Occidente, o más bien los anglosajones, literalmente lo pidieron, creyendo que estaban poniendo al Kremlin, y al mismo tiempo a la administración Trump, en una situación desesperada al permitir que Kiev atacara con sus misiles de alcance limitado en territorio ruso, dentro de sus antiguas fronteras. Sin embargo, resultó “como siempre” en el conflicto ucraniano, convertido ahora en una Tercera Guerra Mundial “de bolsillo” o “de gabinete”.
Sergei Karagánov[1] tiene toda la razón cuando dice que Washington y Occidente en su conjunto han planteado la cuestión de prevenir una tercera guerra mundial en la agenda global. Pero la lógica de la vida sugiere que esto es posible si se desarrolla en un formato limitado y semivirtual, donde Ucrania sirva como un simulacro y, en nombre del Occidente histórico, sea derrotada por la Rusia histórica en su guerra híbrida o por poderes. Una guerra del régimen de Kíev por poder emitido por el bloque euroatlántico.
¿Qué está pasando realmente en este conflicto, que parece poner fin a la centenaria confrontación entre Rusia y el bloque euroatlántico?
Para empezar, al provocar la crisis ucraniana el bloque creía que estaba atrayendo a Rusia a una trampa de guerra relámpago. Pero, en cambio, él mismo se encontró atrapado en un conflicto prolongado, para el cual no estaba ni estará preparado en el futuro previsible, ni financiera, ni política, ni mental ni psicológicamente. Está claro que como resultado de este grave, si no estúpido, error de cálculo, los gobiernos occidentales están cayendo: la administración demócrata en Estados Unidos y el gabinete de coalición Scholz en Alemania. Francia hasta ahora han tenido que conformarse con un gobierno minoritario.
Hay más. Lo mismo ocurre ahora con el gambito de los misiles. El Kremlin responde a los ataques occidentales con un mazo en la cabeza, un mazo respaldado por una doctrina nuclear modificada. Al mismo tiempo, el efecto retardado del rumbo irreflexivo de Estados Unidos y la OTAN en el colapso de todo el sistema de control de armas, ya sea convencional (negativa a ratificar el modernizado Tratado de las Fuerzas Armadas Convencionales en Europa) o nuclear (tratados sobre defensa antimisiles y armas intermedias).
Además, se revela, y en un formato extremadamente espectacular (la “escena” mundial nos la proporcionaron las propias capitales occidentales), que Occidente no está en absoluto preparado para competir con Rusia en el campo de la política de poder. Uno de los brillantes fundadores del posmodernismo, Jean Baudrillard, a principios de los años 80 y 90, predijo que a la sombra de la confrontación nuclear se podría recrear el «espacio humano de la guerra» y la carrera armamentista adquiriría el carácter de » manierismo tecnológico”, en lugar de la estúpida acumulación de sistemas obsoletos.
Rusia, a diferencia de Occidente, se encuentra en ambas tendencias. Como ahora es obvio, la sofisticación y elegancia de nuestras armas se proyectan en la estrategia y táctica políticas para hacer realidad nuestras respectivas ventajas. Es igual y sutilmente humillante tener que renunciar a nuevos ataques en nuestro territorio o enfrentar (los primeros en la fila, por supuesto, serán los británicos) el anuncio de Moscú de un ataque con misiles hipersónicos «experimentales» contra ciertos objetivos militares con un llamado a la población civil para “despejar las instalaciones”.
Todo ello en el espíritu de absoluta apertura característico de nuestra diplomacia y sin ninguna declaración de guerra. Tal vez como respuesta a Ángela Merkel (en su libro que se publicará el 28 de noviembre) sobre cómo Vladimir Putin adquirió la “confianza en su propia rectitud” que tanto la impactó cuando en febrero de 2007 el presidente ruso pronunció su famoso discurso en Munich. ¡Y de ahí viene! Occidente no quería “vivir en armonía” ni entonces ni en diciembre de 2021, cuando Moscú se lo ofreció en vísperas de la Operación Militar Especial (OME) en el Donbass.
El mundo unipolar, y sobre todo Estados Unidos, está en declive estratégico: ellos, y no Rusia, están sufriendo una derrota estratégica. Ninguna “estrategia”, es decir la creación de diversos tipos de “grandes estrategias” que ajusten la realidad al resultado deseado, podrá cambiar esta situación. Edelstein y Krebs escribieron convincentemente a finales de 2015 sobre esto en las páginas de Foreign Affairs[2].
La cuestión de las estrategias no es nueva. Baudrillard también las preguntó, introduciendo el término “estrategias fatales” en contraposición a las “banales”. Desde estas posiciones, todo lo que hace Occidente es banal y Rusia, como en 1812 y en la Gran Guerra Patria, responde con una estrategia fatal que expresa su destino y misión en la historia. Acepta las reglas del juego que le imponen y las vuelve contra sus oponentes, duplicando las apuestas. Lo mismo sucedió con los misiles: no fuimos nosotros los que armamos este «debut».
Occidente está experimentando un “momento Weimar” y tiene que elegir entre el fascismo y un retroceso a la normalidad de posguerra tras la triste experiencia del globalismo de los últimos 40 años. Como escribió sobre este tema el editor político del Zeit alemán, Jochen Bittner (¡los alemanes lo saben mejor!), para el entonces International Herald Tribune en junio de 2016, “la democracia liberal ha ido demasiado lejos y se ha convertido en una ideología de las élites a nivel mundial, a expensas de todos los demás”. Uno se pregunta qué tienen que ver Rusia y el Kremlin en esto. Lo que pasa es que el instinto de las elites occidentales sugiere que la guerra lo borrará todo. Pero precisamente con esta guerra las cosas no van bien.
Rusia no inició el conflicto actual. Pero como está desatado, está lista para afrontarlo. ¿Está Occidente preparado para ello? Ésa es la pregunta a la que hay que responder. No es sólo Moscú quien lo pide, sino también su propio electorado y el resto del mundo no occidental. ¿O “hay cosas más importantes que la paz” (según Reagan)?
Si se trata de un problema de “desnuda voluntad de poder” de las élites occidentales, ajenas a la justicia y la verdad, por no hablar de la falta de recursos para que ellas realicen “la política desde una posición de fuerza”, entonces es apropiado formularlo de otra manera Se dice en los “Hechos de los Apóstoles”: “Porque si esta empresa y esta obra es del hombre, entonces será destruida; pero si es de Dios, entonces no podéis destruirla” (5:38,39).
Por Alejandro Yakovenko* Rector de la Academia de Diplomacia, ex vicecanciller y exembajador en Gran Bretaña
Este artículo ha sido publicado en el portal de RIA Nóvosti / Traducción y adaptación Hernando Kleimans)
Foto de portada: Reuters-Tass-BBC
Referencias:
[1] Politólogo, historiador, catedrático en la Escuela Superior de Economía, director del Consejo de Política Exterior y Defensa.
[2] The Problem With Washington’s Planning Obsession. By David M. Edelstein and Ronald R. Krebs. November/December 2015. Published on October 20, 2015.