Colaboraciones Nuestra América

En El Salvador lo único de proporciones históricas es el fraude

Por Raúl Larull*. Especial para PIA Global. – Dime de qué presumes y te diré de qué careces, dice el dicho popular. Hoy podemos aplicarlo a la parodia presidencial del 4 de febrero.

El mandatario, fungiendo a la vez de candidato inconstitucional y de presidente -es decir, violando doblemente la ley-, hizo gala de una “democracia” inexistente, que solo pretende encubrir una dictadura.

Hoy la democracia en El Salvador no es más que un cuenco vacío, sin contenido, una democracia restringida, manipulada y ridiculizada por los propios seguidores del presidente, que se encargaron de prostituirla a lo largo de todo el proceso, culminando el 4 de febrero, cuando el mundo fue testigo del viciado proceso electoral, y continuando durante el (nuevamente) fallido escrutinio final para el legislativo, que continúa siendo un vergonzoso ejercicio de abuso de autoridad, matonería y manoseo vulgar de datos .

El fraude es la reelección

El 4 de febrero, el inconstitucional candidato, utilizando el aparato del Estado, se dedicó a proclamar una “nueva democracia” y a insistir que gobernaba el país “más seguro del hemisferio occidental”. Ambas afirmaciones eran falsas.

La realidad no cambia, aunque repitan miles de veces lo contrario para imponer una narrativa. Un régimen autoritario, en un país altamente militarizado, con supresión de derechos constitucionales, rige la restrictiva democracia que “gozan” los salvadoreños.  

Un país donde, desde la máxima autoridad del Estado, se viola abiertamente no solo la Constitución sino las leyes electorales, demostrando un inaceptable abuso de autoridad, no es un país democrático. Un país sin división de poderes, con la justicia al servicio de los poderosos, con el ministerio público postrado a los pies del autócrata, que reedita los tiempos del dictador Maximiliano Hernández Martínez, no es ni jamás será una democracia, por más popularidad que se alegue.

“Este día El Salvador ha roto todos los récords de todas las democracias en toda la historia del mundo”, gritaba eufórico desde una ventana del Palacio Nacional, la noche del 4 de febrero. “De toda la historia del mundo, desde que existe la democracia, nunca un proyecto había ganado con la cantidad de votos que hemos ganado este día”, exageraba hasta la ridiculez el ilegal candidato, dejando en evidencia su visión fantasiosa, ajena a la historia y a la realidad. El único récord que se rompió fue el del tamaño del fraude montado dentro y fuera del país.

Mientras él proclamaba un imaginario hito histórico, el ciego, sordo y mudo Tribunal Supremo Electoral, TSE, ni siquiera sabía (o pretendía no saber) cuántas personas habían participado en la elección.

Si algo guardó como un secreto absoluto el TSE y sus cómplices de Nuevas Ideas y el gobierno fueron los datos de participación popular, porque allí se caía toda la narrativa triunfalista, toda la supuesta popularidad avasallante que se expresaría en las urnas. Pensaban ocultar la información hasta que todo estuviese “atado y bien atado” para hacer encajar la realidad en la narrativa oficial y no al revés.

La “desaparición transitoria” de cajas electorales de San Salvador, y el caótico descontrol del voto en el exterior, donde ni siquiera existió un padrón electoral, apuntaban a reducir fraudulentamente las cifras de abstención. Al cierre de las urnas, estimaciones de diversos medios hablaban de un 60% de abstención, pero luego de los incidentes mencionados esta se redujo al 49%.

El total del padrón, incluyendo residentes en el exterior, es 6,214,399. Con el 100% de votos computados para presidencia se contabilizaron 3,191,615 votos válidos y una abstención de 49%. El candidato inconstitucional obtuvo 2,701,725. Fue elegido por el 43% de la población en condiciones de votar.

En 2019 ganó la presidencia con el 53% del 51% del padrón; esta vez obtuvo 10 puntos porcentuales menos, y eso gracias a la manipulación de la cifra de ausentismo.

En relación a la cobertura mediática de la jornada electoral, la Asociación de Periodistas de El Salvador denunció 173 vulneraciones a la prensa. Una hora antes del cierre de urnas, el mandatario inició una conferencia de prensa en la que violaba por enésima vez la ley. Consciente que la escasa afluencia de votantes podía arruinar el reality show preparado para la noche, donde debía declarar su control absoluto del poder, llamó a votar por su partido para el legislativo.  

Solo aceptó preguntas de medios extranjeros. Los profesionales de prensa lograron sacarlo de sus casillas, algo habitual en alguien incapaz de enfrentar un solo cuestionamiento sin considerarlo un “ataque enemigo y personal”. Por eso cuestionó a esos medios y a quienes hacían su trabajo preguntando acerca de la legalidad de su reelección, de sus intenciones de perpetuarse en el poder, de las denuncias por violaciones a DDHH, de las irregularidades del proceso, de las afirmaciones de Félix Ulloa de estar desmantelando la democracia, y un largo etcétera.

Justificó las violaciones de derechos humanos si con eso la población vive tranquila, acusó a los medios de querer que corra la sangre salvadoreña, cuestionó las formas de gobierno de los países de origen de algunos periodistas, ¡y hasta se atrevió a dar lecciones de ética periodística, dignidad y profesionalismo! (¡!), acusando -cuándo no- al millonario George Soros de estar detrás de una confabulación mundial que abarca desde el New York Times hasta Univisión, desde la BBC hasta el español El País.

Mintió y exageró, como siempre, al afirmar que El Salvador es el país más seguro del hemisferio occidental; para ello contó solamente la reducción de homicidios causados por pandillas. No cuenta la negociación de su gobierno con esos criminales, ni los muertos a manos del Estado (238 al 7 de febrero), ni las violaciones de DDHH, ni el miedo en las comunidades a la arbitrariedad de fuerzas de seguridad convencidas de su impunidad para abusar de la población, no cuenta la ausencia del derecho a debido proceso, ni la desaparición de personas, en particular mujeres, no cuenta la inseguridad jurídica, ni la abismal inseguridad alimentaria.  

No es un país seguro y no se sintió segura la gente que fue a votar con ese temor, y que al llegar se vio atropellada por el aparato ilegal de propaganda celeste rodeando los centros de votación, con un abrumador número de representantes del partido oficial en las mesas, frente a la mínima presencia del resto de partidos, todo ello permitido por la Fiscalía y el TSE. Según reportes de observadores electorales, hubo presencia de miembros del partido oficial en el 97.3% de las JRV, frente a la presencia de entre el 1.9% y el 40.8% del resto de partidos.

Simplismo rupestre

La aparición presidencial en la noche del domingo, autoproclamándose vencedor cuando ni siquiera se había terminado el conteo, no fue más que otra de sus mentiras. Solo era verdad su triunfo, pero las cifras eran absolutamente fantasiosas, tomadas de bocas de urna ilegales. Ni siquiera a esta altura, una semana después de los comicios, se conoce la distribución de diputados, debido al colapso del sistema. Sin embargo, ante el mundo dio resultados que hoy sus partidarios quieren imponer en el escrutinio final.

Su simplismo es rupestre, y se limita a definir la democracia como el mandato del pueblo concedido para que el ganador pueda hacer lo que se le antoje, incluyendo pasar por encima de las leyes, aplastar el Estado de Derecho, cerrar el acceso público a la información de gastos del gobierno, violar la Constitución, controlar todos los poderes del Estado, perseguir y hostigar a la prensa, y manipular a su antojo a la opinión pública. Para el régimen salvadoreño, democracia no incluye balance o equilibrio de poderes, control ciudadano, ni rendición de cuentas, mucho menos elecciones libres, justas y transparentes. Su estilo “democrático” solo funciona sin oposición.

Un caos perfectamente planificado

Si de algo presume el clan en el poder es del uso de tecnologías de última generación.  Se han cansado de engañar al pueblo con la supuesta entrada del país al primer mundo gracias a su asociación con grandes gurús tecnológicos. Así nos vendieron la estafa del Bitcoin, el engaño de las “inversiones” de Google, las falsas promesas de la llegada de Amazon al país, y así hasta el infinito.

Paradójicamente, hoy es la tecnología la que deja a este gobierno en ridículo. No se molestaron en negar el control e intromisión absolutos del gobierno en toda la maquinaria electoral. Hicieron propaganda entre los más incautos, en especial la diáspora, tanto en EEUU y Canadá como en Europa, vendiendo la idea de que la tecnología estaba ahora a disposición de la ciudadanía para ejercer su voto en múltiples modalidades.

Más de 70 millones de dólares dispuso el TSE para garantizar que la votación, el procesamiento y transmisión de datos se realizara cumpliendo altos estándares. La historia es ya conocida; un colapso absoluto de los sistemas, fallas tanto en el exterior como en El Salvador, y un caos perfectamente organizado y planificado para que las elecciones puedan dar los resultados anunciados por el ilegal candidato.

Falta completar el recuento manual de todos los votos emitidos para representación parlamentaria, que pondrá en juego la cifra de escaños que el oficialismo se encargó de adjudicarse arbitrariamente. También falta la batalla territorial por los gobiernos municipales; una oportunidad para que el pueblo pase factura al abandono de las comunidades por el Estado, desde que el poder central decidió asfixiar los gobiernos locales, reducir arbitrariamente la organización territorial y concentrar el poder en burócratas que, desde San Salvador, deciden las obras que ameritan realización, en función de la “lealtad” al régimen.

Primeras conclusiones: fracaso del oficialismo

Las primeras conclusiones de estas elecciones viciadas dejan en evidencia la peor manipulación de un proceso electoral en la corta historia democrática de El Salvador. Pero también evidencia la farsa, la mentira, el engaño que llevó incluso a naciones hermanas a saludar prematuramente un triunfo espurio. Lamentable.

Las cifras revelan hoy cosas que el oficialismo no quiere ni escuchar ni difundir.  Sus objetivos para la presidencial no se cumplieron, porque no se trataba solo de ganar sino, como afirmó el autócrata, de pulverizar a la oposición.

El presidente fracasó en sus objetivos esenciales, porque la realidad sigue mostrando a un FMLN con una base de más 200 mil hombres y mujeres distribuidos a lo largo y ancho del territorio nacional, dispuestos a fortalecer la organización popular, manteniendo su puesto de lucha contra un proyecto que cuenta entre sus debilidades, precisamente, tener enfrente un partido que, lejos de desaparecer ha resistido exitosamente los duros embates recibidos durante cinco años consecutivos. Ni el fraude, ni la asfixia financiera, ni las campañas de odio, persecución política y difamación, lograron el objetivo perseguido por los fascistas en el poder.

No hay espacio para el conformismo. No se trata de quedarse proclamando la existencia del FMLN como segunda fuerza política nacional. Se trata de crecer desde allí con humildad, aglutinando a las fuerzas decididas a luchar contra el proyecto corrupto, entreguista de la soberanía nacional, proimperialista, represivo, antipopular y concentrador de la riqueza en las inescrupulosas manos del grupo en el poder.

Mientras exista, crezca y se fortalezca ese proyecto alternativo amplio, capaz de convocar tras de sí a las fuerzas populares, que incluye a una parte considerable de ese 57% que ni vota ni cree en este presidente ilegal, el régimen corrupto no descansará ni dormirá tranquilo, porque no podrá materializar su proyecto concentrador de riqueza para los más ricos, que condena al hambre a las mayorías populares.

Insistimos, nada es para siempre. Y hoy, más que nunca, la lucha, continúa.

Raúl Larull* Periodista y comunicador. Militante internacionalista. Miembro del FMLN.

Foto de portada: larepublica.pe/

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