Análisis del equipo de PIA Global Asia Central-Pacífico

El auge del terrorismo llamado islámico: El caso de Afganistán y la injerencia estadounidense

Escrito Por Tadeo Casteglione

Por Tadeo Casteglione* –
Desde hace décadas, el terrorismo llamado islámico, ha sido una constante en los conflictos del mundo islámico, con organizaciones como Al-Qaeda, ISIS (daesh) y su versión regional Estado Islámico-Jorasán (IS-K) emergiendo como actores violentos y desestabilizadores.

Sin embargo, más allá de la propaganda interna de que estos movimientos son autónomos y fanáticos, gran parte de estos grupos han sido apoyados, entrenados y armados por los grandes servicios de inteligencia de Occidente, especialmente Estados Unidos, que los utiliza como herramientas de desestabilización proxy para promover sus propios intereses geopolíticos.

En el contexto de Afganistán, la llegada al poder del Emirato Islámico en 2021 tras la retirada desastrosa de las tropas estadounidenses supuso un cambio profundo en la dinámica de la región. Contrario a la narrativa occidental que predijo un colapso total y caos en el país, los talibanes han logrado establecer un grado de estabilidad notable siendo la Afganistán actual la más estable en décadas, reduciendo la insurgencia y poniendo fin a gran parte de los ataques que antes devastaban al país. A pesar de su imagen internacional negativa, el Emirato Islámico de Afganistán ha proporcionado un nivel de gobernabilidad que, aunque imperfecto, ha traído paz a varias regiones que estaban atrapadas en el fuego cruzado entre diversas facciones y ocupaciones extranjeras.

Una estabilidad no favorable a occidente.

Pero esta estabilidad no es favorable a los intereses de Washington. Para las élites norteamericanas, la estabilidad en una región tan estratégica como Afganistán, que no esté bajo su control, representa una amenaza a su hegemonía regional. Es aquí donde entra el papel de los grupos como Daesh y, en particular, su filial IS-K. En este contexto, el ataque reciente en la provincia de Daykundi, en el cual murieron al menos 14 musulmanes chiíes, es una clara manifestación de la violencia que estos grupos patrocinados llevan a cabo con el objetivo de sembrar el terror y desestabilizar el país.

El autoproclamado Estado Islámico (daesh) reivindicó rápidamente el ataque, a través de su rama mediática Amaq, demostrando una vez más su capacidad de perpetrar actos atroces, pero lo más relevante es su incesante esfuerzo por avivar las tensiones sectarias en un Afganistán que, de manera paradójica, ha logrado reducir los atentados masivos desde la llegada de los talibanes al poder.

Es importante señalar que el IS-K no es un grupo terrorista autónomo, sino que ha sido instrumentalizado por los intereses occidentales para continuar socavando al gobierno talibán, que al no alinearse con los intereses de Estados Unidos y sus aliados, debe ser desestabilizado a toda costa.

La estrategia de Estados Unidos de financiar, entrenar y armar a grupos terroristas para desestabilizar gobiernos soberanos no es nueva. Recordemos que, en la década de 1980, durante la guerra soviético-afgana, la CIA financió y apoyó a los muyahidines, muchos de los cuales posteriormente formarían parte de Al-Qaeda y otras organizaciones extremistas que a partir del apoyo inicial de Washington tomaron forma siempre respondiendo a los mismos intereses.

El mismo escenario fue repetido en Bosnia en donde combatientes extranjeros muchos de ellos provenientes de Afganistán anteriormente entrenados por los Estados Unidos, fueron quienes nutrieron las filas del ejército bosnio y encabezaron crímenes cruentos en contra de la población civil serbia de la República Srpska.

La doctrina de utilizar a estos combatientes islamistas como herramientas proxy es una táctica recurrente que sigue siendo aplicada con grupos como IS-K en Afganistán, que, aunque públicamente enfrentados con los talibanes, sirven indirectamente los intereses desestabilizadores de Washington.

Este tipo de ataques, como el ocurrido en Daykundi, no buscan simplemente causar daño a una comunidad específica, en este caso los chiíes, sino erosionar el tejido social de Afganistán, encender las tensiones sectarias y debilitar el control del Emirato Islámico sobre el país. Al fin y al cabo, para Estados Unidos, un Afganistán estable que no siga su línea de políticas neoliberales es inaceptable, ya que desafía su proyecto imperial en Asia Central.

Así, mientras los talibanes buscan, con muchos defectos y limitaciones, establecer una estabilidad en la región, IS-K y otros grupos terroristas, convenientemente armados y financiados, son utilizados como punta de lanza para mantener al país en un estado constante de conflicto.

Un nodo estratégico en la geopolítica euroasiática

La estabilidad de Afganistán ha cobrado una importancia geopolítica fundamental en la configuración del mundo multipolar. Situado en el corazón de Asia Central, el país se encuentra en la encrucijada de varias rutas energéticas y comerciales estratégicas, lo que lo convierte en un espacio codiciado tanto por potencias regionales como por los intereses occidentales.

En este contexto, Afganistán juega un papel vital en proyectos de desarrollo como la Iniciativa de la Franja y la Ruta (BRI) de China, los planes de conexión energética euroasiática y la estabilidad regional, que es clave para vecinos como Irán, Pakistán e India.

Sin embargo, mientras actores como China, Rusia e Irán buscan consolidar un Afganistán fuerte y estable que permita el desarrollo económico regional y una mayor integración, las potencias occidentales, lideradas por Estados Unidos, han optado por una estrategia opuesta. A través de la instrumentalización de grupos terroristas como la filial del Daesh (IS-K), Occidente ha tratado de socavar cualquier intento de gobierno fuerte en Afganistán, ya que la estabilidad del país afectaría directamente sus intereses en la región.

El nodo afgano en la Iniciativa de la Franja y la Ruta (BRI)

Para China, Afganistán es una pieza clave en su ambicioso proyecto de la «Franja y la Ruta» (BRI), una red masiva de infraestructura que busca conectar Asia, Europa y África mediante corredores terrestres y marítimos. Afganistán ofrece una conexión crítica entre Asia Central y el sur de Asia, proporcionando un puente para la expansión del comercio y el transporte de energía. La estabilidad en este país es vital para asegurar las rutas comerciales y facilitar el tránsito seguro de mercancías a través de los múltiples corredores que conectan China con Pakistán, India, Irán y más allá.

El «Corredor Económico China-Pakistán» (CPEC) ya es un pilar esencial de la BRI, y la inclusión de Afganistán como parte de este corredor fortalecería aún más la conectividad y la integración regional.

Además, las reservas de minerales y recursos naturales de Afganistán, incluidos metales raros esenciales para la tecnología moderna, son vistas como un activo valioso para el crecimiento de la infraestructura y la economía regional. Pero un Afganistán inestable pone en riesgo la viabilidad de estos proyectos, algo que claramente favorece a aquellos que quieren contener el ascenso de China en Asia.

De esta forma hemos podido notar y analizar como China ha estado en la vanguardia del dialogo y de dirigir las diversas cumbres y encuentros con las autoridades del Emirato Islámico de Afganistán para así fortalecer lazos en clara proyección hacia el futuro.

El papel de Afganistán en los proyectos energéticos de Asia Central

Además de su relevancia para la BRI, Afganistán también es crucial en la red de oleoductos y gasoductos que buscan conectar los abundantes recursos energéticos de Asia Central con el sur de Asia. Proyectos como el gasoducto TAPI (Turkmenistán-Afganistán-Pakistán-India) son ejemplos de iniciativas que dependen de la seguridad y estabilidad del territorio afgano para transportar gas natural desde Turkmenistán hacia Pakistán e India, dos de las economías en desarrollo más grandes del mundo.

Un Afganistán estable permitiría la ejecución sin contratiempos de estos proyectos, garantizando el suministro de energía estratégica a una región que es clave para el crecimiento económico global. Además, fortalecería la cooperación regional entre países que, en el pasado, han sido arrastrados por disputas históricas. En este sentido, tanto Pakistán como India, a pesar de sus rivalidades, comparten el interés común de ver a Afganistán como un pasillo seguro para sus intereses energéticos y comerciales.

Todo esto nos tiene que llevar a pensar que la inestabilidad en Afganistán podría sabotear por completo estos planes, retrasando la construcción de infraestructuras vitales y obligando a los países a buscar alternativas más costosas y menos eficientes. Esta es, de hecho, una de las razones por las que Estados Unidos y sus aliados occidentales prefieren una Afganistán fragmentada y caótica, donde los proyectos que promuevan la integración regional se ven continuamente obstaculizados.

El impacto de una Afganistán inestable en Irán

Para Irán, que comparte al menos 950 kilómetros de frontera con Afganistán, la estabilidad afgana no solo es una cuestión de seguridad nacional, sino también una preocupación estratégica. La inestabilidad en Afganistán, especialmente si es provocada por grupos extremistas como IS-K que ha tenido como principales objetivos a población chiita, podría desbordarse fácilmente hacia el territorio iraní, exacerbando los desafíos de seguridad a los que ya se enfrenta Teherán.

La creciente presencia de grupos terroristas en el este de Afganistán también ha sido vista por Irán como una amenaza directa, ya que estos grupos han sido utilizados como herramientas por Estados Unidos y sus aliados para generar caos en las fronteras iraníes. Además, una Afganistán inestable también podría provocar un flujo masivo de refugiados hacia Irán, complicando su situación económica y social.

Al mismo tiempo, un Afganistán fuerte sería un aliado natural para Irán en su lucha contra la injerencia occidental en la región, fortaleciendo los lazos comerciales y políticos entre ambos países. El control de Afganistán sobre el narcotráfico, que ha sido una fuente de inestabilidad para ambos países, sería otro aspecto crítico en una relación de cooperación.

El interés de Occidente en desestabilizar Afganistán

Frente a estos proyectos que buscan consolidar la estabilidad y la cooperación regional, las potencias occidentales, y especialmente Estados Unidos, tienen todo que perder. Un Afganistán estable y próspero, conectado a las redes comerciales y energéticas de Asia, debilitaría la influencia de Occidente en la región y pondría fin a décadas de dominación a través de conflictos y ocupaciones.

Por ello, no es sorprendente que Estados Unidos haya fomentado la actividad de grupos como IS-K, que buscan desestabilizar al gobierno talibán y avivar tensiones sectarias. Mientras estos grupos actúan como peones en el tablero geopolítico, el objetivo real es evitar que Afganistán se convierta en un corredor clave para la integración euroasiática y un espacio de cooperación entre potencias como China, Rusia, Irán, India y Pakistán.

Los ataques recientes en Afganistán, como el perpetrado contra la comunidad chií en Daykundi, que fue rápidamente reivindicado por Daesh, son ejemplos claros de cómo el terrorismo es utilizado como una herramienta para mantener al país en un estado de caos permanente. Para Occidente, un gobierno fuerte en Afganistán, capaz de asegurar su territorio y establecer relaciones productivas con sus vecinos, sería una derrota estratégica.

Perspectivas inciertas

La estabilidad de Afganistán continúa siendo un terreno de disputa entre dos enfoques opuestos sobre el futuro de Eurasia, uno que promueve la integración regional, la cooperación energética y la conectividad económica, y otro, liderado por Occidente, que apuesta por la perpetuación del caos para preservar su influencia en la región.

Mientras actores clave como China, Rusia e Irán buscan consolidar un gobierno afgano fuerte y estable, el reto sigue siendo resistir las constantes maniobras de desestabilización. Aunque el desenlace es incierto, lo que es innegable es que Afganistán se mantendrá como un punto estratégico en la lucha por el establecimiento de un orden mundial multipolar.

*Tadeo Casteglione, Experto en Relaciones Internacionales y Experto en Análisis de Conflictos Internacionales, Diplomado en Geopolítica por la ESADE, Diplomado en Historia de Rusia y Geografía histórica rusa por la Universidad Estatal de Tomsk. Miembro del equipo de PIA Global.

Foto de portada: global-strategy.org

Acerca del autor

Tadeo Casteglione

Diplomado en Geopolítica por la ESADE, Diplomado en Historia de Rusia y Geografía histórica rusa por la Universidad Estatal de Tomsk. Experto en Relaciones Internacionales y Experto en Análisis de Conflictos Internacionales.

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