En la actualidad, el Sahel tiene un poco más de presencia mediática que la que venía siendo habitual. De un lado, tenemos los enfrentamientos entre grupos armados de diferentes características y los ejércitos de Burkina Faso, Mali y Níger y, del otro, que los gobiernos de estos tres países han roto con las estructuras regionales de matriz neocolonial y han creado la Confederación de la Alianza de Estados del Sahel (AES).
En Burkina Faso, el gobierno militar actual está reivindicando más que nunca la figura del presidente revolucionario Thomas Sankara, que lideró profundas transformaciones en todos los ámbitos de la vida social. La Revolución de Agosto (1983-87) acabó de forma súbita con el asesinato de Sankara. Durante los 27 años siguientes gobernó Blaise Compaoré, que puso de nuevo el país en manos del neocolonialismo.
Germaine Pitroipa, a quien hemos podido entrevistar en su casa, en Uagadugú, tuvo un rol importante durante la revolución en Burkina Faso. Tiene también opiniones formadas sobre la actualidad de su país. Fue militante de la Unión de Luchas Comunistas de Burkina Faso (ULC) cuando se organizaba la toma de poder. Después fue delegada del gobierno en la provincia de Oubritenga y consejera de la embajada de su país en el Estado francés.
Los pueblos de Mali y Níger son nuestros vecinos, nuestros hermanos. No es, por lo tanto, ninguna sorpresa que estos tres países se encontraran para crear la Alianza de Estados del Sahel (AES)
En la actualidad vemos muchos ojos fijados en la región del Sahel. ¿Cómo cree que se ha llegado a un nivel de conflicto tan crítico?
Hoy estamos pagando el precio de lo que, durante muchos años, el gobierno de Burkina Faso aceptó. Nuestro país se convirtió en el refugio de grupos armados que cometen sus crímenes en otros lugares. Blaise Compaoré lo aceptó durante 27 años, y quiso hacernos creer —al pueblo burkinabè— que todo aquello no tenía nada que ver con nosotros. Teniendo en cuenta el respeto que tenía Thomas Sankara por los otros pueblos, es una lástima que durante tantos años se haya actuado como si no pasara nada. Una desgracia en Bamako debe ser también una desgracia en Uagadugú. Todo burkinabè debe sentirse interpelado cuando tocan a su vecino, a su hermano. Los pueblos de Mali y Níger son nuestros vecinos, nuestros hermanos. No es, por lo tanto, ninguna sorpresa que estos tres países se encontraran para crear la Alianza de Estados del Sahel (AES).
Según su parecer, ¿la Alianza de Estados del Sahel es una herramienta útil para abordar los problemas compartidos entre los países que la forman?
Pienso que, por lo menos en todo lo que es cooperación militar y estratégica, es la mejor solución. Los grupos armados se desplazan sin dificultades entre los tres países, por lo que hay que responder de forma coordinada. Esta alianza permite irlos a buscar allí donde están, sin esperar que vengan a provocarnos. Nos enfrentamos a ellos de forma activa, porque esta es nuestra casa. Pueden venir, si quieren, como seres humanos. Pero si vienen como asesinos, los desalojaremos de nuestro país. No será fácil. Esta inseguridad nos reclamará, seguramente, algunos sacrificios más. Pero estamos preparados para hacerlos. El pueblo burkinabè está acostumbrado a la dureza de la vida, y si es por nuestra felicidad, estamos listos para darlo todo para que las generaciones futuras no tengan que vivir lo mismo.
La AES ha nacido como una estructura para abordar problemáticas regionales. ¿Piensa usted que debería ir más allá de eso?
De entrada hay que entender que somos interdependientes, estos tres países. Las fronteras artificiales que nos impusieron no se corresponden con la realidad. Por ejemplo, yo nací en Dosso, en Níger. Cerca de la frontera entre Níger y Burkina Faso. Mis padres vivieron en Níger muchos años. También tengo sobrinos en Mali, de madre burkinabè y padre maliense. Quién más y quién menos, todos tenemos familia al otro lado de las fronteras de estos dos países. La AES debe reforzar estos vínculos y permitirnos vivir en paz. Aquello que llamamos panafricanismo es natural entre Burkina Faso, Mali y Níger. Esta alianza debe permitir que estos tres pueblos se fundan en uno solo. Este fue uno de los deseos que siempre tuvo Thomas Sankara.
Siempre tiene muy presente a Thomas Sankara. ¿Cómo lo conoció y por qué causó una impresión tan grande en usted?
Nos presentó un amigo común, Valère Somé. Somé era el líder de la Unión de Luchas Comunistas (ULC), en la cual yo también estaba integrada. Nos unió la lucha. Thomas desde el plano militar, nosotros desde el plano civil. Cuando estudiaba en la universidad, formé parte de la Asociación de Estudiantes de UagadugÚ (AEEO) y, más adelante, fui a estudiar a Francia y milité en la Unión General de Estudiantes Voltaicos (UGEV). Pero no quería continuar difundiendo las ideas revolucionarias desde la orilla del Sena y regresé a mi país con la intención de poner en práctica estas ideas. Gracias a Thomas pudimos hacerlo. Cuando volví, en 1979, Thomas Sankara y Valère Somé ya eran muy amigos. Para mi eran dos genios. Uno militar, uno civil. Y gracias a esta alianza se pudo llevar a cabo todo el trabajo necesario para hacer posible la revolución del 4 de agosto de 1983.
¿Cuál fue, para usted, la mayor aportación del proceso revolucionario que se inició en esa fecha?
El 4 de agosto fue una experiencia excepcional y novedosa que demostraba que existía una alternativa al modelo de desarrollo que se nos había impuesto. El desarrollo endógeno nos permitía contar con nuestras propias fuerzas para no tener que extender la mano continuamente al exterior. Aquel que te da de comer dicta siempre lo que debes hacer. El modelo de desarrollo que promovió la revolución partía de aquello que tenemos en nuestro territorio: consumir aquello que producimos y producimos aquello que queremos consumir. Es también con esta lógica que se diseña el Programa Popular de Desarrollo. Durante el primer año de la revolución, con la participación activa de la población, se crearon incontables centros de atención primaria, farmacias y centros de vacunación. Y bajo la consigna “un pueblo, una escuela”, los centros educativos afloraron por todo el territorio. Como Alta Comisaria de la provincia de Oubritenga, era mi función coordinar muchas de estas iniciativas.
¿Qué funciones tenía la figura de la Alta Comisaria durante la revolución?
Éramos los representantes del gobierno revolucionario en las provincias. Nuestro rol era sobre todo explicar cuáles eran las líneas de trabajo de la revolución. Y explicar los motivos por los que estas líneas de trabajo eran positivas para el pueblo. “Una escuela en cada pueblo evita que los niños y niñas tengan que hacer kilómetros para ir a la escuela, la vacunación protege de las enfermedades, etc”. ¿Era una tarea fácil? ¡Para nada! Algunas costumbres eran muy difíciles de cambiar. Había ciertas reticencias por parte de las estructuras de poder tradicional. La revolución había llegado para establecer mayor equilibrio social y no se permitía que los jefes tradicionales pudieran dominar una población desarmada ante ellos. Había jefes tradicionales muy próximos al pueblo, que vieron con buenos ojos la revolución, y otros que optaban por aferrarse a sus privilegios. También había reticencias en los hogares. Había maridos que no entendían porque pedíamos a las mujeres que participaran en los Trabajos de Interés Común o en los Comités de Defensa de la Revolución. Nosotros intentábamos transmitir mensajes sencillos. “Las mujeres, los jóvenes… Todo el mundo puede participar en la construcción de este país”.
La revolución había llegado para establecer mayor equilibrio social y no se permitía que los jefes tradicionales pudieran dominar una población desarmada ante ellos
¿Cómo reaccionaste cuando asesinaron a Thomas Sankara, solamente cuatro años después del inicio de la revolución?
En aquel momento yo era primera consejera de la Embajada de Burkina Faso en París. Cuando Thomas murió, y con él la revolución, no vi ningún motivo ni para volver a Burkina ni para continuar trabajando en su embajada. Y cómo estaba allí con toda mi familia, me convertí en aquello que llamamos una exiliada voluntaria. No obstante, hice todo lo posible para mantenerme en contacto con los camaradas que se quedaron en Burkina Faso. Para conseguirlo tuve que hacer varios viajes clandestinos, cruzando varios puestos fronterizos con la ayuda de personas que tenían aprecio a nuestra revolución. No fue hasta la insurrección de 2014, con la huida de Blaise Compaoré, que empecé a regresar regularmente a Burkina.
Después de tres décadas de impunidad, el abril de 2022 se dictó la sentencia del asesinato de Thomas Sankara. ¿Cómo vivió usted el proceso judicial?
Este juicio me permitió volver a encontrarme con Thomas. Me permitió liberar todo aquello que había retenido en mi ser. Ya sabíamos lo que sucedió cuando lo asesinaron, no necesitábamos ningún juicio para aclararlo. Pero ver como aquellos que lo mataron tenían que enfrentarse a su propia responsabilidad, me tranquilizó. Me hizo sentir que Thomas no ha muerto. Es cierto, físicamente lo han asesinado, pero para mi fue como verlo resucitar. Personalmente, me permitió hacer mi duelo. Hasta aquel momento era como si no hubiera pasado realmente. Acepto su ausencia mejor que antes. Porque la verdad es que me costaba mucho aceptar que Thomas ya no está entre nosotros, y que no volvería a estarlo.
En todos los ámbitos hay alguna cosa que aprender de Thomas. En todos los ámbitos nos dejó un camino a seguir. Deseo que las autoridades actuales se inspiren de ello. Hay siempre, siempre, siempre algo que hacer por este pueblo. Thomas soñó tanto con esta felicidad, que decidió ignorar todos los peligros que le rodeaban. El decía que todas las mañanas cometemos errores, pero que debemos velar para que ninguno de ellos sea fatal para el pueblo burkinabè. Estoy orgullosa de haber contribuido, con Thomas, a esta experiencia de cuatro años. Y mientras el pueblo de Burkina Faso sufra, las ideas de Thomas Sankara continuarán vigentes. Una vez nos dijo: “Si algún día yo no estoy, debéis continuar. No quiero que nadie, por orgullo, vaya a reencontrarse conmigo”. Y bien, esto que consigamos, como mínimo, guardar intacta su memoria y que las nuevas generaciones sepan que esta persona existió, y que se llamaba Thomas.
Artículo publicado originalmente en El Salto Diario