Pisotean constituciones, ignoran la separación e independencia de poderes, declaran y asumen la inutilidad de aquellos parlamentos que no dominen, mientras que desde los que controlan de manera casi absoluta ponen el conjunto del Estado a su servicio, reducen el aparato de justicia a la defensa exclusiva de sus intereses, con el apoyo de fuerzas represivas encargadas de garantizar impunidad, permanencia y “paz social”.
Curiosamente, desde las izquierdas y el progresismo parece haber un empeño en ponderar y defender aquel modelo agotado y despreciado por las clases dominantes, y crecientemente ignorado por amplios sectores sociales, que demuestran su apatía a través del ausentismo o abstencionismo, en procesos electorales en los que no confían. Piden el “retorno”, o en su caso “el respeto” a ese modelo en crisis terminal, en lugar de propugnar la construcción de paradigmas democráticos que superen y rompan con las restrictivas formas de acción política dictadas y permitidas por las clases dominantes.
En el fondo, no se defiende la libertad y la democracia sino el sentido burgués de la libertad, que es en todo caso y en última instancia, el de la explotación y el dominio del mercado (aunque no sea esa la intención de algunos sectores que, desde el campo popular, abrazan esas banderas), y el sentido de democracia limitada a salir a votar y elegir representantes cada cierto tiempo, abandonando así las formas genuinamente democráticas de carácter popular, esas que las clases dominantes temen y de las que huyen horrorizadas, porque representan la toma de decisiones directas, protagónicas y asamblearias del pueblo organizado para tomar en sus manos su propio destino.
La disputa del sentido común
El populismo de extrema derecha, que se va imponiendo gradualmente en el continente americano con algunos rasgos bonapartistas y métodos neofascistas, tiene claro que para garantizar su existencia debe mantener a amplios sectores sociales marginados y engañados, es decir convencidos de que esas amplias masas están en realidad “gobernando”. Así, el dictador salvadoreño repite incansablemente que “es un instrumento de dios y del pueblo”, y millones de voces, muchas reales, pero en su inmensa mayoría ficticias y robotizadas, repiten hasta la saciedad “su alegría de que hoy sí, por primera vez, el pueblo gobierna”.
Patrañas que tienen a la base un largo proceso de usurpación de algo quizás más importante que el poder, porque asfalta el camino para consolidarlo y perpetuarlo; nos referimos a ganar el sentido común popular mediante la lógica basada en la creación de realidades ficticias y narrativas catastrofistas o, en el otro extremo, de improbable triunfalismo; en cualquier caso, el recurso siempre es extremista. Para muestra dos ejemplos:
- En Argentina, el personaje a cargo del Ejecutivo presenta el panorama más desolador posible, acusando al gobierno anterior y a “la casta” (y por supuesto el socialismo en cualquier vertiente, y con lo que pueda significar ese término para alguien como Milei) de haber hundido el país, mientras expone cifras calamitosas pero falsas, sin base material o documental que las sustenten. Confían que el pueblo (al menos una parte considerable) creerá lo que el nuevo mandatario afirme. Su lenguaje soez, maleducado, impropio ya no de un estadista sino de un simple mortal con algunos años de escuela básica superados, es promovido como el prototipo de la sinceridad y el desenfado. No es solo el lenguaje o la mentira, porque todo ello va “condimentado” con el permanente recurso de la amenaza y la represión.
- En El Salvador, mientras en algún momento se recurrió a anunciar “medicina amarga” para el pueblo, hoy el recurso es el de las promesas idílicas, con trenes de alta velocidad, desarrollos tecnológicos extraordinarios, puertos y aeropuertos propios de Europa, mientras la realidad muestra edificios iluminados con luces led que impiden distinguir lo decrépito y lo corrupto; se promueven constantes espectáculos internacionales utilizados como distractores masivos. Un pretendido enclave del primer mundo en el corazón del tercermundismo centroamericano. El lenguaje es menos insultante a los buenos modales, pero lo es mucho más a la inteligencia básica. El insulto se reserva para la prensa, las culpas para la oposición, y además del fraude, el voto asegurado se acuña a base del régimen de excepción, amenazas, mega-cárceles y persecución.
Asi funciona un modelo basado en el desprecio a reglas que ya no les sirven para controlar a sus sociedades, y en la mentira y el engaño como instrumento de estrategia política de dominación. Cuando esto falla siempre queda el recurso de la coerción y la represión en todas sus variantes. Son frecuentes las periódicas cruzadas contra diversos sectores, nacionales e internacionales, que deben necesariamente cumplir el papel de chivos expiatorios, culpables de que los proyectos mesiánicos no terminen de ver la luz.
Pero para entender cómo hemos llegado a esto, resulta también imprescindible comprender las debilidades en las resistencias de una parte importante de nuestras sociedades, y la ausencia de propuestas superadoras ante la profundización constante de la crisis del sistema de dominación.
En esto debe incluirse el insuficiente aprovechamiento por parte de las fuerzas progresistas y de izquierda de sus oportunidades al ejercer sus gobiernos, la objetiva desmovilización social, traducida en la escasa promoción de participación popular verdadera y activa en diversos procesos de toma de decisión, así como la ausencia de defensa, denuncia y combate frontal contra los llamados poderes fácticos, encargados de poner palos en las ruedas de los proyectos nacionales y populares.
Podemos resumir estas debilidades del siguiente modo: insuficiente uso contrahegemónico de las herramientas del Estado burgués y sus instituciones para transferir amplias responsabilidades en la toma de decisiones a manos del pueblo organizado para tales fines.
El neofascismo moderno reproduce recetas del fascismo clásico
Ya instalados estos procesos radicales de derecha, la construcción de su base social parece responder a las formas clásicas del fascismo original, esto incluye la degradación progresiva de la educación, el desprestigio de los medios de comunicación no controlados desde el poder, y la construcción de una nueva versión histórica ajustada a las necesidades del bloque dominante, usualmente recurriendo a patrioterismos chauvinistas que falsean la historia nacional.
El énfasis en el proceso regresivo de la educación debe verse como herramienta de dominación y sumisión a las ideas dominantes impuestas. Por supuesto, se busca también asfixiar financieramente la educación terciaria, reservada en este esquema a las clases económicamente poderosas de forma exclusiva, concibiendo la universidad como centros de formación de cuadros para la defensa, producción y reproducción político-ideológica del sistema.
En este contexto encajan las políticas de pan y circo, el negacionismo histórico, la degradación de la política mediante el recurso de su espectacularización. Esto es, abordar los temas nacionales como si de un show de Hollywood se tratase. En ese esquema narrativo, los líderes máximos actúan como super-héroes y los opositores son tratados como villanos. No por casualidad los intereses prioritarios de la mayoría de usuarios de redes sociales, sobre todo jóvenes, coinciden en su preferencia por estos elementos de espectáculo, video juegos, historias de éxito al estilo Hollywood, etc.
Otro elemento que recuerda las formas primigenias de fascismo se relaciona con otra disputa cultural, la ortodoxia social conservadora, que hoy se expresa de una u otra forma en la discriminación, el combate a las políticas con perspectiva de género, la disputa del lenguaje, el machismo y la misoginia, el tradicionalismo religioso que empieza a expresarse en asuntos de Estado, revirtiendo largas décadas de lucha por asegurar su carácter laico y la separación de los asuntos religiosos de las cuestiones estatales. Finalmente, una suerte de darwinismo social, donde los más fuertes sobreviven mientras que de los débiles no se ocupa nadie, justificando de este modo el abandono estatal de cualquier responsabilidad en materia de bienestar social
El eje Washington – San Salvador – Buenos Aires
La reciente conferencia de CPAC, en Washington, con la participación de personajes como Donald Trump y los presidentes de El Salvador y Argentina, junto a destacados miembros del cartel mundial del conservadurismo continentalista y la extrema derecha internacional, nos permite trazar algunas líneas de proyección política de estas fuerzas profundamente retrógradas y nocivas para los intereses populares y nacionales.
Si echamos una mirada a Nuestra América comprobamos rápidamente que la mancha conservadora se va extendiendo con intensidad, y sus expresiones parecen ya apuntar al recambio de las fuerzas que avanzan desde las profundidades del Establishment estadounidense, desplazando a las corrientes globalistas que rigen actualmente los destinos de Washington, e imponen sus políticas e intereses en nuestro continente.
Todo esto se enmarca en la disputa hegemónica mundial entre EEUU y sus aliados y el pujante avance chino, el fortalecimiento de fuerzas emergentes desde el sur global, entre otras consideraciones. En ese contexto, América Latina y el Caribe es para Washington, el último e innegociable bastión de defensa.
Podemos entonces observar una suerte de “eje continental”, que partiendo de Washington (con la muy posible conducción política de Trump en la presidencia), se extendería hacia el sur, con San Salvador en manos de un aliado confiable, quien no dudó en declarar ante el mundo su visión de que en El Salvador “el globalismo está muerto”, para extenderse hacia el extremo sur, donde con Milei confían (si la resistencia popular no destroza antes su proyecto hambreador y desquiciado) que irradie su influencia hacia sus vecinos.
No se puede olvidar el poder aún considerable que retiene la derecha de carácter neofascista, tanto en Chile como en Brasil, ni las debilidades que presenta el proceso boliviano en virtud de la profunda crisis al interior del bloque nacional y popular, que amenaza ese proyecto histórico de nación. Si sumamos la consolidación conservadora en Paraguay, la “naturalización” del golpe criminal de Dina Boluarte en Perú y el reforzamiento de las fuerzas de derecha en Ecuador, con la presencia directa de EEUU mediante su máxima representante del Comando Sur, resultan evidentes las perspectivas para estas corrientes, y el peligro que representan para nuestros pueblos. Qué decir de las amenazas que se abren para México con el retorno del trumpismo continentalista a la Casa Blanca.
Por eso las luchas populares en El Salvador y Argentina tienen una enorme importancia para el futuro de Nuestra América. La consolidación de ese eje significará la renovación de las amenazas sobre Cuba, Venezuela y Nicaragua, la profundización de la crisis en Bolivia, la renovada virulencia de la extrema derecha colombiana sobre la administración Petro y, sin duda, un retroceso notable en las condiciones materiales de vida de nuestros pueblos, un aumento del entreguismo y el despojo de recursos, y nuevas escaladas represivas ante los previsibles enfrentamientos y resistencias populares.
Será necesario, por supuesto, preparar y organizar esas luchas en El Salvador y en Argentina, con sus pueblos como máximos responsables de entablar esas resistencias, pero también será de indudable importancia el papel que jueguen las naciones hermanas del continente.
Los desafíos no son pocos. Sólo la lucha nos espera, y las necesidades de unidad (en los pueblos y entre pueblos) se acrecientan.
Raúl Llarull* Periodista y comunicador. Militante internacionalista. Miembro del FMLN.
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