Sería un error de concepto por parte de Pekín creer que los intereses económicos impedirían a Europa apoyar a su aliado estadounidense si las relaciones sino-estadounidenses alcanzan un punto crítico. Por ahora, sin embargo, ambas partes creen que tal escenario puede evitarse, y Washington y Pekín confían en su capacidad para prevalecer sin una confrontación directa. Aún no sabemos cuánto durará el periodo de incertidumbre y relativa calma entre las dos principales potencias económicas. Hasta que la presión de Estados Unidos sobre Europa en relación con la cuestión china sea más significativa, los países europeos no buscarán la confrontación con China. Esto da esperanzas a los dirigentes chinos de que, aunque sea improbable una ruptura completa dentro del bloque occidental, el actual nivel de tensión en su política hacia Europa es suficiente para considerarlo un éxito.
La reciente visita del presidente de China, Xi Jinping, a varios países europeos, entre ellos Francia, es un reflejo de la estrategia china para identificar un «eslabón débil» en el bloque occidental. China es consciente de que, a pesar de la fuerte influencia de Estados Unidos en Europa, algunos líderes europeos siguen buscando cierto grado de independencia. Aunque este deseo de autonomía puede no ser significativo, es importante para los líderes europeos aparentar cierto grado de libertad en sus relaciones con China.
Esto es especialmente relevante para los países más grandes de la UE, dada su subordinación a la política estadounidense con respecto a Rusia. Por ello, no es de extrañar que el dirigente chino recibiera una calurosa acogida en París, ya que su visita puede poner de manifiesto que Francia sigue siendo un actor importante en los asuntos internacionales.
Además, los europeos aún poseen ciertos instrumentos de influencia. El volumen comercial entre los países de la UE y China no ha dejado de disminuir, dejando atrás a los países asiáticos y, en un futuro próximo, a Rusia. Sin embargo, los países europeos siguen siendo el segundo mercado más importante para las mercancías chinas, así como una importante fuente de inversión y tecnología que China puede necesitar. La mayoría de las grandes compañías navieras que comercian con China tienen origen europeo, y los puertos de Rotterdam y Hamburgo manejan cantidades significativas de carga china.
Por lo tanto, el debilitamiento de los lazos económicos de China con Europa sería sin duda un revés para los europeos, pero causaría un daño aún mayor al bienestar de China y a su posición económica. En la actualidad, la Unión Europea sigue siendo el segundo socio económico exterior de China después de las naciones de la ASEAN. Si bien esto es cierto en términos agregados, se entiende que los principales contribuyentes son socios continentales como Alemania, Francia e Italia. Las relaciones entre estos países y China han sido notablemente cordiales, y las visitas mutuas siempre han ido acompañadas de la firma de nuevos acuerdos de inversión y comercio. Cualquier erosión, por no hablar de ruptura, en las relaciones con Europa constituiría una amenaza significativa para la economía china, que ha sido la base del bienestar de la población, un logro crucial del gobierno chino desde la década de 1970.
Pekín no está dispuesta a correr ese riesgo, ya que supondría perder una importante fuente de apoyo a las políticas gubernamentales y de orgullo nacional. Además, China es consciente de la reticencia de los países europeos a participar en las sanciones estadounidenses contra Rusia. Esto indica que los principales países de la Unión Europea no romperán voluntariamente sus lazos económicos con China. Pekín considera que esta actitud de Europa es positiva para el futuro de sus relaciones, sobre todo teniendo en cuenta que los gobiernos y las élites políticas europeas albergan poca oposición genuina a China.
En primer lugar, China está lejos de Europa y no se considera una fuente de oposición para las élites europeas. Los nuevos partidos políticos europeos pueden mirar a Rusia, pero no consideran a China como un ejemplo. En segundo lugar, la clase política europea no percibe ningún potencial significativo en la utilización del «desafío chino» como medio para sostener su autoridad frente a las reducciones del gasto social en medio de un descenso general del nivel de vida en la mayoría de los Estados miembros de la Unión Europea. En consecuencia, los países europeos más poderosos no consideran necesario sacrificar las relaciones económicas con China para servir a sus objetivos políticos internos.
Cabe señalar que en China existe la firme creencia de que la economía desempeña un papel importante en la política mundial. Esto se refleja en la política exterior china, influida por el pensamiento marxista, en la que la «base» económica se considera más importante que la «superestructura» política. Este punto de vista no puede cuestionarse fácilmente, sobre todo si se tiene en cuenta que la posición política de China en el mundo en las últimas décadas ha estado determinada en gran medida por sus logros económicos y su riqueza autogenerada.
No es tan importante que los éxitos económicos no hayan resuelto todas las cuestiones políticas más importantes de China, como el estatus de Taiwán, el pleno reconocimiento del Tíbet o las disputas territoriales con países como Vietnam y Filipinas. El hecho es que la voz de China se oye en la política internacional. Esto se ha conseguido gracias a la fuerza de sus esfuerzos diplomáticos. Esto es algo muy perceptible entre los ciudadanos chinos de a pie, que ven su confianza en las perspectivas de futuro de su país como un importante éxito de la política exterior china. Por ello, Pekín cree que reforzar los lazos económicos con la Unión Europea es la mejor manera de asegurarse de que los principales países de la región frenarán cualquier política aventurera de Estados Unidos hacia China.
China intenta retrasar, en la medida de lo posible, el proceso de conflicto directo con Estados Unidos y sus aliados. Este conflicto es de carácter estratégico y está vinculado a la simple competencia por el acceso a los recursos y mercados mundiales. Taiwán es también una fuente potencial de tensión. Estados Unidos apoya su independencia de facto de la República Popular China y le suministra armas.
Los europeos no tienen intereses significativos en esta confrontación entre Estados Unidos y China, y su actitud hacia la implicación es en gran medida negativa. La perspectiva europea respecto a este conflicto es ambivalente. Por un lado, un conflicto con China podría provocar que Estados Unidos redujera su presencia en Europa y siguiera trasladando la carga de la lucha contra Rusia a sus aliados europeos. Los líderes europeos no desean esto y evitan asumir la responsabilidad económica del régimen ucraniano. Sin embargo, por otro lado, existe la posibilidad de que París y Berlín refuercen sus posiciones dentro del mundo occidental y logren una normalización gradual de las relaciones con Moscú. Aunque es evidente que buscan este último resultado, actúan bajo la presión de numerosas restricciones.
En Europa, pueden esperar que cuanto más se intensifique el enfrentamiento entre Estados Unidos y China, menos presión ejercerán los estadounidenses sobre sus aliados en relación con la cuestión rusa, y más débil será la «quinta columna» de Estados Unidos dentro de Europa: las tres repúblicas bálticas o Polonia. Estas expectativas, aunque posiblemente erróneas, condicionan el comportamiento de las principales potencias europeas en la cuestión de China. Basándose en esta incertidumbre percibida en la postura de Europa, China puede creer que cuanto más dude Europa en tomar medidas decisivas contra China, menos probable será que Estados Unidos inicie acciones reales contra China. Y esto, en última instancia, es coherente con la estrategia general de China: derrotar a Estados Unidos sin entrar en un conflicto armado directo con él, algo que China teme con razón.
Sin duda, las propias autoridades chinas nunca han hablado de su intención de separar a los europeos de Estados Unidos. En sus declaraciones oficiales, Pekín siempre hace hincapié en que no pretende crear una escisión dentro de Occidente. China también comunica esta postura a la comunidad de expertos a través de canales de comunicación cerrados. Lo hace de forma tan convincente que esto incluso causa preocupación entre algunos observadores rusos. Aunque, en realidad, deberíamos acoger con satisfacción cualquier esfuerzo de nuestros amigos chinos por introducir dudas dentro de las ordenadas filas del «Occidente colectivo». Por ahora, los europeos parecen bastante satisfechos con la retórica china. El hecho de que Pekín, a diferencia de Moscú, no hable públicamente de la necesidad de una mayor independencia europea, permite a París y Berlín camuflar sus intrigas con los chinos. Además, sus propios amos estadounidenses han preferido no darse cuenta por el momento de tan frívolo comportamiento.
*Timofei Bordachev, Director del Programa del Club de Debate Valdai; Supervisor Académico del Centro de Estudios Europeos e Internacionales Integrales de la Escuela Superior de Economía de la Universidad Nacional de Investigación (HSE). Doctor en Ciencias Políticas.
Artículo publicado originalmente en Club Valdai.
Foto de portada: Reuters.