Estamos en los albores de lo que se considera una fecha crucial para el mundo occidental desde el final de la Segunda Guerra Mundial: la elección del nuevo presidente de los Estados Unidos de América.
Pero, ¿qué podría cambiar concretamente en las relaciones entre ambos lados del Atlántico en función de quién gane la contienda electoral estadounidense? ¿Cuáles son las diferencias reales entre Harris y Trump?
Creo que para comprender adecuadamente las diferencias en las «políticas europeas» entre ambos candidatos, es necesario desglosar la cuestión de las relaciones transatlánticas en dos macrotemas fundamentales: las políticas comerciales y las políticas militares.
Sin embargo, antes de profundizar en las dos grandes cuestiones esbozadas, es necesario partir de una premisa fundamental: las relaciones entre las dos orillas del Atlántico no son paritarias sino que corresponden a las descritas en la teoría microeconómica «Principal-Agente» donde -naturalmente- el Principal es Washington y el Agente son los países europeos y donde el «contrato» fundamental es el «Pacto Atlántico» firmado en Washington en 1949. Si durante décadas enteras (especialmente desde la caída del Muro de Berlín), los estadounidenses habían engañado a los europeos haciéndoles creer que existía una paridad sustancial entre las dos orillas del Atlántico, con el estallido de la guerra en Ucrania (además, fomentada en gran medida por Washington), las relaciones de poder internas en el seno de la OTAN han aflorado en toda su brutalidad: Washington dispone y los países europeos ejecutan también, y sobre todo, en contra de sus propios intereses políticos y económicos. Esto se manifestó plásticamente con la imposición de sanciones a Rusia que resultaron ruinosas para Europa y, de hecho, rompieron la asociación comercial entre Europa y Moscú.
También hay que decir que en Europa no todos los socios son iguales, por supuesto que Francia y Gran Bretaña son tratados con respeto (además, los intereses materiales de París y Londres coinciden con los de Washington), Holanda, Bélgica, los países nórdicos e ibéricos son tratados con dignidad, mientras que Alemania e Italia son, de hecho, tratados como abandonados cuyos intereses nacionales no tienen ninguna relevancia. Esto no parece una exageración provocadora, estamos ante la cruda realidad; baste pensar en la humillación de la «poderosa» Alemania en relación con el sabotaje del gasoducto NorthStream que desintegró la competitividad de la industria alemana y donde todo el mundo sabe que el instigador de esa operación está en Washington pero que en Berlín tienen que fingir no entender dada su condición minoritaria frente a los países vencedores de la Segunda Guerra Mundial. Lo mismo ocurre con Italia: ¿quién no recuerda la humillación sufrida por Roma cuando se vio obligada a retirar su tratado de amistad de 2008 con Libia para participar inmediatamente después en el bombardeo de la OTAN contra el país africano? No crea el lector que hoy, si Roma tiene que hacer algo en contra de sus propios intereses, no se verá obligada por los aliados de la OTAN a actuar sin un murmullo…
Sólo enmarcando este contexto general podremos entender la dinámica en las dos macroáreas fundamentales de las relaciones transatlánticas que examinaremos a continuación.
Políticas comerciales
Para comprender la realidad de las políticas comerciales que caracterizarán las relaciones transatlánticas, es necesario tener como estrella guía las magnitudes de las cuentas nacionales de los países estadounidenses y europeos, es decir, la balanza comercial y la balanza por cuenta corriente y, sobre todo, esa magnitud que es la suma de las otras dos, a saber, la posición financiera neta (PIIN). En concreto, en estos momentos, la PIIF de EE.UU. denota una situación catastrófica, con hasta 22500.000 millones de dólares de posición financiera neta negativa a partir del 2º trimestre de 2024.
Situación catastrófica en claro y continuo deterioro a pesar de los esfuerzos de Washington. Es evidente que con esta magnitud fundamental que denota cifras devastadoras, sólo puede socavar el dominio del dólar y, por tanto, minar la política monetaria de la FED, que tendrá como única estrella guía la necesidad de tapar el enorme agujero, ya sea «imprimiendo» dinero nuevo o aplicando políticas monetarias que «atraigan» a los inversores del exterior.
En caso de victoria de Trump, las cosas están bastante claras ya que ha sido el propio magnate neoyorquino quien las ha aclarado. Asistiremos a un brutal conflicto comercial entre EEUU y el resto del mundo con la imposición de aranceles muy fuertes de alrededor del 60% a las importaciones chinas y del 10% a las de otros países, incluidos los europeos. Incluso no podemos descartar que Trump decida la salida de EEUU de la Organización Mundial del Comercio, algo con lo que amenazó reiteradamente durante su primer mandato.
En caso de victoria de Kamala Harris, sólo aparentemente las políticas comerciales parecerán diferentes, pero el fondo no cambiará. Independientemente de quién llegue a la Casa Blanca habrá que resolver el problema de las cuentas nacionales estadounidenses fuera de control, empezando por el NIIP. En consecuencia, podemos esperar una política igual de violenta que la de Trump y donde la única diferencia será un intento de salvar la fachada de aparentes buenas relaciones especialmente con los países europeos. Personalmente, espero un refuerzo de la Agenda Verde de Biden y en particular del colosal plan Inflaction Reduction Act, que bajo el pretexto de convertir el sector manufacturero estadounidense al verde tiene el objetivo real de atraer empresas, especialmente europeas, a Estados Unidos. En resumen, con Kamala podemos esperar una política que no tiene como objetivo vender más productos estadounidenses en Europa, sino directamente hacer que las empresas europeas se trasladen a Estados Unidos, obteniendo los mismos beneficios en términos de cuentas nacionales estadounidenses. Además, podemos esperar nuevas y fuertes presiones sobre Europa para que imponga más sanciones a Rusia, especialmente en el sector energético, con el fin de cortar completamente el cordón umbilical entre Rusia y los países europeos y destruir permanentemente su competitividad y, en consecuencia, empujar a las empresas europeas a deslocalizarse.
La política militar
El otro eje de las políticas atlánticas es sin duda el de las políticas militares, que -al menos hasta ahora- se deciden estrictamente en el seno de la OTAN, donde el accionista mayoritario es claramente Washington, con dos socios menores que son Londres y París, y todo el resto del pelotón sustancialmente reducido a la condición de tropas coloniales fácilmente prescindibles.
Con las próximas elecciones presidenciales estadounidenses, sin embargo, muchas cosas podrían cambiar, especialmente en caso de victoria de Donald Trump, que nunca ha ocultado su hostilidad hacia la estructura de la OTAN, considerada una sangría para el contribuyente estadounidense. La victoria del magnate conllevaría sin duda un aumento de los gastos militares de todos los países miembros de la alianza, muy probablemente hasta cifras no inferiores al 3% del ratio Déficit/PIB, pero no podemos excluir incluso una posible desintegración de la alianza dado que Trump siempre ha declarado que prefiere las negociaciones bilaterales con cada «aliado» (sería más correcto decir «colonia») individual. Además, no hay que olvidar que Trump ha declarado en más de una ocasión que considera que el teatro de operaciones europeo tiene una importancia secundaria en comparación con las primarias en Extremo Oriente y Oriente Medio, y en consecuencia esto podría apuntar más hacia una ruptura de la alianza para concluir acuerdos bilaterales entre Washington y sus homólogos europeos.
La victoria de Harris no cambia el panorama general, incluso el ala demócrata de Washington considera ahora el teatro de operaciones europeo como secundario frente al de Oriente Medio y Extremo Oriente aunque, hay que decirlo, nada hace pensar que Harris vaya a romper la Alianza Atlántica. Sin embargo, incluso con Harris veremos presiones sobre los países europeos para que aumenten el gasto militar: el aparato militar-industrial estadounidense siempre necesita nuevos clientes y el arquitrabe inmutable de la política de Washington es procurárselos a cualquier precio. También creo que con Harris podría darse un claro impulso estadounidense a la creación del ficticio «Ejército Único Europeo», tan cacareado por nuestros europeístas. Pero desde luego no será un ejército que aumente el grado de independencia de Europa frente a EEUU, al contrario, es fácil suponer que será un dispositivo militar de ascari al servicio de EEUU en el teatro secundario europeo y, quizás, también en el mediterráneo. Digo esto porque sólo los soñadores incurables podrían pensar que el Ejército europeo podría ser algo más que un serbatorio de las «tropas camello» de EEUU; Europa no tiene profundidad estratégica, y tiene una brecha tan enorme en materia militar -desde lo nuclear a lo aeroespacial- en comparación con Washington, Pekín y Moscú que es improbable que se salve de forma independiente ni siquiera en décadas.
Al final con la victoria de uno u otro para Europa no habrá mucho de lo que reírse, sólo cambiarán las formas y los medios utilizados para lograr el sometimiento total de la UE a Washington.
*Giuseppe Masala, licenciado en economía, especializado en «finanzas éticas».
Artículo publicado originalmente en lAntidiplomatico.
Foto de portada: extraída de lAntidiplomático.