Europa

Paga al diablo: Cómo Estados Unidos obligará a Europa a pagar su complejo militar industrial

Por Andrey Sushentsov* –
El resultado de las elecciones americanas no cambiará nada, porque el rumbo ya está fijado.

La campaña presidencial estadounidense de 2024 ha estado marcada por una serie de acontecimientos sin precedentes. Entre ellos, demandas contra un candidato y familiares del presidente en ejercicio, intentos de asesinato contra Donald Trump y, por último, la situación sin precedentes de Joe Biden, obligado a abandonar la carrera por su propio partido. Todo ello ha convertido el maratón electoral en un acontecimiento extraordinario.

Mientras tanto, la política interna de Estados Unidos se está extendiendo al resto del mundo, y está contribuyendo a alimentar el creciente descontento de los países que representan la mayoría mundial con los intensos intentos de Washington por mantener su liderazgo. Pero no debemos extraer demasiadas conclusiones de la votación, porque la política de intentar preservar el dominio estadounidense sigue siendo la principal estrategia de ambos candidatos.

El grupo neoconservador sigue siendo bastante prominente en el Partido Demócrata en el poder, la visión del mundo de cuyos miembros se construye en torno a la idea del poder como única herramienta para mantener el liderazgo estadounidense. Esta posición no depende de actitudes y creencias personales, sino que se deriva del estatus que ocupan en el mecanismo político. El entonces senador Biden, por ejemplo, propuso en su día un gran número de iniciativas constructivas en el Congreso. Entre otras cosas, se opuso al ingreso en la OTAN de los países bálticos, hasta el punto de que sus compañeros de partido le acusaron de ser demasiado pacifista en su política exterior.

Sin embargo, una vez en la Casa Blanca, Biden siguió estrictamente la lógica estadounidense habitual de liderazgo mundial. El presupuesto de defensa bajo su administración batió todos los récords de las últimas décadas. La coherencia de la práctica de la política exterior estadounidense en términos de estrategia de disuasión frente a los rivales geopolíticos permite afirmar que la confrontación estructural con Rusia y China continuará independientemente del resultado de las elecciones. La dinámica de esta confrontación -en Ucrania y en torno a Taiwán- vendrá determinada por el presupuesto militar, cuyo borrador ya ha sido elaborado y será aprobado antes de la toma de posesión de su sucesor.

Con el telón de fondo de la campaña electoral, resulta especialmente interesante ver cómo se ha agudizado la retórica y cómo se ha llenado de iniciativas pegadizas y «viables». El plan del ex secretario de Estado Michael Pompeo para una «paz forzada» en Ucrania, que propone, entre otras cosas, que Kiev se incorpore a la OTAN de forma acelerada «para que los aliados europeos soporten la carga de su defensa», ha sido bien recibido. El resultado de tal escenario sería un conflicto militar directo entre la OTAN y Rusia, por lo que es poco probable. Tales declaraciones, que no demuestran una comprensión sistémica de la situación, no tienen por qué ser, en principio, a largo plazo. Su función es movilizar a los halcones del establishment, y entre el electorado, para mostrar que una escalada forzada del conflicto es un escenario posible. Cabe señalar que como secretario de Estado, Pompeo se estableció como un hombre propenso a hacer declaraciones de alto perfil que no culminaron en acciones a gran escala. No obstante, merece la pena considerar su cita en el contexto de que no hay ninguna fuerza política en Estados Unidos que vea el desenlace de la crisis ucraniana como una oportunidad para la reconciliación con Rusia.

Por un lado, una continuación permitirá a Washington movilizar a los miembros europeos de la OTAN para que aumenten el gasto en defensa hasta un nuevo objetivo del 3% del PIB. En esencia, esto significa más compras de armas estadounidenses por parte de los europeos occidentales y, por tanto, apoyo al complejo militar-industrial estadounidense. Por otra parte, el apoyo activo a Ucrania permite arrastrar a Rusia cada vez más profundamente a una costosa campaña militar, resolviendo así el problema de la disuasión sin confrontación directa.

La colisión de intereses entre Washington y Kiev es notable en este caso. El gobierno ucraniano, muy consciente de que sus propios recursos se han agotado, trata febrilmente de aferrarse a cualquier posibilidad de seguir encabezando las prioridades de la coalición occidental, y a menudo -como en Kursk- actúa de forma bastante oportunista. Al ofrecer a Occidente un éxito militar visible, Kiev esperaba obligarle a implicarse directamente en el conflicto. Los estadounidenses ven este impulso de Ucrania, pero no están interesados en tal escenario.

Washington necesita a Ucrania como apoderado que pueda utilizar durante el mayor tiempo posible. La utilidad del país como instrumento de la política exterior estadounidense sugiere que la crisis ruso-estadounidense se prolongará. Al mismo tiempo, la trayectoria ascendente del presupuesto de defensa estadounidense no cambiará, independientemente del resultado de las elecciones. Así pues, la política exterior y la planificación militar rusas se basan en el mantenimiento de las actuales condiciones militares y en la continuación de la rivalidad estratégica con EEUU, independientemente de quién sea el próximo presidente estadounidense.

*Andrey Sushentsov,Director de programa del Club de Discusión Internacional Valdai, Decano de la Facultad de Relaciones Internacionales de la Universidad MGIMO del Ministerio de Asuntos Exteriores de Rusia. Se especializa en la política exterior estadounidense en conflictos internacionales, así como en el Transcáucaso, Ucrania y Medio Oriente.

Artículo publicado originalmente en Club Valdai.

Traducido al inglés por equipo de RT.

Foto de portada: Partidarios de Ucrania celebran después de que la Cámara de Representantes aprobara los proyectos de ley de ayuda a Ucrania e Israel, Washington, DC, 20 de abril de 2024. Getty Images / Getty Images

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