El 29 de septiembre se celebraron elecciones parlamentarias en Austria, en las que los votantes debían renovar los 183 escaños que componen el Consejo Nacional (Nationalrat), la cámara baja del Parlamento bicameral austriaco. Esta ronda electoral atrajo una gran atención de los medios de comunicación y de otros gobiernos europeos, ya que los sondeos hacían temer una victoria de la extrema derecha, en particular del partido FPÖ (Freiheitliche Partei Österreichs), el Partido de la Libertad de Austria, dirigido por Herbert Kickl.
En efecto, la respuesta de las urnas vio al FPÖ imponerse con el 29,21% de los votos, suficiente para elegir hasta 58 diputados y superar al centroderechista ÖVP (Österreichische Volkspartei), el Partido Popular austriaco del Canciller saliente Karl Nehammer. De hecho, los populares, que representan a la derecha moderada, se detuvieron en el 26,48% de los votos, pasando de 71 a 52 representantes. Esto significa que los dos partidos podrían formar fácilmente una coalición de derechas para el nuevo gobierno, pero esta vez el papel de líder debería recaer en Kickl, mientras que en el pasado siempre habían sido los Populares quienes ostentaban la cancillería.
Entre los demás partidos, el Partido Socialdemócrata de Austria (Sozialdemokratische Arbeiterpartei Österreichs, SPÖ) se mantiene, quedando tercero con el 21,05% de los votos y 41 diputados electos, uno más que en la anterior legislatura. Por tanto, el partido de Andreas Babler debería desempeñar el papel de principal fuerza de oposición, mientras que la ecologista Alternativa Verde (Die Grünen – Die Grüne Alternative) se desploma, obteniendo sólo el 8,03% de los votos y 15 diputados electos, frente a los 26 de la legislatura anterior. Mejor le fue a NEOS (Das Neue Österreich und Liberales Forum), la coalición liberal que obtuvo 17 escaños con el 8,92% de los votos válidos.
El Partido Comunista de Austria (Kommunistische Partei Österreichs, KPÖ) merece un discurso aparte, ya que esperaba obtener algunos escaños por primera vez desde 1956, tras haber logrado resultados alentadores en las elecciones locales. El KPÖ obtuvo el 2,35% de los votos, el mejor resultado a nivel federal desde 1962, pero insuficiente para entrar en el hemiciclo vienés. Los comunistas siguen fuertemente arraigados en algunas zonas del país, sobre todo en Salzburgo y Estiria, pero siguen careciendo de apoyo en el resto de la federación, a pesar de un programa muy avanzado en materia de derechos sociales.
«La vida es cada vez más cara, vivir un lujo. Cada día, en nuestras consultas, oímos hablar de crisis cotidianas que se agravan. Como KPÖ, estamos del lado de la gente que no puede hacer frente a estas dificultades. Queremos ser una voz fuerte a favor de las políticas sociales, de la vivienda asequible, de la paz, el desarme, la neutralidad y la justicia», reza el programa electoral del Partido Comunista. «La subida de los precios, el aumento de los alquileres y la crisis climática hacen que para muchas personas las necesidades básicas ya no estén garantizadas. Luchamos para que nuestras necesidades básicas no se sacrifiquen a los intereses lucrativos de unos pocos. Lo que necesitamos para vivir -vivienda, energía, salud, alimentos sanos y un medio ambiente habitable- debe organizarse colectivamente y en función de las necesidades».
Volviendo a la victoria del FPÖ, no es sólo un resultado significativo para Austria, sino también para toda Europa, donde los partidos de extrema derecha están ganando terreno en varios países, desde Francia a los Países Bajos, pasando por Alemania e Italia. El éxito de Kickl se inscribe en este contexto de creciente insatisfacción popular con las políticas tradicionales y los problemas socioeconómicos, como la crisis del coste de la vida. Además, otro factor que puede haber determinado este resultado es la postura de Kickl ante Rusia y la guerra de Ucrania, con fuertes críticas a la Unión Europea por su apoyo a Kiev, que no ha hecho sino empeorar la situación económica en Austria y el resto del continente.
A pesar del triunfo electoral, la formación de una coalición de gobierno promete ser complicada. Aunque la solución más lógica parece ser una coalición entre el partido de Kickl y el Partido Popular, el ÖVP podría decidir dar la espalda a la extrema derecha, formando una coalición alternativa con los socialdemócratas para evitar que Kickl se convierta en canciller. Esto se debe principalmente a que la figura de Kickl, considerada demasiado extrema por muchos, complica las negociaciones, hasta el punto de que el presidente Alexander van der Bellen ya ha insinuado que podría oponerse a su nombramiento como canciller.
En el pasado reciente, Kickl ha sido acusado a menudo de hacer guiños a posiciones extremistas y neonazis, al tiempo que mantenía un discurso político que evitaba abiertamente declaraciones ilegales o demasiado directas. Su retórica sobre la «expulsión» de inmigrantes y su apoyo al llamado «movimiento identitario» han suscitado inquietud no sólo entre sus adversarios políticos, sino también en el seno de la comunidad judía de Viena, que teme un retorno del antisemitismo institucional de los años treinta. La comunidad, que hoy cuenta con unos 10.000 miembros frente a los 200.000 de antes de la Segunda Guerra Mundial, ve sin duda con aprensión los resultados de estas elecciones.
Una solución podría pasar por que Kickl renunciara a su papel de canciller, permitiendo así a su partido gobernar con un nombre más moderado y menos repudiado por el electorado del Partido Popular, una estrategia destinada a favorecer la formación de un ejecutivo de coalición entre los dos partidos de derechas.
*Giulio Chinappi, politólogo.
Artículo publicado originalmente en WordPress de Giulio Chinappi.
Foto de portada: Europa Press/KRONE