Muchas veces el cine, en este caso Netflix, intenta llevar a nuestros hogares alguna situación de la realidad a través de la pantalla, en algunos casos, los más excepcionales, la mirada que nos devuelve esa producción se asemeja a los hechos reales, pero la gran mayoría de las veces eso no ocurre. En el caso de la mini serie Black Eart Rising podemos decir que se queda a mitad de camino. De hecho, los “guiños” al cine comercial y a los clichés “hollywoodenses” son los que terminan echando por tierra la credibilidad sobre los hechos que se cuentan prolijamente en ocho capítulos.
El genocidio de Ruanda tuvo un cimiento en las divisiones dentro de la población que el orden colonial creo y sostuvo como medio de dominación. Estas divisiones étnicas fueron creciendo y exacerbando las tensiones y los rencores en la sociedad ruandesa al punto tal de llegar a la masacre que aquí nos ocupa y de la que se están cumpliendo 30 años.
Netflix, desde esta mini serie de origen británico, cuidadosamente intenta meternos dentro de la interna entre Hutus y Tutsis y esa división que el colonialismo belga dejo enquistada en la pequeña Ruanda y aviva el debate sobre la responsabilidad occidental en el conflicto africano.
“Tierra Negra Levantándose” podría ser una traducción acorde a nuestro análisis y en ella se cuenta la historia de una inglesa adoptada en Ruanda y su búsqueda desesperada por esclarecer su pasado y, por ende, el de todo un país que aúlla por la reconciliación del trauma. Una narración que muestra los embrollos internacionales y la geopolítica que sume a todo un continente en el silencio y la manipulación de la verdad. Desde allí pondremos la mirada en la política internacional del Reino Unido, en la “acción/inacción” de la Corte Penal Internacional (CIJ), en el neocolonialismo occidental, el papel de juez y parte de los EE.UU y por sobre todas las cosas veremos el esfuerzo por mostrar justicia.
Kate Ashby (Michaela Coel) es la hija adoptiva, y sobreviviente del genocidio ruandés, de la abogada británica Eve Ashby (Harriet Walter) fiscal especializada en derechos humanos en La Haya. A su personaje le persiguen los fantasmas, pero también el afán de justicia de alguien que lleva consigo el peso y las cicatrices en el cuerpo de una de las peores masacres de la historia. Cuando su madre Eve asume el litigio contra un militar que reclutaba niños soldados en República Democrática del Congo, pero que también fue responsable de detener la matanza de tutsis en 1994, Kate se encuentra en una encrucijada moral y psicológica que le hace cuestionarse cuál es el bando correcto de la historia.
Como si hubiese un bando bueno y uno malo, la historia refleja las diferencias entre Tutsis y Hutus, como así también las diferentes relaciones de occidente en este conflicto que en cien días cegó la vida de cerca de 800.000 ruandeses tutsis. La participación de los Cascos Azules de la ONU, la Francia colonial que mira para otro lado y por supuesto Bélgica.
Cada escena en los palacios donde se disputa el poder occidental en Francia y el Reino Unido están repletos de los frutos del colonialismo saqueador. África está presente en ornamentos, marfil y oro robado del continente africano. Y en esos escenarios se justifica el colonialismo y la interna étnica de Ruanda. El escritor y director de la serie, Hugo Blick, plantea preguntas espinosas e inflamables que pretenden abrir debates sobre la injerencia occidental en África hoy: el papel parcial de Naciones Unidas, el rol perverso de las multinacionales, la corrupción endémica entre las capas menos sospechadas de los organismos internacionales, la pervivencia en la sombra de los líderes militares, el juego de los funcionarios públicos ruandeses y los gobiernos europeos, el papel de los misioneros mzungus en el conflicto, las formas más sutiles de clientelismo o las relaciones entre socios del Norte y señores de la guerra en la región de los Grandes Lagos.
Black Earth Rising consigue construir un relato que tiene en cuenta todas las partes del genocidio, sin ahorrarse detalles e incluyendo a todos los actores que facilitaron las masacres. La serie navega con agilidad -en ocasiones, con giros demasiado rápidos- a la hora de presentar los detalles del genocidio ruandés y los diferentes conflictos que ha habido en el Congo desde mediados de los años 90.
Muchos analistas podemos llegar a sostener que, de alguna manera, el Congo se ha convertido en el gran daño colateral del genocidio de Ruanda. Y de esto podemos dar cuenta con los acontecimientos que hoy se están dando en el este congoleño a partir del resurgimiento del M-23 apoyado por el gobierno ruandés de Paul Kagame quien además es uno de los mayores críticos de la serie. Black Earth Rising muestra el gobierno ruandés como un actor tan despiadado como hábil para la propaganda. Pero algunas de sus contradicciones más básicas quedan al descubierto en los sinceros diálogos de sus gobernantes, cuando los focos se apagan: tras la máscara del éxito económico del autodenominado “Singapur de África”, se esconde una realidad mucho menos halagüeña. La realidad es que, treinta años después, el gobierno ruandés es uno de los más represivos del continente, que asesina a disidentes dentro y fuera del país, y que va contando por decenas a los ex miembros del gobierno que han tenido que huir al exilio y además, como ya hemos mencionado, su solapado apoyo al Movimiento 23 en el la RDC.
Volvamos a la serie. Kate, la protagonista está identificada con los tutsi y tiene una posición clara respecto al Frente Patriótico Ruandés, ellos fueron los que pararon el genocidio y les debe literalmente la vida. A nivel político, el Frente Patriótico Ruandés ha capitalizado políticamente el hecho de haber combatido y expulsado a los “interahamwe”. Su visión del genocidio ha servido para que el partido, el ejército y el gobierno se fusionen en una visión monolítica que deja sin espacio a la oposición. Los salvadores se han convertido en verdugos. Pero, ¿qué hay de los occidentales? Una de las virtudes de la serie es plasmar, a través de escenas muy potentes, la relación paternalista que existe entre Europa y el continente africano. Algo que el neocolonialismo deja bien claro en todos los aspectos de su relación con el continente africano.
Más allá de la serie, ¿Qué podemos decir del genocidio de Ruanda?
Alrededor del 85% de la población de Ruanda son hutus, pero desde hace mucho tiempo la minoría tutsi ha dominado el país. Como hemos mencionado, esta división de los ciudadanos ruandeses por etnias es una herencia del período colonial. Cuando los belgas se apoderaron de Ruanda a fines del siglo XIX, clasificaron a la población de acuerdo al grupo al que pertenecían, creando identificaciones que señalaban quién era hutu y quién tutsi. Junto con esa identificación también se creó una división en la que se señalaba a los tustis como una etnia dominante y superior que tenía mejores empleos, relegando a la mayoría hutu a ser un grupo subordinado y sometido.
Las divisiones del orden colonial fueron exacerbando las tensiones y los rencores en la sociedad ruandesa. Las diferencias étnicas llegaron a un punto de ruptura durante la independencia de Ruanda, cuando en 1961 la mayoría hutu tomó el control del gobierno aboliendo la monarquía tutsi y declarando la República de Ruanda. Decenas de tutsis huyeron a países vecinos, incluida Uganda. Allí, exiliados tutsis formaron un grupo rebelde, el Frente Patriótico Ruandés (FPR).
En1990 los combatientes del FPR invadieron el país desatando una guerra civil con los hutus en una lucha que duró los años siguientes hasta que se llegó a un acuerdo en 1993.
Dicho acuerdo puso fin a la guerra civil y se creó un gobierno de transición compuesto por hutus y tutsis, liderado por el hutu Juvenal Habyarimana. Pero el 6 de abril de 1994, un avión que transportaba al presidente ruandés y a Cyprien Ntaryamira, presidente de Burundi (también hutu), fue derribado por dos misiles lanzados desde tierra, matando a todos los que iban a bordo. La responsabilidad por el ataque sigue siendo controvertida. Los extremistas hutus culparon al FPR. Desde el FPR se dijo que el ataque había sido perpetrado por los extremistas hutus que se oponían a negociar con el FPR y que el avión había sido derribado como excusa para llevar a cabo el genocidio.
Este hecho es la chispa que alimentó la hoguera. De inmediato los extremistas hutus comenzaron una campaña de matanza bien organizada contra los tutsis. El entonces partido gobernante, el MRND, tenía un ala juvenil llamada Interahamwe, que se transformó en múltiples milicias para llevar a cabo la masacre de tutsis. Se entregaron armas y listas de objetivos a grupos locales, que sabían exactamente dónde encontrar a las víctimas.
Los extremistas hutus crearon una emisora de radio, RTML (Radio Televisión Libre de las Mil Colinas), y periódicos que hacían circular propaganda y discursos de odio contra los tutsis, instando a la gente a «eliminar las cucarachas». Esto se ve muy claro también en otra pieza cinematográfica de excelencia como “Hotel Ruanda”, que muestra de manera mucho más directa como fue el genocidio en sí.
La ONU y Bélgica tenían fuerzas en Ruanda, a la hora en que comenzó el genocidio, pero permanecieron sin intervenir en el mismo. La misión de la ONU no recibió la orden de detener la matanza y los belgas se retiraron de Ruanda luego de que diez soldados murieran durante los ataques. Los franceses, aliados del gobierno hutu, enviaron una fuerza especial para evacuar a sus ciudadanos y luego establecieron una zona supuestamente segura, pero fueron acusados de no hacer lo suficiente para detener la matanza en esa zona. Esto también queda expuesto en Black Earth Rising, incluso en un juicio que se lleva a cabo en tierras galas a una de las generales tutsis del FPR.
El final del genocidio en Ruanda deviene en otra oscura y trágica página de la historia del continente africano. El avance y posterior triunfo del FPR obligó a la retirada de los hutus. Muchos de ellos cruzaron la frontera hacia Zaire, actualmente República Democrática del Congo. El FPR, que ya estaba en el poder en Ruanda, acogió a los grupos armados que luchaban tanto contra las milicias hutus como contra el ejército congoleño, que estaba alineado con los hutus. Estos grupos rebeldes respaldados por Ruanda finalmente marcharon hacia la capital de la RDC, Kinshasa, y derrocaron al gobierno de Mobutu Sese Seko, instalando a Laurent Kabila como presidente.
La negativa del nuevo presidente congoleño de enfrentarse a las milicias hutu provocó una nueva guerra que arrastró a seis países y llevó a la creación de numerosos grupos armados que lucharon por el control de este país rico en minerales. Se estima que cinco millones de personas murieron como resultado del conflicto que duró hasta 2003, con algunos grupos armados activos hasta ahora en las zonas cercanas a la frontera con Ruanda.
La Segunda Guerra Mundial Africana o la Guerra del Coltán aún no se cuenta en Netflix. Desde PIA Global nos comprometemos a darle un lugar en nuestro sitio y poder desarrollar los pormenores de esta guerra, que en términos cinematográficos podemos decir que es la “secuela” de Black Earth Rising.
*Beto Cremonte, docente, profesor de Comunicación Social y Periodismo, egresado de la UNLP, Licenciado en Comunicación Social, UNLP, estudiante avanzado en la Tecnicatura superior universitaria de Comunicación pública y política. FPyCS UNLP.