La diferencia de esta visita es que llegué a la «ciudad luz» desde la otra dirección. De los últimos ocho años, he vivido cinco y medio en China, y cuatro de ellos sin salir del país. Si uno viene a vivir a China (y sale de la burbuja de expatriados), quiera o no, su percepción del mundo cambia para siempre y todo se ve diferente.
París visto desde Shanghái es muy diferente al París visto desde Lima
El transporte público
Llegué al aeropuerto Charles de Gaulle. Cuando logré salir de su laberinto mal señalizado, me dirigí a la estación del RER B, el tren de cercanías, que me llevaría al centro de París. La estación está en arreglos y se ven los primeros resultados. Da la impresión de haber llegado a una ciudad en proceso de modernización.
Sin embargo, al subirme al RER B, la realidad me golpeó. El tren era, probablemente, el mismo en el que yo me transportaba 20 años antes, lento y sucio. En Châtelet-Les Halles, el centro neurálgico de París, volví a encontrar más trabajos. Ahí caí en cuenta de que se están preparando para los Juegos Olímpicos (JJ.OO.).
Pensé que pasaría unos días en medio de la bulla por los trabajos, pero me equivoqué. El resto de las estaciones de París están prácticamente iguales a las que yo recorría cuando viví allá, salvo que más viejas, corroídas por la humedad y sucias. Perdí la cuenta de cuántas veces tuve que cargar mi maleta por falta de escaleras eléctricas y ascensores, así como de cuántas veces escuché el mensaje que pedía prestar atención a los carteristas.
Y si empiezo con la suciedad, la historia no termina: los olores a letrina, los escupitajos en el piso del metro, las canaletas sucias, etc.
El día que llegué me encontré con una amiga que conocí en Shanghái. Al despedirse, me dijo seriamente: «cuida tus cosas». Ella ha vivido aquí y sabe lo seguro que es. Mis instintos de supervivencia peruanos vuelven a brotar, pero ahora que sé que no es normal vivir así, me cuestan más.
Las calles
Tal vez lo más impactante fue la pobreza en las calles parisinas, principalmente, porque sé que hace unos años no era así. La pobreza no es nueva para los franceses, pero se ve que, ahora, ha rebalsado el sistema. Uno camina por la céntrica y comercial rue de Rivoli y se encuentra con carpas y personas en las calles con sus cosas, sin lugar a donde ir. La gente pidiendo limosna se ha vuelto algo normal y solo a pocos metros del ayuntamiento.
Los años en China han cambiado mis parámetros de normalidad. En 10 días he visto más pobreza que en los últimos cinco años y medio, y eso que he recorrido varias ciudades de este país de talla continental. En 2020, China erradicó la pobreza extrema y si bien, muchos recayeron durante la pandemia, ya existe un sistema social que los ayuda a recuperarse. Existe gente sin techo, pero es mínimo y pronto recibirán ayuda estatal.
Macron prometió a los franceses la liberalización económica como solución y, hoy en día, se ven los resultados: la pobreza y la desigualdad están en alza.
Según el último estudio del Instituto Nacional de Estadísticas y Estudios Económicos (INSEE, por sus siglas en francés), publicado en 2023, el 14,5 % de la población francesa, en 2021, se encontraba bajo la línea de pobreza. Esto es 0,9 % más que en 2019; mientras que la intensidad de la pobreza subió del 18,7 % en 2020 a 20,2 % en 2021.
Esto se refleja en los números de los SDF («sin domicilio fijo», en francés) que no dejan de crecer. Según la fundación Abbé Pierre, 330.000 personas están en las calles. Esto representa un aumento de 30.000 ciudadanos en un año, y el doble que hace una década.
Por ahora, responsabilizan a la pandemia y a la inflación. Nadie se lo cree. Tampoco hay indicios de que las políticas del gobierno vayan a cambiar. Atrás quedaron los tiempos del estado de bienestar, que consideraba a la gente como el centro de sus políticas.
En medio de la crisis social, otros personajes me llaman la atención: policías y militares armados. Un familiar me dice que luego de los atentados se hizo necesario. Le respondo que en China también hubo atentados y sería imposible ver lo mismo. Para empezar, los policías tienen prohibido llevar armas de fuego y a los militares solo los ves en las mañanas en la Plaza de Tiananmén para la ceremonia de izado de bandera.
Se queda callada.
Lo entendí en 2016 cuando los atentados eran recientes, pero en 2024 me parece distópico. Sí, justamente eso que tanto dicen de China.
El regreso
Al final, me pregunté si no había exagerado y París no era tan peligroso. Mi última cena en la ciudad fue en el McDonald’s del aeropuerto (sí, triste final, pero cuando a mi madre le duele la espalda, se sienta en el lugar más próximo que encuentre y el resto acata). De repente, un turista de algún lugar de Asia del Sur le empezó a reclamar a una señora mayor (y blanca) que le devolviera su cargador.
En el altercado intervinieron los trabajadores y la señora se fue diciendo que era culpa del McDonald’s «por poner tantos árabes», y que ella se llevaba lo que encontraba. Ahí nos percatamos de que no era una señora que iba a viajar, sino que andaba por el aeropuerto empujando el carrito y robando todo lo que podía. No alcancé a ver si le devolvió el cargador, pero sí vi la cara de desagrado del trabajador del McDonald’s, una persona negra, frente a los insultos racistas. Me quedé con la certeza de que no había exagerado. Lo que vi no fue un caso aislado sino la expresión de una ciudad en decadencia y profundamente racista.
Llegué a Shanghái y tomé el metro sin olor a orina. Se veía impecable al lado del metro parisino. En todo el camino solo cargué la maleta una vez para el control de seguridad del metro (y me ayudaron). No vi una sola arma de fuego. Tampoco me preocupé por los carteristas. De nuevo, me sentí libre.
Shanghái es conocida por concentrar una élite liberal que sigue admirando Occidente. A los días de volver, alguien me dijo «no me vas a decir que Shanghái está mejor París». Pues, sí lo está. A veces, los chinos no se dan cuenta de lo afortunados que son.
No sé cuáles son los planes del gobierno municipal de París para los JJ.OO., pero la ciudad está muy lejos de los estándares de ciudades chinas (y me arriesgo a decir que de muchas ciudades asiáticas). Tendrían que trabajar a «ritmo chino» para mejorar la ciudad y aun así el tiempo es corto.
Muy probablemente, el París que presenten al mundo sea un maquillaje por unas semanas que apele a la mística de una ciudad que ya no existe. De hecho, se sabe que el gobierno municipal tiene un plan para «reasentar» a los ‘SDF’ en diferentes lugares del país mientras duren los JJ.OO.
Si algo así sucediera en China, tendrían cientos de páginas escritas y ONG denunciando «violación de DDHH», pero es París.
Para alguien con una historia tan larga con la ciudad, como la mía, es una verdadera pena. París se merece muchísimo más.
En todo este recorrido, me acompaña una pregunta: «¿son conscientes de la decadencia de su calidad de vida?». Tengo la intuición de que no, pero este tema es mejor desarrollarlo en una siguiente columna.
María Fe Celi Reyna* Analista política peruana. Se especializa en temas relacionados a China, América Latina y el surgimiento del nuevo mundo multipolar. Es candidata a doctora en Historia global por la Universidad de Shanghái.
Este artículo ha sido publicado en el portal RT
Foto de portada: Frédéric Soltan / Gettyimages.ru