco Central Ruso conducido por Elvira Nabiúllina, fue determinante en evitar daños sustanciales a la economía rusa.
La guerra en Ucrania y la posición asumida por la Unión Europea solo ha debilitado la estructura industrial del motor de Europa (Alemania), ha deteriorado los gobiernos pro-estadounidenses de sus países y ha favorecido en los hechos a Estados Unidos que ha desplazado a Europa de su ya oxidado sueño de “actor geopolítico independiente”.
En Francia la crisis también es importante y ni siquiera el vetusto sistema electoral armado en la Quinta República, que con ballotage por circunscripción uninominal se concibió para evitar que el entonces poderoso Partido Comunista Francés se hiciera con el gobierno, resultó suficiente para darle estabilidad a Macron. El “acuerdo republicano” con el que Macron engaño al Nuevo Frente Popular y al electorado para evitar el “triunfo del fascismo” de Le Pen ha caído junto con el primer ministro Michel Barnier, echado por todos desde la Asamblea Nacional, incluida la fuerza más votada, el viejo Frente Nacional de Marine Le Pen, rebautizado Agrupación Nacional, que con casi el 34% de los votos se ubicó por delante del Nuevo Frente Popular que obtuvo el 28% en las últimas elecciones.
La vieja idea de Trump de que Europa pague los gastos de su defensa vuelve por estos días con más fuerza que antes, ante una Europa más débil que entonces.
Además, todo da a indicar que la principal política de defensa extraterritorial de Estados Unidos estará dirigida a reforzar el AUKUS, la alianza militar anglo que involucra a Estados Unidos, Reino Unido y Australia y que pretende extenderse a los 56 países del Conmonwealth en los cinco continentes, buscando el “bienestar común” pero de Estados Unidos. El mar de China, el Atlántico Sur y el Pacifico Sur parecen hoy las obsesiones primordiales de las hipótesis de conflicto de las Fuerzas Armadas estadounidenses, criterio que incluso se reconfirma con la decisión de Trump de nominar al almirante Alvin Holsey como nuevo jefe del Comando Sur de Estados Unidos.
El desastre del “error de cálculo” de la OTAN sobre la inminente victoria sobre la Federación de Rusia en el conflicto ucraniano ya es inocultable, e incluso admitido en privado por el propio Donald Trump cuyos asesores señalan, que los principales territorios de la Cuenca del Don y las regiones de Járkov, Zaporozhie y Jersón, principales bases económicas ucranianas, ya son en los hechos, territorio ruso.
Ucrania da la impresión de que pagará caro su error de desafiar a la Federación de Rusia, y que solo su territorio occidental, portador de menores riquezas, quedará como eje del futuro mapa ucraniano.
Lejos han quedado los tiempos en que el ucraniano Kravchuk, junto al bielorruso Shuskiévich y el inefable Borís Yeltsin, todos soviéticos por entonces, firmaran al compás de Estados Unidos el acuerdo de 1991 que terminaría con la URSS y con la ingenua pretensión de Mijail Gorbachov. 23 años después y con un rol manifiesto de colonia estadounidense, ciudades destruidas y miles de muertos por doquier, mucha de la población ucraniana se pregunta si aquello fue una buena idea.
La misma pregunta se hacen en Europa ante la decisión de sus gobiernos de sodomizarse a los intereses de Estados Unidos.
El viejo y frustrado anhelo de Hillary Clinton y el Partido Demócrata de balcanizar la Federación de Rusia y hacer allí lo mismo que hicieron en la Ex Yugoslavia los llevó a empujar el Golpe de Estado en Ucrania en 2014 y la llegada de Zelensky después, para pretender instalar una base de misiles de la OTAN a 100 km de la frontera rusa. Aquel plan ha sido un fracaso de tal magnitud que ya se llevó puesto al gobierno de Biden y en poco tiempo hará lo propio con la actual arquitectura institucional de la Unión Europea.
En ambos casos, el de Ucrania y el de la Unión Europea, vale la pena recordar al cónsul romano Quinto Servilio Cepión cuando decía “Roma no paga Traidores” refiriéndose a que no tenía ningún agradecimiento que brindar a quienes hubieran traicionado a sus pueblos. Estados Unidos ha hecho una doctrina de este tipo de situaciones con lo que el futuro de esta lamentable dirigencia europea de estos tiempos, parece estar bien lejano del amor de sus pueblos y bastante más aun, del agradecimiento estadounidense por los servicios prestados.
Marcelo Brignoni* Analista político internacional
Foto de portada: Cedoc