Colaboraciones Nuestra América

Milei no es el responsable exclusivo de la crisis argentina

Por Daniel Moser*. –
Milei no es responsable de lo que sucede en Argentina, al menos no exclusiva ni principalmente. En la misma situación están quienes votaron por él.

Podríamos irnos a la época de la independencia para encontrar los orígenes de los males argentinos –como muchos señalan– pero, ni es necesario y en todo caso termina siendo un camino en el que nos perderemos en 208 años de historia.

A mi juicio, es necesario remitirnos al último hecho histórico más relevante de la historia política contemporánea argentina: el golpe de Estado cívico-militar prooligárquico de 1976.

Desde el anterior momento histórico relevante –el golpe de Estado del mismo signo ideológico en 1955– hasta mediados del decenio de 1970 se sucedieron gobiernos cívico-militares prooligárquicos, con la excepción del de Illia, producto de un proceso electoral que no debe considerarse democrático, porque el candidato de la Unión Cívica Radical (UCR), históricamente vinculada a los golpes de Estado, llegó a la presidencia por la proscripción del peronismo.

Aniquilación

A mediados de los setenta, en plena crisis política y en un marco de violencia generalizada entre los grupos guerrilleros y las fuerzas policiales y militares del Estado, María Estela Martínez de Perón, presidenta por la muerte de Perón, convocó a elecciones anticipadas en una medida que podría considerarse un intento de salida institucional a la grave crisis.

La medida resultó ser el acelerante del golpe de Estado cívico-militar prooligárquico que ya se estaba gestando. Cuando los civiles y militares golpistas asumieron el gobierno, se agudizó la violencia, especialmente por parte de las fuerzas policiales y militares.

Con la excusa de combatir a la guerrilla, mediante el llamado Proceso de Reorganización Nacional (“el Proceso”) se dedicaron a asesinar y desaparecer no solo a los guerrilleros, sino a las vanguardias de los sectores académicos, culturales, gremiales, sociales y políticos que nada tenían que ver con la guerrilla (de hecho, a mi juicio, fueron el objetivo principal). En lugar de aplicar la ley y la justicia de manera institucional, se optó por la aniquilación echando mano de los métodos diseñados por la CIA y demás organismos similares que EUA promueve para aplicar en otros países.

Así se cumplía con el objetivo principal del Proceso: desmantelar toda estructura de representación legal y legítima de la sociedad en el campo nacional y popular para aplicar sin limitaciones las políticas neoliberales en boga en esa época.

El triunfo del neoliberalismo

Cabe aquí una pequeña digresión: el neoliberalismo no es una corriente económica, es una ideología política integral que va más allá de lo económico.

Su principal objetivo no es destruir el Estado, sino ponerlo explícita y absolutamente al servicio de la oligarquía local y las corporaciones globales. Desde hace unos años existe la idea –equivocada– de que el neoliberalismo fracasó, pero sucedió todo lo contrario: triunfó contundentemente,1 porque logró todo lo que se propuso: tomar el control del Estado, concentrar las riquezas en pocas manos y sumir a las mayorías en la pobreza. Los promotores del neoliberalismo difunden, engañan y convencen incluso a sus opositores con que sus políticas “fracasaron”, dando pie a posibles correcciones, cuando en realidad nunca se propusieron cumplir las promesas de beneficios sociales.

La “democracia” que heredó el Proceso

En 1982, el fallido intento de recuperar la soberanía de las Islas Malvinas condujo, no a la salida auténticamente democrática, como la mayoría supone, sino al inicio de una nueva etapa del «Proceso», ahora con formalidad democrática vacía de contenido sustancial.

Muerto Perón, el peronismo se transformó en una franquicia al servicio de la partidocracia oportunista, que se dedicó a denostarlo, y de quienes usan sus consignas y banderas con propósitos mezquinos que –no me cabe duda– esa revolucionaria que fue Eva Duarte combatiría contundentemente.

Si hacemos un repaso a los datos estadísticos sobre los factores más relevantes de la vida cotidiana de los argentinos, la situación desde 1976 hasta 2024 no ha hecho más que empeorar. Algunos, muchos, dicen que luego de la crisis de 2001 vino una “década ganada” con los gobiernos de Néstor Kirchner y Cristina Fernández, pero debe reconocerse que se partió de un piso crítico a partir del cual muy poco parecía mucho. No pretendo descalificar esos gobiernos, ni evitar la crítica, que es motivo de otra reflexión, pero lo cierto es que aún hoy los paradigmas centrales en materia política, económica y cultural impuestos por el Proceso a partir de 1976 siguen vigentes –otro tema motivo de reflexión independiente.

Consumada la primera etapa de liquidación, no sólo de la guerrilla, sino de las vanguardias señaladas, y con la derrota en las islas Malvinas, la salida efectiva resultó ser un proceso electoral que derivó en gobiernos de distinto signo político-ideológico pero conducidos por una partidocracia que el Proceso toleró y heredó al pueblo argentino.

La despolitización inducida

Sin duda el mayor éxito del Proceso cívico-militar prooligárquico fue la despolitización de varias generaciones de argentinos, mediante una campaña de frivolización y superficialidad utilizando dos instrumentos centrales: los medios de comunicación, especialmente la televisión, y los programas culturales y educativos que siguen plenamente vigentes –maquillados con “democracia”–, aumentados ahora con las nuevas tecnologías; muestra contundente de ello es que millones de argentinos hicieran presidente a Milei.

Una crisis tras otra nos conduce al presente. Después de la “década ganada”, Cristina Fernández en 2015, sin consultar a nadie, menos al pueblo que le dio legítima representación, eligió a Daniel Scioli (amigo de Macri, con lo que ello implica) como sucesor… y lo dejó solo en campaña. Resultado: Mauricio Macri, presidente; en 2019, nuevamente sin consultar a nadie, eligió a Alberto Fernández (gorila, frívolo, incompetente y oportunista) y luego a Sergio Massa (gorila y explícito agente de EUA). Resultado: Milei, presidente.

La responsabilidad de Cristina Fernández y la “oposición” a Milei

Obviamente, Cristina Fernández no es la exclusiva, pero sí la principal responsable de que Milei sea presidente. Pero habiendo asumido Milei, el hecho de que después de sus primeras medidas de gobierno y declaraciones (“Voy a destruir el Estado”) lleve siete meses en el cargo es responsabilidad directa y exclusiva de una oposición que, en lugar de hacerle juicio político por insania y por las medidas que aplica hundiendo aún más al pueblo en la miseria y entregando la soberanía, ¡lo respalda concediéndole desde el Legislativo las leyes que le permiten hundir al país en una crisis que por el actual camino indefectiblemente conducirá a una igual o mayor a la de 2001!

Cuando eso suceda –porque sucederá: espero que sin represión criminal por parte del Estado, como la hubo en 2001– será injusto responsabilizar exclusiva y principalmente a Milei. Cierto es que tal vez la principal consigna que le mereció votos fue la de “combatir a la casta” política, a la que terminó incorporando a su gobierno, especialmente del sector pro o abiertamente oligárquico.

Mi primer pronóstico fue que no pasaría de cuatro meses de gobierno, y ya lleva siete. Mi razonamiento no se basaba en alguna expectativa del actuar de “la casta” política, sino en la reacción popular ante el sufrimiento vivido por décadas, y ahora multiplicado exponencialmente por el gobierno de Milei y “la casta” política, la partidocracia que cogobierna.

Ni “líderes”, ni “conductores” fracasados: legítimos representantes populares

Es tal la depresión, la frustración, el desengaño de millones de argentinos que, salvo reacciones puntuales y esporádicas, la desmovilización se impone; pero, sin duda, por el actual rumbo, será cuestión de tiempo para que la situación estalle. Es de esperarse que la consecuencia de ella sea un despertar, un replanteo a fondo, un poner fin a la cultura de “líderes” y “conductores” para construir desde cero, tomando lo mejor del pasado sin repetir los errores: un movimiento nacional y popular con legítimos representantes surgidos de las bases, con democracia directa y participativa, para lograr poner fin al Proceso de Reorganización Nacional 1976-2024.

Daniel Moser*. Analista político y editor. Argentino y mexicano. Director de HELIOS comunicación (heliosmx.org) Integrante del Centro de Estudios Estratégicos Nacionales, A. C., en México.

Foto de portada: Enrique García Medina

Referencias:

1  https://ceen.org.mx/2019/02/02/el-triunfo-del-neoliberalismo/

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