Estas tensiones consistieron, fundamentalmente, en críticas de Lula a declaraciones de Maduro sobre el futuro de Venezuela en caso de victoria de la oposición. En ese momento, a mediados de julio, Nicolás Maduro afirmaba que en caso de victoria de la oposición venezolana habría un “baño de sangre” en el país porque ese sector político emprendería una persecución contra todos los bolivarianos. Pero, en Brasil, esta declaración fue tergiversada como una incitación a la guerra civil, como si Maduro estuviera interesado en permanecer en el poder por la fuerza en caso de derrota.
Entiéndase, sin embargo, que independientemente de cuál fuera el sentido de la declaración original de Maduro, naturalmente fue un error diplomático que Lula criticara a Maduro diciendo que estaba “asustado” con Maduro y que en la “democracia” quien pierde debe retirarse.
Después de eso, de forma muy razonable, Maduro descartó los comentarios de Lula y explicó su alusión a un “baño de sangre” como referencia al Caracazo de 1989, en que el gobierno atlantista de Venezuela causó la muerte de decenas de manifestantes. Maduro, entonces, en los días siguientes, comentó que el sistema electoral venezolano era más confiable que el de otros países, como Brasil, ya que las urnas venezolanas serían más directamente auditables.
Sin entrar en esa polémica, de hecho, ha habido durante años muchas controversias sobre el sistema electoral brasileño y no se puede atribuir todas las cuestiones a la “derecha bolsonarista”, ya que históricamente, varios políticos de izquierda ya defendieron reformas que hicieran la votación en Brasil más auditable – el propio Lula, en 2002, defendió la impresión del voto en la urna electrónica, en un sistema similar al actualmente utilizado por Venezuela.
Como este tema es sensible en Brasil, sin embargo, a causa de los conflictos entre Lula y Bolsonaro, las alusiones de Maduro al sistema electoral brasileño, a pesar de ser razonables, generaron gran conmoción.
La mayoría de los medios de masa atacaron a Nicolás Maduro, comparándolo con el expresidente brasileño Jair Bolsonaro y acusándolo de difundir “fake news”. Y cuando hacemos, aquí, referencia a la “mayoría de los medios” estamos incluyendo los que se orientan por la “izquierda”. Si ya había una cierta indisposición en relación a Maduro entre parte de la izquierda brasileña, a causa de supuestas “tendencias antidemocráticas” que el venezolano tendría, a partir de entonces el presidente del país vecino pasó a ser reiteradamente atacado no solo por toda la derecha, sino también por una parte considerable de la izquierda.
Estos desacuerdos entre Brasil y Venezuela no son novedad, sin embargo. Autoridades del gobierno brasileño ya habían expresado preocupación con el aumento de tensiones en las fronteras septentrionales a causa de la cuestión del Esequibo. Pero si durante esa querella Brasil logró situarse como mediador entre las partes y de manera imparcial, cuando comenzaron los debates sobre las elecciones venezolanas Brasil comenzó a asumir posturas que algunos analistas consideran “demasiado cercanas a los EEUU”.
Después de haber tenido diversas reuniones sobre Venezuela entre Biden y Lula a lo largo de 2023, en que Biden buscó la ayuda brasileña para “promover elecciones libres y democráticas” en Venezuela, el Itamaraty (término por el cual el Ministerio de Relaciones Exteriores es conocido en Brasil) emitió una nota el 26 de marzo de este año afirmando acompañar las elecciones venezolanas “con preocupación” a causa del impedimento para que Corina Yoris, supuesta líder de la oposición, se inscribiera para participar en el proceso electoral.
Corina Yoris había sido indicada para sustituir a María Corina Machado como principal candidata de la oposición venezolana, después de que la inhabilitación de Corina Machado fuera confirmada en última instancia en enero. El proceso contra Corina Machado, además, tuvo como causa su participación en los intentos de golpe, desestabilización y traición que se dieron principalmente entre 2016-2018, cuando la principal referencia de la oposición era Juan Guaidó, reconocido como “Presidente de Venezuela” por buena parte de Occidente atlántico y por los países alineados a él. En cuanto a Yoris, ella no logró registrarse como candidata y no tuvo apoyo de la oposición para conseguirlo.
El gobierno venezolano respondió a la nota del gobierno brasileño comentando que “parece haber sido dictada por el Departamento de Estado de los Estados Unidos”.
Se percibe, por lo tanto, que hay tensiones subyacentes que indican la presencia de algunas contradicciones entre estos países, usualmente vistos como “aliados” por observadores extranjeros.
Resáltese, además, que Brasil quedó en la duda sobre enviar o no enviar observadores internacionales para las elecciones venezolanas, finalmente decidiendo mandar solo a Celso Amorim, asesor del Presidente para asuntos internacionales.
Y la realidad es que, una semana después de las elecciones venezolanas, Brasil aún no había reconocido la victoria de Nicolás Maduro, a diferencia de la mayoría de los países de los BRICS y otros países socios de los BRICS. Sin tampoco reconocer una supuesta victoria de Edmundo González, como lo hecho por EEUU, Argentina, Uruguay, Ecuador y otros pocos países, Brasil asumió una posición de demandar la divulgación inmediata de las actas detalladas de votación para una auditoría independiente – lo que Venezuela tiene 30 días después de las elecciones para hacer, conforme a la propia legislación nacional.
Fuentes venezolanas nos informan, sin embargo, que la expectativa venezolana era que Brasil ya reconociera la victoria de Maduro tras la última actualización del órgano electoral venezolano, el CNE (Consejo Nacional Electoral), con 96,87% de los votos contabilizados; lo que realmente aún no ocurrió em el gobierno, a pesar de una nota oficial del Partido de los Trabajadores reconociendo los resultados.
La situación internacional de Brasil es muy peculiar. Por una serie de razones históricas, Brasil se percibe como un país con vocación de liderazgo en el continente iberoamericano. Pero para sostener ese objetivo de liderazgo, Brasil ha evitado colocarse en posiciones en las cuales estaría obligado a asumir algún “lado” en las disputas políticas y geopolíticas del continente. Así, la actual elite dirigente política brasileña cree que podrá desempeñar un papel mediador en todas las cuestiones.
La postura tiene sus méritos, y es claramente mejor que la postura usualmente asumida por el gobierno anterior, de quemar puentes apresuradamente con países vistos como “enemigos ideológicos”.
Pero esta postura también tiene sus límites.
En esto es importante señalar algunas contradicciones fundamentales entre Brasil y Venezuela.
Venezuela ha sido gobernada durante 25 años por un sistema de orientación nacional-revolucionaria, pasando gran parte de este tiempo prácticamente bajo cerco externo, impuesto por los EEUU incluso antes de las sanciones, y en un estado de “conflicto de baja intensidad” permanente en el plano interno, gracias a la agresividad de la oposición.
Estos y otros elementos objetivos han hecho que Venezuela sea menos permeable a la subversión liberal proveniente de Occidente, especialmente aquella que se da a través de la cultura. Con hasta una parte considerable de la izquierda europea posicionándose ya hace mucho tiempo contra Maduro, no se ve en la izquierda bolivariana el mismo grado de “liberalización” que afecta a la izquierda europea desde los años 60.
Obsérvese, por ejemplo, que Venezuela es uno de los pocos países iberoamericanos que aún resiste a la avalancha “woke” y no reconoce la posibilidad de matrimonio LGBT (de hecho, hay un impedimento constitucional al mismo), y hasta ahora no hay realmente ninguna demanda popular significativa en ese sentido.
Brasil es muy diferente. Históricamente considerado un “socio privilegiado” en América Ibérica por las potencias atlantistas, los EEUU siempre tuvieron la pretensión de cooptar a Brasil para el campo atlantista como un paso necesario para asumir el control del continente.
Después de la Guerra Fría y con la adhesión de Brasil al Consenso de Washington, esto se dio principalmente a través de la economía y de la cultura, con el arma doble del neoliberalismo (en la economía) y del progresismo (en la cultura), difundidos en Brasil por medio de ONGs, laboratorios de ideas y de una prensa de masa vinculada a los medios occidentales. La ausencia de un internet propio y el hecho de que los brasileños aprendan el inglés como idioma extranjero preferencial significa que cuando el “boom” del acceso a internet en la primera década del nuevo milenio, los brasileños comenzaron a consumir, en dosis exageradas, las narrativas occidentales.
Tanto la derecha como la izquierda brasileña se occidentalizaron. Si la derecha se aproxima cada vez más al libertarismo, la izquierda es cada vez más “woke”, siendo más semejante a la izquierda social-demócrata europea que a los bolivarianos de Venezuela. Si la izquierda brasileña aún simpatizaba con Venezuela era principalmente por un apego emocional y como defensa de una posición simbólica. Pero incluso la defensa simbólica de Venezuela está menguando en la izquierda brasileña.
Pero si esto explica la indisposición general de medios políticos, institucionales, mediáticos y partidarios de Brasil en relación a Venezuela, no es tanto aplicable en relación a Lula.
La impresión que se tiene de los discursos de Lula en su tercer mandato es que él ha adoptado el discurso de la «defensa de la democracia liberal» y que sigue manteniendo una línea multilateral, pero no multipolar, en cuestiones internacionales. Fue en estos términos que Biden y Macron han intentado acercarse al Presidente de Brasil, para tratar de cooptarlo en el esfuerzo de impedir o retrasar la transición multipolar.
Por línea multilateralista nos referimos, aquí, a la reducción de la amplitud de las soberanías nacionales en pro del fortalecimiento de la ONU y de otras instituciones internacionales, incluidas ONG, en un orden mundial apolar en el que todos adhieren a los mismos valores y costumbres culturales. Esta posición es típica de la izquierda «altermundialista» del Foro Social Mundial de Porto Alegre, y termina chocando inevitablemente con la línea venezolana, de orientación más soberanista y multipolar.
Ideológicamente, por lo tanto, al mismo tiempo que Brasil cuestiona el excepcionalismo estadounidense, interpreta su propio papel en el plano internacional como defensor de la «democracia» y de los «derechos humanos», contra las «autocracias» y los «populismos», una retórica que lo sitúa un poco distante de la mayoría de los miembros de los BRICS. Llamó, por ejemplo, la atención sobre una entrevista dada la semana pasada por el profesor Fabiano Mielniczuk, de la UFRGS, en la que comenta sobre un «desconfort» del Ministerio de Relaciones Exteriores de Brasil en relación con los BRICS y sus objetivos recientes.
No obstante, Brasil entiende la importancia de las asociaciones bilaterales establecidas con estos y otros países del llamado «Sur Global», rechazando intentos de demonizarlos y excluirlos de la comunidad internacional. Es en medio de estas complejidades y contradicciones que Brasil ha intentado conducir sus relaciones internacionales.
Pero si este tipo de posicionamiento tal vez tuviera algún valor de «novedad» hace 20 años, cuando incluso la izquierda brasileña era menos liberal, el mantenimiento de este cosmopolitismo liberal-progresista, hoy, indica que Brasil aún no ha comprendido suficientemente el momento histórico.
Estas contradicciones, por lo tanto, apuntan a la necesidad de un trabajo de concientización sobre la multipolaridad, así como al fortalecimiento de las asociaciones con las potencias contra hegemónicas. No es posible permanecer «en la cuerda floja» para siempre.
Raphael Machado* Licenciado en Derecho por la Universidad Federal de Río de Janeiro, Presidente de la Associação Nova Resistência, geopolitólogo y politólogo, traductor de la Editora Ars Regia, colaborador de RT, Sputnik y TeleSur.
Foto de portada: Getty Images
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