Los Resultados Electorales
Una vez más, las encuestadoras estadounidenses fallaron drásticamente en precisar la tendencia electoral del país, en pleno proceso electoral. A pocos días de las elecciones presidenciales estadounidenses, informaban que existía un “empate técnico” entre el candidato republicano y la candidata demócrata, lo cual implicaría que quien gane, tendría que aguantar las acusaciones de fraude del perdedor, como suele ser el caso en la Venezuela Bolivariana, desde ya más de dos décadas.
No obstante, los resultados le otorgaron una clara y precisa victoria a Trump, tanto en los arcaicos “colegios electorales” – una antigua fórmula inventada por los burgueses que crearon a Estados Unidos para “limitar la tiranía de las mayorías” (es decir, para impedir las “selecciones erróneas” del campesinado y los trabajadores) – como en el voto popular, lo que efectivamente el resto de los países que viven en el Siglo XXI toman como medida de la expresión popular. Incluso, hasta las dos cámaras del congreso quedaron en mano de los republicanos. Claro, aunque la claridad del voto a favor de Trump fue una sorpresa, la derrota electoral de la Señora Harris no lo fue.
En realidad, debemos ser justos con la Señora Harris. En el año 2020, el Señor Joseph Biden salvó a Estados Unidos del Señor Donald Trump. En el año 2024, el mismo Señor Biden condenó a Estados Unidos, con el mismo Señor Donald Trump. Sería injusto atribuirle toda la derrota demócrata a la Señora Harris, ya que su presencia como Vicepresidenta fue muy limitada, con poca, e incluso, hasta presencia mediática negativa, para después tener un proceso de preparación para la presidencia de apenas 3 meses, cuando su contrincante, a pesar de las tantas cualidades negativas que posee, tiene ya más de ocho años preparándose para ser Presidente, y efectivamente ya había ejercido el cargo, anteriormente.
Nadie les causó más daño a los demócratas que el propio Señor Joseph Biden. Aunque su declive mental y su pésima salud en general no es culpa de él, la insistencia en que puede derrotar a Donald Trump lo llevó a asumir una postura terca que necesitó de una intervención de todas las elites del partido – y celebridades como el Señor George Clooney – para que finalmente acepte la realidad y abandone su nominación. Lamentablemente, lo realizó demasiado tarde.
A su vez, la propia Señora Harris selló su destino durante una entrevista en donde indicó que ella no está al tanto de que hubiera realizado algo diferente a lo que ya realizó el Señor Biden, durante su mandato, confirmando así que su gobierno sería prácticamente una reelección del propio Señor Biden, pero en su nombre en vez del nombre del señor senil. Con esta declaración, quedó el futuro político de la señora Harris enterrado. Claro, ella trató de corregir este error varias veces después, pero al igual que muchos de los errores del Señor Biden, ya el daño se había dado, y era demasiado tarde para rectificar.
Pero más allá de las lógicas internas de los partidos estadounidenses y el proceso electoral mismo, es importante tomar una visión más amplia de lo que sucedió en Estados Unidos, el 5 de noviembre de 2024. Las opciones electorales disponibles para los votantes estadounidenses hasta mediados del 2024 eran las siguientes: un anciano senil que raramente sabía adónde estaba, y otro ciudadano de la tercera edad que posee obvios problemas de narcisismo, arrogancia, rabia e inestabilidad emocional, y que posee múltiples procesos legales e incluso condenas por crímenes cometidos.
Más interesante, el Señor Trump perdió las elecciones en el 2020, y a pesar de que no ha mejorado absolutamente nada su comportamiento, no ha cambiado su visión política, ni sus posturas, ha cometido delitos antes, durante y después de su periodo presidencial, fue reelegido con una cómoda ventaja en relación con su contrincante demócrata. Todos los delitos, los insultos, el racismo, el desprecio por las leyes nacionales de su propio país y más aún las del derecho internacional, la obvia incapacidad para gobernar que efectivamente demostró durante su primer periodo y que fue la razón principal por la cual la población votó por el Señor Biden, todo esto no logró disuadir a los estadounidenses de votar por esta misma persona, solo 4 años más tarde.
En otro país, en otras circunstancias, este candidato recogería como mucho el voto de los frustrados sociales, los que sufren de problemas de autoestima, los recargados de odio, deseos de venganza, ajustes de cuenta, los que discriminan contra todo lo que no se parece a ellos, etc. En Estados Unidos, no solamente se ha perdido el “compás moral” al tolerar el genocidio que se perpetra en Palestina en nombre de los ciudadanos estadounidenses que pagan TODAS las facturas de ese proceso de exterminio, sino que igualmente se perdió el compás de la razón, de la lógica y el sentido común. Claro, con el sistema tan descompuesto que solamente puede producir opciones tan rancias como los señores Trump y Biden, y las señoras Clinton y Harris, no se le puede exigir mucho de la población, tampoco. La victoria de Trump habla volúmenes no de su persona, ni del sistema político descompuesto del país, sino de la población, sus morales, sus visiones del mundo, la pobreza de sus criterios y un fuerte y notable declive civilizatorio de esa sociedad.
Pero existen elementos estructurales subyacentes, sin duda alguna, que explican lo que sucedió en ese país, los cuales en última instancia son de carácter socioeconómico y demográfico. En el sentido demográfico, los WASPs (White Anglo Saxon Protestants – Blancos, anglosajones y Protestantes) y otras denominaciones “blancas” (descendencia europea) se ven ahogados por el declive de sus tasas de reemplazo demográfico, y la superioridad demográfica de otros grupos, como los latinoamericanos, los africanos (inmigrantes del continente africano) y varios grupos asiáticos.
La crisis demográfica en todos los países europeos y ciertos países asiáticos ya es imposible de ocultar, y Estados Unidos aún no siente el efecto de esta crisis en su totalidad, solamente por las crecientes poblaciones de los migrantes no-europeos en Estados Unidos, justo las mismas poblaciones que ellos quieren expulsar del país. No obstante, los blancos estadounidenses se sienten amenazados, y una campaña agresiva que expulse e impide el ingreso de personas de ciertos países, es precisamente lo que vende el Señor Trump, y la población de los estados decisivos decidieron comprar, sin mucha reflexión y autocrítica al respecto. Adicionalmente, el crecimiento del peso demográfico de los inmigrantes no-europeos distorsiona las ventajas demográficas de los republicanos, por lo cual explica la urgencia para estos de limitar las migraciones. Claro, si estos migrantes fuesen europeos, pues bienvenidos serían, pero como la crisis demográfica está azotando aún más a las poblaciones europeas que las norteamericanas, lo único que le llega en abundancia a Estados Unidos son los “no-deseables”: africanos, latinoamericanos, asiáticos, etc.
Los desafíos a raíz de la pérdida de la “cohesión social” por los flujos migratorios no-europeos ,se complica aún más con la polarización sociocultural en ese país, a raíz de la imposición – por parte de muchos demócratas – de una cultura posmodernista que los conservadores estadounidenses denominan “socialismo” y/o “comunismo”, pero que para las poblaciones latinoamericanas y de otras partes del mundo, no se identificarían como “socialismo”, ya que son discursos y narrativas desprovistas de contenido socioeconómico, y en base a la construcción de identidades sociales – justo lo que más suele producir el posmodernismo – y que evitan abordar los temas medulares del socialismo: la pobreza, las luchas de clases (clases socioeconómicas, y no de otras categorías) las políticas laborales, las políticas económicas, etc.
Naturalmente, la imposición de discursos posmodernistas genera a su vez una reacción que desplaza el otro polo a su ala más extrema (el fascismo que caracteriza al Señor Trump y mucho de sus seguidores), y como resultado de esta polarización aguda, muchos estadounidenses votaron a favor de ponerle un fin a las muy mal llamadas “guerras culturales”, creyendo que estas son la causa principal de la disfunción de su sociedad, cuando todas las narrativas “culturales” en realidad son meras distracciones para que la población se desgaste con temas de “identidad”, y se alejen de lo que las elites no permiten que se debate: la desigualdad socioeconómica, las políticas laborales, los derechos económicos de las clases subalternas, etc.
Pero a pesar de lo problemático que son los desafíos demográficos y la alta efectividad de los discursos y narrativas posmodernistas de identidad en distraer a la población lejos de los asuntos de la verdadera agenda social y las luchas socioeconómicas, la grave crisis estructural de la sociedad estadounidense y las sociedades occidentales en general, posee bases fundamentalmente económicas. Esto se evidencia al observar crítica y meticulosamente los efectos colaterales de la reducción drástica de la inversión social, la aguda y sistemática descapitalización de las clases subalternas, de la destrucción de la educación pública y del gasto público en general, a favor del crecimiento vertiginoso de los mil millonarios del país, y sus inmensas libertades para mover sus capitales de manera transnacional, manteniendo a la vez las fuertes restricciones de movimiento laboral, dentro y fuera del país.
Claro, si analizamos el asunto desde el nivel más superficial, podemos discernir que este desastre se agudizó considerablemente – lo suficiente como para que la población se dé cuenta y empiece a buscar salidas desesperadas – con la desastrosa decisión de expandir la OTAN para antagonizar a Rusia, con la esperanza de destruirla – o arruinarla – y así sacarla de la ecuación del enfrentamiento entre Washington y su mayor enemigo – China – y otros enemigos, como la República Islámica de Irán. El voto castigador contra los demócratas es producto de la situación económica que enfrentan los estadounidenses, y el fracaso de Harris de distanciarse de la administración política del gobierno actual, solo agudizó este efecto “castigador”. La guerra que estimuló la administración política del Señor Biden contra el Kremlin terminó “matando” políticamente a sus arquitectos, en vez de “matar” al Presidente Putin, y acabar con Rusia. La clave, como siempre, se encuentra en lo económico.
La imposición de una serie de sanciones que se esperaba que sean “devastadoras” para quebrar a Rusia, terminaron afectaron catastróficamente al país “sancionador”, incluso hasta perjudicó aún más a los aliados de Washington como Alemania – la coalición gubernamental del Señor Olaf Scholz acaba de colapsar – y en Gran Bretaña (nuevo gobierno Laborista). A pesar de esto, estas sanciones que terminaron causando más daño a los estadounidenses que a los rusos, aún son elementos superficiales de la verdadera crisis, pues esta última se puede encontrar más subyacente que el “boomerang” de las mal llamadas “sanciones” contra Moscú. La guerra de la expansión de la OTAN en la Europa Oriental logró exponer a quien desea ver, las verdaderas consecuencias de décadas de políticas neoliberales, de desinversión social y en la infraestructura pública, de reestructuración de los ingresos del Estado para cobrar impuestos a la población en vez de las multinacionales, etc. No fueron las “sanciones” contra Moscú que causaron el daño devastador a las clases trabajadoras de Estados Unidos, sino que estas fueron la “gota que rebalsó el vaso”. Ya el vaso estaba casi lleno, cuando se decidió declararle la guerra a Moscú.
Interesantemente, el Partido Demócrata, al igual que los partidos laboristas del Reino Unido y Australia, hace tiempo que dejaron de representar a los intereses de la clase trabajadora de sus respectivos países – las clases trabajadoras de todas las “identidades” que conforman la desgastada ideología posmodernista: blancos, negros, homosexuales, transexuales, feministas, etc. – y la victoria de Trump nos demuestra un cambio dramático en el voto de la clases trabajadoras, que pasó de los demócratas al populista Partido Republicano trumpiano. El senador estadounidense Bernie Sanders – uno de los pocos que aún más o menos suena un poco “socialista”, en comparación con su entorno posmoderno – explicó sucinta y correctamente la derrota de Harris, de la siguiente manera: “No debería sorprendernos que un Partido Demócrata que ha abandonado a la clase trabajadora, descubra ahora que la clase trabajadora lo ha abandonado a este”.
Los estadounidenses están viviendo las consecuencias de estas políticas económicas devastadoras para la población, pero que ha enriquecido a un grupo extremadamente pequeño de la población, más allá de lo que podemos imaginar. Estas políticas fueron aplicadas tanto por gobiernos demócratas como republicanos, y seguirán siendo parte de la política nacional bajo el mando del Señor Trump, y al finalizar sus próximos cuatro años, los estadounidenses estarán hartos del fracaso económico, y buscarán a otro “salvador” y “mesías” que seguirá haciendo exactamente lo mismo, y continuará el deterioro de las condiciones socioeconómicas de la clase trabajadora.
Lo más triste de este asunto, es que las grandes mayorías de ese país siguen y seguirán creyendo que las malas políticas económicas son producto de los propios presidentes e individuos en particular, y no obedecen ni a las realidades estructurales del modo de producción imperante, ni mucho menos a las políticas económicas que se fundamentan en dogmas desarrolladas para beneficiar a los dueños de acciones y de medios de producción. Están atrapados en un espiral descendente y vicioso que terminará con el colapso, a raíz de la ausencia de una clara y real consciencia sobre las realidades sociales que definen su existencia.
La Futura Política Exterior del Trump 2.0
¿Qué se espera de la política exterior del Señor Trump, en este segundo periodo? Pues en realidad, el Señor Trump sigue siendo difícil de predecir, y a raíz de sus “explosiones” altamente emotivas, se complica la capacidad de realizar predicciones sobre su comportamiento, y por ende sobre sus futuras políticas y acciones. No obstante, existen dos factores que garantizarán un alto grado de continuidad entre su política exterior, y la política exterior del Señor Biden.
El primer factor es que el sistema internacional ha sufrido inmensas transformaciones en los últimos cuatro años, y es a partir de estos cambios y nuevas realidades, que Washington actuará, y no en base a los caprichos, deseos, anhelos o berrinches del Señor Trump. El segundo factor es la base republicana que asumirá la tarea de “guiar” el gobierno de Estados Unidos, a pesar de las dificultades de su caprichoso jefe. Esta base, por más que el Señor Trump habla del “Estado Profundo” y de las “elites en Washington”, son, efectivamente, la otra “cara de la moneda” de las elites que controlan el partido demócrata, y siguen siendo los “sospechosos usuales” del elitismo económico y político del establishment estadounidense. En realidad, la novedad de este nuevo gobierno es un asunto de estilo, más que de sustancia.
La tendencia populista en Estados Unidos, choca con un nuevo contexto, que afectaría el segundo mandato del Señor Trump, al tratarse de un contexto internacional completamente diferente al primer contexto que llevó a este a su primera presidencia (2016). En este nuevo contexto, tenemos la guerra de la OTAN contra Rusia que se está gestando en Ucrania, como también el genocidio en Gaza, las masacres sistemáticas en el Líbano, y el conflicto entre Teherán y Tel Aviv, como también el fortalecimiento de los BRICS, y, finalmente pero más importante, el fortalecimiento de China.
A pesar de que los republicanos del tipo “Trump” suelen insistir en que son “aislacionistas”, el nuevo contexto global obligará a quien sea que se encuentre en la Casa Blanca, a involucrarse activamente en el ámbito internacional, para proteger los intereses estratégicos de una república imperial. Esto es una incuestionable realidad que no puede ser “modificada”, por parte del Señor Trump y su administración política, sino que esta realidad es la que modificará o incluso hasta dictará las políticas de la Casa Blanca, en la segunda era del trumpismo.
Es importante observar que no existen grandes cambios en las grandes alianzas realizadas por Estados Unidos, como por ejemplo el AUKUS y el QUAD, ni en las nuevas exigencias del expansionismo de la OTAN. Lo que quizás sí pudiera reducirse es la participación de Estados Unidos en las Naciones Unidas y todo el sistema afiliado de organizaciones internacionales, particularmente a raíz de la frustración por lo supuestamente “inoperable” que estas son, ya que no facilitan el dominio estadounidense, ni protegen adecuadamente a sus aliados. Esta característica de “inoperable” que le asignará el gobierno del Señor Trump a las organizaciones internacionales, es producto de la insistencia de muchos países del Sur Global de desarrollar sus propias agendas en estas instituciones, sin seguir ciegamente las de Washington. En pocas palabras, es producto del carácter irreversiblemente multipolar del sistema internacional, que se agudizó durante estos últimos años del Señor Biden.
No se espera que haya un cambio fundamental en la política exterior estadounidense en los asuntos más estratégicos de las relaciones internacionales, desde la guerra de la OTAN contra Rusia, y hasta la guerra en Gaza y el conflicto entre Washington y Pekín.
La guerra de la OTAN contra Rusia genera ciertas contradicciones y complejidades para Estados Unidos. El fin de la guerra en las condiciones favorables para el Kremlin – dominio permanente sobre las tierras del Dombás y la neutralización geopolítica de Ucrania – constituye una derrota de inmensas proporciones para Estados Unidos, y el Señor Trump no puede asumir ese reto sin graves consecuencias para él y su gobierno. Es vital que el Señor Trump pueda encontrar ciertos sacrificios y retracciones por parte del Kremlin, para poder emplear la necesaria presión contra Kiev para que acepte el “paquete” de acuerdos, por parte de Moscú. De lo contrario, poco se logrará. Es importante resaltar, no obstante, que mucho de lo que se podrá acordar entre Washington, la OTAN y Kiev, por un lado, y Moscú, por el otro, dependerá de las realidades militares en el terreno, las cuales demuestran una serie de victorias contundentes por parte de Moscú. Esta realidad no puede ser ignorada, ni por la administración política del Señor Biden, ni tampoco por la del Señor Trump.
En cuanto a los varios conflictos interconectados del Oriente Medio, no se espera que haya un cambio en las reglas regulatorias que se establecieron en el primer mandato del Señor Trump, y cuyo marco son los Acuerdos de Abraham, que seguirán siendo la columna vertebral de la política estadounidense en Oriente Medio y África del Norte. Estados Unidos puede ejercer presión para desbaratar lo que se conoce como el plan de los generales respecto de Gaza y presionar a los países árabes aliados para que acepten un plan que favorezca a Tel Aviv, y es poco probable que haga algo para detener el proceso de asentamientos ilegales en Cisjordania.
Se espera una mayor presión contra Irán para que abandone por completo su programa de energía nuclear – aunque en realidad el énfasis sería sobre el programa de misiles, ya que ha demostrado su eficacia en ser un grave problema para los sionistas. Esta presión posiblemente se dé utilizando la oposición externa y explote las contradicciones internas en la sociedad persa, sin necesidad de una confrontación militar. El nuevo contexto creado por la guerra de Gaza redunda en interés de Estados Unidos para ejercer presión sobre Irán, sin duda alguna.
Quizás entre todos los países que resisten la hegemonía estadounidense, los que más probable sufrirán la política de “máxima presión” del Señor Trump, pudieran ser Cuba, Venezuela e Irán. La posibilidad de aplicar más medidas coercitivas unilaterales – y mucho más agresivas – es bastante elevada, particularmente contra Irán y Venezuela. Es poco probable que las acciones contra estos países sean diferentes a las políticas de Estados Unidos durante los periodos presidenciales de Trump I y Biden.
De estos tres países, quizás el único que pudiera sufrir un ataque militar frontal sería Venezuela, ya que Cuba, luego de las devastaciones que sufre a raíz de las medidas coercitivas unilaterales y el apoyo que disfruta en la Asamblea General de la ONU, hace poco probable que se pueda justificar una invasión, o una agresión del tipo que a Washington le encante aplicar.
En el caso de un ataque frontal contra Irán, esta locura pudiera generar terror para todos los países del mundo, excepto el gobierno que estaría constantemente instigando esta opción, ya que no puede por sí mismo realizar la agresión – la Entidad Genocida (Sionista). El resto del mundo solo debe recordar las desastrosas consecuencias del aventurismo destructivo de la invasión a Irak (2003), para comprender las consecuencias de una invasión a Irán, que sería algo realmente catastrófico para todo el mundo, y no solamente para el Medio Oriente.
Una invasión a la fortaleza natural que es la República Islámica de Irán, sería la locura más grande posible, y esperamos que hasta el propio Señor Trump se diera cuenta de esta realidad, eventualmente. En este sentido, la reciente cumbre de la Liga Árabe y la Liga Islámica en la ciudad del Riad (10 de noviembre de 2024), no fue solamente para repetir los mismos eslóganes del pasado, los que no protegen a la población palestina del genocidio.
Uno de los claros mensajes de esa cumbre se dio cuando El Riad dejó claro que las acciones de la Entidad Sionista constituyen colectivamente un “genocidio”, palabra que anteriormente el jefe de gobierno de ese país – Mohammad Bin Salman – nunca había empleado para describir la situación en Palestina. Esta declaración por parte de Bin Salman pudiera verse como una “acción preventiva”: antes de que Washington solicite de nuevo que El Riad obligatoriamente establezca relaciones diplomáticas con la Entidad Genocida a cambio de absolutamente nada, Bin Salman cierra esa puerta, pues El Riad no puede establecer relaciones sin el cese del genocidio.
Pero más interesante, y este punto es el que nos relaciona con la República Islámica de Irán, son los últimos acontecimientos entre El Riad y Teherán. El jefe del Estado Mayor de las Fuerzas Armadas de Arabia Saudita, Fayyad al-Ruwaili, visitó Teherán durante la reunión de la Liga Árabe y la Liga Islámica, con la finalidad de reunirse con su homólogo iraní y discutir los vínculos de defensa. Los medios estatales de Irán dijeron que al-Ruwaili encabezó una delegación militar saudí de alto nivel en Teherán y se reunió con el Jefe del Estado Mayor de las Fuerzas Armadas persas, el general Mohammad Bagheri.
Los dos oficiales militares discutieron varios temas, incluido «el desarrollo de la diplomacia de defensa y la expansión de la cooperación bilateral». Además, el presidente iraní Masoud Pezeshkian habló por teléfono con el príncipe heredero saudí Mohammed bin Salman, para informarle que el presidente persa no podrá asistir a la cumbre de la Organización de Cooperación Islámica (OCI) en Riad debido a su apretada agenda, y que enviaría al primer vicepresidente iraní como representante.
Como la diplomacia saudita nunca opera con declaraciones claras y precisas, sino con “mensajes” indirectos, algunas veces ambiguos y que se prestan a múltiples interpretaciones, estas acciones deben tomarse precisamente como se ven: mensajes dirigidos a Washington. Pero en este caso, quizás la ambigüedad que tanto caracteriza a la diplomacia saudita, no se evidenció tanto como en otras ocasiones. En esta ocasión, quedó claro que el apoyo para invadir a Irán o iniciar una guerra contra el país persa, NO vendrá de El Riad.
Lo más probable sería que se repita la agresión contra Irán a través de más medidas coercitivas unilaterales, y claro, perseguir y humillar a todos los terceros – países, bancos, empresas de transporte, refinerías, etc. – que cooperan para burlar las imposiciones ilegales de Washington. Es precisamente en esta coyuntura que se verá la eficacia de los BRICS, sus nuevos sistemas de pago que operan fuera del control estadounidense, y la solidaridad de los países de esa alianza hacia Teherán. Si la República Islámica de Irán logra aguantar la embestida occidental una vez más – y como lo ha logrado Rusia desde el 2022 y hasta los momentos – pues la estrategia norteamericana de hacer colapsar a Irán desde adentro, no funcionará.
No obstante, el gobierno en Teherán debe prepararse para una embestida que indudablemente viene, asunto que lo confirma la repetición de los tristes alegatos de atentados contra la vida del Señor Trump, supuestamente planificados por Irán. A pesar de que son totalmente falsos, en realidad son mensajes que dejan claro las intenciones de Estado Unidos de retomar la máxima imposición de agresiones militares indirectas, de presiones diplomáticas y de medidas económicas adversas para causar la implosión interna del país persa, mientras se continua el genocidio en Palestina y el Líbano.
Es quizás dudoso que el próximo inquilino de la Casa Blanca ponga fin al genocidio, sin que su mascota favorita – el genocida en Tel Aviv – pueda anunciarle a su sociedad y a todo el mundo, que triunfó contra el “terrorismo”. El gobierno del Señor Trump debe igualmente garantizar la necesaria protección personal del genocida de Tel Aviv, no de los organismos internacionales – eso sin pensarlo está garantizado – sino de su propia población, y en base a eso es que Washington determinará cómo debe desarrollar su rol en el conflicto, y el futuro político de su mascota favorita.
El caso del tercer país, Venezuela, es el que supuestamente se presta a más “incógnitas” y “confusiones”. Existen rumores de pasillos (los pasillos virtuales, obviamente, los del internet) que posiblemente Washington tenga que negociar con Caracas. Por lo general, quien suscribe no comparte este escenario optimista, y espera que el Gobierno Bolivariano se esté preparando para los escenarios menos “radiantes”, ya que no solamente estamos hablando del arquitecto principal del desastre que fue el “Interinato” – el cual a pesar de su fracaso, le causó grandes pérdidas y daños al país – sino que ahora se agrega a la nueva administración política del Señor Trump uno de esos “latinos” que están desesperadamente ansiosos para demostrarle al amo anglosajón que es más “anglosajónista” que el propio Trump: el Señor Marco Rubio.
El Señor Rubio quizás comparte un criterio con el genocida de Tel Aviv: la muerte de miles de civiles de hambre es glorioso, porque con el exterminio viene la victoria norteamericana, que es lo único que importa. Este señor no tendrá problema alguno de ver al pueblo venezolano en las mismas condiciones del pueblo palestino en Gaza, para poder decir que “derrotó el comunismo en América Latina”. Entre recordarnos quién precisamente es el Señor Trump, y saber claramente quién es el Señor Rubio, y finalmente tomando en cuenta el desprecio total hacia el derecho internacional y las “normas” que demuestran estas dos figuras, las expectativas “optimistas” de cualquier analista serio se esfuman, para el futuro cercano de Venezuela.
Eso sí, los escenarios factibles para Venezuela son pocos, ya que los “métodos” para destruir al Gobierno Bolivariano son pocos, entre las “sanciones”, fomentar el caos interno, e invasiones indirectas. Lo más probable es que Washington recurra a estrategias ya empleadas anteriormente y que fracasaron, para fomentar el colapso del gobierno y su sustitución por una “junta de gobierno de transición”, lo que siempre ha sido el sueño de la derecha venezolana, desde el año 2001 (ya casi un cuarto de siglo). Es importante notar que lo que separa la investidura del Presidente Maduro de la investidura de su homólogo estadounidense, son solo 10 días (el 10 de enero de 2025 para el primero, y el 20 de enero del mismo año para el segundo). Es posible que, durante ese periodo, se activen ciertos “mecanismos” para la destrucción del Gobierno Bolivariano.
Adicionalmente, la mal llamada “Operación Gedeón” del 2020 – ejecutada catastróficamente durante el primer periodo presidencial del Señor Trump – no tenía como objetivo principal y directo el derrocamiento del gobierno, sino la siembra del caos, unas cuantas matanzas que los medios de comunicaciones internacionales puedan transformar en un escenario postapocalíptico como el de Gaza en la actualidad, y así poder estimular la intervención “humanitaria” estadounidense y de sus aliados regionales (quizás, ya que una participación militar por parte de los otros gobiernos latinoamericanos no es seguro, al menos que sea el gobierno del Señor Milei), para detener el “derramamiento de sangre” que solamente el Gobierno Bolivariano estaría causando.
En la actualidad, no es difícil de imaginar que, entre la administración política saliente y la entrante en Washington, pudiera desarrollarse planes para recrear el escenario que se anhelaba generar en el 2020, con la antes mencionada “operación”. Sin duda alguna, la coyuntura del 10 de enero no pasará sin ciertas acciones desestabilizadoras, que, si no cuentan con la intervención directa de Estados Unidos y/o sus mercenarios, solo causarán daños limitados, y serán controladas por el Estado.
Alternativamente, si se cuenta con el apoyo activo (y no solamente el político y diplomático, ya que ese apoyo siempre lo tendrán) de Estados Unidos y sus agentes, es posible que el Gobierno Bolivariano se enfrente a un acto de desestabilización idéntico a los anteriores que ha sufrido el país anteriormente, o quizás algo más peligroso. La posibilidad de que este escenario o algo semejante se materialice ha incrementado significativamente, desde el triunfo electoral del Señor Trump, y luego incrementó aún más, con la designación del Señor Rubio como Canciller.
Quizás los países que más enfrentan el peligro de ser atacados por la nueva administración política estadounidense son Venezuela e Irán. Pero en el caso del país asiático, existen varios elementos que indican que la estrategia se limitará a altas presiones diplomáticas, políticas, económicas, etc., simplemente porque varias circunstancias y realidades limitan la posibilidad de tomar acciones más agresivas y sangrientas, por parte de Washington. Alternativamente, Venezuela no posee el “lujo” que posee la república persa, pues a la vez de una intensificación severa de las agresiones diplomáticas, políticas y económicas, el país suramericano pudiera enfrentar acciones desestabilizadoras y hasta invasiones, por parte de Estados Unidos y sus aliados. Hoy más que nunca, Venezuela requiere del apoyo de sus aliados para resistir las embestidas del neofascismo que está a punto de tomar el poder una vez más en la ciudad de Washington.
Omar José Hassaan Fariñas* Internacionalista y Profesor de relaciones internacionales en la Universidad Bolivariana de Venezuela. Colaborador de PIA Global
Foto de portada: Donald Trump / AFP