El conflicto, que se agudizó en abril de 2023, enfrenta a dos fuerzas principales en una guerra por el poder: el ejército regular, bajo el mando del general Abdel Fattah al-Burhan, y las Fuerzas de Apoyo Rápido (RSF), lideradas por Mohamed Hamdan Dagalo, conocido como “Hemedti”. La brutalidad de este enfrentamiento y la diversidad de actores involucrados han creado una tormenta perfecta, sumergiendo al país en un estado de emergencia que afecta a millones de personas.
La lucha por el poder: Orígenes del conflicto
Sudán experimentó un cambio radical en 2019 cuando una revolución popular culminó con la destitución de Omar al-Bashir, quien había gobernado el país durante tres décadas. Los sudaneses esperaban una transición hacia la democracia, pero las tensiones entre el ejército, las RSF y los movimientos civiles truncaron esos ideales.
El general al-Burhan y Hemedti, aliados en un principio, compartieron el poder tras la caída de Bashir, pero sus intereses comenzaron a divergir tras el golpe de Estado de 2021, en el que el ejército consolidó su control y desmanteló las autoridades civiles del gobierno de transición. Lo que comenzó como una competencia interna de poder entre al-Burhan y Hemedti ha evolucionado en un conflicto abierto, sumergiendo a Sudán en un caos que amenaza con desbordarse.
El enfrentamiento entre las dos principales fuerzas en Sudán tiene sus raíces en la lucha de intereses y ambiciones de poder. El ejército, liderado por al-Burhan, ha buscado conservar su influencia en la estructura del Estado y consolidarse como la única fuerza armada legítima del país. En contraste, las RSF, una milicia paramilitar de origen darfuriano liderada por Hemedti, se han fortalecido mediante el control de recursos económicos, como el oro, y buscan ser reconocidas como una fuerza política y militar alternativa.
Este enfrentamiento se traduce en una disputa de poder destructiva que ha devastado áreas urbanas, especialmente en Jartum y en la región de Darfur, conocida por su violencia sectaria y étnica. La falta de autoridad central ha permitido la entrada de otros grupos armados locales, intensificando aún más la crisis y haciendo que el conflicto se prolongue sin una solución a la vista. Este conflicto ha implicado una brutalidad generalizada que incluye ataques a civiles, desplazamientos masivos y el colapso de servicios básicos como electricidad, agua y atención médica.
La falta de un gobierno funcional y la fragmentación de poder en Sudán han provocado una crisis de gobernabilidad y han facilitado la incursión de grupos armados y milicias, exacerbando la inestabilidad y generando un círculo de violencia que parece difícil de controlar.
La dimensión humanitaria del conflicto
La población civil es la principal víctima de esta guerra. Según estimaciones de la ONU, más de seis millones de personas han sido desplazadas y cientos de millas han huido hacia países vecinos como Egipto, Chad y Sudán del Sur, donde enfrentan condiciones extremadamente precarias. La falta de recursos, la inseguridad y las condiciones de vida en los campos de refugiados son alarmantes.
Las organizaciones humanitarias, incluyendo la Cruz Roja y Médicos Sin Fronteras, enfrentan enormes dificultades para proporcionar ayuda debido a la inseguridad y los bloqueos fiscales en las zonas de conflicto. Las fronteras están saturadas y los recursos locales son insuficientes, mientras que los enfrentamientos y los ataques indiscriminados continúan agravando la situación.
Entonces podemos señalar varios aspectos que se entrelazan y agravan la situación de los sudaneses, entre ellos vamos a citar por ejemplo:
- Desplazamientos masivos: Desde el inicio del conflicto, más de 6 millones de personas han sido desplazadas de sus hogares. Muchas de ellas han cruzado hacia países vecinos, como Chad, Egipto y Sudán del Sur, que enfrentan sus propios desafíos humanitarios ya que también están inmersos en economías débiles y Estados que no logran una estabilidad política y social que pueda garantizar la acogida de los refugiados sudaneses. Los desplazados internos suelen refugiarse en áreas donde la asistencia humanitaria es limitada, debido a las restricciones de acceso y la inseguridad.
- Inseguridad alimentaria y escasez de agua: La producción y distribución de alimentos se ha visto gravemente afectada. Sudán depende en gran medida de la agricultura, y la violencia ha obstaculizado las actividades agrícolas, dejando a más de 20 millones de personas en riesgo de hambre extremo. La situación es particularmente crítica en Darfur y Kordofán, donde la falta de alimentos y agua potable amenaza la vida de comunidades enteras.
- Colapso de los servicios de salud: Los hospitales y centros de salud han sido saqueados, destruidos o simplemente cerrados por falta de personal y suministros. Esto deja a millones de personas sin acceso a atención médica básica, vacunas o medicamentos para enfermedades crónicas. La falta de acceso a servicios de salud ha resultado en un aumento en la mortalidad por enfermedades evitables, como el cólera y la malaria.
- Violaciones a los derechos humanos: Se han documentado violaciones graves, incluidas ejecuciones extrajudiciales, violencia de género y reclutamiento de niños por parte de las fuerzas armadas. Las RSF han sido señaladas como responsables de abusos en áreas controladas por ellos, especialmente en Darfur, donde las tensiones étnicas añaden otra capa de violencia.
- Restricciones a la ayuda humanitaria: La inseguridad y las restricciones impuestas por las facciones en conflicto dificultan la llegada de ayuda humanitaria. Muchas agencias de ayuda han tenido que suspender sus operaciones o limitar su alcance, lo que agrava la situación de aquellos que necesitan asistencia urgente. Las rutas de suministro están bloqueadas y las oficinas de muchas ONG han sido saqueadas o destruidas
Intereses regionales e internacionales: El tablero geopolítico en Sudán
La comunidad internacional ha intentado mediar y enviar ayuda, pero las condiciones en Sudán hacen difícil que los esfuerzos sean efectivos. Las sanciones económicas, aunque destinadas a presionar a los líderes del conflicto, han tenido efectos negativos en la economía local, contribuyendo al aumento del costo de vida y la inflación. Además, los países vecinos están saturados por el flujo de refugiados y carecen de los recursos necesarios para brindar asistencia.
La geopolítica juega un papel crucial en el conflicto en Sudán, donde las rivalidades de potencias regionales y globales, junto con las complejidades históricas del colonialismo y el neocolonialismo, influyen en su evolución y en las posibilidades de paz. El conflicto entre el Ejército Sudanés y las Fuerzas de Apoyo Rápido (RSF) se ha visto agravado por las intervenciones, tanto directas como indirectas, de varios actores externos, cada uno con intereses estratégicos en la región.
Los países del Golfo (Emiratos Árabes Unidos y Arabia Saudita) tienen un gran interés en Sudán debido a su ubicación estratégica y sus recursos naturales, incluyendo tierras fértiles y minerales. Emiratos Árabes Unidos y Arabia Saudita han tenido vínculos con el Ejército y las RSF, respectivamente, utilizando su influencia para obtener alianzas que les aseguren acceso a recursos y rutas comerciales. La región del Mar Rojo, cercano a Sudán, es crucial para el comercio y las rutas marítimas globales, lo que refuerza su interés en el conflicto. En este sentido Egipto también es un observador y un actor clave en la estabilidad de Sudán, debido a su dependencia del Nilo y su cercanía geográfica. Egipto ha apoyado principalmente al Ejército Sudanés, buscando contrarrestar la influencia de otros actores en la región, especialmente de los Emiratos y de Turquía. Además, Sudán juega un papel importante en la disputa hídrica entre Egipto y Etiopía por el uso de las aguas del Nilo, lo que convierte al país en una clave geopolítica de interés para El Cairo.
Sudán no es parte del tablero de una nueva Guerra fría, pero tanto Rusia como Estados Unidos tienen intereses en el pais por razones estratégicas. Rusia, a través del grupo Wagner, ha establecido relaciones con las RSF y ha buscado establecer bases militares en el Mar Rojo, mientras Estados Unidos intenta contrarrestar esta influencia y prevenir la expansión rusa en África. Estados Unidos, sin embargo, enfrenta el dilema de intervenir en un contexto donde las intervenciones militares directas pueden generar mayor inestabilidad. Su apoyo se ha concentrado en promover una transición civil, aunque con limitaciones.
En este sentido otro actor que podemos señalar como muy importante y quizás sea unos de los menos tenidos en cuenta sea China que tiene una presencia económica en Sudán y es uno de los principales compradores de su petróleo. La estrategia de China ha sido mantener una posición de «no intervención» mientras asegura sus intereses comerciales en la región, lo que incluye también una influencia creciente en África Oriental.
Perspectivas anticoloniales en el conflicto
Desde una perspectiva anticolonial, el conflicto en Sudán puede interpretarse como parte de una lucha más amplia contra las estructuras de poder impuestas por el colonialismo y el neocolonialismo. Sudán, al igual que otros países africanos, fue configurado políticamente por fronteras coloniales y políticas que no respetaban las estructuras sociales, étnicas y políticas previas. La historia colonial británica en Sudán impuso divisiones y explotó las diferencias étnicas y religiosas para consolidar el control sobre el territorio.
Las voces anticoloniales defienden que Sudán debería poder decidir su propio destino sin interferencias extranjeras. Esto significa rechazar las influencias de las potencias regionales y globales que tratan de intervenir para asegurar sus propios intereses estratégicos o económicos. La autodeterminación de Sudán implica que sus líderes y su gente deben tener la última palabra en los asuntos internos sin presiones externas.
Sudán ha dependido históricamente de la exportación de materias primas (como petróleo y minerales), una estructura económica que refuerza los patrones de dependencia y limita el desarrollo autónomo del país. La perspectiva anticolonial busca que Sudán tenga control sobre sus propios recursos y que pueda beneficiarse de ellos sin intermediación extranjera o sin sistemas que reproduzcan la explotación económica.
Desde una postura anticolonial, se critica que las intervenciones de potencias extranjeras, muchas veces justificadas por razones humanitarias o de estabilidad, en realidad mantienen una forma de control sobre el país. Las políticas de estas potencias suelen consolidar el poder de facciones específicas, como el Ejército o las RSF, en función de sus propios intereses, lo cual limita la capacidad del pueblo sudanés de establecer un sistema político representativo y sostenible.
El conflicto en Sudán se alimenta también de divisiones étnicas y regionales, muchas de las cuales fueron exacerbadas o creadas durante el colonialismo. Las perspectivas anticoloniales enfatizan la importancia de reconstruir una identidad nacional que trascienda estas divisiones impuestas y que permita a los sudaneses construir una nación unida, más allá de las categorías étnicas o religiosas.
Las perspectivas anticoloniales en el conflicto de Sudán sugieren que la paz sólo será posible si el país logra una independencia real en sus decisiones políticas y económicas. Esto requiere que las potencias extranjeras respeten la soberanía de Sudán y que el liderazgo sudanés sea responsable ante su propio pueblo, no ante intereses externos. Los esfuerzos para una mediación deben considerar soluciones que permitan a Sudán reconstruirse desde una visión propia, basada en sus necesidades y aspiraciones, no en los cálculos estratégicos de actores externos.
Sin embargo, las condiciones actuales hacen que estas perspectivas sean difíciles de implementar, ya que las potencias extranjeras tienen intereses profundos y están poco dispuestas a renunciar a su influencia en el país. El desafío consiste en que tanto los líderes sudaneses como la comunidad internacional prioricen una paz inclusiva y autodeterminada para Sudán, reconociendo y respetando sus demandas históricas de soberanía y justicia.
La crisis en Sudán es un recordatorio de cómo las luchas de poder internas, sumadas a intereses regionales y globales, pueden sumir a un país en el caos. La violencia no solo afecta a la población sudanesa, sino que también amenaza la estabilidad de toda la región. En medio de esta compleja red de intereses y de la fragmentación territorial, es imperativo que se intensifiquen los esfuerzos diplomáticos para mediar en el conflicto y evitar que Sudán se convierta en otro punto de inestabilidad en el noreste de África.
*Beto Cremonte, Docente, profesor de Comunicación social y periodismo, egresado de la UNLP, Licenciado en Comunicación Social, UNLP, estudiante avanzado en la Tecnicatura superior universitaria de Comunicación pública y política. FPyCS UNLP.
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