Por Vicente Quintero*
Fue a finales del siglo XIX, que en Occidente se estudiaron, por primera vez, los diarios y notas de viaje de los exploradores rusos en América. En 1884, el historiador y etnólogo Hubert Howe Bancroft, usó estas fuentes para escribir uno de los volúmenes de su publicación titulada “La Historia de California”. En la América del Norte, los rusos tuvieron una importante presencia desde el siglo XVIII. La historiografía americana conoce con el nombre de América Rusa al sector del continente americano que fue, durante unos siglos, ocupado por los rusos. La América Rusa comprendió dos de los puertos de Hawái; parte de los actuales Estados de California y Alaska, en los Estados Unidos de América, entidad político-administrativa sucesora de las Colonias Unidas. La capital rusoamericana fue Novo-Archangelsk (Arkhangelsk), hoy conocida como Sitka.
Sin embargo, no fue sino hasta mediados del siglo XX, que los diarios rusos adquirieron mayor relevancia académica, antropológica y etnográfica, especialmente si se les compara con las notas de Alexander von Humbold Bonpland, María Graham, Spix & Martius, Eschwege, etcétera. Hoy en día, todavía se estudian los diarios rusos para comprender, desde una mirada más amplia, rica compleja y diversa, los procesos históricos y etnológicos que han tenido lugar en América, desde la Alaska hasta la Patagonia. De acuerdo a Shur (1977, p. 395–402), habían sido Völkl, Sprintsin, Komissarov, Bartley, Blomkvist, Bancroft, Lyapunova, Shprintsin y Shur, los escasos investigadores que se dedicaron a ubicar las fuentes primarias sobre los viajes de rusos en América, muchas ubicadas en la jurisdicción de la antigua Unión Soviética, razón por la cual los investigadores se veían obligados a viajar a las principales bibliotecas de Rusia. Se le debe al doctor Leonid Shur, formado en la Universidad de San Petersburgo (Rusia), la Academia de Ciencias de Moscú (Rusia) y la Universidad de Jerusalén (Israel)— luego becado por el Wilson Center de los Estados Unidos de América — , no solo la ubicación de las fuentes primarias sobre la temprana presencia rusa en América, sino también la catalogación y sistematización de estos archivos. Como dificultad adicional, debe señalarse que muchas de estas fuentes se encuentran en bibliotecas particulares, debido a que los marineros y oficiales de la marina tenían la costumbre de conservar estos archivos en sus casas.
Leonid Shur catalogó en tres grupos principales los archivos sobre los rusos en América: el primero, los diarios y las notas de los rusos que viajaron alrededor del mundo; el segundo, las notas de viaje, los reportes y las correspondencias de los empleados de la compañía Ruso-Americana; el tercero, las publicaciones generadas a partir de las expediciones científicas que los rusos realizaron en América, particularmente en los países del sur. En particular, las fuentes del tercer grupo son de particular interés para investigadores contemporáneos especializados en geografía, historia y antropología, debido a que los datos fueron recogidos por científicos rusos altamente capacitados, los cuales estudiaron con atención las costumbres y tradiciones de los pueblos americanos; la cotidianidad cultural y política de la región (Shur, 1977, p. 396). México, Chile, Brasil y Perú fueron algunos de los territorios que los rusos estudiaron en América.
La importancia de Alaska en los Estados Unidos
La primera colonia rusa en América, fijamente establecida y bien estructurada, fue fundada por Gregory Shelikov en 1785, en la isla de Kadyak, Alaska. Diez años después, en el puerto de Pavlovsky en la isla Kadyay, se construyó la primera iglesia ortodoxa rusa de América. (Chyz y Roucek, 1939, p. 639). Después de llegar a las costas del Océano Pacífico, más o menos en el año 1643, los cosacos comenzaron a abrirse paso hacia el norte — y otras teorías, aún por demostrar, sugieren que refugiados provenientes de Novgorod habían llegado a Alaska en 1571 —. Las crónicas de las etnias nativas de Kamchatka sugerían la existencia de un país al otro lado del mar. Fue en 1741, después del viaje de Gvozdev en 1732, que se organizó una expedición compuesta por dos barcos, San Pablo y San Pedro, con el propósito de explorar las islas y el continente frente a Kamchatka. El Capitán Vitus Behring estuvo a cargo de la expedición y del barco “San Pedro”; el Capitán Chirikov fue el patrón del “San Pablo”. Chirikov fue el primero en ver la tierra en los primeros días del mes de julio; envió varios grupos de desembarco y ninguno sobrevivió. El otro grupo tuvo más éxito: las islas Kayak, Kadyak y otras fueron descubiertas. La expedición terminó con el naufragio de la embarcación y la muerte del capitán Behring. Estos colonos y exploradores no lograron establecerse.
A partir de entonces, Alaska y las recién descubiertas Islas Aleutianas fueron constante objeto de caza y ataque por parte de piratas y aventureros rusos, que organizaron expediciones con el propósito de cazar nutrias marinas y animales con pieles. Según Chyz y Roucek (1939, p. 640), el saldo de los encuentros entre los rusos y los nativos aleutianos fue, con frecuencia, sangriento; en muchas ocasiones, los rusos fueron masacrados, y en otras, los aleutianos fueron los exterminados y sus bienes saqueados por los invasores aventureros.
Una vez que los rusos se establecieron en los territorios aledaños a Alaska, la Compañía Ruso-Americana en las Indias Occidentales comenzó a fomentar la ocupación dispersa de otros espacios en América. La Compañía Ruso-Americana, institución de carácter semi-oficial, recibió de las autoridades rusas la autorización para la administración de Alaska y las Islas Aleutianas, así como la regulación del comercio en la región. El principal administrador residente de la colonia, fue el señor Alexander Baranov, durante el período 1747–1819). Baranov fundó el asentamiento de Sitka en 1804. Con el establecer un sistema de producción agropecuaria local, que permitiera el abastecimiento de granos y verduras sin tener que importar estos bienes desde la Rusia natal, Baranov envió un grupo de colonos rusos y aleutianos a la región de Bodega Bay en California, en donde fue fundada una colonia rusa llamada Fort Ross, la cual existió entre 1812 y 1841. Debido a desacuerdos con el gobierno mexicano en cuanto al derecho de asentamiento por parte de los colonos, los rusos se retiraron del lugar; vendiendo sus tierras y edificios en 1841 a un ciudadano de origen suizo, de apellido Sutter. La rudimentaria iglesia ortodoxa rusa aún se mantiene en pie, a pesar del paso del tiempo.
La primera orden del Sínodo Ruso, el establecimiento para 1796 de una diócesis independiente en Kadyak, nunca se concretó; en 1811 fue revocada. Fue en 1840, que las misiones religiosas ortodoxas en Alaska y las Islas Aleutianas lograron organizar una diócesis independiente bajo la dirección del Obispo Innokenty Venyaminov. En 1861, la diócesis ya tenía 7 iglesias y 35 capillas. Para entonces, el capital agregado acumulado de las iglesias ortodoxas rusos excedió los 255.000 rublos. Años más tarde, la jurisdicción del obispo de Alaska-Aleutiana se extendió por toda la América del Norte. Ya para el siglo XX, las autoridades metropolitanas de la Iglesia Ortodoxa Rusa en los Estados Unidos y Canadá eran considerados los sucesores de la obra del obispo Innokenty.
Los rusos en América durante el siglo XIX
Fundada en 1799, la Compañía Ruso-Americana tuvo derechos exclusivos sobre las posiciones rusas en la América del Norte Occidental. Entre sus más distinguidos empleados a través de la historia, se encuentra el viajero y escritor Kyrill Khlebnikov, considerado el Patriarca de la Compañía Ruso-Americana. Los años más productivos de su vida fueron los que pasó en América, donde aprendió inglés y español. En California, a pesar de su origen ruso, fue una de las autoridades intelectuales más respetadas; en un territorio que, hasta principios del período decimonónico, había sido un espacio fronterizo de la América Hispana con otras jurisdicciones político administrativas, y después de la Guerra de la Independencia, se convirtió temporalmente en parte de la República de México.
A pesar de su gran importancia para la geografía, la biología y la historia del Estado California en los Estados Unidos, no fue sino hasta finales del siglo XX, que la obra de Khlebnikov comenzó a ser estudiada con mayor énfasis; la mayoría de sus escritos aún no habían sido desclasificados y publicados oficialmente. Con precisión, Khlebnikov describe la fauna, la geología, el clima, la etnolingüística y la flora de California; muestra la perspectiva de los sectores conservadores rusos sobre la independencia de la América Hispana del poder central español; revelan sus diarios, como fuente primaria, importantes y reveladores datos sobre la política interna de México y la relación Iglesia-Estado; sus diarios son de gran utilidad, como material de estudio, para comprender la relación de los funcionarios de la Compañía Ruso-Americana con los gobernadores de México (Shur, 1979).
La Compañía Ruso-Americana permaneció a cargo de Alaska hasta 1861, debido a que el gobierno ruso decidió administrar directamente el territorio, sin que la compañía rusa fuera una intermediera. Seis años después, las posesiones rusas en Alaska se vendieron a los Estados Unidos por la suma de 7.200.000 $. Según el índice de inflación acumulado desde 1867 hasta 2019, Alaska fue vendida por el equivalente a 124,909,783 $ (dólares corrientes de 2019). En líneas generales, el modelo de colonización ruso en América fue desorganizado y muy disperso; la población de Alaska en en 1880 era de apenas 33.426 habitantes, en su mayoría nativos y mestizos, quienes aceptaron la autoridad rusa y la fe ortodoxa. A las pocas semanas de que se concretara la venta de Alaska a los Estados Unidos, quedaban apenas algunas decenas de rusos étnicos en Sitka, la sede de la administración rusa; el resto decidió regresar a Rusia. Whymper (1869) describe la cotidianidad de los pueblos que vivían en los alrededores del río Youkon en Alaska. A través de los resultados de su ejercicio antropológico, es posible inferir las diferencias que existieron entre la colonización rusa en América, con respecto a los casos ingleses, franceses, holandeses, portugueses e hispanos.
Fue el ucraniano Andrey Honcharenko, quien llegó a la ciudad Boston en 1865, el fundador del primer periódico ruso en los Estados Unidos, el Alaska Herald, que apareció en formato ruso e inglés en la ciudad San Francisco el 1 de marzo de 1868. Ya en 1867, Honcharenko había fundado la primera organización rusa en América, llamada la Asociación de los Decembristas. Desde el principio, fue subsidiado por el gobierno de los Estados Unidos, con el fin de que los habitantes rusos en Alaska se habituaran a las leyes y costumbres de los Estados Unidos.
Con el paso del tiempo, el ucraniano Honcharenko tuvo problemas con la administración militar estadounidense en Alaska, la cual fue duramente criticada en su periódico. El subsidio del gobierno fue retirado, una vez que Honcharenko comenzó a criticar las políticas públicas estadounidenses en Alaska. En 1873, Honcharenko intentó nuevamente publicar un periódico, esta vez solo en ruso, llamado Свобода (Libertad). Algunos años después, decepcionado por el fracaso de los rusos en California para organizar una comunidad progresista — el término no tenía entonces la misma connotación que se le da hoy en día —, Honcharenko se retiró a una pequeña granja cerca de Hayward, California, donde murió en 1916.
Tampoco debe ignorarse que Alaska fue el destino de grupos de exiliados y convictos rusos, que fueron transportados desde Siberia a Alaska y a las Islas Aleutianas. Muchos de ellos huyeron de Alaska y luego se asentaron en México y la actual California estadounidense — que durante mucho tiempo fue territorio mexicano —. Otro grupo de los rusos que llegaron a Alaska se establecieron en el territorio que hoy en día se conoce como Oklahoma, en donde formaron gremios de artesanos y cowboys. Cabe destacar que, en la nomenclatura urbana de la Oklahoma estadounidense existe un lugar que lleva por nombre Kremlin. Los rusos siguieron llegando a los territorios que antiguamente fueron colonias rusas en América, especialmente aquellos que deseaban huir del pasado y rehacer sus vidas, en un lugar donde nadie conociera sus identidades. La mayoría de estos rusos se estableció en San Francisco, California.
Históricamente, las estadísticas oficiales de inmigración en América, han incluido en la categoría de “rusos” a un grupo muy amplio de personas, lo cual dificulta hacer un estudio preciso sobre la llegada de rusos a la región; no fue. No fue sino hasta 1899 que en los Estados Unidos se recogieron, con cierta rigurosidad, estadísticas sobre la llegada y salida de extranjeros, en función de su nacionalidad. Las autoridades estadounidenses en los siglos XVIII y XIX consideraron rusos a aquellos colonos e inmigrantes provenientes de la antigua Rusia, así como también a aquellos que consideraban el idioma ruso su “lengua materna”. Los hebreos (judíos habitantes del Imperio Ruso), los caucásicos — oriundos del Cáucaso —, los georgianos y los ucranianos, eran usualmente agrupados en la categoría de rusos, aunque en términos étnico-culturales existían importantes diferencias. Este asunto sigue siendo muy controversial, no solo para estudiar la presencia rusa en América, sino para comprender la cotidianidad actual en la Federación Rusa, en donde existe una amplia dimensión terminológica para referirse al ruso, que puede ser русский, es decir, ruso étnico; o российский, es decir, ciudadano ruso. Y no debe olvidarse que, en la misma Rusia, una vez que la Rus Medieval se convirtió en un imperio expansionista, la noción y alcance del término ruso se amplió.
Entre los años 1820–1870, llegaron oficialmente a los Estados Unidos 3886 inmigrantes provenientes de Rusia, excluyendo a los rusos polacos, que para los censos de la época eran incluidos en una categoría especial. Entre los años 1871 y 1880, llegaron a los Estados Unidos 39.284 inmigrantes provenientes de Rusia; debido a que la noción de ruso era bastante amplia, es muy difícil determinar, hasta qué punto, en este grupo fueron incluidos ucranianos, hebreos rusos, lituanos, letonios, estonios, finlandeses, alemanes menonitas, etcétera. Con respecto a los alemanes menonitas, cabe destacar que el legado cultural de este grupo ha sido uno de los más representativos en la historia de la temprana presencia rusa en América. Un importante grupo de los menonitas de México todavía conserva sus tradiciones y se mantienen alejados del resto de la población. En menor medida, estos colonos ruso-alemanes también han tenido una presencia en Perú, en donde también viven en un estado de segregación y aislamiento. Rusia no fue el único país de procedencia de los menonitas que llegaron a América, pero sí uno de los principales.
Las estadísticas señalan que, a finales del siglo XIX, hubo un gran aumento en el flujo de inmigrantes percibidos y catalogados como rusos en territorio estadounidense, aun cuando el Imperio Ruso ya había vendido sus principales posesiones en América. Entre las principales causas de este fenómeno, se encuentran las siguientes: las leyes especiales promulgadas durante Alexander El Tercero, la intolerancia religiosa hacia los judíos, el rechazo hacia los grupos disidentes en la Iglesia Ortodoxa Rusa, la persecución emprendida contra los grupos anarquistas, socialdemócratas, social-revolucionarios, las precarias condiciones económicas en las provincias occidentales rusas, etcétera.
El primer inmigrante ruso conocido en el sector oriental de la América del Norte fue el príncipe Serene Prince Dmitry Vladimirovich Golitsyn, hijo del embajador ruso en Holanda, a fines del siglo XVIII. Golitsyn abrazó la fe católica romana y llegó a Maryland el 8 de octubre de 1792; se convirtió en sacerdote católico y luego trabajó como misionero, primero en Maryland y después en Pensilvania, en donde compró grandes extensiones de tierra y se estableció en las comunidades católicas. Fue desheredado por el zar ruso, debido a su deslealtad y cambio de fe religiosa. Gracias a su labor, se fundaron muchos pueblos en lo que hoy se conoce como el condado de Cambria. Existen monumentos a Golitsyn en Loretto, Pensilvania; Gallitsin, Pensilvania; Gallitsinville, en el Estado de Nueva York. Estos dos últimos lugares le rinden honor al príncipe en sus nombres.
Sin embargo, la presencia rusa en la región oriental de la América del Norte sigue siendo, en líneas generales, menos numerosa y relevante que la que tuvo lugar en las regiones norte y occidental. Mientras que la Iglesia Ortodoxa ya se había establecido en 1792 — y la primera iglesia rudimentaria se construyó en 1795 — , no fue sino hasta 1876 que en el este de los Estados Unidos se organizó la primera parroquia ortodoxa rusa. Se sabe muy poco de los rusos que vivieron en el territorio oriental de lo que hoy en día se conoce como los Estados Unidos, antes de 1870. Fuera de las menciones al príncipe Golitsyn, los nombres de militares rusos que participaron en la Guerra Revolucionaria y la Guerra Civil y los censos tomados en Connecticut durante el siglo XIX, la presencia de estos fue muy limitada. Se sabe que el coronel ruso John Basil Turchin, sirvió como coronel y general de brigada en Illinois, aunque se desconocen las razones que motivaron su partida de Rusia. Turchin renunció a su cargo el 2 de octubre de 1864 y luego vivió en Chicago, en donde dirigió negocios inmobiliarios. En Illinois fundó la ciudad de Radom.
Los inmigrantes rusos, antes de la Primera Guerra Mundial, eran principalmente campesinos. Algunos autores estiman que hasta el 92 por ciento, debido a las malas condiciones de vida en algunas provincias rusas. Aunque California fue el asentamiento principal, estos también llegaron a los distritos de Dakota del Sur, Texas, Colorado, Wisconsin, Pensilvania, Nueva York, Nueva Jersey, Massachusetts, Washington y Connecticut. En las grandes ciudades como Nueva York, Chicago, Detroit, San Francisco, Michigan, Los Ángeles, Gary y Ohio, también han participado en el sector industrial. Los inmigrantes de la posguerra fueron su mayoría miembros de las grandes élites y del antiguo ejército imperial ruso; llegaron a los Estados Unidos con carreras universitarias.
En el Estado de Florida, la ciudad de Petersburg fue establecida por uno de los miembros fundadores del Partido Socialista Laborista de los Estados Unidos, el noble aristócrata Peter Demens, también conocido como Pyotr Alexeyevitch Dementyev. En los Estados Unidos, además de fundar la ciudad de Petersburg, fue reconocido como un exitoso hombre de negocios, colonizador y constructor de ferrocarriles. Debido a sus ideas políticas y abiertas críticas a los zares, tuvo que abandonar el Imperio Ruso. El escritor ruso Leo Tolstoy fue bisnieto del señor Peter Demens, fundador de Petersburg en Florida (Estados Unidos).
De manera que, la influencia progresista y socialista de los rusos en los Estados Unidos ha sido notable desde el período decimonónico, sin ignorar la evolución histórica y lingüística que han tenido ambos términos. Así como en el siglo XIX la fundación del Partido Social Laborista de los Estados Unidos tuvo la participación de rusos, las organizaciones comunistas del siglo XX también. Aunque el liberalismo también tuvo un importante papel en las rebeliones y gestas revolucionarias en Rusia, llama la atención que los liberales rusos no gozaron de relevancia en los Estados Unidos. En Occidente se ignora que antes de los eventos que la historiografía internacional conoce como la Revolución Rusa de 1917, ocurrió otra revolución en 1905. La ideología liberal fue una de las fuerzas propulsoras más importantes de la Revolución Rusa de 1905.
La disidencia religiosa
Así como la Iglesia Ortodoxa llegó a América, también lo hicieron las sectas y cultos primitivos eslavos. Los molokanos, quienes se establecieron en los Estados Unidos, Canadá y México, habían sido perseguidos por el gobierno ruso por su negativa a cumplir los dogmas y ritos de la Iglesia Ortodoxa. Los molokanos se establecieron principalmente en California y Baja California; se dividen en varios grupos: los molokanos puros, los respiradores, los practicantes, etcétera.
Mientras tanto, los dujoboros, conocidos como los guerreros del espíritu, llegaron, a finales del siglo XIX, a Canadá. Muchos de ellos luego se establecieron en los Estados Unidos, principalmente en las siguientes ciudades: Los Ángeles, Chico, San Diego, en el Estado de California; Chicago en Illinois; Detroit; etcétera. Hasta mediados del siglo XX, algunos diarios en Chicago tenían una columna especial dedicada a ellos. Los dujoboros tenían la tendencia a establecerse en granjas alejadas de las ciudades; consideraban que su trabajo en las ciudades era temporal y no pertenecían a ellas, sino al campo.
Los otros grupos disidentes de la Iglesia Ortodoxa Rusa, como los Viejos Creyentes, los estundistas, y los menonitas alemanes residentes en el Imperio Ruso, se caracterizaron por la marcada distancia que tuvieron con las comunidades rusas en Norteamérica. Los viejos creyentes se establecieron en las cercanías de Pittsburgh; llegaron a los Estados Unidos desde Polonia. A principios del siglo XX, la mayoría de ellos vivía en el condado de Allegheny en Pensilvania.
Los rusos en la independencia de América Latina
En cuanto a la América del Sur, fue Russell H. Bartley, quien realizó sus estudios de doctorado en la Universidad de Stanford, el pionero en el estudio de la posible influencia rusa en los movimientos independentistas decimonónicos. Aunque Rusia ha sido históricamente considerada un poder imperial, y sus pretensiones de expansión en el hemisferio occidental habían sido visibilizadas antes de la independencia de las provincias españolas en América, la mayoría de los académicos se enfocaron, hasta la década de los setenta, en el rol que jugaron España, Francia, Inglaterra, los Países Bajos y los Estados Unidos en el conflicto de índole bélico y separatista.
Según Bartley (1978, p. 3–5), el desconocimiento del proyecto geopolítico del Imperio Ruso en la América Hispana, así como la posible participación de los zares en el proceso de emancipación de las provincias españolas en la región, tuvo su causa en que la correspondencia diplomática fue la principal fuente primaria usada por investigadores e historiadores que estudiaron la independencia latinoamericana desde las relaciones internacionales. Lo cierto es que, ya para el siglo XVIII, se conocía la existencia de proyectos del Imperio Ruso para establecer colonias en Centroamérica y América del Sur. Fue en el siglo XX que los académicos le comenzaron a prestar mayor atención a los proyectos rusos de colonización en América Latina, durante los siglos XVIII y XIX. Sobre esta cuestión, los trabajos del alemán Ekkehard Vökhl y el ruso-estadounidense Yuri Slezkine fueron los más notables.
Völkl fue el primer académico, fuera de la órbita soviética, que se percató del interés del Imperio Ruso en convertir a América Latina en su ancla económica en toda la cuenca del Pacífico. Para los rusos, era necesaria la construcción de una ruta estratégica, en términos geoeconómicos y geopolíticos, entre Alaska, California, Haití y las provincias españolas y portuguesas en América. A través del control fluvial en América, desde Alaska hasta la Patagonia, Rusia buscaba desafiar a Inglaterra. En este contexto, Haití tenía una gran importancia como punto central para el comercio.
Las políticas de los zares rusos hacia las jóvenes repúblicas latinoamericanas pueden dividirse en cuatro períodos: 1) las relaciones entre el Imperio Ruso y las provincias españolas-portuguesas antes de las gestas independentistas; 2) la consideración del potencial de establecer relaciones diplomáticas y económicas con los rebeldes en América Latina (1808–1812); 3) el reconocimiento oficial de los intereses de la Corona Española en América Latina (1813–1817), debido a la alianza formal con España y el contexto bélico en Europa; 4) hostilidad a los rebeldes y mercenarios en las provincias españolas en América, a partir de 1817; Rusia promovió el diálogo entre los rebeldes y la Corona Española, en el marco de una política exterior de no-intervención y neutralidad. En este último período, existen distintas perspectivas sobre la hostilidad de Rusia hacia los Estados de facto en América Latina: no hay consenso con respecto al grado de hostilidad; mientras que unos sugieren que la hostilidad era abierta y marcada, otros señalan que era una política exterior moderada.
Aunque los intentos de establecer relaciones formales y productivas entre el Imperio Ruso y Venezuela durante el siglo XIX, fueron un gran fracaso, por razones que no necesariamente fueron culpa de los funcionarios de las administraciones rusas y venezolanas, sino por vicisitudes circunstanciales, lo cierto es que Venezuela marcó un precedente en la región. El ímpetu inicial de los rusos en diseñar una política comercial hacia la América Hispana provino del interés que en ello mostraron los insurgentes venezolanos, durante el verano de 1811. Los independentistas buscaron apoyo del gobierno ruso para establecer lazos comerciales y económicos. El señor Cortland Parker, estadounidense residente en Caracas, viajó a San Petersburgo, representando los intereses de las nuevas autoridades venezolanas, para establecer relaciones comerciales directas con Rusia, en el marco de una política de puertos abiertos para todos los aliados y amigos del nuevo gobierno de Venezuela (Hernández, 2005; Bartley, 1978, p. 52). Tampoco debe ignorarse, que, en el verano de 1810, comienzan a aparecer en la prensa rusa titulares sobre la independencia hispanoamericana, todos sobre los eventos que tenían lugar en Caracas. La prensa rusa señalaba que la América del Sur se dividiría en dos: la primera con su capital en Caracas y la segunda en Buenos Aires.
El diplomático Parker fue recibido, en dos ocasiones, por el conde ruso Rumiantsev. El estadounidense les aseguró a las autoridades rusas que la independencia de las provincias españolas ya era un hecho, más allá de los resultados que podría traer la guerra; le entregó al conde Rumiantsev un memorándum detallado sobre el potencial comercial de establecer relaciones comerciales entre la nueva república de Venezuela y el Imperio Ruso. Aunque en un principio Rumiantsev le aseguró a Parker que, los acuerdos previamente establecidos con España eran la prioridad del gobierno ruso, este mandó a investigar la potencialidad de la oferta hecha por el gobierno rebelde venezolano. De manera que, el gobierno ruso jugó en dos terrenos: no reconoció formalmente la independencia de Venezuela, pero sus acciones la favorecieron, en la medida que se percibiera un posible beneficio de ello. Las implicaciones de esta visita a Rusia por parte del diplomático estadounidense-venezolano marcaron la pauta para la política exterior rusa hacia el resto de las provincias rebeldes en América; una política exterior cuyos vaivenes eran determinados por la evolución de las batallas entre independentistas y realistas en los distintos territorios.
En 1812, a través del comisionado venezolano en Londres, el señor Luis López Méndez, el provisional gobierno rebelde de Venezuela intentó nuevamente establecer relaciones con el Imperio Ruso. El gobierno ruso manifestó su interés en los territorios españoles en la América del Sur, particularmente aquellos con grandes extensiones de costas, entre los cuales destacaban Cuba y Venezuela. El gobierno de facto separatista venezolano insistía en el reconocimiento formal y expreso de la independencia venezolana por parte del gobierno ruso. La solicitud fue rechazada nuevamente, aunque manifestaron su respecto a la causa de lucha de los hispanoamericanos. En la primavera de 1812, los rusos comunicaron oficialmente que los productos provenientes de las provincias rebeldes en América ingresarían en Rusia sin ser bloqueados, sin importar los problemas de registro y licencia.
Aunque los independentistas venezolanos no consiguieron todo lo que buscaban por parte de los rusos, lo cierto es que parece que el encuentro de Parker con el conde Rumiantsev tuvo una influencia sobre el zar Alexander, quien no mostraba la misma disposición de antes para negociar con España. El señor Francisco Zea Bermúdez, entonces embajador del Reino de España en el Imperio Ruso, se vio en serias dificultades ante la Corte de San Petersburgo, debido al avance de las negociaciones entre los independentistas venezolanos, representados por un diplomático estadounidense, y el gobierno ruso, que evaluaba la potencialidad de cooperar estrechamente con la América del Sur. Zea Bermúdez presionó a los rusos, haciendo énfasis en los riesgos y debilidades que existían en la relación entre Francia y Rusia; a los rusos no les convenía traicionar a los españoles, más allá del potencial geopolítico de extender la influencia rusa hacia la América del Sur y las concesiones económicas y político-administrativas que los independentistas le hicieran al gobierno ruso, con el fin de ganar su apoyo y quitarle un aliado a España.
A los estadounidenses les llamaba muy particularmente la atención, que los productos manufacturados rusos tenían una importante presencia en la oferta de bienes importados por los proveedores norteamericanos en Caracas, capital de Venezuela. John Quincy Adams, sexto presidente de los Estados Unidos de América, manifestó en varias ocasiones, desde 1810, el estupor que le causaba el “peculiar interés” del conde ruso Rumiantsev en la América del Sur. Un interés de índole económico, político, militar y cultural.
El Imperio Ruso tuvo una importante participación, años más tarde, en los intentos hispanos de recuperar Buenos Aires y Río de la Plata. Los españoles adquirieron buques rusos para reconquistar sus provincias en América. Las cortes de Madrid y San Petersburgo se aliaron para ello. El 18 de febrero de 1815, zarpó del puerto de Cádiz con la misión de aplacar a los revolucionarios venezolanos, el General Pablo Morillo. Se llegó a sugerir que la expedición de Morillo fuera enviada a Buenos Aires, en vez de Caracas, debido a que este territorio era más fácil de controlar y las posibilidades de obtener éxito eran mayores (Bartley, 1978, p. 126). De manera que, el Imperio Ruso siguió siendo un importante aliado de España, aun cuando cooperó, en determinados casos, con los insurgentes hispanoamericanos.
En marzo del año 1817, comenzaron las conversaciones secretas entre los gobiernos de Rusia y España, con el fin de negociar convenios de asistencia militar. El rey Fernando VII, entonces, le manifestó por primera vez al embajador ruso Demetrius Pavlovitch Tatischev, su interés en adquirir cuatro barcos y siete-ocho fragatas de la flota báltica de Rusia. España necesitaba la asistencia militar de Rusia, especialmente en materia naval, para gobernar en sus colonias de América — en las correspondencias se usa el término colonia y no provincia —. A cambio, la corte de San Petersburgo exigía concesiones territoriales de España, por ejemplo, en California, lo que sería extremadamente provechoso para la Compañía Ruso-Americana; también podría exigir exclusividad derechos comerciales con La Habana (Cuba), Veracruz (México) o los puertos de Venezuela.
Gracias a Francisco de Miranda, el Imperio Ruso obtuvo la información que necesitaba para emprender su proyecto geopolítico para la América Latina, que, si bien no logró materializarse, ha fijado precedentes muy interesantes, en materia de relaciones internacionales, para el establecimiento y desarrollo de un proyecto ruso transcontinental en los períodos dieciochesco y decimonónico. Según Bartley Russell (1978, p. 21), el interés de Catalina La Grande, en no solo recibir con los brazos abiertos a Francisco de Miranda en Rusia, sino además darle privilegios inusuales a un extranjero de su clase, estuvo motivado por el deseo ruso de penetrar América y extender su influencia a lo largo y ancho del continente. No debe ignorarse que, aún después de su partida de Rusia en 1787, y luego de rechazar una oferta de Catalina, Francisco de Miranda no dejó de recibir, durante varios años, su apoyo político y financiero. Ya para los años 1770–1780, las crónicas hablan de una expansión rusa en la América Hispana, a través de California y México.
En el Archivo de Francisco de Miranda, particularmente en los volúmenes VI y XV, existen interesantes referencias al Imperio Ruso. En una correspondencia de Miranda a Woronzow, con fecha del 27 de mayo de 1790, el venezolano señala que los partidarios de la independencia de la América Hispana le tenían más que agradecer a Rusia que a cualquier otro país del mundo. De hecho, existen evidencias documentales que demuestran el interés de Rusia en darle asistencia militar a Francisco de Miranda, tanto en el suministro de infraestructura bélica, como en el envío de tropas rusas.
No debe obviarse que el hispanoamericano Francisco de Miranda tuvo amigos, socios y financistas en distintas partes del mundo. El primer estudiante extranjero en los Estados Unidos y distinguido prócer venezolano, tuvo importantes conexiones con los comerciantes judíos-hebreos, esparcidos alrededor del mundo, como señala Chocrón (2011), a lo largo de su obra. De manera que, aunque los rusos hayan encontrado beneficio en los servicios obtenidos de Francisco de Miranda, a la hora de considerarlo un agente del Imperio Ruso, es conveniente tomar en cuenta el complejo tejido geocultural y geopolítico del activismo de Miranda alrededor del mundo. Más aún, hay que prestarle atención a su curioso árbol genealógico y las posibles implicaciones que este tuvo, tanto en su vida personal y política, como en su trayectoria y legado en la historia universal.
El viajero y geógrafo ruso que visitó la mayor cantidad de países en la América del Sur fue Platón Aleksandrovich Chikhachyov. Los estudios sobre su presencia en la región señalan que visitó todos los países en la región. También estuvo en México, en la América del Norte. Los territorios más visitados fueron Brasil, Cuba, México, Argentina, Perú y Chile; Nicaragua, El Salvador, Ecuador y Costa Rica se encuentran entre los menos visitados. Colombia, Panamá y Venezuela se ubican en la media de ambos grupos. No se descarta, no obstante, que estas estadísticas deben ser revisadas nuevamente, puesto que los diarios de los viajeros y científicos rusos en América Latina no han sido lo suficientemente estudiados. Por mucho tiempo, el interés de la academia rusa se centró en países como Cuba, México, Perú y Argentina, razón por la cual el resto de la región quedó en segundo y tercer plano. Ahora que países como Colombia y Venezuela tienen una mayor relevancia geopolítica, geoeconómica y geocultural para Rusia, se espera que las academias rusas estudien, con mayor énfasis y atención, la presencia de los primeros viajeros rusos en estos países. El creciente interés por parte de la audiencia rusa en la historia de Venezuela se ha evidenciado, especialmente, a partir de los años 2014–2015, a raíz de la profundización de la cooperación estratégica entre los gobiernos de Venezuela y Rusia, así como la importancia que los rusos perciben que se le da a la crisis venezolana en Occidente. Aunque durante el gobierno de Chávez tuvo lugar el acercamiento de ambos Estados, en materia estratégica-militar, no ha sido sino hasta el año 2015 que el tema Venezuela adquirió mayor relevancia mediática-geopolítica, en gran medida, gracias a los medios de comunicación. La controversia sobre una hipotética intervención militar estadounidense en los Estados Unidos ha popularizado los estudios sobre Venezuela en la Federación Rusa. A medida que más se ha hablado de intervenir militarmente a Venezuela, más ha crecido el interés del pueblo ruso en el país sudamericano; un interés que ya toca la fascinación y tiene pocos precedentes en la historia de América, más allá de Cuba en el siglo XX.
No debe ignorarse que, como Panamá y Venezuela fueron, durante un tiempo, parte de la República de Colombia — período que en la historiografía latinoamericana ha definido Gran Colombia, para así diferenciarla de la República de Colombia actual, si bien la Gran Colombia no existió formalmente– , las visitas realizadas a estos territorios son agrupadas en los viajes emprendidos por rusos a Colombia. Sobre Venezuela, el geógrafo y geólogo ruso Chikhachyov (1835–1837), dijo: “Su ubicación geográfica y la de sus puertos, su cercanía a las Antillas, las aguas del navegable río Orinoco y la tolerancia religiosa, son factores que contribuyen a su creciente relevancia y oportunidades de crecimiento sobre otros países” (Белов, Бредихин, Добролюбов, Комиссаров, Наумов, et al., 2014, p. 134). La percepción que se tenía de Venezuela era la de un país con mucho potencial, si bien las vicisitudes del café en los mercados internacionales, las frecuentes guerras caudillistas, la muy rudimentaria institucional del joven Estado Venezolano y las constantes disputas entre los venezolanos y las principales potencias europeas, por cuestiones de soberanía e intromisión extranjera, limitaron el desarrollo nacional venezolano durante el siglo XIX.
La América del Sur ha sido, por lo menos desde mediados de la época dieciochesca, un importante punto estratégico para los rusos, que vieron en ella una oportunidad para establecer, en el marco de un proyecto imperial-expansionista, un ancla de sus intereses geopolíticos y geoeconómicos transcontinentales. A través de California, Alaska, México, Haití, Cuba y Venezuela, el Imperio Ruso configuró una cosmovisión y una organización del mundo que desafiara a Inglaterra. Los rusos también jugaron un papel en la independencia de las provincias españolas en América; un papel que, como demuestra el investigador Russell H. Bartley, fue opacado durante mucho tiempo, debido a que la dimensión del análisis del proceso histórico independentista se había limitado al choque de intereses en América por parte de las principales potencias occidentales. La presencia rusa en el continente americano es antigua, así como su participación en los distintos eventos de índole político y cultural. Los eventos que hoy ocurren en América, en el ámbito geopolítico y geoeconómico, tienen una relación con la evolución histórica de las relaciones internacionales y el pasado del continente, visto en retrospectiva y desde distintos enfoques.
Claro está, la participación e influencia del Imperio Ruso en los asuntos internos políticos de la América del Sur, debe ser comprendida en el marco de las capacidades reales y relativas de los rusos, en un determinado contexto físico-temporal de las relaciones internacionales. A lo largo de su historia, Rusia ha tenido distintas épocas de gloria y auge; caída y decadencia; en el marco de ciclos periódicos que coinciden en las siguientes variables: primera, la escasa capacidad para asimilar los cambios; segunda, las dificultades para incentivar el desarrollo de una clase media próspera; tercera, la falta de un sistema robusto institucional que sirviera de base para el desarrollo mercantil e industrial nacional; cuarta, la necesidad de acceso a nuevos puertos que permitan extender su red de influencia geoeconómica alrededor del mundo, fuera de su zona de proximidad histórico-cultural; quinta, el establecimiento de condiciones para estimular las condiciones que permitan el desarrollo económico de Rusia, sin que esto signifique un cese de la soberanía; sexta, la creación de una burguesía nacional sólida, cuya acumulación de capitales sirva de base para el desarrollo de Rusia; séptima, el fomento de élites intelectuales que promuevan el desarrollo de nuevas tecnologías.
Después de las Guerras Napoleónicas (1815), el Imperio Ruso se convirtió en la segunda potencia geopolítica en Europa, superada por el Imperio Británico; su poderío se extendía desde Escandinavia hasta el Océano Pacífico y cubría más de once husos horarios. Durante la gesta independentista en la América Latina, el Imperio Ruso se encontraba en pleno auge y con posesiones activas en la América del Norte, razón por la cual había sido viable y plausible la injerencia de los rusos en este proceso. La erección de los Estados Unidos como potencia regional en el siglo XIX, como potencia mundial a partir de 1898, y como la gran superpotencia mundial en el siglo XX — cuyos años clave han sido 1945 y 1991 — , le puso cierto freno, con base en la Doctrina Monroe, a la participación rusa en América; después de todo, la Unión Soviética fue, hasta el momento de su disolución, el más importante aliado de Cuba, así como de los movimientos subversivos de izquierda y/o partidos hostiles a la política exterior de los Estados Unidos en la región. Mientras que, algunos países como México, vieron en las relaciones diplomáticas y económicas con la Unión Soviética, no solo una oportunidad para reafirmar su soberanía y marcar cierta distancia con los Estados Unidos, sino también desarrollar su mercado interno. En el año 1960, además de Cuba, la Unión Soviética solamente tenía relaciones importantes con tres países latinoamericanos: Argentina, México y Uruguay.
La geopolítica es una ciencia fascinante que nos permite comprender la distribución espacial de los fenómenos políticos, en función de las relaciones de poder y la influencia que ejercen los factores geográficos sobre estas. La geopolítica es el poder en movimiento; los factores territoriales en el devenir histórico de las naciones; el espacio en donde las distintas ciencias sociales se tocan en un sistema de retroalimentación.
Vicente Quintero* Maestrante en Estudios Políticos y de Gobierno por la Universidad Metropolitana de Caracas. Especialista en Gobierno y Políticas Públicas por la Universidad Central de Venezuela. Licenciado en Estudios Liberales por la Universidad Metropolitana de Caracas. Preparatoria Universitaria en Lengua y Cultura Rusa, Universidad Estatal Politécnica de San Petersburgo. Preparatoria en Lengua y Cultura Rusa. Estudios de Teología con el Patriarcado de Moscú. @vicenquintero
Foto de portada: Imagen 1. ©Anton Refregier, 1948. https://timeline.comFuente: Pacarina del Sur – https://pacarinadelsur.com/home/brisas/1779-de-cuando-los-rusos-conquistaron-la-america-septentrional
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